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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (63 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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—¡Será mejor que no se deshaga! —le susurró Kathein a Oelita.

Ya estaba bastante oscuro para encender las nuevas antorchas electrónicas. La gente de Congoja, poco acostumbrada a estas maravillas, lanzó una exclamación cuando la luz amarillenta iluminó la plaza como en un día nublado, dejando en sombras todo lo demás.

Luego vino la entrega de los Cinco Obsequios. Ya casados, cada maran tenía un regalo simbólico para sus nuevas esposas. Oelita recibió un anillo de platino, una cuchara de ébano, una pequeña caja tallada, una pluma dorada y un peine. Kathein recibió un espejo diminuto, tan curvado que reflejaba todo su rostro en miniatura, una cadena para el tobillo, un fósil lustrado, un hueso de su abuela tallado en un icono por uno de los mejores artistas de Congoja, y pendientes de zafiro.

Las novias agradecieron los obsequios con alimentos: gral para los hombres, una especie de pasteles duros formados con capas sagradas y profanas, horneado la noche anterior a la boda; y pasteles de miel para las mujeres.

Con una sonrisa escéptica, Joesai observó la ofrenda de Oelita.

—¡Recuerdo que me amenazaste con envenenar el gral si alguna vez nos casábamos!

Oelita se ruborizó.

—¡No deberías recordarlo! ¿Cómo te atreves a recordar semejante cosa en un momento como éste?

El Templo abrió sus puertas para celebrar el banquete nupcial. Como concesión a Oelita, no se servía carne. En la boda de Noé, los tres hermanos habían servido la pierna asada de un criminal, y en la de Teenae todo un bebé a las brasas. En realidad la carne no era nada práctica para semejante gentío. Había mesas de ensalada, frijoles cocidos, pasteles, panes, miel, pastas y unos guisados extraños pero aromáticos preparados al estilo profano por Nonoep.

Despejaron la sala central del Templo para convertirla en pista de baile, y un cuarteto de cuerda comenzó a tocar su música. Hubo ritmos para todos los gustos.

Humildad se mantenía apartada, preguntándose si se atrevería a acercarse a Hoemei para bailar la próxima pieza, pero una alegre joven Kaiel se le adelantó. Entonces se volvió hacia Joesai, pero él se rió ante la idea de bailar con ella y la cogió por la cintura para sentarla sobre una repisa, donde la tenía a una altura más adecuada para hablar con ella. Humildad nunca se había habituado del todo al tamaño de ese hombre. Recordó el momento en que había entrado en Soebo sobre sus hombros.

Oelita se llevó a Joesai. Quería subir a la torre y ver la habitación donde había estado prisionera de los Stgal.

—Ven con nosotros —le dijo, pero Humildad se negó, y se volvió para mirar a Kathein, que estaba al otro lado de la pista.

Entonces Gaet se acercó para invitarla a bailar, pero tres bellas mujeres de Congoja se lo llevaron para ejecutar con él una danza de intrincados movimientos. Él parecía disfrutar enormemente.

Humildad se dirigió hacia Teenae, quien reía con un grupo de gente perteneciente a su clan o'Tghalie. Teenae la intrigaba, ya que en el espectro femenino de las Liethe no existía ninguna categoría apropiada para ubicarla. Tal vez se debía a que la joven no era del todo Kaiel ni del todo o'Tghalie. Parecía divertirse insultando a sus parientes varones. No importaba lo que dijesen, ella les replicaba con una sonrisa. Ni siquiera podían insinuar algo que tuviese un sentido matemático sin que ella lo captase al instante. Ellos parecían quererla... aunque ésta era la familia que la había vendido a Gaet.

Humildad se preguntó por qué se sentiría tan melancólica en aquella noche festiva. Decidió olvidar a los maran y dedicarse a la diversión. Encontró a un joven Kaiel con el que bailó una yaba estupenda, y más tarde se unió a él en la Danza del Cañón Rojo. La gente observó su destreza y le pidió que bailase un solo. Ella aceptó, pero sólo porque Hoemei la observaba. Luego regresó a las mesas y comió con voracidad, para desaparecer después en un salón de juegos desierto donde permaneció mirando los tableros. Durante un rato, movió la Reina Negra sobre un tablero vacío, hablándole. Luego se fue a dormir. Pero el sueño no logró serenarla, y Humildad abandonó el Templo en busca de un lugar solitario desde el cual observar el amanecer sobre las montañas. Noé la encontró allí.

—¡Te he estado buscando!

Noé no la quería, ella era consciente de ello. Aunque de todos modos, ¿qué tenía que reprocharle una cortesana del templo que había sido rescatada?

—Estoy charlando con Getasol.

Noé se sentó a su lado en la escalera.

—He decidido que me agradas.

—No es verdad.

—Lo es. Y me disculpo por haber sido tan grosera contigo.

—No tiene importancia.

—Veía cómo se desintegraba mi matrimonio, y estaba desesperada —le explicó Noé.

—Algunas veces estamos demasiado cerca de las cosas y eso no nos permite ver lo que en realidad ocurre —dijo Humildad—. ¿Quién permitiría que los maran se separasen? ¡Si os atrevieseis os desollaríamos vivos y os freiríamos en aceite!

—Mi matrimonio es algo precioso para mí —continuó Noé—, pero no siempre ha sido así. Hubo una época en la que quise irme, y odié a Joesai porque me trajo de vuelta. Yo sabía que de los tres, él era el que menos me quería. Eso ocurrió hace mucho, cuando era inmadura.

—No debes temer nada de mí.

—No me refería a eso. Realmente creo que eres leal a nosotros. Es por eso que me agradas. La lealtad es lo más importante que una persona jamás puede encontrar.

—Es una de las cosas importantes.

—Miel, voy a hacerte una pregunta personal. Otro de tus nombres es Consuelo, ¿verdad?

Humildad adoptó la Mente Blanca y sonrió, deteniéndose el tiempo suficiente para pensar en las consecuencias que se derivarían de su posible respuesta.

—Consuelo es mi hermana. Ya te he explicado las diferencias entre mis hermanas y yo; ¿cómo puedes pensar eso?

—Hay métodos químicos. Yo soy una buena bioquímica.

Humildad no creía que tales métodos existiesen. ¿Cómo podían diferenciarse químicamente dos clones se-Tufi?

Noé cogió el brazo de Humildad y le enseñó un pequeño arañazo.

—Te rocé cuando cuidabas a los niños, ¿lo recuerdas? Sin tu permiso y por pura curiosidad, te inoculé la antitoxina de la Enfermedad de Fosal. Los Kaiel no confiamos en la antitoxina Liethe, y nos ocupamos de crear una propia.
Yo
me ocupé de ello. La nuestra tiene menos efectos secundarios que la variedad Liethe, pero de todos modos debiste haber sufrido una cierta hinchazón y una erupción. Pero nada. Eres inmune. ¿Por qué una Liethe de Kaiel-hontokae habría de ser inmune a una enfermedad que nunca salió de Soebo?

—No lo sé. No soy bioquímica.

—Yo estuve contigo una semana en Soebo.

—Estuviste allí con mi hermana se-Tufi.

—Muy bien. No insistiré. Pero no me harás cambiar de idea. A su manera, Consuelo, quienquiera que haya sido, salvó la vida de Joesai. Yo amo a ese hombre. Ella también se portó muy bien con Hoemei, ya que hizo mucho por promover sus predicciones. Estas manipulaciones debilitaron considerablemente a Aesoe y otorgaron influencia a Hoemei. Creo que tú nos ayudaste en el Palacio. ¿Aesoe alguna vez sospechó algo?

—Siento mucho afecto por tu familia —dijo Humildad, conmovida.

—¿Dónde te hospedas?

—En la posada.

—Ven conmigo.

—No —dijo la Liethe.

—Estoy buscando a Hoemei —la tentó Noé.

—Está bien.

Los invitados comenzaban a dispersarse. Noé encontró a su familia en la tina de una de las habitaciones de la torre, frotándose el maquillaje del cuerpo. El suelo estaba mojado y todos gritaban arrojándose agua unos a otros. Estaban algo ebrios.

—¡Allí está! —gritó Gaet—. ¡Métete en la tina!

—Por nada del mundo —dijo Noé con una sonrisa.

—¡Métete en la tina! —le ordenó su familia. Desnudos, el gran Joesai y la pequeña Teenae comenzaron a perseguirla.

Noé salió al pasillo, llevando a su Liethe se-Tufi consigo, y cerró con llave la puerta de sus habitaciones mientras reía.

—¡No pasaré por esto! ¡Yo sé qué viene después! ¡Ya he pasado por dos bodas! ¡Cuando me casé con estos maniáticos estaba sola!

—¿Quieres que te bañe?

—Soy una mujer —le dijo Noé, sorprendida de que una Liethe se ofreciera para bañar a una mujer.

—También eres una sacerdotisa.

Noé encendió el fuego para calentar el agua y se dejó caer en los cojines. Humildad comenzó a deshacerle el complicado peinado. Noé la miró por el espejo.

—¡Serías una magnífica esposa!

—¿Te gustaría tener otra esposa? —le preguntó Humildad con picardía.

—¡Dios no lo permita!

—¿Cómo es estar casada?

—Bueno —reflexionó Noé—, si eres una sola mujer con tres maridos... —Se perdió en sus recuerdos—. Siempre traían a alguna mujer, con la excusa de que yo no podía complacerlos a todos. Creo que se divertían mucho. Yo me ponía furiosa. ¿Cómo puedes pensar en traer a otro hombre cuando ya tienes tres? Ahora que las cifras se han invertido, con cuatro mujeres y tres varones, creo que la situación será muy interesante. ¿Cómo crees que reaccionarán los hermanos cuando traiga a casa a un jovencito sin cerebro, y les diga que es candidato para ser esposo-cuatro y que no me molesten esta noche mientras lo someto a prueba? —Se echó a reír—. ¡Estoy impaciente por verlo!

—¡Eres malvada!

—Siempre he sido una chiquilla malcriada.

Noé trató de descubrir a la verdadera mujer que había en ella, pero sólo se encontró con una Miel impenetrable. Podía hablar de música, arte, danza, filosofía, literatura, política e incluso de ciencia... pero nunca de su vida personal. ¿Qué clase de infancia había tenido? Nunca lo decía. Era tan esquiva para hablar como rápidos sus pies de bailarina. Noé decidió intentar un nuevo plan de acción contra la misma brisa suave. Cuando el agua de la tina estuvo caliente y Miel comenzó a masajearla con sus manos suaves, al fin tuvo la ocasión.

—¿Te gustan mis masajes? —le preguntó Miel mientras relajaba su cuello.

—Daría cualquier cosa por ser capaz de hacerlo tan bien —dijo Noé—. Entonces mis esposos nunca me dejarían.

—Es un secreto. No puedo decírtelo. Si lo hiciera, ellos ya no tendrían necesidad de venir a verme.

—Te ofreceré un trato al estilo Kaiel. Enséñame a ser una Liethe y yo te convertiré en una esposa maran honoraria.

Miel la estrechó unos instantes.

—Si eres una chiquilla malcriada, no te gustará. Tendrías que dormir en el suelo duro. Después de una noche en mi celda de la colmena renunciarías.

—¿Y si no renuncio?

—Entonces te enseñaría más... por ejemplo a sentarte todo el día sin mover un músculo, ni tensa ni relajada.

—¡Me parece un trato justo a cambio de dejarte a Hoemei cuando llega después de trabajar todo el día en Palacio! —rió Noé. Salió de la tina y no permitió que Miel la envolviese en la toalla.

—Ahora es tu turno. ¡Métete en la tina y yo te frotaré!

—No. Lo haré sola. Tú eres una sacerdotisa, y yo soy la sirviente de los sacerdotes.

—¡No seas ridícula! Lo hago con Teenae todo el tiempo. Ven. Cumpliremos con el ritual de convertirte en esposa honoraria y terminaremos con el asunto. Rápido. Al estilo del desierto. —Abruptamente, Noé trazó el símbolo de la lealtad.

Con timidez, Humildad repitió la señal.

Noé cogió uno de sus pequeños peines de plata.

—Toma.

—No tengo pasteles de miel para ti —dijo Humildad, azorada.

—Yo he robado algunos dulces. Eso será suficiente. —Hurgó en un bolso y extrajo una barra pegajosa que entregó a su esposa honoraria. Luego abrió la boca. Humildad colocó el dulce sobre la lengua de Noé.

Entonces Noé cortó un mechón de sus propios cabellos y uno de la Liethe.

—Tendrás que ayudarme a trenzarlos. —Trenzaron los cabellos y los aseguraron en los extremos con cera de abeja—. ¡Ahora
métete
en la tina!

Humildad obedeció.

—¿También bromeas con tus maridos?

—Todo el tiempo. —Comenzó a enjabonarla—. Yo he cumplido mi parte del trato. Estamos casadas. ¿Qué debo hacer para convertirme en una Liethe?

—Primero tienes que tener un nombre secreto.

Noé lo pensó mientras frotaba los senos de su amiga.
Vagabunda,
fue lo primero que apareció en su mente.

—Ya lo tengo. ¿Te lo digo?

—No. Si lo hicieras no sería secreto.

—¡Hablas como Teenae! ¿De qué sirven los secretos si no puedes compartirlos con nadie?

—Tu nombre secreto indica todo lo que hay que saber sobre ti. Me concederías demasiado poder si me lo dijeras.

—¿Y tú tienes uno?

—Sí.

—¿Y no me lo dirás?

—Ni siquiera mis hermanas lo saben. Ni mis ancianas madres favoritas. Para ser una Liethe, debes tener un nombre
secreto.


Todo
en ti es secreto. No sé nada sobre ti. ¿Por qué estabas tan triste durante la boda?

—Por nada. Pensaba en la vejez.

—¿Qué ocurre con una Liethe cuando envejece?

—Educa a las jóvenes. —Humildad se echó a reír y le dirigió su mirada seductora—. A las jovencitas... como yo. —Entonces se puso seria—. Las ancianas madres no son diferentes de los viejos que conoces. Juegan a la política y consiguen que las más jóvenes hagan el trabajo sucio por ellas.

Ah,
pensó Noé,
al fin me ha dicho algo.
Eso le pareció tan importante que por unos momentos, no se atrevió a seguir hablando. Noé permaneció en silencio hasta que Miel salió de la tina y se secó. Entonces cerró las persianas y oscureció la habitación para dormir un poco.

Sin decir palabra, se tendió sobre los cojines mientras esperaba algo, aunque no estaba muy segura de qué se trataba. Miel se tendió junto a ella, pero sus cuerpos no se rozaron.

—¿Eres feliz? —preguntó Noé.

—¿Por qué no iba a serlo? Es mi primera noche de bodas —respondió Humildad con tono risueño.

—¿Noche? Ya ha amanecido.

—¿Qué están haciendo en la otra habitación?

Noé le dio un codazo.

—¡Tú sabes lo que están haciendo! ¡Y será mejor que durmamos un poco puesto que podrían hacernos una visita!

—No lo harán, ¿verdad?

—Te apuesto a que sí. Seré generosa y te dejaré a Hoemei —bromeó ella.

Guardaron silencio. Noé se durmió, pero Humildad no quería que durmiese y le tocó el hombro para despertarla.

—He estado leyendo uno de los libros de Oelita. Me sentí muy identificada con ella. Me agrada. A mí tampoco me agrada ver morir a la gente.

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