—Ven. —Gaet la cogió de la mano y la llevó afuera, bajo el viento que aullaba por el desfiladero. La falda de Oelita se agitaba. Él se estremeció de frío. El mundo parecía terrible y oscuro con Luna Adusta eclipsada por los picos montañosos.
—¡Nos congelaremos aquí afuera!
Gaet la apretó contra su cuerpo y la llevó hasta la parte trasera de la posada, donde el viento no soplaba tan fuerte. El lugar estaba protegido por un escarpado muro de piedra. Se acercaron a una máquina con filigranas que se sostenía con tres ruedas delgadas y estaba ligeramente hundida en la nieve.
—Un nuevo aparato. Parece frágil, pero amplía enormemente las posibilidades de un Ivieth. Sólo puede arrastrar una carreta de un solo hombre, pero se mueve mucho más rápido. Estamos reconstruyendo el camino para que puedan andar. En estos vehículos podremos transportar trigo al oeste, y luego traer gente a los campamentos de las colinas que están sobre Kaiel-hontokae.
Ella vio las veloces naves Mnankrei y el excelente puerto de Congoja. Al mismo tiempo vio las Montañas de los Lamentos y el traicionero camino a través del Valle de los Diez Mil Sepulcros. ¿Él no era consciente de lo absurda que parecía su idea? ¿Un vehículo tan frágil para atravesar ese terreno tan difícil?
—Volvamos adentro.
—No pareces impresionada.
—¿Cómo iba a estarlo?
—Yo tampoco lo estoy —dijo Gaet con suavidad—. Es lo mejor que podemos hacer.
Oelita lo invitó a su pequeña habitación, y después de encender el fuego, Gaet registró el lugar buscando un cobertor para abrigarla. Fue una lección para ella. Todos los Kaiel eran diferentes. Este no era violento como Joesai. Era sereno y compasivo.
—Debo formularte una pregunta más.
Gaet asintió con la cabeza mientras colocaba otra rama de arbusto en el fuego.
—¿Te han enviado para quitarme el cristal? No lo tengo conmigo. —Había un cierto desafío en su voz.
Él la miró. El reflejo de las llamas jugó sobre las cicatrices de su rostro, que no reveló nada, ni sorpresa ni cautela. Sólo esperaba que ella continuase. No había comprendido a qué se refería, así que probablemente era cierto que no había estado en contacto con Joesai.
—El cristal que Joesai llamó la Voz de Dios —le explicó.
—¿Tienes uno de ésos? Sí, a Joesai le gustan esas cosas. Yo no sé mucho al respecto.
Oelita estaba decepcionada. La reacción de Gaet no se parecía en nada a la de Joesai. Su desinterés la asustaba. Para mantenerse a salvo, ella contaba con el valor que ese cristal representaba para los Kaiel, cualesquiera que fuesen sus supersticiosos motivos para quererlo.
—¿No vale nada para ti? Pensé que podría cambiarlo por trigo. —En algún momento le había parecido una buena idea. Ahora le sonaba a tontería.
—Te presentaré a una mujer que estará muy interesada.
—¿Insistes en acompañarme? —Ahora no se sentía tan segura.
—Debo hacerlo. Éste es territorio Kaiel. No tienes alternativa.
—Los Kaiel me han desafiado con un Rito Mortal. Quisiera que se cancelase ese juego ridículo. Quiero protección contra semejante disparate.
—¿Joesai?
—Le tengo miedo. Me siento perseguida por él, como si hubiese venido tras de mí por estas montañas.
—Mujer adorable, yo te protegeré de él.
Impulsivamente, Oelita comenzó a registrarlo en busca de algún cuchillo. Él sólo rió y permaneció en cuclillas junto al fuego, dejando que lo tocase.
—¿Este Rito Mortal es una obligación personal de Joesai o se trata de un asunto del clan?
—Ahora que él lo ha iniciado, el Rito Mortal se ha convertido en una obligación del clan.
—Voy a volver a Congoja.
—No es necesario. Estas cosas pueden hacerse de muchas maneras.
—Sí —exclamó ella—. Podrías matarme esta noche. No tengo motivos para confiar en ti.
—¿A cuántas de las Siete Pruebas has sobrevivido?
—El ha dicho que a tres, pero yo cuento cuatro. Y estoy asustada.
Gaet se veía divertido.
—Aesoe parece haber estado en lo correcto respecto a tu kalothi.
—Soy sólo una mujer. Puedo morir. La vida misma es un Rito Mortal, ¡y nadie sobrevive a él!
Gaet reflexionó unos momentos.
—Te diré lo que podemos hacer. Será completamente justo. No regresaremos por la ruta. Acortaremos camino si vamos a través de las montañas, sobre la Herida Blanca. Ésa será la Prueba Cinco.
—¿Desprecias tanto tus propias tradiciones que te burlas de ellas? —replicó ella y se dirigió a los cojines donde se envolvió en el cobertor.
Gaet le dirigió una mirada ofendida.
—La Herida Blanca no es ninguna broma. Esa montaña todavía mata.
Oelita se sintió invadida por el horror. ¡Hablaba en serio!
—¡Hace unos momentos prometiste protegerme! —Había andado con el fantasma del Rito Mortal en la espalda, moviéndose de prisa y volviéndose furtivamente para mirar atrás... ¡cuando de pronto miraba hacia delante y se encontraba frente a frente con el mismo Espíritu del Mal! Él se calentaba las manos allí, entre ella y la puerta.
—Y
lo haré.
El Rito Mortal no especifica que debas afrontar las pruebas tú sola. ¿No es cierto que una persona incapaz de aceptar ayuda tiene escaso kalothi?
—Se dice que vosotros los Kaiel habéis nacido de máquinas. ¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Eres una máquina! ¡Igual que Joesai! —bramó Oelita.
—La ascensión a la Herida Blanca es una experiencia sublime. ¿Por qué afrontar la muerte con horror y sufrimiento, cuando se tiene la alternativa de vivir una muerte hermosa?
—¡Estos Kaiel! ¡Vivís con el Espíritu del Mal! ¡Sois personas morbosas! ¡Yo quiero paz! ¡Quiero paz! ¡Siempre he querido paz! —gritó contra un cojín hasta que comenzó a llorar—. ¡Quiero que vosotros, los sacerdotes, me dejéis tranquila! ¡Vete!
Y él estuvo a su lado, acariciándole el cabello.
—Nunca es tan sencillo.
Gaet se convirtió en amante de Oelita en medio de la montaña, durante la subida por la escarpada ladera norte de la Herida Blanca. El peligro la fatigó y la ternura de aquel hombre la llenó de vitalidad. No comprendía por qué había llegado a confiar en él, por qué se estaba volviendo tan importante para ella impresionarlo con su fuerza, ni por qué sentía que empezaba a amarlo.
Al llegar a la cima azotada por el viento, yerma y helada, se abrazó a Gaet maravillada ante el panorama más increíble que había visto en su vida. Debajo de ella estaban las siluetas azules y violáceas de las montañas, y la vasta planicie que se tornaba amarilla al fundirse con el horizonte. A distancia, incluso alcanzaba a divisar Kaiel-hontokae. Se hallaban tan alto que la luna ya no estaba escondida. El sol se alzaba en rojos de gloria. Allí, el hombre no era nada.
Los sacerdotes Mnankrei afirman que como el pasado es fijo y conocido, el futuro también debe serlo... ¿pues no es verdad que los patrones genéticos conocen el desarrollo del adulto? Ante cualquier crimen cometido, los Mnankrei aducen la necesidad histórica del evento, ya que si el pasado y el futuro son fijos, ¿cómo podría modificarse lo que ocurre? Un crimen sacerdotal se justifica como una etapa inevitable en el desarrollo del genotipo hacia su destino final. Esto es arrogancia.
Los Mnankrei nos dicen que después de estudiar profundamente su doctrina, un sacerdote Mnankrei, en trance, tiene revelaciones de este futuro fijo. Esto es falso.
Cada transferencia de información del futuro al presente desestabiliza el futuro. El simple acto de observar el futuro hace que éste se modifique. Ni siquiera Dios puede violar la Primera Ley de la Clarividencia.
Si tuviésemos una antorcha para iluminar la oscuridad del futuro, así como Getasol ilumina Luna Adusta, lo que veríamos no sería lo que habría de ocurrir.
Algunos eventos, como el movimiento de los planetas, poseen una gran inercia temporal. ¿Quién es capaz de cambiar los movimientos celestes? Nosotros los observamos y llegamos a creer en el determinismo.
Algunos eventos, como una casa que se quema, poseen escasa inercia temporal. Un hombre que ve que su casa se quema mañana, puede apagar hoy la vela que encenderá el fuego.
Los eventos futuros con gran inercia temporal son como las aguas de un lago en el fondo de un valle. Los eventos futuros con escasa inercia temporal son como la roca que se sostiene en precario equilibrio sobre un risco: caerá y rodará por la ladera en cualquier dirección que el alpinista decida empujarla.
El futuro que se ve no es el futuro que será... porque ha sido visto. Aprende bien esta lección, pequeño Kaiel, aplícala, y es posible que te conviertas en el Primer Profeta.
Foeti pno-Kaiel, maestro de guardería de los maran-Kaiel
Hoemei abandonó la sala de comunicaciones y deambuló sin rumbo fijo por el lujoso Palacio. No se había recibido una palabra más de Soebo. Habían pasado varios días y no se sabía nada nuevo de Joesai o de Teenae. Una confirmación de que estaban muertos le permitiría calmar esa necesidad imperiosa de hacer algo. Noé quería viajar a la costa norte y reunir una flota con los aliados de su madre para dirigirse a Soebo. Ese camino parecía una invitación al desastre. Hoemei sólo veía naves en llamas y multitudes exaltadas de Mnankrei, efectuando Banquetes del Juicio con los desafortunados marineros Kaiel, que no eran marineros.
Hoemei deambuló hasta que percibió los aromas que provenían del gran comedor, atendido por veinte ocupados cocineros. Era un salón donde los Kaiel se encontraban y tomaban decisiones. A la gente de su clan le agradaba comer mientras trabajaba.
Cuando estuvo dentro, Aesoe lo saludó desde la gran mesa de madera donde sólo se sentaban los más poderosos.
Estaba con Kathein. Hoemei se quedó paralizado.
Para no mirarlos, sus ojos se posaron en la pequeña mujer Liethe. Las Liethe de Aesoe eran frías como un río helado, hasta que le sonreían a uno de una manera que le hacían sentir como si acabara de conocer al amor de su vida. Hoemei huía de ellas como del veneno, aunque eso era algo difícil de hacer porque a Aesoe le agradaba compartirlas con sus amigos como si de licor exquisito se tratara... aunque había un precio que pagar. A Hoemei nunca le había agradado este precio: la lealtad total a Aesoe.
Los ojos azules de la Liethe lo observaban sin reparos. Antes, a él le desagradaban estas mujeres, ya que las consideraba ostentosos ejemplos del poder de Aesoe, pero había cambiado de idea cuando una de ellas, nunca lograba distinguirlas, le había servido el té seduciéndolo abiertamente. Nunca se cansaba de verlas bailar, y siempre solían hacerlo en las fiestas de Aesoe. Algunos decían que eran muy inteligentes, pero se mostraban demasiado serviles para el gusto de Hoemei. Ésta servía tanto a Aesoe como a Kathein, y comía con ellos como si fuese una igual.
Kathein y Aesoe.
Hoemei se sintió invadido por la amargura. Hubiese querido evitar a Aesoe, pero él estaba con Kathein. La tentación era irresistible. Ella no había vuelto a hablarle desde que el Primer Profeta impartiera su orden. Ahora tendría que hacerlo.
Hoemei se acercó a la mesa. Ella fingió que conversaba animadamente con el Primer Profeta, y sólo cuando él estuvo a su lado alzó la cabeza para saludarlo. Él le respondió. Permanecieron en silencio.
—Kathein me estaba hablando sobre un interesante truco de comunicación que tiene en estudio. Quiere reflejar largas ondas caloríficas desde la luna.
—El tortuoso espejo mágico —dijo Hoemei con fría amabilidad.
—No, no —respondió Kathein muy tensa—. Es igual que el rayófono, sólo que las ondas son más cortas, más difíciles de generar. Estamos trabajando en ello.
La mujer Liethe resplandecía junto a Hoemei, lo miraba y le ofrecía distintas pastas para las galletas. Esto le proporcionó una buena excusa para apartar la vista de Kathein. En cuanto él sonrió, la extraña criatura sin marcas comenzó a hablar.
—Si tienes hambre, el
spei
asado está maravilloso. Eso es lo que hueles. Te traeré un poco. —La Liethe esperó.
—Miel, trae un jarro de aguamiel también —dijo Aesoe.
Ella rozó a Hoemei con la punta de los dedos.
—No te preguntó
a ti
si querías aguamiel. Hoy también tienen zumos.
—El aguamiel estará bien.
Cuando Hoemei volvió a mirar a Kathein, ella lo escudriñaba con ansiedad.
—¿Has tenido noticias de Joesai y de Teenae? —preguntó con formalidad.
—No hay motivos para pensar que no están muertos. —Su brusquedad fue deliberadamente cruel.
Ella pareció desmoronarse.
—Le dije que tuviera cuidado.
—Nunca existió esperanza alguna para Joesai —afirmó Aesoe con solemnidad.
Hoemei no pudo responder. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos más por su propia crueldad hacia Kathein que por Joesai. Necesitó un rato para recuperar el control de sí mismo. Aesoe no hizo ningún comentario más. A Kathein le resultaba muy difícil reprimir su desconsuelo.
—Háblame de esas voces que rebotarán de la luna. ¿Cómo conversarán los que viven al otro lado de Geta? Supongo que no hablarás con ellos también. —En cuanto hubo pronunciado las palabras, Hoemei se arrepintió de su sarcasmo.
Miel regresó con la comida, y Hoemei le dirigió su atención como excusa para no decir nada mientras Kathein parloteaba sobre cuestiones técnicas. Durante todo ese tiempo la mujer Liethe no apartó los ojos de él y al fin, cuando Hoemei hubo terminado de comer, se dirigió a Aesoe.
—Está oprimido por el dolor, Aesoe, primer-Kaiel. Si te complace me ocuparé de él.
—¡No! ¡Déjame hablar con él! —dijo Kathein con desesperación.
—Tú te quedas aquí —replicó Aesoe.
Hoemei los dejó abruptamente, pero la flotante Liethe lo siguió; aunque él no deseaba su compañía.
—No he solicitado tu presencia.
—Pero yo he solicitado la tuya. —La se-Tufi que Camina con Humildad habló suavemente—. Te he observado. Hace años que deseo estar a solas contigo —mintió. Entonces, con delicada autoridad, agregó—; A tu habitación, niño de la guardería, antes de que te caigas a pedazos.
Hoemei quedó desconcertado cuando al escuchar esas palabras, «niño de la guardería», pronunciadas con aquella voz que era como un ligero tintineo, se sintió invadido por una oleada de dolor y tuvo que luchar para mantener a raya a los fantasmas. La presencia de la joven le recordaba sus fantasías infantiles respecto a las mujeres. Algunas de ellas se habían tendido sobre él en esa terrible Noche de la Prueba Falaz, tanto tiempo atrás. La Liethe se volvió hacia él y Hoemei perdió la noción del tiempo.