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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (47 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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Una canción de batalla hablaba de los griegos que destruyeron Troya, pero entre las resplandecientes estrellas, ¿quedaba alguien que pudiese pronunciar los nombres de aquellos celosos guerreros cuyo poder sólo les había causado la muerte?

Los ojos de Joesai escudriñaron el horizonte, una franja de bruma que se fundía con el cielo azul. Estaba ansioso por avanzar sobre Soebo, pero al mismo tiempo tenía reparos. La victoria era esencial, ¿pero sería capaz de negociar con los escombros que crearían sus fuerzas? El poder no se obtenía con una victoria efímera.

Tae siempre le recordaba a su clan que el Concilio del Dolor había logrado dominar a los Arant mediante el terror. Luego había creado a los Kaiel para que controlasen ese terror, pero su efecto había sido transitorio. Diezmados y amedrentados, de todos modos los Arant sometían a los Kaiel por la puerta trasera del remordimiento, el cual hacía que cada miembro del clan tuviese que cargar con dos almas toda su vida.

Joesai sabía que podía atacar de inmediato, mientras su grupo seguía con vida. No se necesitaba mucha gente para apoderarse de Soebo. Aparte de él, y probablemente de su chiflada esposa-dos, ¿quién más comprendería los usos de la locura descrita en
La Fragua de la Guerra!
Los Mnankrei serían capaces de defenderse, pero no comprenderían a tiempo las tácticas de la batalla. La victoria sería aplastante, completa, tal vez pavorosa, y como recompensa ofrecería una población asustada, dispuesta a satisfacer cada necesidad de los conquistadores Kaiel.

Los vencedores serían bañados, alimentados, trasladados, servidos, seducidos. Cada orden sería obedecida. No obstante, esconderían a los niños, y nadie sabría qué pensamientos ocultarían aquellos rostros sonrientes, tan ansiosos por complacerlos. Su mente Arant sabía cómo respondían las ciudades ante el miedo, y su mente Kaiel le enseñaba el futuro: un cuerpo Kaiel arrojado en algún callejón de Soebo, pisoteado, degollado, con su sangre escurriéndose entre las piedras hasta la cuneta; un Kaiel flotando en un canal; otro cuerpo descuartizado y asado rápidamente, sin desollar; su cuerpo, el de Teenae, el de su nieto. Joesai se encogió de hombros, descartando su plan de batalla. No existiría victoria alguna a menos que los niños fuesen a darle la bienvenida. Éstos no habían acudido a recibir a las tropas alemanas en las estepas de Rusia. Tampoco a los carniceros rusos en Afganistán. Ni a las tropas norteamericanas en My Lai.

Siempre que se encontraba confundido, Joesai se decidía por el enfrentamiento directo. Él no sabía lo suficiente para tomar una decisión que respetase la Estrategia Superior.
Tenía que averiguarlo.
Llamó a diez jóvenes que había estado observando desde que partieron de Kaiel-hontokae. Sin ser advertidos, atravesaron los puestos de guardia Mnankrei, primero por la noche y luego a plena luz del día. En Soebo había varias casas donde los aguardaban para proporcionarles refugio.

Con mucha cautela, Joesai se comunicó con los espías de Hoemei. No sabía quiénes eran ni dónde estaban ubicadas sus torres de rayófono —así acostumbraba operar su hermano— pero los canales de comunicación se encontraban abiertos. Sus preguntas no recibieron respuesta alguna. Ellos no sabían nada de una microvida sagrada capaz de matar a una persona para luego trasladarse a otro cuerpo. Joesai reflexionó sobre su paso siguiente.

Planificó una ruta de escape a través de los tejados hasta una barcaza que cruzaba el canal, apostó algunos hombres y, a plena luz del día, entró en la colmena Liethe de Soebo. Algo divertido, aguardó en una habitación cubierta de tapices. Una joven mostró su sorpresa al encontrarlo allí. No estaban habituadas a recibir hombres.

—Soy Joesai maran-Kaiel, Delegado Superior de la Comitiva de Avanzada del Concilio de la Indignación. —Inspiró profundamente. La joven pareció aún más sorprendida. Se marchó rápidamente y fue reemplazada por una anciana.

Joesai se mantuvo alerta ante cualquier señal de peligro. Aquellas mujeres podían tratar de retenerlo lo suficiente para informar a los Mnankrei.

—Soy la se-Tufi que Tañe la Campana del Alma. Debes decirme el propósito de tu visita. —La anciana mostraba una calma que tanto podía significar lealtad como traición.

—Campana de Suprema Excelencia, en cierta ocasión nos comunicamos contigo desde Kaiel-hontokae. Te pedimos información sobre los Kaiel capturados en el mar por los Mnankrei. Se nos informó que estaban recluidos en el Templo de los Mares Embravecidos.

—Ah, y has venido a liberarlos. Una tarea difícil.

Ésa no era su tarea. Había utilizado la sugerencia de un intento de fuga para poner a prueba las intenciones de las Liethe. Joesai comprobó que no se le ofrecía ninguna ayuda.

—Tengo entendido que os habéis aliado a los Mnankrei, y eso torna delicada vuestra posición. Si los Mnankrei ganan esta partida y determinan que las Liethe nos brindaron su ayuda, vuestra presencia aquí se tornaría peligrosa.

La vieja bruja sonrió.

—Me estás diciendo que si los
Kaiel
ganan esta partida y nosotras no los ayudamos, entonces los eventos comenzarían a tornarse peligrosos para nosotras.

Con gran formalidad, Joesai replicó a su estocada.

—Estáis demasiado habituadas al estilo de los Mnankrei. No los compares con nosotros. Los Kaiel somos mucho más generosos en todo sentido. No pretendo amenazarte. Jamás te pediría que violases las antiguas costumbres de Soebo, establecidas cuando los Kaiel no eran más que gusanos. Sólo te prometo que si las Liethe nos brindan su ayuda, esto nunca será revelado.

—¿Lo juras por tu vida?

Joesai extrajo su cuchillo y se abrió una pequeña herida en el dedo.

—Lo juro por la vida de todo mi clan. —Ése era el pacto más firme que podía realizar. Ningún getanés juraría en vano por el banco genético de todo su clan. En los rigorosos tribunales del kalothi, jamás se perdonaba la traición disfrazada con palabras honorables. Joesai posó su sangre sobre la lengua de la anciana.

—Entonces tengo una joven para ti. No tendrás que pagar nada, ya que ésta es una cuestión entre sacerdotes. Te agradará. Se llama Consuelo, y es amante de Gran Ola Ogar tu'Ama, el cabecilla de la oposición a la Guardia Central del Viento Rápido. —La anciana batió las palmas. Una niña Liethe se presentó rápidamente, escuchó y se marchó.

Vaya, tan pequeña y ya posee la gracia,
pensó Joesai mientras recordaba a Miel, deslizándose por el Palacio como la hoiela en la brisa.

—Por favor, no te equivoques —dijo la anciana, quien aún era capaz de tañer la campana en el alma de un hombre—. Nosotras no estamos aliadas con los Mnankrei. Estamos aliadas con cualquier sacerdote que provenga del Vientre de Dios. Servimos a aquellos que sirven a Geta. —Sonrió y tocó el pequeño amuleto que Joesai llevaba alrededor del cuello—. Te has ganado el corazón de una Liethe. ¿Quién era ella?

—Una bailarina del Primer Profeta.

—Te lo entregó cuando supo que tu vida correría peligro.

—Mi vida siempre ha estado a la sombra de la Muerte —sonrió Joesai.

—Has venido solo. Tus amigos deben de estar fuera, vigilando.

—Si dos hermosas mujeres abandonan la colmena cogidas de la mano, una con un sombrero hecho de alas de hoiela, sabrán que estoy bien y esperarán una segunda señal de mi parte.

—Se hará. ¡Pero tienes una extraña idea acerca de las galas que poseemos! —Con una mano que sabía muy bien cómo coger el brazo de un hombre, Campana del Alma acompañó a Joesai por un corredor. En el camino se cruzaron con una pequeña criatura Liethe que apenas si comenzaba a hablar. Furiosa por la presencia masculina, la niña golpeó las rodillas de Joesai con sus puños. Otros ojos los observaron desde sus escondrijos.

Joesai fue llevado a una habitación que no había sido pensada para ningún hombre. El suelo estaba cubierto con cojines de raso, iluminados por una extraña combinación de luz natural y resplandor bioluminoso, y las ventanas se asomaban al jardín. Un globo de platino pendía del cielo raso junto a una biblioteca y a una antorcha fijada en la pared. Dominando el rincón había un gran guardarropa hecho con juncos tejidos y prensados, adornado con incrustaciones de piedra. Los tapices eran las más finas creaciones oz-Numae, y sus motivos representaban los míticos bosques de Luna Adusta.

Entonces Consuelo emergió del jardín, llevando consigo una bandeja con porcelana o'ca. Por el pico de la tetera surgía el vapor con aroma a té de hierbas. Había tazas para calentarse las manos y pastel de especias. Ella depositó la bandeja sobre una mesa baja y se arrodilló frente a él.

—¿En qué puedo servirte? —le preguntó a sus pies.

En lugar de pedirle que se levantara, Joesai se dejó caer en un cojín a su lado. La anciana desapareció.

Estas malditas Liethe,
pensó mientras servía dos tazas de té.
Siempre piensan que un hombre no es capaz de cuidarse solo,
se dijo. Ella permitió que le sirviera, aceptando con elegancia lo inesperado. El rostro, el cuerpo delicado, todo era de una se-Tufi, igual que Miel, y eso lo perturbaba. Llevaba una túnica rosa atada bajo los senos, y diminutas joyas rojas en los extremos de los ojos. Estaba vestida para seducir, no para hablar. ¿Eso significaba que le temían?

—Buen té —dijo él con rudeza.

Humildad cogió un trozo de pastel y le acercó un bocado a los labios.

—Te pareces a alguien que conozco —dijo Joesai.

Sus ojos azules brillaron... pupilas negras y rubíes.

—¿Has amado a mi hermana?

—Por un momento.

—La ciudad tiene miedo —dijo ella, volviendo a su actitud seria.

—¿De qué?

—De ti.

—La Comitiva de Avanzada no ha hecho nada.

—Eso es lo que causa tanto temor.

—Entonces tú debes de ser la más valiente de todos los cobardes de Soebo, mi pequeña. —Algo del estilo provocativo de Noé había prendido en Joesai.

—Aunque no soy tan valiente como tú, ya que mis actos no llegan a ser temerarios.

—¿Cómo podría mitigar ese temor?

—Vete.

Él emitió su gran risotada.

—Preferiría desfilar por la Avenida de los Templos, mientras los niños me ofrecen flores y se suben a mis hombros.

—¿Con un rostro como el tuyo?

—Me conformaré con aterrorizar al Templo de los Mares Embravecidos.

Ella suspiró.

—Quieres liberar a tus hombres del Templo. Eso es casi imposible.

—¡Por supuesto! Pero presta atención a esa palabra
casi.
Deja un sabor agradable en la boca. Necesitaré mapas del Templo y de los edificios que lo rodean.

—Necesitarás más que eso —replicó ella con tono mordaz.

—Por lo que he sabido, los Mnankrei tienen bien custodiado el lugar. —Preparó su pregunta sorpresa. Noé le había dicho que las abominables investigaciones para esparcir la muerte se llevaban a cabo en el Templo de los Mares Embravecidos, y que las Liethe estaban enteradas de ello. ¿Cómo se hacía para leer un rostro sin ornamentos? Era inocente como el de una niña. Joesai terminó su té... y comenzó—. ¿Qué sabes respecto a una microvida que visita la casa del cuerpo y mata su alma?

—¿Hablas de enfermedades profanas, como las que se transmiten entre los insectos?

—Una enfermedad sagrada —presionó él.

—Han habido rumores.

Joesai no le dio tiempo para orientarse.

—¿Rumores?

De todos modos, ella se tomó su tiempo para responder.

—No sé nada. Iré a preguntar a las que pueden saber.

—Quédate. No estoy seguro de confiar en ninguna otra Liethe. —Al parecer, no lograría sacarle nada.

—Entonces no preguntaré, pero yo no sé nada. ¿Sospechas que aquí, en Soebo, se están creando aberraciones semejantes?

—Sí.

—Piensas cosas terribles de los Mnankrei.

—Estamos aquí para juzgarlos con imparcialidad. Primero pienso atacar el Templo de los Mares Embravecidos.

—Tendrás que trabajar en la oscuridad, como los insectos que comen la madera. Necesito tiempo para pensar y hacer los preparativos. Por la mañana te presentaré un buen plan para que lo sometas a examen. Soy competente. ¿Cuentas con dos hombres ágiles, capaces de actuar rápidamente en una emergencia?

—Por supuesto.

—No podré ir contigo. Podrías fallar y morir.

—¿Tus planes suelen funcionar?

—Siempre. Cuando son ejecutados por una mujer.

A Joesai le agradó la forma en que se reía de él.

—¿Por qué te muestras tan servicial? ¿Quién se beneficia cuando los Kaiel reciben caridad?

—Soy la compañera de tu'Ama, quien desde hace mucho tiempo lucha contra la maldad del Viento Rápido. Deben ser derrotados. Pero por más que Ama es un hombre resuelto, carece de la astucia de un líder. Si no recibe ayuda, es posible que el derrotado sea
él.

—Soy un aliado peligroso para este amante tuyo.

Con furia y tristeza a la vez, ella colocó la taza o'ca sobre la mesa.

—¡Ni siquiera comprendes de qué te hablo! ¿Qué puede hacer tu'Ama? ¡Nosotras lo sabemos! Las Liethe están entre la espada y la pared... los Kaiel y el Viento Rápido. Se me ha colocado a tus pies, como obsequio, para que en caso de vencer te muestres piadoso en tu venganza. Nos has sorprendido al venir aquí. Han habido muchos preparativos para enviarme a tu campamento.

—Probablemente no te habríamos admitido.

—¿Pero y ahora, si te ayudo?

—No.

—¡Entonces no arriesgaré mi vida enviándote al Templo para rescatar a tus amigos! —exclamó ella mientras se ponía de pie.

—¡Vaya! ¡Lo que sugieres es un trato! —Se echó a reír—. Tendré que reconsiderarlo. Veamos. A cambio de tu ayuda quieres que te permita servirme y complacerme.

—Y amarte.

—¿Cómo podría negarme?

Capítulo 51

Un hombre sabio actúa antes de que Dios atraviese la Constelación del Cuchillo. Cuando el Cuchillo se configura, ¿se clava en la tierra o en las costillas de un hombre?

Del Compendio del Cínico

Como una silueta dorada, el Templo de los Mares Embravecidos se alzaba sobre una antigua elevación volcánica que desafiaba los embates implacables del Njarae. La enorme estructura era uno de los Grandes Templos más vetustos de todo Geta. Como tal, carecía de elegancia y de altura. Las paredes eran gruesas y toscas. Construidos por los esclavos de los primitivos Mnankrei, la principal belleza de estos Templos para adorar a Dios estaba en los peñascos que parecían inclinarse en una reverencia a sus pies.

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