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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (9 page)

Los dueños de la aseguradora que, desde luego, eran candidatos a la quiebra técnica, pagaron sin chistar los 4.000 dólares estipulados en el contrato, y con ellos Belle regresó a Chicago dispuesta a seguir montando flamígeros negocios. En esta ocasión fue una pastelería, después de cobrar Belle se sintió algo observada por el temeroso mundo de los seguros, demasiados incendios para una sola persona.

Con los ahorrillos, nuestra pirómana ocasional se esfumó para dar con sus huesos en el condado de La Porte, un bello paraje de Indiana donde compró una granja y algunos terrenos.

Lejos de la felicidad, nuestra viuda estaba triste, había viajado desde su granja en Noruega para acabar de granjera en los Estados Unidos. No era justo, y para colmo, se encontraba sola y con tres niños adoptados a los que cada vez quería menos. Para mayor desgracia, su cuerpo seguía engordando y sus dientes parecían perlas dada su escasez. Belle, ya cuarentona, no se las prometía muy felices, pero en 1902 apareció en su vida un tal Peter Gunnes, paisano suyo de carácter alegre y que muy pronto congenió con ella. Se casaron de inmediato, y para asombró de la propia Belle, quedó encinta a pesar de sus cuarenta y cuatro orondos años.

La noruega era muy trabajadora, sus tareas en la granja pasaban por la muerte y preparación de cerdos, vacas y cualquier ganado que se pusiera al alcance de los afilados utensilios esgrimidos por esta mujer.

Las compañías de seguros no daban abasto, la «viuda negra» actuaba con total precisión, siendo uno de sus métodos favoritos pegar fuego a todo aquello que pudiera darle suculentos beneficios, fueran inmuebles o personas.

La matarife veía con profundo desagrado que su marido no atendiera las faenas cotidianas, menos mal que accedió a contratar una póliza de seguros que dejaran a Belle y sus hijos atendidos en caso de que Peter Gunnes sufriera cualquier inesperado accidente. Y así ocurrió. Pocos días más tarde una trituradora de carne para salchichas se desplomó inesperadamente sobre el débil cráneo de Peter. El crujido fue horrible, y Belle no pudo reprimir que una lágrima o quizá dos, resbalaran por sus mejillas. En ese momento nadie quiso hacer caso a Jenny, la hija mayor de Belle, quien de forma alocada, salió corriendo mientras gritaba: “mi mama ha matado a mi papa”. En lugar de creer a la niña el seguro pagó religiosamente los 4.000 dólares contratados.

Una vez más Belle se quedaba sola, viuda, madre y granjera. ¡Pobrecilla!, decían todos. Por si fuera poco, al mes del fatal accidente que acabó con la vida de Peter Gunnes, nació el hijo de ambos, justo al mismo tiempo que Jenny desaparecía para siempre. La explicación que Belle ofreció a sus vecinos fue que la pequeña de tan solo diez años había sido enviada a Los Ángeles para completar su formación académica.

Belle, cuál conquistadora de corazones, se puso manos a la obra. Se trataba de conseguir el mejor marido posible, no sería fácil, pues a estas alturas la noruega estaba algo perjudicada en su estética, más de ciento treinta kilos de peso, la piel algo ajada por los trabajos del campo, y ni un solo diente o muela en su boca. Algo había que hacer, y lo hizo. Adelgazó algunos kilos y con los dólares obtenidos del seguro de vida se compró una dentadura postiza de oro. Cuando se sintió nuevamente bella, insertó anuncios en los periódicos que tenían secciones de contactos amorosos. Se ofrecía como una mujer joven, hermosa y de buena posición. El propósito no era otro sino contraer matrimonio para unir su fortuna a la de un rico galán. Los granjeros de las inmediaciones también se acercaron a cortejar a la viuda Belle, pero siempre fueron rechazados, acaso porque no cumplían con las expectativas de esta insaciable vampiresa.

Los anuncios impresos fueron atendidos por decenas de maduritos dispuestos a complacer a una mujer interesante y con la bolsa llena de dólares. Eso sí, Belle no se entregaría a cualquiera, en sus textos románticos afirmaba que ella valía por los menos 20.000 dólares y que para demostrar la seriedad del pretendiente este debía presentarse ante ella con no menos de 5.000, de lo contrario no merecía la pena iniciar el coqueteo.

Belle Gunnes junto a sus tres hijos. Una imagen familiar y tranquila que contrasta bastante con su estilo de vida.

Durante semanas los aspirantes fueron llegando a la granja de Belle; ella los recibía con la sonrisa reluciente de sus dientes de oro. Eran escenas bucólicas llenas de romanticismo, eso no me lo pueden negar. Cada candidato ponía sobre la mesa sus dólares en efectivo como muestra de afecto sincero, Belle tras contar la suma prometía al incauto un matrimonio ardiente y lleno de emociones. Esto último, hay que decir que siempre lo cumplió. Pero no lo de consumar la unión, dado que los hombres iban desapareciendo uno tras otro.

En aquellos años del siglo XX las comunicaciones no estaban demasiado extendidas, cada viajero podía invertir varias semanas en ir de un lugar a otro sin dar noticias. Por tanto, que se evaporaran estas personas sin dar mayor explicación, no era tan extraño, y, además, buen número de ellos eran lobos solitarios sin familia que los reclamase.

Restos de la casa de Belle en LaPorte, Indiana.

Tras siete desaparecidos llegó George Anderson. Como con todos, Belle realizó el habitual protocolo de bienvenida y negociación, Anderson aceptó encantado contraer matrimonio con Belle, pero la noche caía y la jornada había resultado agotadora para el bueno de George. La viuda, ante todo educada, le ofreció quedarse a dormir en una cama muy confortable que ella tenía para sus mejores invitados. George, sin pensarlo mucho, aceptó complacido y se dispuso a echar un reconfortante sueñecito. En mitad de la madrugada se despertó sobrecogido por una mala pesadilla, al abrir los ojos se encontró con una imagen espectral, nada menos que Belle mirándolo fijamente mientras sujetaba una vela a punto de apagarse. Anderson salió corriendo y no paró hasta llegar al pueblo más cercano, eso lo convirtió en el único superviviente de la viuda Belle. Pero esta sin inmutarse continuó con sus trabajos de prospección marital.

En 1906 conoció a un jornalero llamado Ray Lamphere, al cual contrató para trabajillos esporádicos en la granja. Con el tiempo también la sirvió como amante ocasional entre tantos pretendientes que, por cierto, seguían acercándose sin saber que estaban a punto de ser abducidos y no precisamente por extraterrestres.

En enero de 1908 se presentó Andrew Helgelien, quien a diferencia de otros aspirantes tenía buena educación y dinero líquido en la cuenta corriente. Andrew se quedó varias semanas en la casa de Belle, parecían congeniar y la noruega se mostraba encantada ante esa presunta alma gemela.

Pero como en todas las tragedias surgió la fatalidad. Lamphere, celoso y borrachín, había sido el cómplice perfecto cubriendo las actuaciones de su amante. Sin embargo, Andrew se estaba extralimitando en lo que el jornalero entendía como normal. Una noche se presentó en la taberna del pueblo mascullando a un amigo: “Ese Helgelien ya no me molestará más” ¿Qué le había ocurrido al pobre Andrew? Nada se supo de él, solo que la mañana anterior a su hipotética marcha visitó el banco donde extrajo 2.900 dólares en efectivo.

La gente comenzó a murmurar que algo raro estaba sucediendo en la granja de la viuda Belle. Para mayor sospecha llegaron cartas del hermano de Andrew solicitando información sobre su paradero. El asunto se complicaba por momentos, Belle, nerviosa como nunca, despidió al parlanchín Lamphere contratando otro capataz menos hablador. El despechado amante se lió con otra mujer, pero sin cesar el acoso sobre la propiedad de la viuda.

El 27 de abril, una temerosa Belle concertaba cita con su abogado comentándole con voz trémula que se sentía amenazada por su antiguo empleado, el cual, entre gritos insultantes, le había amenazado con que prendería fuego a la granja con ella y sus hijos dentro. Por desgracia, el vaticinio se cumplió y al día siguiente una densa humareda, proveniente de la casa, alertó a los vecinos sobre la desgracia que estaban a punto de descubrir. En efecto, una vez allí comprobaron con horror como entre los restos carbonizados de la vivienda se dejaban ver cuatro cuerpos destruidos por las llamas, tres pertenecían a los hijos de Belle, todos de corta edad, pero el cuarto era el más enigmático de todos, dado que le faltaba la cabeza. En principio, se pensó que el cuerpo era de la infortunada Belle, sobre los restos se adivinaban algunos anillos de oro que la viuda se había ocupado de enseñar a todos en jornadas anteriores. Además, en una de las estancias de la casa se encontró una dentadura postiza que identificaron como propiedad de la noruega. Pero algo no encajaba, y es que las dimensiones del cuerpo carbonizado no se correspondían con las de la viuda. ¿Qué estaba pasando?

A los pocos días llegó Asle Helgelien, buscaba a su hermano Andrew desaparecido hacía cuatro meses. Al enterarse de la noticia, insistió al sheriff para iniciar una exhaustiva investigación por la zona. Con más dudas que argumentos, los hombres de la ley comenzaron a cavar en los terrenos próximos a la granja.

Las sospechas de Asle no tardaron en confirmarse. Como si de una cosecha se tratase, los policías comenzaron a recolectar cuerpos enterrados, el de Andrew fue de los primeros en aparecer, después se recobró el cuerpo de la pequeña Jenny, más tarde, otros tantos, era un auténtico campo de los horrores. Tan solo se pudieron identificar unos pocos, aunque las excavaciones dieron como primer resultado el desenterramiento de catorce cadáveres desmembrados.

En los cuerpos se podían ver toda suerte de fracturas y cortes, en algunos hoyos se descubrió con horror colecciones de brazos y piernas agrupados como si fuesen macabros tesoros. Finalmente, en un viejo pozo se encontró un cráneo aislado. ¿Era el de Belle?

Se detuvo, sin contemplaciones, a Ray Lamphere con la acusación de cómplice de la viuda Belle y asesino de la misma y sus hijos. El 9 de noviembre de 1908 fue juzgado y condenado por esas causas. Sin embargo, un año más tarde, cuando se encontraba en la cárcel a punto de morir por tuberculosis solicitó la confesión con el cura de la prisión al que expuso, con todo detalle, la supuesta verdad de los hechos, y esta no era otra, sino que Belle lo había dispuesto todo para esfumarse de aquel sitio, donde, según Lamphere, había asesinado con su ayuda a cuarenta y dos personas. Ella misma preparó la coartada asesinando a una pobre camarera a la que mediante engaño atrajo a su casa donde acabó con su vida. El pecado de esta mujer había sido parecerse físicamente a Belle.

Lo cierto es que la confesión de Lamphere sobrecogió a los investigadores, fue entonces cuando alguien recordó la enorme dosis de estricnina que se había encontrado en los cuerpos quemados, así como las menores dimensiones del cadáver decapitado. Todo empezó a encajar, las noticias circularon a velocidad inaudita, Belle podía estar viva y disfrutando del dinero robado a sus víctimas.

Como en las mejores leyendas urbanas, Belle fue vista en decenas de ciudades y pueblos, todos creían haberse topado con la viuda negra. Y lo cierto amigos es que jamás se pudo resolver la duda sobre si Lamphere dijo la verdad o no en su lecho de muerte. Sea cómo fuere, el caso de la viuda Belle entró a formar parte del folklore norteamericano, incluso su historia se llevó al teatro bajo el título
El misterio de la señora Gunnes
. Nunca sabremos lo que pasó realmente con esta psicópata, si murió abrasada o llegó a respetable viejecita adinerada. Lo único real es que asesinó a hombres, mujeres y niños como si de una bestia inhumana se tratase, supongo que ahora tendrá una magnífica granja en el infierno.

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