Ficha policial con las huellas dactilares del criminal más buscado de América en los años ochenta.
Theodore Robert Bundy nació en Filadelfia en 1946. Como cualquier psychokiller famoso su infancia fue sumamente complicada, hijo de madre soltera tuvo que aceptar con resignación el pasar como hermano pequeño de su madre ante la comunidad. Su abuelo fue un hombre autoritario y violento, nunca llegó a digerir que su hija se hubiese quedado embarazada sin estar casada y sin saber bien quién era el padre de su nieto. La joven madre obtuvo un trabajo como secretaria y confió la educación de su pequeño a los abuelos y a canguros ocasionales.
Pronto se sospechó de su vinculación con los crímenes, y se lanzó la orden de busca y captura. Había que acabar de una vez por todas con aquellos asesinatos que estaban conmocionando a la población.
Ted era un niño adorable y siempre dispuesto a sonreír, sin embargo, el pésimo ambiente familiar carente de cuidados y, sobre todo, cariño, comenzó a influir negativamente en su inquieta personalidad. Siendo mozalbete nació en él la necesidad de robar, seguramente porque veía que su madre y abuelos no conseguían los objetivos de bienestar que se habían planteado. Esto generaba una inmensa frustración en el clan, aunque todos confiaban en que el pequeño Teddy llegaría muy lejos. El muchacho se convirtió en un cleptómano, no es que le hiciera falta sustraer objetos ajenos, pero la experiencia le proporcionaba adrenalina suficiente para mitigar su cada vez mayor ansiedad.
Otra prueba ineludible que inculpó al asesino fueron las marcas de sus dientes dejadas en los cuerpos de sus víctimas.
De la cleptomanía pasó al
voyeurismo
cuando se quedó impresionado ante la visión de una mujer que se desnudaba en un piso iluminado y sin cortinas. En ese tiempo, el aspirante a psicópata fomentó el hábito de la masturbación ante cientos de revistas pornográficas que iba coleccionando escrupulosamente.
Como a todos los jóvenes, también para Bundy llegó la oportunidad de un primer amor; se llamaba Stephanie Brooks, una muchacha con aires de grandeza que esperaba a un príncipe azul que la sacara de su aburrida clase media para impulsarla al infinito y más allá. Stephanie era ambiciosa y soñaba con un marido ideal que tuviera un trabajo ideal con el que tener hijos ideales mientras vivía en una mansión ideal. Claro que estos sueños tan ideales no eran compatibles por el momento con lo que podía ofrecer Ted Bundy, él era un chico guapo, eso sí, pero no era suficiente para cubrir las expectativas de Stephanie y esta le dio calabazas en 1966, cuando apenas tenía veinte años de edad. Este asunto, que no sería en otra pareja más que una chiquillada, en Te d fue la vuelta de tuerca que terminó por desenroscar el entramado de su mente. Hasta entonces había disimulado sus anomalías con éxito. Desde el humillante rechazo de su amada todo iba a cambiar.
Expertos grafopsicólogos analizaron la escritura de Ted, destacando un marcado resentimiento y odio en algunos de los caracteres de su escritura.
Desolado por el revés sentimental trató de esforzarse para que al menos su madre se sintiera orgullosa con sus logros, quería destacar como fuera en aquella sociedad tan clasista. Se matriculó en la universidad de derecho y se inscribió en clases de chino, todo con tal de llamar la atención de su querida Stephanie. Te d era un estudiante ejemplar, o al menos eso intentaba dado que no era el más brillante del curso. No obstante mantenía una magnífica conducta que le permitió formar parte del Comité Asesor para la Prevención del Delito en Seattle. El chico desde luego prometía mucho, su madre y sus compañeros llegaron a pensar que tarde o temprano acabaría ocupando un lugar destacado en la política local. Algunos incluso apuntaron que con ese porte, esa cara y esa elocuencia, no tardaría en ser lo que se propusiera, por ejemplo gobernador del Estado de Washington. Pero Ted tenía otras inquietudes, el desprecio de su primera novia lo había marcado profundamente, en su alma anidaba un sentimiento de venganza que pronto lo abocaría al abismo.
Durante años urdió un patético plan para recuperar la confianza de Stephanie, trabajó febrilmente en su imagen pública, poco a poco, se fue acercando de nuevo a su primer amor. La amargura de no haber sido aceptado por ella lo corroía por dentro, el rostro angelical de la joven permanecía como una foto fija en su retina, era una obsesión constante y enferma. Ted pasó del amor al odio, ella representaba todo lo malo que le había pasado en la vida y lo iba a pagar muy caro.
Como es lógico, la sencilla y superficial Stephanie volvió a fijarse en el cada vez más popular Ted, ahora sí podía contar con su interesado amor y juntos alcanzarían los sueños más ilusionantes. Ted la correspondió diciéndola que siempre la había querido y que el ser rechazado años atrás no suponía ningún inconveniente, más bien lo contrario, ya que gracias a eso él había luchado con más denuedo para conseguir estar a la altura que ella exigía. Los dos tortolitos se casaron en diciembre de 1973. Por fin Ted Bundy conseguía el sueño de su vida, parecía que con Stephanie todo marcharía sobre ruedas. Sin embargo, la mentalidad enferma del depredador no le permitió pensar en nada más que la venganza. Mientras disfrutaban de su luna de miel, Te d agredió, humilló y repudió a Stephanie, profirió contra ella toda clase de insultos vejatorios; en definitiva, la estaba devolviendo el golpe sufrido por ella años atrás.
Días más tarde Ted Bundy cometía su primer asalto criminal. Curiosamente desde entonces todas sus víctimas guardarían algún parecido físico con Stephanie, morenas de pelo largo y lacio con raya en medio y vistiendo pantalones en todos los casos. La violencia desatada por este psychokiller es difícil de encontrar en otros de su calaña, utilizó toda suerte de estrategias para engatusar a sus víctimas. Desde enero de 1974 a febrero de 1978 recorrió cinco estados norteamericanos asesinando desde las veintitrés chicas que él confesó hasta las treinta y seis que aseguró la policía. Lo cierto es que nunca sabremos realmente cuántas murieron a manos de este psicópata sexual. La locura de Bundy lo arrastró a una masacre en la que todo valía con tal de satisfacer los íntimos deseos del agresor: golpes tremendos con barras de hierro y martillos, violaciones corporales de toda índole, mordiscos, penetraciones vaginales con palos metálicos, desgarramientos anales con ramas de árbol, estrangulamientos y todo el catálogo donde se inscribe la bajeza humana.
El 15 de febrero de 1978, David Lee, agente de policía de Pescola, detuvo a Ted Bundy cuando pretendía huir en su Volkswagen escarabajo.
Bundy era un sádico criminal que elegía a sus presas de forma aleatoria, únicamente se atuvo a lo impuesto por su particular estética macabra: rasgos y edad parecidos a los de Stephanie, ese fue su patrón de muerte.
En una ocasión tuvo la suficiente sangre fría como para violar y matar a dos chicas en Florida en la misma tarde mientras disfrutaba de un día playero en compañía de una novia. Tras realizar los dos crímenes se arregló para salir a cenar con su ligue como si nada hubiese pasado. Sí es cierto que algunas supervivientes lo identificaron y fue detenido, pero la nebulosa creada en torno a la eterna falta de pruebas provocó que Bundy escapara de la cárcel para reanudar su secuencia de asesinatos.
Evidentemente Te d Bundy se convirtió en el ser más odiado de su momento, pero hubo quien quiso ayudarle, pese a que la opinión pública estaba muy en contra de él y quería ver cómo se achicharraba en la silla eléctrica.
Uno de sus campos de venteo era la universidad, más en concreto, las residencias femeninas de estudiantes. En una ocasión Bundy se internó en uno de esos centros para consumar una de sus habituales fechorías. Esa noche estaba ciertamente animado, ya que violó consecutivamente a cuatro chicas, dos de las cuales fueron asesinadas a martillazos, dejando a las otras dos gravemente heridas y con trastornos psicológicos de por vida. Las actuaciones de esta bestia humana llenaron de miedo las calles de las ciudades norteamericanas, la policía destinó cientos de efectivos para descubrir y detener al depredador de Seattle. Sin embargo, la desconcertante forma de actuar del asesino impedía maniobras certeras.
El día que fue condenado a morir en la silla los locutores de las emisoras de radio pidieron a los oyentes que apagaran los electrodomésticos, a fin de garantizar que hubiera electricidad suficiente para freír a Bundy.
Por fortuna, Ted Bundy cometió un grave error el 8 de febrero de 1978. En esa fecha se encontraba en la localidad de Jacksonville donde robó una furgoneta marca Dodge. Con el vehículo se dispuso a cometer un nuevo asesinato, pero en esta ocasión algo salió mal y la chica huyó mientras un testigo anotaba la matrícula del furgón robado. Bundy, arrebatado por la ira y por las ansias de matar, buscó con avidez otra presa en esa misma noche, la desgracia quiso que se cruzase con una niña de tan solo doce años cuyo nombre era Kimberley Leach. Bundy desfogó su odio en el cuerpo de la pobre pequeña, sería la última víctima del monstruo. El aviso sobre el robo de la furgoneta dio sus frutos, el 13 de febrero se localizó el vehículo con los restos de la niña y un montón de huellas dactilares dejadas por Bundy. Dos días más tarde el agente de la policía de Pensacola, David Lee, detenía a Ted Bundy cuando trataba de escapar a bordo de su Volkswagen escarabajo. Era el fin de la pesadilla.