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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (16 page)

La policía se percató de inmediato sobre la inestabilidad emocional de Fish, un hombre que en ocasiones aseguraba ser Jesucristo y en otras recibía los mensajes del mismísimo San Juan Evangelista. En definitiva, el futuro ogro afirmaba escuchar voces sobrenaturales que lo impulsaban a perpetrar tropelías poco honorables a fin de expiar sus pecados sexuales en la tierra. Fish asoció todo lo que ocurría en su vida a la religión, eso al menos le liberaba del arrepentimiento.

Nota policial donde se reporta el secuestro de Grace Budd. El detective de Nueva York, William F. King, jamás se dio por vencido con este caso. En 1934, su meticulosa paciencia, finalmente dio sus frutos.

Si ahondamos en las raíces familiares de Fish encontraremos alguna explicación para todo lo que le estaba sucediendo, su madre por ejemplo también escuchaba voces por la calle, dos tíos suyos acabaron sus días en instituciones mentales y sus hermanos no corrieron mejor suerte, dado que los que no estaban perturbados se encontraban alcoholizados. Como vemos, el historial psiquiátrico de la familia Fish da para un libro y no seré yo quién se detenga en estas prendas pues bastante tengo con ocuparme de Albertito.

Nadie podía creer que tras la afable presencia de este anciano se escondía la mente de un horrendo criminal, de naturaleza tan salvaje que no dudó a la hora de matar a niños, para después comérselos…

Durante años el ogro deambuló por las calles de Washington y Nueva York, visitando en tres ocasiones, siempre por fuerza, instituciones mentales. El diagnóstico se repetía incesantemente, Fish manifestaba una clara psicopatía sexual con derivaciones hacia el sadomasoquismo; el propio paciente aseguraba que infringirse dolor era la única vía por la que podía recibir el perdón por sus pecados. Su sexualidad enferma le obligaba a cometer actos impuros y eso ofendía a la divinidad por lo que esta le exigía un pago en sacrificios especiales tales como autoflagelarse, o lo que es peor, la inmolación de otros cuerpos a cargo suyo. No obstante, los especialistas no consideraron la posibilidad de encerrar a perpetuidad a un ser con esas muestras anómalas de comportamiento. Fish en sus reclusiones esporádicas mantenía una actitud ejemplar, y no olvidemos que en esos años las plazas disponibles en instituciones mentales eran muy escasas. En consecuencia Fish no tardaba en salir nuevamente a la calle dispuesto a continuar con su particular guerra a favor del dolor. A pesar de sus delicadas circunstancias contrajo matrimonio y tuvo seis hijos a los que, como es obvio, castigaba con asiduidad. Su esposa no tardó en abandonarlo, algo a lo que Fish no dio excesiva importancia. Mientras tanto, seguía trabajando en su nuevo oficio de pintor de brocha gorda, se alojaba en pensiones de mala muerte de Nueva York y seguía trapicheando en negocios fraudulentos de poca monta.

Qué se sepa, no comenzó con el asesinato periódico de niños hasta haber cumplido los cuarenta años de edad, seguramente, en ese tiempo, sus voces interiores resonaron con más fuerza. La lectura de la
Biblia
se convirtió en su único consuelo; de los textos sagrados obtenía supuestamente todas las indicaciones que orientaban su vida. Cuando no encontraba respuestas en las escrituras, ideaba versículos o tergiversaba el significado de lo que leía para acomodarlo a su macabra forma de entender la existencia.

En 1910 se inició la macabra liturgia caníbal de Albert Fish, por entonces decenas de menores vagabundos desaparecían para siempre de las calles neoyorkinas; cabe suponer, según la investigación policial, que este personaje fue autor de muchas de esas desapariciones sin justificar. Durante veinticuatro años el ogro de Nueva York asesinó impúnemente sin que nadie sospechara lo más mínimo en aquel ambiente sobrecargado y caótico de una urbe más acostumbrada a la crisis y a la delincuencia que al orden impuesto por la ley. Por fortuna el psicópata cometió un lamentable error que a la postre daría con su detención.

En junio de 1928 la familia Budd insertó un anuncio en la prensa solicitando un empleo que aliviara su angustiosa situación económica, a los pocos días se presentó en su domicilio un venerable ancianito dispuesto a ofrecer trabajo al hijo adolescente del matrimonio, el cual contaba con apenas dieciocho años de edad. El presunto patrón dijo llamarse Frank Howard, un granjero que ofrecía quince dólares semanales por la prestación de servicios en su propiedad. La oferta no es que fuera muy suculenta pero la situación de los Budd no estaba como para entretenerse en pequeños detalles. Howard era el apellido falso utilizado por Fish. La intención de este no era otra sino zamparse el miembro viril del muchacho. Sin embargo, una vez establecidas las protocolarias relaciones se fijó en la dulce mirada de Grace, una de las hijas de los Budd de tan solo diez años. Su aspecto angelical despertó la libido del viejo antropófago quien decidió sustituir al chico por la pequeña para consumar sus abyectas intenciones. Fish convenció a los padres para que le permitieran llevarse a Grace con motivo del hipotético cumpleaños de su sobrina, a buen seguro, la niña pasaría una tarde deliciosa y prometió devolverla a casa antes de las nueve de la noche. Los Budd no desconfiaron ante la amable invitación del que ya se podía considerar jefe de su hijo, y entregaron a su niña, ignorantes de lo que estaba a punto de ocurrir. Únicamente, solicitaron a Fish la dirección donde iba a transcurrir la fiesta infantil, el anciano les facilitó unas señas falsas y con la pequeña de la mano se fue tranquilamente rumbo a la tragedia.

Grace no volvió a dar señales de vida, y como es obvio, Frank Howard tampoco. Los Budd desesperados al ver que su hija no regresaba pusieron el hecho en conocimiento de la policía. El inspector Will King se hizo cargo del caso; era uno de esos clásicos detectives curtidos en las calles de Nueva York.

Nunca daba un caso por perdido, durante meses estuvo investigando todo lo sucedido en torno a la desaparición de Grace. Intuitivo como pocos, imaginó que el secuestro de la niña no era un suceso aislado y que, posiblemente, estaba relacionado con otras desapariciones de niños en extrañas circunstancias que ya habían sido detectadas por la policía neoyorkina. Transcurridos seis años, el detective King seguía atando cabos, su perseverancia le hizo buscar la complicidad de un amigo periodista, junto a él diseñó un artículo en el que se explicaba que el secuestro de Grace Budd estaba a punto de ser resuelto. La argucia dio magníficos resultados. Tras la publicación de la columna periodística, una carta llegó al buzón de la familia Budd, el contenido de la epístola no podía ser más siniestro y concluyente. Con manos temblorosas aquellos padres leyeron unas líneas en las que el presunto asesino confirmaba la muerte de la pequeña. Por desgracia el criminal no se paró en los trazos gruesos y contó pormenorizadamente todos los detalles de su bestial actuación. En el relato se decían cosas como esta:
“El domingo 3 de junio de 1928 fui a casa de usted, cenamos y Grace se sentó sobre mis rodillas para darme un abrazo y decidí comérmela. Me inventé un cumpleaños y ustedes le dieron permiso para que me acompañara. La llevé a una casa abandonada de Wisteria Lodge en la que me había fijado. Al llegar me desvestí completamente para evitar las manchas de sangre, cuando me vio desnudo empezó a llorar, gritar y echó a correr, la alcancé, la desnu dé y empezó a patalear, morder y arañar. La estrangulé, corté su cabeza, la partí por la mitad y me la estuve comiendo en pedacitos durante nueve días, lo más sabroso fue su culito asado. Me la pude tirar pero no lo hice, su hija murió virgen…”
Tras leer esta carta procedente del infierno, un gesto de horror se adueñó de los Budd; rápidamente, contactaron con el detective King, quien ordenó un análisis detallado de la caligrafía así como de los folios y el sobre que el presunto asesino había enviado. En noviembre de 1934 el espectógrafo descubrió una marca muy curiosa que hasta entonces había pasado desapercibida para los investigadores. La marca era un pequeño membrete que identificaba el origen del sobre, este según el estudio procedía de la Sociedad de Socorros Mutuos de Chóferes de Nueva York. King por fin tenía una pista clara sobre el paradero del ogro. Con sus hombres visitó la aseguradora preguntando con tal precisión que al poco apareció un posible sospechoso.

Wisteria, la pequeña casa de campo ubicada en Westchester donde Albert Fish asesinó a Grace.

Fish indicó a la policía dónde podrían encontrar los restos de la pequeña Grace.

Reunidos en una cesta, la policía encontró los restos del cuerpo de Grace Budd y los guardó como evidencia.

El candidato a ogro se llamaba Lee Siscoski, un modesto conductor que desde luego no cumplía las expectativas exigidas a un psicópata criminal. Tras el interrogatorio Siscoski reveló haber sustraído material de escritorio perteneciente a la aseguradora, pero lo más importante fue que buena parte de las hojas y sobres robados habían sido depositados en una pensión ubicada en el 200 Este de la calle 52. King, con la sagacidad de un felino, no tardó en deducir que aquel chofer no era su hombre y urdió un pequeño plan para seguir adentrándose en el entramado del caso. Se desplazó a la pensión inscribiéndose como huésped. En el registro del hostal comprobó con excitación que la caligrafía de la carta enviada a los Budd se correspondía con la de un inquilino alojado en la pensión. Durante algunos días King vigiló los movimientos del que ya era principal sospechoso del caso. Albert Fish mientras tanto seguía con su rutina diaria sin percatarse que la policía pisaba sus talones. Un buen día Will King entró en la habitación de Fish dispuesto a encontrar las pruebas que incriminaran al anciano. Tras una rápida ojeada descubrió un baúl, al abrirlo se topó con un abultado paquete de recortes de periódico en los que se podían leer toda suerte de noticias relacionadas con las atrocidades cometidas por otros psicópatas asesinos. El principal grupo de artículos se centraba sobre Frizt Haarmann el carnicero de Hannover, otro ogro come niños como Fish. El veterano detective supo en un par de minutos que se encontraba ante un asesino de grueso calibre que incluso llegaba a imitar el comportamiento de otros psicópatas como él. Mientras se enfrascaba en la lectura de aquellos textos, llegó Fish. Los dos hombres se miraron fijamente a los ojos, King detuvo a Fish sin que este mostrara oposición alguna. El policía comenzó a explicarle sus derechos legales, pero en un descuido Fish extrajo de su bolsillo una navaja y con ella intentó agredir a su captor. Para King no supuso ningún problema reducir al viejecillo, y una vez esposado lo condujo a la comisaría.

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