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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (11 page)

La ciudad de la luz se conmovió ante unos sucesos para los que no hallaban explicación. Unas marcas rojizas en el cuello de las víctimas, una joven presa de los nervios… y poco más.

En la región de Indre vivía apaciblemente la familia Bavouzet. Durante algunos meses todo transcurrió con absoluta normalidad, pero el 16 de abril de 1907 una convulsión sacudió el hogar de los Bavouzet. Auguste, su hijo de nueve años apareció muerto con unas misteriosas señales rojas en su cuello. En principio los médicos pensaron en la meningitis. No obstante, la noticia se supo en París donde seguían muy pendientes de cualquier actuación realizada por la Weber. La muerte de Auguste desató la ira de la opinión pública, el escándalo fue notorio. Algunos abogados se ofrecieron gratis para defender a Jeanne, el propio doctor Thoinot investigó el caso concluyendo que la muerte del niño se debía a unas fiebres que los médicos provincianos no habían sabido diagnosticar. Incomprensiblemente, la niñera volvió a librarse de una clara condena. A estas alturas cualquier psiquiatra hubiese aventurado la posibilidad de un brote sicótico, un trastorno de la personalidad… Sin embargo, en esos años difíciles todavía para la investigación médica, era preferible mirar a otro lado y huir del grave problema al que se enfrentaban los especialistas de la época.

Los medios de comunicación de la época recogieron en sus páginas los terribles crímenes y la alarma social que causó el asunto. No en vano, cuando fue apresada, el pueblo se echó a la calle con ánimo de ajusticiar a la psicópata.

Jeanne recibió una última oportunidad. En esta ocasión, el doctor Georges Bonjeau, quién a la sazón era presidente de la Sociedad Protectora de los Niños, la ofreció un trabajo en el orfanato de Orgeville. Era como meter un ogro en el mundo de los niños. Al poco fue pillada
in fraganti
cuando intentaba estrangular a un pequeño de seis años. El hecho fue silenciado por un avergonzado doctor Bonjeau que despidió a la Weber con horror.

Jeanne, más confusa que nunca, regresó a París para trabajar de prostituta alojándose en una pensión de mala muerte. Aún era hermosa, pero sin familia y sin amigos. Ese mismo año estranguló al hijo de la patrona. Por fortuna la sorprendieron con el vestido y la cara llenos de sangre. El doctor Thoinot no tuvo por menos que reconocer que aquello era un cruel asesinato. Con todo siguió defendiendo su tesis anterior espetando que a Jeanne la habían trastornado entre todos y que aquel era su primer infanticidio. Una vez más ningún juez condenó a Jeanne Weber, pero en esta ocasión fue internada en el sanatorio mental de la isla de Nueva Caledonia donde falleció en 1909 víctima de sus propias manos. Nadie supo cómo lo había conseguido, pero lo cierto es que Jeanne Weber se estranguló así misma mientras vomitaba espuma por la boca. Así acabó la desesperada existencia de la estranguladora de París.

Henry Desiré Landru

Francia, (1869-1922)

Henry Desiré Landru

Francia, (1869-1922)

UN BARBA AZUL SEDUCTOR DE VIUDAS

Número de víctimas: 11 probadas, pero según la policía fueron entre 179 y 300.

Extracto de la confesión:
“Admito que posiblemente las engañé con fines lucrativos, pero créanme que soy inocente, ni siquiera se encender correctamente un fuego”.

En la memoria colectiva de los pueblos perduran, para sonrojo de los mismos, las acciones despiadadas de sus psicópatas más célebres. En el caso de Francia, es sin duda, la figura de Henri Desiré Landru la que suscita mayor número de comentarios casi siempre contradictorios; unos lo defienden, otros lo adoran y los más tuercen el gesto ante el recuerdo del que posiblemente sea el mayor asesino en serie del país galo.

Los crímenes de Landru han llamado y llamarán la atención de todo aquél que pretenda introducirse en el mundo de la investigación criminológica. Su comportamiento educado unido a su ironía y falta de escrúpulos conmovieron a una sociedad, ya de por sí aterrorizada por los millones de muertos caídos en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. En efecto, Landru actuó impunemente en ese contexto bélico; sus víctimas fueron preferentemente las viudas que iba dejando aquel conflicto que debía acabar con todos. Eso es quizá lo que convierte a Landru en un personaje odioso, ya que con una frialdad propia de latitudes polares, sedujo, mató y quemó a pobres mujeres con el fin de arrebatarlas los ahorros que habían logrado reunir en aquel tiempo de incertidumbre. Mientras tanto mantenía una doble vida sin que nadie se percatara de las atrocidades que estaba cometiendo por diferentes escenarios de París y Gambais. Su indolente mujer y sus cuatro hijos nunca sospecharon que su esposo y progenitor estaba entrando por méritos propios en la galería más oscura del crimen universal.

Landru era el perfecto psicópata, ninguna enfermedad mental lo atenazaba, sus matanzas eran premeditadas y cuando las cometía ningún remordimiento nublaba su mente. Sí amigos, nos encontramos ante una estampa característica del mal, y me atrevo a decir que ese mal disfrutó de su esencia más pura en el alma de un hombre al que todos conocieron como: “El Barba Azul de París”. Esta es su increíble historia, poco apta para la tranquilidad de corazones enamoradizos y solitarios.

Henry Desiré Landru nació en el corazón de París el 12 de abril de 1869. Hijo de una modesta familia obrera, su padre, hombre recto y religioso, trabajaba como fogonero en una fundición industrial. Por su parte, la madre conseguía algún dinero extra como costurera; en todo caso el clan Landru apenas tenía recursos económicos para sobrevivir en la luminosa ciudad de los impresionistas.

Henry creció bajo los atentos cuidados de sus padres; el niño no fue mal estudiante, su vivaz inteligencia hizo que prosperara en algunas disciplinas académicas, pero el joven tenía algunos defectillos, el principal de ellos era una obsesión creciente por el dinero y la buena vida, por eso, no es de extrañar que el ambiente familiar fuera cada vez más opresivo para la ambición desmedida del latente psicópata.

La Primera Guerra Mundial estaba acabando con la vida de muchos soldados y sus viudas, solitarias y ávidas de cariño, no dudaron a la hora de arrojarse a los brazos de Landru. Él tenía la fórmula para acabar con sus penas…

En 1889 se vio forzado al matrimonio por el inesperado embarazo de su prima hermana Marie Remy. Esta pobre mujer, aunque no murió a manos de su marido, fue posiblemente, la primera víctima de Landru. Con ella tuvo cuatro hijos a los que también engañó durante toda su vida.

Henry intentó prosperar como trabajador honrado, pero sabido es que los asalariados lo tienen francamente complicado si su deseo es acumular riqueza en pocos años.

Y es que los soldados iban cayendo en el frente uno tras otro, dejando suculentas sumas de dinero a sus desconsoladas mujeres. Sumas a las que el psicópata Landru iba a dar buen uso.

La mente de Landru comenzó a gestar malévolos planes para mejorar la fortuna que se negaba a los proletarios. Mientras preparaba un magnífico futuro, seguía dando tumbos por diferentes oficios: vendedor de muebles o de coches de segunda mano, administrativo y guardián de un garaje, cosas de poca monta para alguien que pretendía ser rico y popular en aquella sociedad donde alboreaba el siglo XX.

En 1909 una luz se encendió en el truculento cerebro de Landru, todo sucedió mientras leía con parsimonia los anuncios de contactos inscritos en la prensa parisina. De repente, se fijó en uno de los mensajes. En el texto una desconsolada viuda buscaba la pareja ideal que le proporcionara amor y estabilidad económica, a cambio ofrecía su renta y patrimonio inmobiliario.

Landru leyó varias veces el anuncio. ¡Pero cómo no se le había ocurrido antes! Eso era lo que andaba buscando desde siempre, una forma fácil de hacerse con miles de francos a cambio de un poco de amor y comprensión, solo eso. Desde luego si las viudas de Francia querían consuelo, Landru era el candidato idóneo.

Con nerviosismo trazó su primer plan fraudulento, el objetivo estaba claro, conquistar la confianza de pobres viudas y despojarlas de su dinero a cambio de promesas vanas e infundadas. A los pocos días insertaba un anuncio en un periódico de Lille. La respuesta fue inmediata y pronto se citó con su primera víctima, madame Izoret, de ella obtuvo la bonita suma de 20.000 francos. Por su parte, Henry aportó escrituras y pagarés tan falsos como los nombres que iría utilizando a lo largo de su peripecia criminal. La viuda Izoret no tardó en desconfiar del todavía inexperto Landru. Con los papeles fraudulentos se personó en una comisaría donde denunció la presunta estafa. Los inspectores detuvieron al perplejo aspirante a estafador y, posteriormente, fue condenado a tres años de cárcel. En ese periodo carcelario nuestro protagonista, lejos del arrepentimiento, ideó nuevas formas que mejoraran sus futuros timos. Estaba claro que lo habían cogido por permitir que la viuda lo denunciase, si la hubiese eliminado no habría tenido tantos inconvenientes y ahora disfrutaría como un sultán del botín. Por tanto, una vez saliera de la penitenciaría sería más cuidadoso preparando sus engaños a viudas, cambiaría su identidad tantas veces como actuaciones delictivas tuviera. De esa manera la policía lo tendría muy difícil si quería pillarlo.

Por desgracia para Landru, los gendarmes franceses lo detuvieron en cinco ocasiones más, todo le salía al revés. Su educación y talante se mantenían intactos, nadie de su entorno sospechaba que él pudiera ser un delincuente de poca monta. Su familia permanecía ignorante de todo lo que estaba ocurriendo, por lo menos su esposa así lo hacía ver.

Entre 1909 y 1914 Landru fue apresado en seis ocasiones; su madre murió, a buen seguro, por los disgustos que la ocasionaba su perdido vástago, lo del padre fue peor, pues avergonzado por tener un hijo delincuente y encima especializado en la estafa de viudas, no pudo soportarlo más y se ahorcó de un árbol en el Bois de Boulogne. Ajeno a la desgracia familiar que estaba ocasionando, Landru siguió perfilando fechorías sin inmutarse, confiaba en que algún día la diosa fortuna sonreiría su causa.

En 1914 escapó a una condena de varios años por su último fraude. La falta de pruebas, sus diferentes personalidades y, sobre todo, el estallido de la guerra entre Alemania y Francia, posibilitaron que Landru huyera de la pena impuesta.

Para mayor regocijo suyo, miles de franceses partieron al frente dejando a otras tantas esposas solas y a la espera de noticias que no siempre eran buenas, dado que por entonces la mortandad en los combates era extrema. Eso elevaba como la espuma el censo de viudas dando nuevas oportunidades al siempre dispuesto Landru que volvió a publicar anuncios en la prensa gala. El de mayor impacto fue uno que apareció en
Le Journal
de París, donde se podía leer lo siguiente: “Viudo, dos hijos, cuarenta y tres años, solvente, afectuoso, serio y en ascenso social, desea conocer a viuda con deseos matrimoniales”. Las respuestas no se hicieron esperar y cientos de mujeres angustiadas contestaron al llamamiento de aquel hombre, supuestamente integro, y dispuesto a entregar sin límites el amor que tanto necesitaban aquellas desconsoladas viudas.

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