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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers

 

Verdugos, estranguladores, antropófagos, asesinos en serie, ogros… en definitiva, el mayor elenco de psicópatas de la Historia al que pueden enfrentarse los lectores ávidos de sensaciones escalofriantes. El por qué de sus conductas, los motivos que los llevaron a convertirse en unos asesinos despiadados, todas las claves que podrían explicar sus pavorosos crímenes en este libro narrado de manera trepidante y amena.

La Viuda Negra, el Vampiro de Düsseldorf o el Ogro de Nueva York son algunos de los expedientes que con estilo ágil y ameno desgrana Juan Antonio Cebrián en una investigación periodística sin precedentes que aúna la historia con el misterio.

Descubre los más inquietantes detalles y los más truculentos acontecimientos de crímenes cometidos por individuos sin escrúpulos que antepusieron sus deseos, sus ambiciones, sus más nimios antojos a la vida de sus vecinos, de sus familiares, o de desconocidos que tuvieron, por obra y gracia de un destino macabro, la mala suerte de cruzarse en el camino de semejantes psicópatas.

Juan Antonio Cebrián

Psicokillers

Perfiles de los asesinos en serie más famosos de la historia

ePUB v1.0

Creepy
20.08.12

Título original:
Psicokillers

Juan Antonio Cebrián, 2007.

Editor original: Creepy

ePub base v2.0

Este libro está dedicado a mis hermanos

y compañeros de la Tertulia Zona Cero:

Carlos Canales, Jesús Callejo y Bruno Cardeñosa,

con ellos sería capaz de explorar

el misterioso infinito y aún más allá.

Introducción

Bienvenidos queridos lectores a mi quinta obra literaria. Como pueden comprobar, y si no utilicen la imaginación, me encuentro escribiendo estas líneas desde mi despacho estilo victoriano. Sí, ya sé que está algo vetusto y recargado, pero créanme que estos detalles son los que más me gustan. Acabo de apagar el enésimo cigarrillo, luego pasaré a la pipa, pero antes déjenme que les confiese que este es sin duda el libro más extraño al que me he enfrentado.

Todo sucedió en una mañana de hace algunos meses, recuerdo que ese día la temperatura había bajado ostensiblemente, me levanté tarde como siempre, y tras haber pasado la hora de rigor en el baño bajé las escaleras que conducían desde mi dormitorio hasta la cocina —lo mejor para inaugurar una jornada es desayunar a placer lo que el cuerpo pida—. Sin embargo, esa mañana fue distinta, algo estaba a punto de ocurrir y yo permanecía ajeno a ello dando buena cuenta de una tostada cubierta por mermelada de melocotón. Justo en el momento de hincar el diente sobre el pan sonó el teléfono —mi reacción y los improperios que solté será mejor que me los reserve—, cogí el auricular dispuesto a proclamar mi sed de venganza, pero la voz que llegó del otro lado calmó cualquier impulso criminal. Sí amigos, era él, con su voz profunda y entrañable, era él, mi querido amigo Fernando Jiménez del Oso. Este es un extracto de la conversación que se produjo entre los dos:

Fernando: Hola Juan Antonio, ¿te interrumpo?

Juan Antonio: No, no, ¡que alegría!, ¿cómo estás querido Fernando?

F.: Bien. Te llamó porque se me ha ocurrido una cosa.

J.A.: ¿Ah, sí?, ¿y qué es ello? —dije con la habitual ironía simpática utilizada en nuestras conversaciones.

F: Pues que escribas un libro para una colección que estoy preparando.

J.A.: Pero Fernando, un libro, me pillas muy mal, estoy terminando la Cruzada del Sur y me tengo que poner con la segunda entrega de Pasajes de la Historia. Estoy muy agobiado, no me hagas esto.

F.: Ya, pero a mí me gustaría.

J.A.: Y si aceptara ¿qué temática abordaríamos?

F.: No sé, algo de eso que tú haces sobre los psicópatas asesinos. ¿Qué te parece?

J.A.: Bien, pero ten en cuenta que son personajes muy complicados y que será difícil plasmar en papel todo lo que soy capaz de contar verbalmente en la radio.

F.: Estoy convencido que tú lo harás muy bien, de ahí mi llamada. ¿Puedo contar contigo?

J.A.: Sí, Fernando sí, eres único para hacerme entender qué es lo mejor para mí. Cuenta conmigo. ¿Algo más?

F.: Nada más, solo haz lo que tú sabes hacer y entrégalo rápido que Santos, el editor, tiene prisa.

J.A.: Pero si te acabó de decir que sí, cómo puede ser que tenga prisa.

F.: Es que le dije que ibas a decir que sí, ¿me perdonas?

Desde luego que las dotes de seducción de mi amigo Fernando son innatas y poco explotadas, pero conmigo siempre han funcionado. Con presteza prusiana comencé a seleccionar a los especímenes adecuados para confeccionar este trabajo.

Como saben buena parte de los lectores, dirijo hace unos años un programa de radio cuyo nombre es
La Rosa de los Vientos
. En la temporada 2001-2002 aparecieron los
Pasajes del Terror
, hijos ilegítimos y oscuros de los
Pasajes de la Historia
, si no recuerdo mal conté vida y crímenes de treinta y cuatro psicópatas asesinos. La sección fue un auténtico éxito de audiencia con casi trescientos mil oyentes en la noche de los martes. Este espacio se convirtió sin pretenderlo en un lugar de culto para los aficionados al género: caníbales, destripadores, ogros, bestias infernales, estranguladores y sangre, sobre todo mucha sangre, personajes de difícil evaluación. Las mentes más perversas engendradas por humanos. Un cóctel explosivo que saborearon los aterrorizados oyentes nocturnos de onda cero.

He seleccionado quince perfiles que no le dejarán indiferente en su butaca del salón. Por favor procure leer este libro con luz tenue y siempre a solas, lea con detenimiento, disfrute de cada página, notará como al poco algunas sombras empiezan a introducirse por las habitaciones de su casa, no se preocupe, son ellos, y ya no pueden hacer daño a nadie, han pagado sus culpas terrenas en el infierno y ahora sienten curiosidad por todo lo que se escribe o se habla sobre ellos. En el fondo no eran tan malos, pero las circunstancias, las humillaciones, las provocaciones los impulsaron a cometer toda suerte de actos delictivos. Eran psicópatas, pero no enfermos mentales, siempre supieron discernir entre el bien y el mal. ¿Por qué eligieron el lado oscuro de la vida?, supongo que este libro ofrece algunas claves para entender su comportamiento anómalo y antisocial, y si conocemos al enemigo tendremos la oportunidad de combatirlo.

Dicen los expertos en criminología que la infancia es sumamente importante a la hora de moldear nuestra personalidad; según esas mismas investigaciones, existe una tríada homicida que con frecuencia aparece en las pautas de conducta de los niños candidatos a psychokillers. Lo primero sería la micción nocturna en la cama hasta más allá de los doce años, lo segundo la obsesión por infringir daños a los animales domésticos o a los amiguitos y por último una gran atracción hacia el fuego. Como ven son asuntos que todos hemos vivido más o menos de cerca, porque ¿quién no ha provocado alguna vez un pequeño incendio?, ¿quién no ha clavado una mariposa en un cartón o ha metido insectos destripados en un frasco?, ¿quién no se ha hecho pipi alguna vez de pequeño? ¡Caramba!, intuyo que usted está en el grupo. No se sienta culpable, a veces estos pronósticos fallan, no necesariamente tiene que ser un psicópata por cumplir algunos de los requisitos establecidos. Ahora déjenme que atienda una visita inesperada, qué raro, quién podrá llamar a la puerta a estas horas de la madrugada, pero si es Santos, el editor, a lo mejor se ha enfadado porque no entregué el libro a tiempo:

J.A.: Hola Santos, ¿qué haces por aquí? Demonios que mal aspecto presentas, tienes los ojos inyectados en sangre y ese cuchillo. ¡Dios mío!, no lo hagas Santos, piensa en Nowtilus. No, Santos, no…

John Ketch

Inglaterra, (1630 - 1686)

John Ketch

Inglaterra, (1630 - 1686)

EL VERDUGO CRUEL

Número de víctimas: De 100 a 300 ejecuciones legales.

Frase favorita de Ketch:
“Yo soy el mejor remedio para curar el mal de traición, limpiaré Inglaterra de traidores”.

Durante siglos los verdugos han ejecutado su lúgubre trabajo con la complacencia de una dudosa legalidad. Han sido cientos de miles las víctimas de estos personajes de variado pelaje. Diríase, observando la biografía de alguno de ellos que, posiblemente, nos encontremos ante el perfil de un psicópata. No olvidemos, y en este libro los conoceremos un poco más, que los psicópatas no son, en contra de lo que se pueda pensar, enfermos mentales. El psicópata sabe discernir perfectamente entre el bien y el mal, por eso disfruta mucho más con la consumación de sus terribles actuaciones. En efecto, estos seres abominables son los más peligrosos del catálogo criminal, auténticos embajadores del infierno en la tierra. Sus fechorías, por inusitadas y crueles, conmovieron a la sociedad que los padeció en diferentes épocas.

Richard Jacquet es un fiel ejemplo de ello, su perfil psicológico sin duda cumple los cánones más escrupulosos de la psicopatía universal. Su solo recuerdo hoy en día en el Reino Unido sigue aterrorizando a jóvenes y mayores, los cuales denuncian ante los tribunales a todo aquél que se arriesgue a insultarles llamándolos con cualquier nombre por el que se conoce al verdugo más sanguinario de Inglaterra, en ese sentido: “John o Jack Ketch”, “Jack Catch” o el mismo “Richard Jacquet” son insultos considerados más gruesos y humillantes que otros exabruptos comúnmente utilizados. En 1926 un tribunal británico condenó por difamación a un ciudadano que había llamado a otro simplemente “Jack Ketch”, eso fue suficiente para que el juez lo condenara a una multa seguida de un pequeño escarmiento popular que consistió en arrojar a un estanque al difamador.

Existiendo en la historia miles de verdugos ¿por qué se hizo tan conocido Richard Jacquet? Momento es para descubrir su horrenda existencia teñida por la sangre de un número indeterminado de pobres ajusticiados. Nunca sabremos cuántos.

Las primeras noticias sobre Richard Jacquet se producen en 1663, hasta entonces nada se supo sobre este hombre marcado por un peculiar aspecto físico. Su cuerpo era diminuto y, en consecuencia, de escaso peso, el rostro horadado por la viruela no disimulaba el odio visceral que manaba de los vivaces ojillos de Jacquet. Sí amigos, Richard odiaba a la humanidad y eso no hay que perderlo de vista. Su pequeño tamaño y las huellas que la enfermedad había dejado en él, provocaban sin duda un pésimo sentimiento hacia esos congéneres que, a buen seguro, se habían mofado de él en la infancia y juventud.

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