Read Proyecto Amanda: invisible Online
Authors: Melissa Kantor
—Se puede hacer una web en un solo día —dijo Cornelia.
Todos nos giramos para mirarla.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Nia.
Cornelia volvió a encogerse de hombros.
—Ya te he dicho que es muy fácil.
Hal resopló.
—Sí, para ti.
—¿Podrías preparar una web? Pero no la… eh… —no podía creerme lo poco que sabía de la jerga informática. Me sentí un poco avergonzada.
—Que no la lance —terminó Cornelia por mí.
—Eso, que no la lances. Gracias —dije.
—No hay problema, podemos publicarla más tarde —dijo—. Pero primero tengo que registrar un dominio y conseguir un servidor.
—Me he perdido —dijo Hal—. Pero si es tan fácil como dices, quiero que lo hagas. Registra ese… dominio, o lo que sea.
—Un dominio y un servidor. Cuesta unos treinta pavos —dijo.
—Yo te los pago —dijo Hal.
—Lo pagaremos entre todos —dije pensando en los veinte dólares que llevaba en el bolsillo, y contenta de poder decir eso.
—¿Cómo queréis que se llame? —Preguntó Cornelia—. El nombre tiene que estar disponible.
—¿amanda.com? —sugerí.
—Seguro que alguien ha pillado ese nombre —dijo Cornelia—. La mayoría de los nombres propios están cogidos.
—¿Y amandavalentino.com? —propuso Hal.
—Podríamos meter fotos suyas, y también tus dibujos —le dije a Hal.
Se puso colorado cuando le propuse lo de los dibujos, pero no se negó.
—Deberíamos poner el nombre que le dio a la mujer de los apartamentos Riviera, e incluso el tuyo —el entusiasmo de Hal iba en aumento—. Puede que ya usara esos seudónimos antes.
—No quiero ser aguafiestas, pero esto me suena a «intento inútil n.° 101 de encontrar a Amanda» —dijo Nia, que estrujó la bolsa de su sándwich para enfatizarlo.
—Sea como sea —dijo Hal—, me sentiré mejor si la vamos preparando.
Lo dijo en voz baja, y con tanta seriedad que sentí una cierta inquietud. Le miré.
—Crees que vamos a necesitarla, ¿verdad? —pregunté. Nuestras miradas se encontraron, pero Hal no sonrió ni cambió su tono de voz.
—Como ya he dicho, me sentiría mejor si la vamos preparando.
El viernes por la mañana, en cuanto entré en la clase de Historia. Heidi montó el numerito de darme la espalda y se puso a hablar con Lexa Brooker. Me pregunté si estarían hablando de mí, y también si Lexa acabaría convirtiéndose en Lexi.
Mientras salía de la clase de Ciencias para ir a la de inglés, me encontré con Lee, que iba acompañado de Keith y de Jake. Nos miramos y recordé el beso que me había dado en la frente en la fiesta de Liz, y lo que me había dicho sobre lo guapa que estaba mientras limpiaba el coche de Thornhill. ¿Podría un chico tan agradable preguntarse por lo que alguien tan mezquino como Heidi pensara de su novia?
—Hola —le saludé, pero cuando termine de pronunciar las palabras, me di cuenta que ni siquiera había reducido el paso para verme.
Lee dudó unos instantes, después se pasó la mano por el pelo y musitó un saludos sin siquiera mirarme a los ojos.
—Chao —dijeron Keith y Jake, y siguieron caminando, sin reparar siquiera en mí.
Lee y yo nos quedamos en medio del concurrido pasillo, mientras los demás alumnos revoloteaban a nuestro alrededor, de camino a sus clases. Era extraño que un lugar tan estridente como ese pudiera parecer tan silencioso al mismo tiempo.
—Ya no soy una Chica I —le solté.
—Eso he oído —dijo Lee.
Esperé a ver si decía algo más. Algo como: “Qué más da si eres o no una Chica I. Lo más importante es que eres mi chica”
—He estado saliendo con Nia Rivera —dije.
—Su hermano es un tío legal —dijo Lee que seguía sin mirarme a la cara.
—Ya —dije. Me ardían los ojos.
Con evidente incomodidad, Lee se echó la mochila al hombro. Yo inspiré profundamente.
—Entonces, ¿nosotros…?
Sonó la campana.
—Tengo que irme —y empezó a darse la vuelta—. No quiero llegar tarde a la clase del monstruo de Masterson.
—Claro —asentí—. No quiero entretenerte.
—Ni yo —dijo Lee y, supe que no me había imaginado la expresión de alivio que se dibujó en su cara cuando se dio la vuelta para irse—. Ya nos veremos —dijo mirando hacia atrás.
—Sí —me sequé rápidamente las lágrimas traicioneras que se habían deslizado por mi mejilla—. Ya nos veremos.
Me alegré tanto de ver a Nia y a Hal a la hora de la comida, que me entraron ganas de ponerme a gritarlo a los cuatro vientos.
En cuanto me senté con ellos, Hal empezó a hablar:
—Tengo un plan. Amanda quiere que la busquemos, y eso es lo que vamos a hacer. Quiero que cada uno haga una lista con los lugares a los que Amanda podría ir un viernes en la noche. Cada uno elegirá… tres, sí, tres está bien. Y esta noche los visitaremos todos para tratar de encontrarla.
—¿Crees que todavía sigue en Orion? —preguntó Nia, que me dio un bocado de otro de los maravillosos sándwiches de su madre, este de salami con queso provolone.
—Bueno, aún sigue dejándonos mensajes —señaló Hal.
—Sí, pero a estas alturas ya podría estar perfectamente en París —dije—. O en Roma. O puede que haya ido a reunirse con su padre en Latinoamérica.
—De no ser porque su padre está muerto —nos recordó Hal.
—De no ser porque no lo está —dije yo.
—Vale —me interrumpió Nia—, me alegro de que hayamos aclarado eso. Pero, volviendo a tu plan, Hal, nueve lugares me parecen demasiados. ¿Crees que nos dará tiempo a verlos todos?
—Esa es la cosa —Hal se inclinó hacia delante, cada vez más entusiasmado con su plan—. No serán nueve lugares. Estoy seguro de que si cada quien elige tres, coincidiremos en bastantes de ellos. Me sorprendería que tuviéramos que ir esta noche a más de tres lugares o cuatro sitios distintos.
Pensé en lo que estaba diciendo Hal. ¿A dónde iría Amanda un viernes por la noche? ¿Tendría un grupo diferentes de amigos en Orion, con los que estuviera saliendo ahora en lugar de estar con nosotros?
—¿Pensáis que puede tener algo así como otra identidad? —pregunté. La sola idea me produjo un nudo en el estómago.
—¿Cómo sí fuera un espía? —preguntó Nia—. Bueno, si alguien puede hacer eso, sin duda es Amanda.
—No me refiero a algo tan extremo, sino más bien… ¿Y si ahora mismo se encuentra en otro instituto, sentada con sus amigos? Como si estuviera en un universo paralelo.
—Me pregunto si llevaré gafas en ese universo —murmuró Nia mientras jugueteaba con un mechón de su pelo.
—Ja, ja —le repliqué—. Lo estoy diciendo en serio.
Hal se presionó la frente con los dedos y soltó un gruñido.
—De ser así, nunca la encontraremos.
—Eso es lo que estoy diciendo —comenté.
—Pues yo no creo que sea así —afirmó Nia—. Ella tenía una vida aquí. Sí, a veces se saltaba las clases, pero no más de una o dos veces a la semana. Eso significaría que tendría que faltar al otro instituto cuatro o cinco días.
Pensé en la vez que, después de pasarnos la noche en vela mirando las estrellas, Amanda y yo hicimos pellas para dormir, y después nos fuimos a tomar café moca en el Solo Postres y a ver una reposición de 2001: Una odisea del espacio. También recordé los retratos de Amanda que había dibujado Hal en los muelles Blatimore; puede que entonces también faltaran a clase. Nia, por su parte, no parecía ser el tipo de persona que hace novillos, pero si alguien podía convencerla de que quebrantara las reglas, era sin duda Amanda.
Eso suponía al menos tres días en los que faltó al Endeavor para ir a otro instituto.
—La verdad es que si parece demasiado complicado matricularse en dos institutos diferentes y tratar de asistir a ambos —asintió Hal, y entonces, como si me hubiera leído la mente, añadió—: Especialmente si no está siempre en algunos de ellos.
La campana sonó y los tres nos levantamos para empezar a recoger nuestras cosas.
—¿Cuál es el plan? —pregunté mientras salíamos de la cafetería.
—Podemos quedar a las cuatro en la plaza —propuso Nia—. Está bastante céntrica.
—Vale —asentí—, suena bien.
Justo cuando pasamos junto a la zona de dirección, la puerta se abrió y apareció el señor Thornhill, que estaba hablando con un alumno al que no reconocí y con su madre, y cuando se dio la vuelta para volver a su despacho, nos vio.
—Vaya —dijo al tiempo en que hacía una ligera reverencia—. El señor Bennet, la señorita Rivera y la señorita Leary. Por lo que veo, pasáis mucho tiempo juntos como para haber repetido tantas veces que no sois amigos.
—Hola, señor Thornhill —Nia estaba sorprendentemente serena.
Lo miré brevemente, pero después aparté la mirada.
No había vuelto a verlo desde que había leído la nota de mi madre, y me resultaba imposible no mirarlo de una forma diferente ahora que sabía que mamá le había pedido que cuidara de mí ¿Por qué lo habría escogido a él? ¿Qué sabría Thonhill de mi madre, de mi familia y de mí, que yo no supiera?
Thornhill respondió al saludo de Nia con un tono suave y divertido.
—Seguro que estáis deseando que llegué mañana, para que pasemos otro rato juntos.
Mierda, el castigo. ¿Solo había pasado una semana desde entonces? Habían ocurrido tantísimas cosas que me había olvidado de que al día siguiente tendríamos que volver a la biblioteca.
Sin perder un segundo, Nia le respondió:
—No me lo perdería por nada del mundo, señor.
Hal también decidió intervenir:
—Es un plan estupendo para el sábado por la mañana, señor.
—Llevo esperándolo toda la semana —dije con el mismo tono desenfadado.
Una sonrisa intentó asomar en la comisura de los labios del señor Thornhill, pero el subdirector no la dejó escapar.
—No he vuelto a saber nada de vuestra amiga desaparecida —dijo—. Reconozco que es un récord, incluso para mí. Espero sinceramente que uno de vosotros, o los tres, me cuenten algo pronto sobre su paradero.
—Estaría bien —dijo Nia sosteniéndole la mirada sin pestañar—. Si fuéramos amigos suyos, tal vez podríamos ayudarle —creo que no hay en el mundo nadie más descarado que Nia.
—Y si os dais prisa en contármelo, los tres podríais pasaros la mañana del sábado durmiendo tranquilamente—dijo el señor Thornhill, que había hecho oídos sordos a la afirmación de que no éramos amigos de Amanda.
—Todo es posible —dijo Hal
—Nunca se sabe —añadí.
—Hmmm —refunfuño el señor Thornhill—. Bueno que tengáis un buen día.
Dicho esto, se dio la vuelta y desapareció en la zona de dirección. Nia se encogió de hombros cuando nos quedamos mirándola.
—Bueno, valió la pena intentarlo
Hal, Nia y yo nos despedimos. Me pasé la mayor parte de la tarde pensando en el señor Thornhill, mientras trataba de imaginarme dónde podría estar Amanda si aún siguiera en Orion. Caí en la cuenta del que el subdirector no habría expulsado nunca a Amanda, a pesar de que incumplía todas sus normas sistemáticamente. ¿Y no era un poco extraño que, si tantas ganas tenía de saber dónde estaba, no llamara a sus padres? ¿Qué ponía en sus expedientes oficiales? ¿Por qué nos había castigado durante un mes cuando parecía saber que éramos inocentes? ¿Era esa su idea de cuidar a alguien?
Por millonésima vez, volví a pensar en la carta que Hal y yo habíamos visto en el coche. Deseé, más que cualquier otra cosa, poder leer su contenido.
A las cuatro en punto llegué con la bici a la plaza. No se me ocurrió ningún lugar además del Solo Postres para poner en la lista, pero Amanda había dicho que era su sitio favorito para ir a tomar un frappuccino, así que podía ser importante. También estaba la tienda en la que nos habíamos hecho el tatuaje de henna, pero me daba la impresión de que Amanda no debía de ir demasiado por allí. Una vez habíamos ido a dar una vuelta por Peak Park, y Amanda había dicho que, cuando atardecía, le encantaba sentarse en ese cenador que había junto al lago, así que el parque y el Solo postres fueron los dos lugares en los que consideré que podríamos encontrarla. Hacía un día estupendo, la primavera ya se notaba en el ambiente. Si había noche perfecta para disfrutar de una taza de café al aire libre mientras veías una hermosa puesta de sol, tenía que ser esa. Cuando Nia llegó, al principio me costó reconocerla. Llevaba un vestido corto negro, un jersey del mismo color, tacones y gafas de ojo de gato. También llevaba una larguísima boquilla (sin cigarrillo) entre los labios, pintados de un rojo brillante. No sé cómo se las había arreglado para montar en bici vestida así.
—Hola —me dijo, y se bajó de la bici con una elegancia de la que no la habría creído capaz.
—Hola —le respondí—. ¿A qué vienen esas pintas?
—Hoy hay un ciclo de cine dedicado a Audrey Hepburn en El Villa —dijo Nia refiriéndose al cine de Orion en el que Amanda y yo habíamos visto 2001—. Si Amanda sigue por aquí, no se lo perdería por nada del mundo.
La piel de Nia era del color del caramelo, y sus ojos, perfilados con rímel, resaltaban muchísimo bajo sus elegantes gafas. ¿Cuándo se habría vuelto tan atractiva?
Al parecer, cuando no miraba nadie.
Por el contrario, yo llevaba unos vaqueros viejos y unas botas de senderismo por si decidíamos ocultarnos entre los arbustos para ver si Amanda aparecía por el cenador. Por si mi aspecto no fuera lo suficientemente encantador, me había metido uno de los bajos del pantalón por debajo del calcetín para montar en la bici, y mi sudadera tenía un enorme trébol en el pecho y en la espalda ponía La Taberna de Bill. Si Nia se parecía a Audrey Hepburn , yo parecía la hermana monstruito y harapienta de la actriz.
Poco después, Hall llegó a bordo de su bici. Lo reconocí, aunque también iba vestido de forma extraña.
—Bonsoir —dijo mientras se quitaba la boina de la cabeza para saludarnos. Llevaba una camiseta negra de cuello alto y vaqueros del mismo color.
—Bonsoir —dijo Nia, y ahora fue ella quien pregunto—: ¿A qué vienen esas pintas?
—Hoy hay un recital poético en Aqua —dijo Hal—. Era su cafetería favorita.
—¿Aqua? —Pregunté— Nunca me habló de ella. El Solo Postres era su sitio favorito para tomar café.
—Pero si ni siquiera tomaba café —replicó Nia sacándose la boquilla de la boca—. Decía que la cafeína es veneno.
—Estás de coña, ¿no? —Hal se ajustó la boina—. Amanda era capaz de beberse un café con leche doble sin pestañear.