Read Proyecto Amanda: invisible Online
Authors: Melissa Kantor
—¡Fuera de mi casa! —Brittney se quedó señalando la puerta mientras recuperaba el aliento. Gracias al yoga, debía de conocer muchos métodos de respiración para relajarse, pero en este caso no le sirvieron de nada—. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera pequeño monstruo!
—¡No soy un monstruo! —chillé—. ¡El único monstruo es tu hija!
Dicho esto, salí corriendo por la puerta principal, me monté en la bici y salí a tanta velocidad que estuve a punto de chocarme con un camión de reparto que estaba entrando en la manzana. El potente claxon del camión pareció ser la guinda a las acusaciones de la madre de Heidi. Durante todo el camino hasta el instituto, el sonido de ambos siguió retumbando en mi cabeza.
Todo había sido en vano: la nota de Amanda, la conversación con Nia y Hal, la confesión ante la madre de Heidi... No había conseguido nada. Brittney rechazaría mi historia, aduciendo que eran los desvaríos de una lunática perturbada. ¿Y qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Ir a la policía? Si Brittney Bragg me había echado a patadas de su casa, ¿qué haría el jefe Bragg? ¿Echarme de la ciudad? ¿Arrestarme por calumniar a su hija?
¿Y qué pasaría con Heidi? Si había destruido socialmente a Nia por chivarse de que había copiado, ¿qué le haría a la chica que había intentado revelar sus acciones criminales? Durante el resto de la mañana, esperé que me llegara de un momento a otro un mensaje suyo que dijera: «ESTÁS MUERTA».
Pero mi móvil no vibró ni una sola vez desde que entré en el laboratorio de biología hasta que sonó la campana del almuerzo.
Como de costumbre, me dirigí a la cafetería, pero cuando llegué a la puerta, me di cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Acaso había perdido la cabeza? Si había un lugar que debía evitar a toda costa ese día, era la cafetería. Tenía que salir del edificio, salir de la ciudad. Tendría que mudarme a otro lugar y adoptar una identidad falsa. Puede que como Amanda. O como mi madre. La cabeza me daba vueltas y, cuando iba a marcharme, me choqué literalmente con Heidi.
─¡Hola! ─dijo.
─¿Dónde te habías metido? ─dijo Traci─. Llevamos siglos sin verte.
─Sí ─coincidió Heidi─. ¿Es que te has estado escondiendo de nosotras?
─Yo... yo... ─me di cuenta de que Heidi no tenía ni idea de lo que había hecho. Por alguna razón, su madre no le había contado lo de nuestro enfrentamiento. Aún.
─Cuando terminen las clases, nos vamos de rebajas. ¡Va a ser la bomba! ─exclamó Kelli, que me cogió del brazo y me llevó hacia el interior de la cafetería.
─Ya ves ─dijo Traci─. Nos va a llevar mi madre, y nos surtiremos bien para la primavera.
Kelli metió la mano en su bolso y sacó una revista.
─¡El turquesa va a ser el color de esta temporada! ─proclamó a los cuatro vientos.
¿Estaría soñando? ¿De verdad iba a estar allí con Traci, Kelli y Heidi como si la conversación con Brittney nunca hubiera ocurrido? ¿Como si el accidente nunca se hubiera producido?
─Y no se te ocurra decir que no vienes ─dijo Kelli al tiempo que se sentaba en nuestras mesa de siempre.
─Sí, la asistencia no es opcional ─dijo Traci, que se sentó frente a ella.
Heidi también se sentó, y yo fui la única que se quedó de pie.
─¿No te sientas? ─preguntó Traci señalando una silla vacía.
Heidi me miró con el ceño fruncido.
─¿Qué es lo que te pasa últimamente?
¿Podría decírselo? ¿De verdad podría hacerlo? ¿Podría decirles que no tenía dinero para irme con ellas de tiendas porque mi madre nos había abandonado y mi padre había perdido su empleo? ¿Podría decirles que me pasaba todas las horas que estaba despierta intentando resolver la misteriosa desaparición de una chica a la que ellas consideraban el bicho más raro del mundo? ¿Podría decirles que me sentía perdida cuando no estaba con Hal Bennett y Nia Rivera?
¿Podría ser honesta siendo una Chica I?
Conocía perfectamente la respuesta.
Y también sabía que no podía pasar otra comida fingiendo ser Callie Leary, la alegre y vivaracha Chica I.
─Tengo que irme ─dije─. Os veo luego.
Dicho esto, me di la vuelta y salí de la cafetería.
✿✿✿
Pensaba que ya no podría ocurrirme nada más extraño aquel día, pero me llevé una enorme sorpresa cuando llegué a casa después del instituto. Durante unos segundos, me pregunté si me habría equivocado de casa. El césped estaba recién cortado, y el lodo y las ramitas que cubrían el porche delantero había desaparecido.
Dejé la bici apoyada en la fachada y abrí la puerta principal.
─¿Hola? ─dije.
─¿Hola? ─respondió la voz de mi padre, que parecía provenir del comedor─. ¿Callie?
No pude deducir si había bebido o no.
─Sí, soy yo ─respondí, y mi voz reflejó mi desconcierto.
Toda la madera estaba apilada en el vestíbulo y en el salón había desaparecido. Los tablones, las ramas, todo. Y en lugar de apestar a cerrado como de costumbre, la casa olía a limón y a pino, como si alguien se hubiera pasado el día limpiando. Cuando entré en el comedor, vi que la torre de cartas y folletos que había estado desparramada sobre la mesita de café se había convertido en un puñado de montoncitos perfectamente ordenados.
A través del arco que separaba el salón del comedor, pude ver a mi padre. Estaba sentado en el lugar donde, esta mañana, había estado la mesa para comer. Ahora, sin embargo, había diez sillas dispuestas en círculo arededor de un espacio vacío.
¿Qué estaba pasando allí?
─Veo que has estado redecorando la casa.
A través del umbral de la cocina pude ver a Joanna, la limpiadora que había despedido mi padre en otoño. Al oir mi voz, se dio la vuelta y me saludó con la mano.
─Hola, Joanna ─le devolví el saludo, todavía desconcertada.
─Siéntate, Callie ─mi padre dio unos golpecitos en la sillas que estaba a su lado.
Ahora que estábamos sentados frente a frente, me di cuenta de que se había afeitado esa mañana, y que sus vaqueros y su camisa de franela olían a limpio, igual que el resto de la casa. Su piel seguía siendo pálida, pero ya no tenía los ojos vidriosos y enrojecidos, y su aliento olía a café no a vino.
─Esto... Hola ─me senté sin saber qué pasaría a continuación.
De repente, comprendí lo que estaba ocurriendo y esta comprensión vino acompañada de una inmensa oleada de alegría. Papá debía de haber recibido noticias de mi madre. ¡Mamá iba a volver!
Me levanté un poco de la silla como si esperara escuchar sus pasos por el pasillo, y cuando lo hice, mi padre me puso una mano en el brazo. No sé si lo que dijo a continuación se debió a una corazonada suya o a que mi cara reflejó claramente mis pensamientos.
─Mamá no va a volver, Callie.
La felicidad que había sentido un segundo antes cambió por una punzada de pánico. ¿Mamá había...? ¿Sería eso lo que mi padre...?
Papá negó con la cabeza al leer de nuevo mis pensamientos.
─No sé nada más de lo que sabía esta mañana, o la semana pasada, o hace un mes. No sé nada de ella, y no sé si alguna vez lo sabré.
Me desplomé sobre la silla, superada por aquella inmensa mezcla de emociones.
¿Por qué la vida no tenía un botón para que pudiéramos detenerla?
Mi padre tomó aire y lo soltó lentamente, como si entendiera que necesitaba un minuto para tranquilizarme. Me fijé en que le temblaban las manos ligeramente.
─Callie, las cosas van a cambiar por aquí. No quiero que sigamos viviendo como lo hemos hecho hasta ahora. Voy a cuidar mejor de ti.
Pero estaba demasiado atontada después de que mis esperanzas crecieran y se apagaran rápidamente y no pude asimilar lo que dijo.
En lugar de eso, señalé el espacio vacío que había frente a mí.
─¿Dónde está la mesa? ─había oído hablar de las empresas que se dedicaban a realizar embargos, paro mi padre no había comprado esa mesa, la había construido. Además, en caso de que se la embargaran, no sería lógico que le dieran dinero suficiente como para volver a contratar a Joanna.
─La he vendido ─dijo─. ¿Te acuerdas de la mujer del doctor Montgomery? ─puso entonces una voz más aguda para imitar la de ella─: «Se la compro por dos mil. Le daré cinco mil. Ponga un precio...» ─después volvió a su voz normal─. Bueno, pues al final lo puse.
─¿Has vendido la mesa, papá? ¿Tu mesa? ¿La mesa de mamá?
Aunque me había puesto muy contenta al ver que la casa estaba volviendo a la normalidad, sentí un picor en los ojos.
Ahora que estaba segura de que mi madre volvería, no me gustaba la idea de que a llegar descubriera que su mesa ya no estaba.
Papá me agarró de la mano, y la suya seguía temblando.
─Solo era una mesa. Puedo hacer otra.
Negué con la cabeza.
─Pero... ¿por qué no nos quedamos con la mesa y usamos el dinero de Amanda?
Papá me soltó de la mano, se levantó y entró en la cocina. Poco después regresó con un sobre que llevaba inscrito en caracteres rojos el nombre del Banco de Orion.
─Estos son los papeles que necesitará tu amiga cuando aparezca y quiera recuperar su dinero. He abierto una cuenta en el banco a tu nombre, he metido el dinero y he incluido su nombre en la firma autorizada. Era lo único que podía hacer, teniendo en cuenta que no sabemos nada de ella.
Me entregó el sobre y, como por su propia voluntad, mi mano se acercó para cogerlo.
─Amanda quería ayudar ─dije en voz baja.
Mi padre se cruzó de brazos y frunció el ceño.
─Lo sé, cariño. Y se lo agradezco. Pero no puedo aceptarlo. Quiero hacer las cosas por mí mismo.
─Entiendo.
Tenía muchas ganas de decirle que hacía bien en recompensarse y empezar a arreglárselas por sí mismo, porque mamá iba a volver, y nunca había tenido la intención de marcharse. Pero temía su reacción si supiera todo lo que yo sabía, así que decidí callarme.
─Ahora tengo que ponerme en marcha ─dijo─. Hay muchas cosas por hacer.
Inspiré profundamente y asentí.
─De acuerdo ─dije.
Papá se levantó. Tuve la impresión de que iba a decir algo más, pero solo me apartó un mechón de la frente con los dedos y dijo:
─De acuerdo.
Después bajó las escaleras y entró en el taller.
—Madre mía ¿no te has enterado?
Traci, que al parecer había achacado mi comportamiento del día anterior al síndrome premenstrual, estaba que se moría de la emoción por la noticia, y yo traté de fingir tener cierto interés. Ni siquiera en el mejor de los casos me ponía como loca por nada antes de las nueve de la mañana, y aquellos últimos meses de mi vida habían sido demasiados confusos como para considerarlos «el mejor de los casos».
—¿De qué?
A nuestro alrededor, la población del Endeavor iba empezando lentamente el día, pero me dio la impresión de que había más grupitos de gente cuchicheando de lo habitual. Me animé al pensar que podría tratarse de algo relacionado con Amanda, pero era muy poco probable que Traci se hubiera enterado de algo suyo antes que yo.
—¿Conoces a Bea Rossiter? —bajó la voz al decir su nombre.
Sentí un repentino mareo que me obligó a apoyarme en las taquillas. Por suerte, Traci estaba demasiado alterada como para darse cuenta.
—Pues resulta que los cirujanos plásticos de la clínica John Hopkins se han ofrecido a tratar gratis su caso. ¿No es increíble? —aunque estaba perfectamente peinada, Traci se recolocó el pelo con la mano—. Van a reconstruirle la cara. Igual que a esa chica en… ¿Cómo se llamaba aquella serie que veíamos, en la que salía ese médico que estaba tan bueno? —Traci arrugó la nariz mientras intentaba recordar, después negó con la cabeza—. Bueno, da igual. El caso es que va a pasar de ser un supermonstruo a ser una superbelleza.
—Vaya, eso es… ¡fantástico!
La cabeza me funcionaba a toda velocidad. ¿Era una coincidencia que ocurriera eso justo después de mi conversación con la madre de Heidi? ¿Podría ser que Brittney y su marido hubieran donado de forma anónima el dinero para la cirugía de Bea?
De repente, pensé que la razón por la que la imperturbable Brittney Bragg se había puesto tan histérica quizá no era que pensara que le estaba mintiendo, sino todo lo contrario.
Agarré a Traci por el brazo.
—¿Quién te lo ha contado?
Estaba tan segura de cuál sería la respuesta de Traci que casi no escuché lo que dijo.
—Creo que fue Kevin. O no… espera, Kelli me envió un mensaje esta mañana. ¿O me lo dijo primero Kevin? No me acuerdo —dijo, y se encogió de hombros.
—¿Pero no fue Heidi?
Traci negó con la cabeza.
—Aún no la he visto hoy. Oye, tengo que pirarme, ya hablaremos en la comida, ¿Vale? Ah, y recuérdame que te cuente lo de ese vestido supersexy que me compré ayer en Lollipop. Vas a flipar —dicho esto, se dio la vuelta y se sumergió en la multitud de los pasillos.
La mañana pasó como si estuviera en un sueño confuso. Escuché más detalles sobre la cirugía de Bea (no había venido al instituto porque ya estaba en Baltimore para que le hicieran unas pruebas; los Rossiter se habían quedado tan impactados cuando recibieron la noticia que la señora Rossiter se desmayó; nadie sabía si los cirujanos le reconstruirían la cara tal y como era, o si se la cambiarían por completo), pero no supe nada de lo que más me interesaba saber: si la donación procedía de John Hopkins o de una fuente mucho más cercana.
Aquel día vino una profesora sustituta a clase de historia, una bruja absoluta que parecía tener ojos en el cogote, así que no hubo forma de que pudiera hablar con Heidi, ni tampoco de pasarle una nota. Aun así, por la forma en que me saludó, me di cuenta de que su madre no le había dicho nada sobre nuestra conversación. Al principio me sentí confusa, pero a medida que avanzaba la clase, empecé a sentir rabia. Vale, puede que la historia hubiera tenido un final feliz, pero el principio y la mitad no eran tan bonitos. Bea se había tirado meses caminando por los pasillos del Endeavor como si fuera un muerto viviente, y ahora tendría que soportar lo que probablemente fuese una cirugía muy dolorosa solo para volver a parecer medianamente normal. Mientras, yo había tenido que lidiar con un terrible secreto, solo para que la madre de mi amiga me dijera que era una lunática mentirosa cuando hice lo correcto y dije la verdad.
Y en cuanto a Heidi… no creo que ni siquiera hubiera perdido una noche de sueño pensando en el accidente.