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Authors: Melissa Kantor

Proyecto Amanda: invisible (20 page)

El ascensor era tan pretencioso como el vestíbulo, cubierto con paneles de madera y con su propia lámpara de araña en miniatura. Cuando se abrieron las puertas en la cuarta planta, el pasillo me decepcionó un poco, pues con sus paredes de estuco y la moqueta industrial, parecía más bien el pasillo de un hotel que el de un edificio pijo de Nueva York. El apartamento D estaba muy cerca del ascensor y tenía la puerta entornada. De repente me di cuenta de que podíamos estar a pocos segundos de descubrir dónde vivía Amanda realmente, y el corazón empezó a latirme con fuerza. ¿Estaríamos a punto de resolver el misterio? Apenas abrimos la puerta, supe la respuesta:

No.

El apartamento piloto era un cruce entre una oficina y un bodegón. Las paredes de cristal proporcionaban una vista vertiginosa; podías ver la totalidad de Orion y las montañas que se alzaban al sur de la ciudad. El mobiliario era supermoderno, el salón tenía una tele de pantalla plana que era casi tan grande como la de Nia, y en el comedor había una mesa preparada hasta el último detalle para la cena. También había un puñado de revistas desperdigadas al azar sobre el sofá beis, como si alguien que viviera allí acabara de terminar de leerlas. Al lado de la puerta principal había una mesa con un fax y una pila de folletos en los que podía leerse:«Los Riviera: más que un lugar para vivir, son un modo de vida». Encima del texto había una foto del edificio iluminado por la noche. Todo estaba inmaculado, ni siquiera había una taza de café sobre el escritorio.

La idea de que alguien pudiera vivir allí era ridícula.

—¿Hay alguien? —dijo una voz, y al momento apareció una mujer rubia y muy atractiva. Vestía con una falda negra, muy ceñida, y con una chaqueta de color crema.

—Hola —dijo Hal.

—Ah, hola —saludó la mujer con voz alegre—. ¿Estáis buscando piso?

—No exactamente —admitió Hal—. En realidad nos hemos inventado una excusa para poder entrar.

—Que intrigante —dijo la mujer con voz melosa—. Un misterio.

—Sí, eso es —Nia tomó el mando de la conversación—. Estamos buscando a una amiga nuestra que nos dijo que vivía aquí.

—¿En Los Riviera? Entonces seguro que puedo ayudaros a encontrarla —la mujer nos dedicó una enorme sonrisa, como si no le importara que fuéramos tan tontos como para no pensar en utilizar la guía telefónica para localizarla. Me di cuenta de que esta mujer empezaba a irritarme.

—Vivía en este apartamento —interrumpí.

—¿En este? —la mujer nos miró a los tres uno a uno. Era evidente que había pasado de encontrarnos divertidos a desear que el conserje fuera más estricto a la hora de dejar pasar a la gente—. ¿Os dijo que vivía en el apartamento 4-D? Pero si aquí no vive nadie, es el apartamento piloto.

Enfatizó estas dos últimas palabras y las pronunció lentamente, como si pensara que nuestra confusión se debía a que no entendíamos bien nuestro propio idioma.

Aunque me cabreaba que fuera tan condescendiente con nosotros, no podía negar que lo que le decíamos era una locura, así que me di la vuelta para marcharme.

—Venga, chicos, vámonos —dije—. Esto es ridículo.

—Espera un momento —Hal avanzó un paso hacia la mujer—. Ella tenía nuestra edad, y era muy amigable. A veces llevaba ropa un poco extraña.

Para mi sorpresa, el rostro de la mujer se iluminó.

—Debéis de estar refiriéndoos a Chloe. Creo que dijo que se llamaba así. Llevaba una peluca azul… Ah, y también una rubia platino.

Me quedé de piedra. Era imposible que hubiera otra chica paseándose por Orion con pelucas de diferentes colores. Pero entonces…

—En realidad se llama… —empecé a decir, pero Nia me interrumpió.

—Así que conoce a Chloe —enfatizó el nombre y me miró de reojo.

La mujer recuperó su simpatía y se sentó en el borde de la mesa, balanceando una de sus bien torneadas piernas mientras nos sonreía.

—Bueno, yo no diría que la conozco. Pero su madre y ella estuvieron pensando comprar un apartamento aquí.

—¿Conoció a su madre? —preguntó Hal con ansiedad.

—Sí, claro. Yo… —empezó a decir, pero se detuvo y dejó la mirada perdida unos segundos—. Espera, ahora que lo mencionáis, las dos veces que estuvo aquí, su madre llamó mientras estábamos hablando para decir que no le daba tiempo a venir. Chloe se llevó un folleto de… Creo que era el ático. Era muy simpática. La segunda vez que vino, me trajo una galletita. ¿No os parece encantador?

—Sí, encantador —dijo Nia con sarcasmo—. ¿Y nunca dijo nada de volver con su madre o de por qué no había podido venir?

—Lo siento, no lo recuerdo —la mujer negó con la cabeza—. Puede que dijera algo del trabajo, pero creo que me lo estoy inventando. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?

—No, nada —respondió rápidamente Nia.

—Bueno, supongo que no entenderíais bien lo que os dijo —la mujer se levantó y dio una palmada, como si celebrara que hubiéramos resuelto el misterio—. Debió de deciros que estaba mirando el apartamento piloto porque su madre y ella estaban pensando en vivir aquí. Pero se refería a vivir en el edificio, no en este apartamento concreto —soltó una risita y abarcó con un gesto el inmaculado apartamento en que nos encontrábamos—. Supongo que sabéis lo que quiero decir.

—Por supuesto, ya está claro —dijo Nia. Su voz seguía cargada de sarcasmo—. Muchas gracias por su tiempo.

—Ha sido una placer conoceros —la mujer nos estrechó la mano uno por uno—. Puede que vuelva a veros si vuestra amiga y su madre terminan mudándose aquí.

—Puede —dije.

Nia y yo la despedimos con la mano, pero Hal estaba demasiado confuso por lo que había pasado como para pensar en ser educado. Cuando llegamos al ascensor, pulsó con enfado la flecha que apuntaba hacia abajo y no dijo una sola palabra mientras cruzábamos el vestíbulo de camino a la calle. Cuando llegamos donde habíamos dejado las bicis, se montó directamente en la bici rosa de su hermana y exclamó:

—¡A Comfort Inn! —y después salió disparado calle abajo.

✿✿✿

El camino era bastante llano y no resultaba duro, pero Hal iba tan rápido que al final llegamos todos jadeando al aparcamiento del Comfort Inn. Había pasado millones de veces junto a ese lugar, pero nunca lo había visto tan de cerca, y debo reconocer que era mucho más cutre de lo que me había imaginado. En serio: si Amanda estaba viviendo allí, prefería no saberlo.

—No sé si seré capaz de entrar —dijo Nia al contemplar la pintura descascarillada de la fachada y los hierbajos que asomaban entre las grietas del asfalto—. Este sitio es deprimente.

Para mi alivio, Hal nos propuso que le esperásemos fuera mientras él entraba para hablar con el gerente. Cinco minutos después, cuando Hal salió negando con la cabeza, no supe si me sentía aliviada o decepcionada por haber llegado a otro callejón sin salida.

—El tipo pensaba que le estaba tomando el pelo —dijo—. Tengo la impresión de que esto no es precisamente un hotel familiar.

—¿Le describiste cómo era Amanda? —preguntó Nia.

—No, no se me ocurrió —si ya estaba frustrado por la experiencia en Los Riviera, ahora estaba completamente fuera de sus casillas—. Solo le dije que buscaba a una chica llamada Amanda Valentino, pero no quise decirle nada más.

—Es posible que…

—Olvídalo, Nia —dijo Hal—. Amanda no hizo más que jugar con nosotros. Somos idiotas por pensar que algo de lo que haya hecho o dicho pudiera tener sentido.

—Hal, no… —estaba a punto de decirle que no pagara su frustración con Nia, pero antes de que pudiera terminar la frase, me interrumpió.

—Olvidadlo. Olvidad todo lo que he dicho desde que empezó este asunto. Y olvidaos también de Amanda. Al menos, eso es lo que pienso hacer yo.

Un segundo después, salió disparado por la ruta 10 a una velocidad que no habría creído posible conseguir con una bici rosa de niña.

—Guau —Nia se quedó mirando cómo desaparecía por el horizonte.

—Guau —repetí—. Se ha cabreado de verdad.

—Ya ves.

—¿Crees que…?—vacilé un instante, pensando en todos esos retratos de Amanda que Hal tenía en su cuaderno—¿Crees que había algo entre ellos?

—No, no puedo imaginarme a Amanda como la novia de nadie. Aunque sé…

La voz de Nia se apagó, y me di la vuelta para mirarla. Estaba jugueteando con el manillar de su bici, mirándolo como si fuera la cosa más fascinante del mundo.

—¿Qué? —pregunté al ver que no terminaba la frase.

—Sé cómo se siente —una vez que dijo la frase, Nia pareció relajarse lo suficiente como para mirarme a los ojos—. No quiero volver a la vida que llevaba antes de conocer a Amanda.

Estábamos hablando de algo muchísimo más serio que vestidos y maquillajes, la afirmación de Nia era tan cruda que tuve miedo de responder. Estaba segura de que si le decía que yo me sentía igual, me respondería algo como: «¿Qué sabrás tú?» . Así que no quise estropear la situación.

—Ya —terminé diciendo.

Nia colocó un pie sobre el pedal de la bici.

—No conoces a nadie que se llame Chloe, ¿verdad?

Empecé a recordar la lista de mis compañeros de clase y negué con la cabeza.

—No creo que haya nadie que se llame así en nuestro curso.

—Bueno, tengo que volver a casa —dijo—. Se está haciendo tarde.

Pensé en la casa de Nia, en las risas coqueteos de sus padres, en el tío bueno de su hermano, en la deliciosa cena que la estaría esperando.

—Sí, yo también debería volver —me pregunté si la calefacción estaría encendida siquiera.

—Vale, pues… adiós —dijo Nia. Se impulsó sobre los pedales y empezó a alejarse.

—Adiós —le dije mientras salía pedaleando detrás de ella.

Me di cuenta de que no habíamos dicho nada sobre proseguir la búsqueda de Amanda.

¿Pero de qué habría servido?

✿✿✿

Cuando llegué, la casa estaba fría, pero percibí el olor de la calefacción, así que supe que al menos la caldera estaba funcionando. Había luz por debajo de la puerta del sótano, pero como no tenía ganas de ponerme a lidiar con mi padre, me fui directa a mi habitación. Me sentí abrumada por la cantidad de cosas que tenía que estudiar, y que no había hecho antes para poder realizar esa búsqueda que había resultado ser una completa pérdida de tiempo. Amanda había contado tantas mentiras que, de no ser por Hal y por Nia, hubiera creído que todo había sido un producto de mi imaginación. Puede que hubiera empezado a preocuparme, no por su desaparición, sino porque siquiera hubiese llegado a existir.

Al llegar a lo alto de las escaleras, vi que había luz en mi habitación, y me enfadé mucho conmigo misma por haberme olvidado de apagar la lámpara de lectura. Lo último que le hacía falta a mi padre era una factura de la luz desmesurada. Una cosa era que nos cortaran la calefacción —al fin y al cabo, la primavera ya estaba cerca—, y otra muy distinta que nos cortaran la luz.

Pero cuando abrí la puerta de mi habitación, me di cuenta de que la luz no provenía de la lamparita, sino de un diminuto árbol de Navidad de aluminio que estaba encendido en mitad de mi cama. Solté un grito ahogado. Porque allí, debajo del árbol, había un sobre morado con el dibujo de un coyote en la esquina superior izquierda.

Capítulo 24

Abrí el sobre con las manos temblorosas. Dentro había una hoja de papel doblada por la mitad, y al abrirla ca­yeron sobre la cama media docena de hojas prensadas y un puñado de pétalos de flores. La hoja contenía un collage formado por dibujos y trocitos de plantas que se entrelazaban para formar un marco alrededor de una cita escrita con una caligrafía grande y hermosa. Decía:

Lo único que hace falta para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada.

Debajo, con la letra de Amanda, ponía:

La cita es de Edmund Burke, pero los dibujos son de Beatrix Potter. Al igual que Beatrix (Beatrice, Bellatrix) los guerreros caemos, pero después nos alzamos de nuevo.

Por primera vez desde que el subdirector Thornhill me había llamado a su despacho, sentí un profundo y verdadero miedo. El corazón me retumbaba en el pecho y mi cerebro solo fue capaz de formular un pensamiento una y otra vez: «¿Cómo lo sabe?».

✿✿✿

La noche del 21 de diciembre, la más larga del año, es­taba lloviendo con fuerza. Las ramas del manzano del jardín estaban cubiertas de escarcha y golpeaban las ventanas de mi habitación, como si estuvieran intentando entrar. Antes me encantaban las noches frías y lluviosas de diciembre. Mi padre encendía la chimenea en el salón, prepa­raba un ponche y nos sentábamos a esperar a que se fuera la luz (cuando vives en el campo, te acostumbras a que haya cortes en el suministro durante las tormentas invernales). Cuando se iba, encendíamos velas y nos poníamos a leer o a ver una película en el portátil de mi madre hasta bien entrada la noche. Después subíamos al piso de arriba con las velas, como si fuéramos personajes salidos de La casa de la pradera. Pero desde hacía dos meses, mi casa ya daba bastante re­pelús sin necesidad de que se fuera la luz, y sentarme en mi habitación con una vela para intentar leer solo conseguía que pensara en cómo sería mi vida si finalmente despedían a mi padre (por entonces aún tenía trabajo, pero faltaba a menudo y algunas veces, cuando llegaba del Endeavor, le oía discutir a voces por teléfono con su jefe). Así que cuando oí que alguien llamaba a la puerta principal, mi primera impre­sión fue que había escuchado a un fantasma. Sé que parece una locura, pero si hubierais estado allí para sentir la in­quietante atmósfera de aquella noche, seguro que también lo habríais pensado.

La persona que había llamado debió de darse cuenta de que la puerta no estaba cerrada, y de pronto escuché una voz que repetía mi nombre, acompañada de un llanto. Cogí la vela y bajé corriendo las escaleras, pensando que sería mi madre. Pero era Heidi. Estaba calada hasta los huesos y so­llozaba, me abrazó en cuanto me vio y siguió repitiendo mi nombre sin parar.

Nunca había visto a Heidi tan histérica. Ni siquiera cuan­do se hizo un corte enorme en el dedo con un cúter en clase de dibujo. En esa ocasión, se acercó tranquilamente a la se­ñora Rose con el dedo en alto, que no paraba de chorrear san­gre, y le preguntó si podía ir a la enfermería. Por eso, la mez­cla entre sus sollozos y su aparente desorientación me hicieron pensar que alguien habría muerto, así que la abracé y empecé a consolarla, diciéndole que todo iría bien, aun­que en realidad no sabía de qué estábamos hablando.

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