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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu
El Derg estaba formado inicialmente por 108 representantes de distintas unidades militares de todo el paÃs. El representante de la Tercera División en la provincia de Harar era un comandante llamado Mengistu Haile Mariam. Aunque en su declaración inicial el 4 de julio de 1974, los oficiales del Derg juraron lealtad al emperador, pronto empezaron a detener a miembros del gobierno, para comprobar cuánta oposición habrÃa. A medida que el apoyo del régimen de Selassie se reducÃa, fueron a por el propio emperador, y lo detuvieron el 12 de septiembre. Entonces, empezaron las ejecuciones. Muchos polÃticos pertenecientes al viejo régimen fueron asesinados rápidamente. En diciembre, el Derg habÃa declarado que EtiopÃa era un Estado socialista. Selassie murió, probablemente asesinado, el 27 de agosto de 1975. Ese año, el Derg empezó a nacionalizar la propiedad, incluyendo todo el terreno urbano y rural y la mayorÃa de los tipos de propiedad privada. El comportamiento cada vez más autoritario del régimen provocó la oposición alrededor del paÃs. Grandes partes de EtiopÃa fueron unidas durante la expansión colonial europea a finales del siglo
XIX
y principios del
XX
por las polÃticas del emperador Menelik II, ganador de la batalla de Adowa, que vimos anteriormente (capÃtulo 8). Estos territorios incluÃan Eritrea y Tigray en el norte y Ogaden en el este. Los movimientos independentistas en respuesta al régimen despiadado del Derg aparecieron en Eritrea y Tigray, cuando el ejército somalà invadió Ogaden, una zona de lengua somalÃ. El propio Derg se empezó a desintegrar y dividir en facciones. El comandante Mengistu resultó ser el más despiadado y listo de ellos. A mediados de 1977, habÃa eliminado a sus principales oponentes y se habÃa hecho con el control efectivo del régimen, que se salvó del hundimiento solamente por la enorme entrada de armas y tropas de la Unión Soviética y Cuba en noviembre de aquel año.
En 1978, el régimen organizó una celebración nacional que marcó el cuarto aniversario del derrocamiento de Haile Selassie. Para entonces, Mengistu era el lÃder incontestado del Derg. Su residencia, desde donde gobernarÃa EtiopÃa, era el Gran Palacio de Selassie, que no habÃa sido ocupado desde la abolición de la monarquÃa. En la celebración, se sentó en un sillón dorado, como los emperadores antiguos, mirando el desfile. Las funciones oficiales se volvÃan a realizar en el Gran Palacio, con Mengistu sentado en el viejo trono de Haile Selassie. Mengistu empezó a compararse con el emperador Teodoro, que habÃa refundado la dinastÃa salomónica a mediados del siglo
XIX
después de un perÃodo de declive.
Uno de sus ministros, Dawit Wolde Giorgis, recordaba en sus memorias:
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Al principio de la revolución, todos habÃamos rechazado por completo cualquier cosa que tuviera que ver con el pasado. Ya no conducÃamos coches, ni llevábamos trajes; llevar corbatas se consideraba un delito. Cualquier cosa que te hiciera parecer rico o burgués, cualquier cosa que sugiriera riqueza o sofisticación, se menospreciaba por considerarla parte del antiguo orden. Alrededor de 1978, todo aquello empezó a cambiar. El materialismo se fue aceptando poco a poco, y, posteriormente, se exigió. Los diseños de los mejores diseñadores europeos se convirtieron en el uniforme de todos los altos oficiales del ejército y los miembros del Consejo Militar. TenÃamos lo mejor de todo: las mejores casas, los mejores coches, los mejores
whiskies
y champanes y la mejor comida. Era un cambio radical respecto a los ideales de la revolución.
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Giorgis también registró claramente cómo cambió Mengistu una vez que pasó a ser el único gobernante:
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Apareció el verdadero Mengistu: vengativo, cruel y autoritario... Muchos de nosotros, que hablábamos con él con las manos en los bolsillos, como si fuera uno de nosotros, pasamos a estar rÃgidos y atentos, con un respeto cauto ante su presencia. Al dirigirnos a él, siempre habÃamos usado la forma familiar, el equivalente a «tú», ante; pero pasamos a tratarlo de «usted», empleando el tratamiento más formal, ersiwo. Se trasladó a una oficina más grande y fastuosa en el palacio de Menelik... Empezó a utilizar los coches del emperador... Se suponÃa que tenÃamos una revolución por la igualdad y él se habÃa convertido en el nuevo emperador.
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El patrón de cÃrculo vicioso mostrado por la transición entre Haile Selassie y Mengistu, o entre los gobernadores coloniales británicos de Sierra Leona y Siaka Stevens, es tan extremo y, en algún nivel, tan extraño, que merece un nombre especial. Como ya mencionamos en el capÃtulo 4, el sociólogo alemán Robert Michels lo denominó ley de hierro de la oligarquÃa. La lógica interna de las oligarquÃas y, de hecho, de todas las organizaciones jerárquicas es que, según afirmaba Michels, se reproducirán no solamente cuando el mismo grupo esté en el poder, sino incluso cuando el control esté en manos de un grupo completamente nuevo. Lo que Michels no previó quizá fue un eco del comentario de Karl Marx de que la historia se repite, la primera vez como tragedia, y la segunda, como farsa.
No es solamente que muchos de los lÃderes postindependencia de Ãfrica se trasladaran a las mismas residencias, utilizaran las mismas redes de patrocinio y emplearan las mismas formas para manipular los mercados y extraer recursos que los regÃmenes coloniales y los emperadores a los que sustituÃan, sino que también empeoraban las cosas. Fue realmente una farsa que al firmemente anticolonial Stevens le preocupara controlar al mismo pueblo, los mendes, a quien los británicos habÃan intentado controlar; que confiara en los mismos jefes que habÃan recibido el poder de los británicos y que éstos habÃan utilizado para controlar el
hinterland
; que dirigiera la economÃa de la misma forma, expropiando a los agricultores con las mismas juntas de comercialización y controlando los diamantes con un monopolio similar. Era realmente una farsa, una muy triste, que Laurent Kabila, que movilizó a un ejército contra la dictadura de Mobutu con la promesa de liberar al pueblo y acabar con la opresiva y empobrecedora corrupción y represión del Zaire de Mobutu, estableciera un régimen igual de corrupto y quizá incluso más desastroso. Sin duda, fue una farsa que intentara empezar un culto a la personalidad de tipo mobutesco ayudado e instigado por Dominique Sakombi Inongo, antinguo ministro de Información de Mobutu, y que el régimen de Mobutu en sà siguiera el modelo de explotación de la masa que habÃa iniciado más de un siglo atrás el Estado Libre del Congo del rey Leopoldo. Fue una verdadera farsa que el oficial marxista Mengistu empezara a vivir en un palacio, a considerarse a sà mismo emperador y a enriquecerse él y su séquito igual que habÃan hecho Haile Selassie y otros emperadores antes que él.
Todo era una farsa, pero también más trágica que la tragedia original y no solamente por las esperanzas que se frustraban. Stevens y Kabila, como muchos otros gobernantes de Ãfrica, empezarÃan a asesinar a sus adversarios y también a ciudadanos inocentes. Las polÃticas de Mengistu y el Derg aportarÃan una hambruna recurrente a las fértiles tierras de EtiopÃa. La historia se repetÃa, pero de una forma muy distorsionada. Fue una hambruna en la provincia de Wollo en 1973 a la que Haile Selassie fue aparentemente indiferente lo que tanto contribuyó finalmente a fortalecer la oposición a su régimen. Selassie al menos solamente habÃa sido indiferente. En cambio, Mengistu consideró que la hambruna era una herramienta polÃtica para minar la fuerza de sus adversarios. La historia no era solamente una farsa y una tragedia, sino también algo cruel para los ciudadanos de EtiopÃa y gran parte del Ãfrica subsahariana.
La esencia de la ley de hierro de la oligarquÃa, esta faceta concreta del cÃrculo vicioso, es que los nuevos lÃderes que derrocaban a los viejos con promesas de cambio radical solamente aportaron más de lo mismo. De alguna manera, la ley de hierro de la oligarquÃa es más difÃcil de entender que otras formas del cÃrculo vicioso. Existe una lógica clara para la persistencia de las instituciones extractivas en el Sur de Estados Unidos y en Guatemala. Los mismos grupos continuaron dominando la economÃa y la polÃtica durante siglos. Incluso cuando eran cuestionados, como en el caso de los plantadores del Sur de Estados Unidos tras la guerra civil, su poder permaneció intacto y pudieron mantener y recrear un conjunto similar de instituciones extractivas de las que se volverÃan a beneficiar. Sin embargo ¿cómo podemos entender a los que llegan al poder en nombre del cambio radical recreando el mismo sistema? La respuesta a esta pregunta revela, una vez más que el cÃrculo vicioso es más fuerte de lo que parece.
No todos los cambios radicales están condenados al fracaso. La Revolución gloriosa fue un cambio radical, y condujo a lo que quizá resultó ser una de las revoluciones polÃticas más importantes de los dos milenios pasados. La Revolución francesa fue todavÃa más radical, con su exceso de caos y violencia y la ascensión de Napoleón Bonaparte, pero no recreó el antiguo régimen.
Tres factores facilitaron enormemente la aparición de instituciones polÃticas más inclusivas tras la Revolución gloriosa y la Revolución francesa. El primero fueron los nuevos comerciantes y hombres de negocios que deseaban desencadenar el poder de destrucción creativa de la que se beneficiarÃan; estos hombres nuevos eran miembros clave de las coaliciones revolucionarias y no deseaban ver el desarrollo de otro conjunto de instituciones extractivas que los explotaran de nuevo.
El segundo fue la naturaleza de la amplia coalición que se habÃa formado en ambos casos. Por ejemplo, la Revolución gloriosa no fue un golpe por parte de un grupo reducido o un interés reducido especÃfico, sino un movimiento respaldado por comerciantes, industriales, la
gentry
y varias agrupaciones polÃticas. Ocurrió lo mismo, a grandes rasgos, en el caso de la Revolución francesa.
El tercer factor está relacionado con la historia de las instituciones polÃticas inglesas y francesas. Crearon un marco en el cual los regÃmenes nuevos y más inclusivos se pudieran desarrollar. En ambos paÃses, habÃa una tradición de parlamentos y poderes compartidos que se remontaba a la Carta Magna en Inglaterra y a la Asamblea de Notables en Francia. Además, ambas revoluciones sucedieron en mitad de un proceso que ya habÃa debilitado el control de los regÃmenes absolutistas o aspirantes a serlo. En ningún caso estas instituciones polÃticas facilitaron que un nuevo conjunto de gobernantes o un grupo reducido se hiciera con el control del Estado, usurpara la riqueza económica existente y construyera un poder polÃtico ilimitado y duradero. Tras la Revolución francesa, un grupo reducido dirigido por Robespierre y Saint-Just sà que logró el control, con consecuencias desastrosas, pero fue temporal y no cambiaron el sentido del camino hacia instituciones más inclusivas. Todo esto contrasta con la situación de las sociedades con largas historias de instituciones polÃticas y económicas extractivas extremas y sin controles del poder de los gobernantes. En estas sociedades, no habrÃa nuevos comerciantes u hombres de negocios fuertes que apoyaran y financiaran la resistencia contra el régimen existente en parte para garantizar instituciones económicas más inclusivas; ni coaliciones amplias que introdujeran lÃmites al poder de cada uno de sus miembros; ni instituciones polÃticas que inhibieran el intento de los nuevos gobernantes de usurpar y explotar el poder.
En consecuencia, en Sierra Leona, EtiopÃa y el Congo, el cÃrculo vicioso fue mucho más difÃcil de resistir y fue mucho menos probable poner en marcha movimientos hacia instituciones inclusivas. Tampoco habÃa instituciones tradicionales ni históricas que pudieran controlar el poder de aquellos que asumieron el control del Estado. Aquellas instituciones habÃan existido en algunas partes de Ãfrica, y algunas, como en Botsuana, incluso sobrevivieron a la era colonial. Sin embargo, fueron mucho menos prominentes a lo largo de la historia de Sierra Leona, y, en la medida en que existieron, estuvieron pervertidas por el control indirecto. Lo mismo sucedió en otras colonias británicas de Ãfrica, como Kenia y Nigeria. Nunca existieron en el reino absolutista de EtiopÃa. En el Congo, las instituciones indÃgenas fueron mutiladas por el dominio colonial belga y las polÃticas autocráticas de Mobutu. En todas estas sociedades, tampoco habÃa nuevos comerciantes, hombres de negocios ni emprendedores que apoyaran a los nuevos regÃmenes y que demandaran derechos de propiedad seguros y el fin de las instituciones extractivas previas. De hecho, las instituciones económicas extractivas del perÃodo colonial significaron que no quedaran muchos negocios ni espÃritu emprendedor.
La comunidad internacional pensó que la independencia poscolonial africana conducirÃa al crecimiento económico mediante un proceso de planificación estatal y el cultivo del sector privado. No obstante, el sector privado no estaba allÃ, excepto en áreas rurales, no tenÃa representación en los nuevos gobiernos y, por lo tanto, serÃa su primera presa. Más importante quizá, en la mayorÃa de estos casos hubo beneficios enormes como consecuencia de lograr el poder. Estos beneficios atrajeron a los hombres con menos escrúpulos, como Stevens, que deseaban monopolizar este poder y que sacaron lo peor de ellos una vez que lo alcanzaron. No habÃa nada que detuviera el cÃrculo vicioso.
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La retroalimentación negativa y los cÃrculos viciosos
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Los paÃses ricos son ricos, en gran medida, porque consiguieron desarrollar instituciones inclusivas en algún momento durante los últimos trescientos años. Estas instituciones han persistido a través de un proceso de cÃrculos virtuosos. Incluso aunque al principio solamente fueran inclusivas en un sentido limitado, y que en ocasiones fueran frágiles, generaron dinámicas que crearÃan un proceso de retroalimentación positiva, aumentando poco a poco su inclusividad. Inglaterra no se convirtió en una democracia después de la Revolución gloriosa de 1688. Ni mucho menos. Solamente una pequeña parte de la población tenÃa una representación formal, pero fue crucial que pasara a ser pluralista. Una vez que se consagró el pluralismo, habÃa una tendencia a que las instituciones se hicieran más inclusivas con el tiempo, aunque era un proceso débil e incierto.