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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (45 page)

Si bien es cierto que se había experimentado un leve desarrollo económico, cuando Luis XVI llegó al poder en 1774 se habían producido grandes cambios en la sociedad. Además, los antiguos problemas fiscales se habían convertido en una crisis fiscal, y la guerra de los Siete Años con Gran Bretaña, entre 1756 y 1763, en la que Francia perdió Canadá, había sido particularmente costosa. Una serie de figuras significativas intentaron equilibrar el presupuesto real reestructurando la deuda y aumentando los impuestos; entre ellos, Anne Robert Jacques Turgot, uno de los economistas más famosos de su época; Jacques Necker, que también tendría un papel importante después de la Revolución, y Charles Alexandre de Calonne. Ninguno de ellos tuvo éxito. Calonne, gracias a su estrategia, convenció a Luis XVI de que convocara la Asamblea de Notables. El rey y sus asesores esperaban que la Asamblea respaldara sus reformas de manera parecida a como Carlos I esperaba que el Parlamento inglés simplemente estuviera de acuerdo en pagar un ejército para luchar contra los escoceses cuando lo convocó en 1640. La Asamblea dio un paso inesperado y decretó que solamente un cuerpo representativo, los Estados Generales, podía apoyar aquellas reformas.

Los Estados Generales eran un cuerpo muy distinto a la Asamblea de notables. La Asamblea estaba formada por la nobleza y, en gran medida, era elegida por la Corona entre los principales aristócratas, mientras que los Estados Generales incluían a representantes de los tres estados. Se había reunido por última vez en 1614. Cuando los Estados Generales se reunieron en 1789 en Versalles, fue evidente de inmediato que no habría ningún acuerdo. Las diferencias eran irreconciliables. El tercer estado lo veía como una oportunidad de aumentar su poder político y quería tener más votos en los Estados Generales, a lo que la nobleza y el clero se oponían rotundamente. La reunión acabó el 5 de mayo de 1789 sin ninguna resolución, excepto la decisión de convocar a un cuerpo más potente, la Asamblea Nacional, lo que profundizó la crisis política. El tercer estado, sobre todo los comerciantes, hombres de negocios, profesionales y artesanos, quería mayor poder, y vio estos avances como una prueba de su creciente influencia. Por lo tanto, en la Asamblea Nacional, exigieron tener más peso en los procedimientos y más derechos en general. Su apoyo en las calles de todo el país por parte de ciudadanos alentados por estos avances condujo a la reconstitución de la Asamblea como Asamblea Nacional Constituyente el 9 de julio.

Mientras tanto, el ambiente en el país, y sobre todo en París, se radicalizaba. La reacción de los círculos conservadores alrededor de Luis XVI fue convencerle para que despidiera a Necker, el ministro de Finanzas reformista. Aquello condujo a una mayor radicalización en las calles. El resultado fue el famoso asalto a la Bastilla el 14 de julio de 1789. A partir de aquel momento, la Revolución empezó de verdad. Necker fue readmitido y el revolucionario marqués de Lafayette fue puesto al frente de la Guardia Nacional de París.

Incluso más notables que la toma de la Bastilla fueron las dinámicas de la Asamblea Nacional Constituyente, que, el 4 de agosto de 1789, con confianza renovada, aprobó la nueva Constitución en la que abolía el feudalismo y los privilegios especiales del primer y el segundo estados. Sin embargo, esta radicalización condujo al fraccionamiento de la Asamblea, ya que había muchas ideas encontradas sobre la forma que debía adoptar la sociedad. El primer paso fue la formación de clubes locales, sobre todo el radical Club de los Jacobinos, que posteriormente se haría con el control de la Revolución. Al mismo tiempo, un gran número de nobles, los llamados
émigrés
, huían del país. Muchos también animaban al rey para que cortara con la Asamblea y actuara, ya fuera por su cuenta o con la ayuda de potencias extranjeras, como Austria, el país de origen de la reina María Antonieta y el lugar al que se habían dirigido la mayor parte de los
émigrés
. Como muchas personas en las calles empezaron a ver una amenaza inminente contra los logros de la Revolución de los dos últimos años, intensificaron la radicalización. La Asamblea Nacional Constituyente aprobó la versión final de la Constitución el 29 de setiembre de 1791, con lo que Francia se convertía en una monarquía constitucional con igualdad de derechos para todos los hombres, eliminaba las obligaciones y los deberes feudales y ponía fin a todas las restricciones comerciales impuestas por los gremios. Francia todavía era una monarquía, pero, ahora, el rey tenía un papel poco destacado y, de hecho, ni siquiera tenía libertad.

No obstante, la dinámica de la Revolución fue alterada irreversiblemente por la guerra que estalló en 1792 entre Francia y la «primera coalición» dirigida por Austria. La guerra aumentó el propósito y el radicalismo de los revolucionarios y las masas (los denominados
sans culottes,
que significa, literalmente, «sin calzones», porque no podían permitirse llevar los pantalones de este estilo que entonces estaban de moda). El resultado de este proceso fue el período conocido como Terror, bajo el control de la facción jacobina dirigida por Robespierre y Saint-Just, desencadenado tras las ejecuciones de Luis XVI y María Antonieta. Condujo a las ejecuciones no solamente de decenas de aristócratas y contrarrevolucionarios, sino también de varias grandes figuras de la Revolución, como Brissot, Danton y Desmoulins que habían sido líderes populares.

Sin embargo, el Terror pronto escapó a todo control y, finalmente, terminó en julio de 1794 con la ejecución de sus propios líderes, entre los que se incluían Robespierre y Saint-Just. A continuación, hubo una fase de relativa estabilidad, primero bajo el bastante inefectivo Directorio, entre 1795 y 1799, y, posteriormente, con el poder más concentrado de un Consulado de tres personas formado por Ducos, Sieyès y Napoleón Bonaparte. Ya durante el Directorio, el joven general Napoleón Bonaparte se había hecho famoso por sus éxitos militares, y su influencia crecería a partir de 1799. El Consulado pronto se convirtió en el gobierno personal de Napoleón.

Los años comprendidos entre 1799 y el fin del reinado de Napoleón, en 1815, fueron testigo de una serie de grandes victorias militares para Francia, como las de Austerlitz, Jena-Auerstädt y Wagram, que pusieron de rodillas a Europa continental. También permitieron a Napoleón imponer su voluntad, sus reformas y su código jurídico en un territorio enorme. La caída de Napoleón tras su derrota final en 1815 también aportaría un período de limitación, derechos políticos más restringidos y la restauración de la monarquía francesa bajo Luis XVII. No obstante, todo esto simplemente reducía la aparición definitiva de instituciones políticas inclusivas.

Las fuerzas liberadas por la Revolución de 1789 pusieron fin al absolutismo francés e, inevitablemente, aunque con lentitud, condujeron a la aparición de instituciones inclusivas. Francia y las partes de Europa a las que se habían exportado las reformas revolucionarias participarían en el proceso de industrialización que ya estaba en marcha en el siglo
XIX
.

 

 

Exportar la Revolución

 

En vísperas de la Revolución francesa de 1789, existían restricciones severas para los judíos de toda Europa. En la ciudad alemana de Fráncfort, por ejemplo, sus vidas estaban reguladas por órdenes fijadas en un estatuto que se remontaba a la Edad Media. No podía haber más de quinientas familias judías en Fráncfort, y todas tenían que vivir en una parte pequeña y amurallada de la ciudad, el Judengasse, el gueto judío. No podían salir del gueto de noche, los domingos ni durante ninguna fiesta cristiana.

En el Judengasse, había un hacinamiento increíble. Medía unos cuatrocientos metros de largo, pero no más de unos cuatro metros de ancho y, en algunos puntos, menos de tres metros. Los judíos vivían bajo una represión y una regulación constantes. Cada año, como máximo dos familias nuevas podían ser admitidas en el gueto y doce parejas judías más se podían casar, solamente si ambos habían cumplido los veinticinco años. Los judíos no podían trabajar la tierra ni comerciar con armas, especias, vino ni cereales. Hasta 1726, tenían que llevar señales específicas, dos anillos amarillos concéntricos en el caso de los hombres y un velo de rayas en el caso de las mujeres. Todos los judíos tenían que pagar un impuesto especial al sufragio.

Cuando estalló la Revolución francesa, un empresario joven y exitoso, Mayer Amschel Rothschild, vivía en el Judengasse de Fráncfort. A principios de 1780, Rothschild era el comerciante líder de monedas, metales y antigüedades de Fráncfort. Sin embargo, como el resto de los judíos de la ciudad, no podía abrir una empresa fuera del gueto, ni siquiera podía vivir fuera de sus murallas.

Esta situación iba a cambiar pronto. En 1791, la Asamblea Nacional Francesa emancipó a los judíos franceses. En ese momento, los ejércitos franceses ocupaban Renania y se emancipaba a los judíos del oeste de Alemania. En Fráncfort, su efecto sería más abrupto y quizá en cierto modo no fuera deliberado. En 1796, los franceses bombardearon Fráncfort y demolieron la mitad del Judengasse. Unos dos mil judíos se quedaron sin casa y tuvieron que irse a vivir fuera del gueto. Los Rothschild estaban entre ellos. Una vez fuera del gueto, estaban liberados de la multitud de regulaciones que les prohibían crear empresas y podían aprovechar nuevas oportunidades de negocio, como un contrato para suministrar cereales al ejército austriaco, lo que no les habían permitido hacer en el pasado.

Al final de la década, Rothschild era uno de los judíos más ricos de Fráncfort y ya era un hombre de negocios bien establecido. La emancipación total tuvo que esperar hasta 1811, cuando fue implantada finalmente por Karl von Dalberg, que había sido nombrado gran duque de Fráncfort en la reorganización napoleónica de Alemania de 1806. En ese momento, Mayer Amschel Rothschild le dijo a su hijo: «Ahora eres un ciudadano».

Aquellos acontecimientos no pusieron fin a la lucha por la emancipación judía, puesto que hubo ocasiones en las que se dio marcha atrás, sobre todo en el Congreso de Viena de 1815, que formó el acuerdo político posnapoleónico. Pero los Rothschild no iban a volver al gueto. Mayer Amschel y sus hijos pronto tendrían el mayor banco de la Europa del siglo
XIX
, con sucursales en Fráncfort, Londres, París, Nápoles y Viena.

No fue un acto aislado. Primero los ejércitos revolucionarios franceses y después Napoleón invadieron grandes partes de Europa continental y, en casi todas las áreas que invadieron, las instituciones existentes eran vestigios de la época medieval, que daba poder a reyes, príncipes y nobleza y limitaba el comercio en las ciudades y el campo. La servidumbre y el feudalismo eran mucho más importantes en muchas de esas áreas que en la propia Francia. En Europa oriental, incluyendo Prusia y la parte húngara de Austria-Hungría, los siervos estaban atados a la tierra. En Occidente, aquella forma estricta de servidumbre ya había desaparecido, pero los campesinos debían pagar a los señores feudales diversas tasas e impuestos y también tenían obligaciones de trabajo. Por ejemplo, en el Estado de Nassau-Usingen, los campesinos estaban sujetos a doscientos treinta pagos, deberes y servicios distintos. Los pagos incluían la cuota que se pagaba tras matar a un animal, el diezmo de sangre; también estaban el diezmo de las abejas y el de la cera. Si se vendía o compraba una propiedad, el señor también recibía una cuota. Los gremios que regulaban todo tipo de actividades económicas en las ciudades también solían ser más fuertes en estos lugares que en Francia. En las ciudades alemanas occidentales de Colonia y Aquisgrán, la adopción de máquinas textiles para hilar y tejer fue bloqueada por los gremios. Muchas ciudades, desde Berna en Suiza hasta Florencia en Italia, estaban controladas por un número reducido de familias.

Los líderes de la Revolución francesa y, posteriormente, Napoleón exportaron la Revolución a aquellas tierras, destrozaron el absolutismo, pusieron fin a las relaciones de la tierra, abolieron los gremios e impusieron la igualdad ante la ley, la idea crucial del Estado de derecho, que veremos con mayor detalle en el próximo capítulo. Por lo tanto, la Revolución francesa preparó no solamente a Francia, sino a gran parte del resto de Europa, para las instituciones inclusivas y el crecimiento económico que dichas instituciones fomentarían.

 

 

Como hemos visto, varias potencias europeas, alarmadas por el desarrollo de los acontecimientos en Francia, se organizaron alrededor de Austria en 1792 para atacar a Francia, aparentemente para liberar al rey Luis XVI, pero, en realidad, para aplastar la Revolución francesa. La expectativa era que los ejércitos improvisados creados por la Revolución pronto sucumbirían. Sin embargo, tras las primeras derrotas, los ejércitos de la nueva República francesa salieron victoriosos en una guerra inicialmente defensiva. Había que superar problemas organizativos serios, pero los franceses llevaban ventaja a otros países en una innovación crucial: el reclutamiento en masa. Este tipo de reclutamiento, introducido en agosto de 1793, permitía que los franceses crearan grandes ejércitos y desarrollaran una ventaja militar al borde de la supremacía incluso antes de que las famosas habilidades militares de Napoleón entraran en escena.

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