Read Por qué fracasan los países Online
Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu
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El bantú debe ser guiado para servir a su propia comunidad en todos los sentidos. No hay lugar para él en la comunidad europea por encima del nivel de ciertos tipos de trabajo... Por esta razón, ¿de qué le sirve recibir una formación que tiene como fin la absorción en la comunidad europea, si no puede y no será absorbido all�
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Naturalmente, el tipo de economÃa dual expresada en el discurso de Verwoerd es bastante distinta a la teorÃa de la economÃa dual de Lewis. En Sudáfrica, la economÃa dual no era el resultado inevitable del proceso de desarrollo, sino que fue creada por el Estado. En Sudáfrica, no iba a haber un movimiento eficiente de gente pobre del sector atrasado al moderno a medida que se desarrollara la economÃa. Al contrario, el éxito del sector moderno se basaba en la existencia del sector atrasado, que permitÃa que los empleadores blancos lograran enormes beneficios al pagar sueldos muy bajos a trabajadores negros sin cualificación. En Sudáfrica, no habrÃa un proceso por el que los trabajadores sin formación del sector tradicional poco a poco pasaran a tener estudios y cualificaciones, tal y como afirmaba la teorÃa de Lewis. De hecho, se mantenÃa a los trabajadores negros sin cualificación a propósito y se les prohibÃa realizar trabajos de alta cualificación para que los trabajadores blancos cualificados no tuvieran competencia y pudieran disfrutar de sueldos elevados. De hecho, en Sudáfrica, los africanos negros estaban atrapados en la economÃa tradicional, en las
homelands
. Pero éste no fue el problema de desarrollo que mejorarÃa el crecimiento. Fueron las
homelands
lo que permitió el desarrollo de la economÃa de los blancos.
Tampoco deberÃa extrañar que el tipo de desarrollo económico que lograba la Sudáfrica blanca, en última instancia, fuera limitado, ya que se basaba en instituciones extractivas que los blancos habÃan construido para explotar a los negros. Los blancos sudafricanos tenÃan derechos de propiedad, invertÃan en educación y podÃan extraer oro y diamantes y venderlos a buen precio en el mercado mundial. Sin embargo, más del 80 por ciento de la población sudafricana estaba marginada y excluida de la gran mayorÃa de las actividades económicas deseables. Los negros no podÃan utilizar su talento; no podÃan ser trabajadores cualificados, empresarios, emprendedores, ingenieros ni cientÃficos. Las instituciones económicas eran extractivas; los blancos se hacÃan ricos extrayendo de los negros. De hecho, los sudafricanos blancos tenÃan el mismo nivel de vida que la población de Europa occidental, mientras que los sudafricanos negros eran ligeramente más ricos que los del resto del Ãfrica subsahariana. Este crecimiento económico sin destrucción creativa, del que solamente se beneficiaban los blancos, continuó mientras los ingresos del oro y los diamantes aumentaba. No obstante, en la década de los setenta, la economÃa dejó de crecer.
Y, de nuevo, no será de extrañar que este conjunto de instituciones económicas extractivas se construyera basándose en un conjunto de instituciones polÃticas altamente extractivas. Antes de su derrocamiento en 1994, el sistema polÃtico sudafricano conferÃa todo el poder a los blancos, que eran los únicos a los que se les permitÃa votar y presentarse como candidatos para ocupar cargos. Ellos dominaban la fuerza de policÃa, el ejército y todas las instituciones polÃticas. Ãstas estaban estructuradas bajo la dominación militar de los colonos blancos. En el momento de la fundación de la Unión de Sudáfrica en 1910, los Estados afrikáneres, el Estado Libre de Orange y el Transvaal gozaban de un derecho a voto explÃcitamente racial en el que los negros tenÃan totalmente prohibida la participación polÃtica. Natal y la colonia del Cabo permitÃan que los negros votaran siempre que tuvieran suficiente propiedad, algo que, normalmente, no tenÃan. El statu quo de Natal y la colonia del Cabo se mantuvo en 1910, pero en los años treinta los negros ya no tenÃan derecho a voto explÃcitamente en toda Sudáfrica.
La economÃa dual de Sudáfrica llegó a su fin en 1994, pero no por las razones que habÃa presentado sir Arthur Lewis en su teorÃa. No fue el curso natural del desarrollo económico lo que acabó con la segregación racial y las
homelands
. Los sudafricanos negros protestaron y se alzaron contra el régimen que no reconocÃa sus derechos básicos y no compartÃa los beneficios del crecimiento económico con ellos. Tras el alzamiento de Soweto de 1976, las protestas se hicieron más organizadas y más fuertes, lo que, finalmente, acabó con el Estado del
apartheid
. Fue la atribución de poder de los negros que consiguieron organizarse y alzarse lo que finalmente puso fin a la economÃa dual sudafricana de la misma forma que la fuerza polÃtica de los sudafricanos blancos la habÃa creado.
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El cambio de rumbo del desarrollo
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La desigualdad mundial existe actualmente porque, durante los siglos
XIX
y
XX
, algunos paÃses fueron capaces de aprovechar la revolución industrial y las tecnologÃas y los métodos de organización que aportaba mientras que otros no. El cambio tecnológico solamente es uno de los motores de prosperidad, pero quizá sea el más crÃtico. Los paÃses que no aprovecharon las nuevas tecnologÃas tampoco se beneficiaron de otros motores de prosperidad. Como hemos visto en este capÃtulo y en el anterior, este fracaso se debió a sus instituciones extractivas, como consecuencia de la persistencia de sus regÃmenes absolutistas o porque carecÃan de Estados centralizados. Sin embargo, en este capÃtulo también hemos mostrado que, en varios ejemplos, las instituciones extractivas que sustentaban la pobreza de esos paÃses estaban impuestas, o, como mÃnimo, se veÃan reforzadas, por el mismo proceso que impulsaba el crecimiento europeo: la expansión comercial y colonial europea. De hecho, la rentabilidad de los imperios coloniales europeos a menudo se basaba en la destrucción de Estados independientes y de economÃas indÃgenas de todo el mundo o en la creación de instituciones extractivas esencialmente desde cero. Como en las islas del Caribe, donde, tras el declive prácticamente total de la población nativa, los europeos importaron esclavos africanos y establecieron sistemas de plantación.
Nunca sabremos cuáles habrÃan sido las trayectorias de las ciudades-Estado independientes como las de las islas de Banda, Aceh o Birmania sin la intervención europea. Pudieron haber tenido su propia Revolución gloriosa indÃgena o haberse acercado lentamente a lograr instituciones polÃticas y económicas más inclusivas basadas en el comercio creciente de especias y otros productos valiosos. Sin embargo, esta posibilidad fue eliminada por la expansión de la CompañÃa Holandesa de las Indias Orientales, que acabó con cualquier esperanza de desarrollo indÃgena en las islas de Banda al llevar a cabo su genocidio. Su amenaza también hizo que las ciudades-Estado de muchas otras partes del Sudeste asiático se retiraran del comercio.
La historia de una de las civilizaciones más antiguas de Asia, la India, es parecida, aunque el cambio de rumbo del desarrollo no se debió a los holandeses, sino a los británicos. La India era el mayor productor y exportador de productos textiles del mundo en el siglo
XVIII
. Los percales y muselinas indios inundaban los mercados europeos y se vendÃan por toda Asia e incluso en el este de Ãfrica. El agente principal que las llevaba a las islas Británicas era la CompañÃa Inglesa de las Indias Orientales. Fundada en 1600, dos años antes de su versión holandesa, pasó el siglo
XVII
intentando establecer un monopolio sobre las valiosas exportaciones de la India. Tuvo que competir con los portugueses, que tenÃan bases en Goa, Chittagong y Bombay, y con los franceses, que tenÃan bases en Pondicherry, Chandernagore, Yanam y Karaikal. Lo peor para la CompañÃa Inglesa de las Indias Orientales fue la Revolución gloriosa, como vimos en el capÃtulo 7. El monopolio de la CompañÃa habÃa sido concedido por los reyes Estuardo, y fue inmediatamente cuestionado después de 1688 e incluso abolido durante más de una década. La pérdida de poder fue significativa, como vimos anteriormente (capÃtulo 7), porque los productores de artÃculos textiles británicos fueron capaces de convencer al Parlamento de que prohibiera la importación de percal, el artÃculo comercial más rentable de la CompañÃa. En el siglo
XVIII
, dirigida por Robert Clive, la CompañÃa cambió de estrategia y empezó a desarrollar un imperio continental. En aquella época, la India estaba dividida en muchos Estados que competÃan, aunque sobre el papel todavÃa estaban bajo el control del emperador mogol en Delhi. La CompañÃa primero se expandió por Bengala en el este, venciendo a los poderes locales en las batallas de Plassey en 1757 y Buxar en 1764. La CompañÃa saqueó la riqueza local y se apoderó de las instituciones impositivas extractivas de los gobernantes mogoles de la India, y quizá incluso las intensificó. Esta expansión coincidió con la contracción masiva de la industria textil india, ya que, al fin y al cabo, ya no quedaba mercado para aquellos productos en Gran Bretaña. La contracción fue acompañada por la desurbanización y el aumento de la pobreza. Se inició un largo perÃodo en el que el desarrollo dio un giro drástico en la India. Al cabo de poco tiempo, en lugar de producir artÃculos textiles, los indios los compraban a Gran Bretaña y cultivaban opio para que la CompañÃa Inglesa de las Indias Orientales lo vendiera a China.
El tráfico de esclavos en el Atlántico repitió el mismo patrón en Ãfrica, aunque empezara con unas condiciones menos desarrolladas que en el Sudeste asiático y la India. Muchos Estados africanos se convirtieron en máquinas de guerra cuyo objetivo era capturar y vender esclavos a los europeos. A medida que los conflictos entre distintos grupos polÃticos y Estados se convertÃan en una guerra continua, las instituciones estatales, que, en muchos casos, todavÃa no habÃan alcanzado un grado suficiente de centralización polÃtica, se derrumbaron en gran parte de Ãfrica, y allanaron el camino para la persistencia de instituciones extractivas y de los Estados fracasados actuales que estudiaremos más adelante. En las pocas zonas de Ãfrica que escaparon al tráfico de esclavos, como Sudáfrica, los europeos impusieron un conjunto distinto de instituciones, aunque esta vez destinadas a crear una reserva de mano de obra barata para sus minas y granjas. El Estado sudafricano creó una economÃa dual que impedÃa que el 80 por ciento de su población tuviera puestos de trabajo cualificados, realizara una actividad agrÃcola comercial y creara empresas. Todo esto no explica solamente por qué la industrialización pasó de largo en gran parte del mundo, sino que también describe que el desarrollo económico en ocasiones se alimenta del subdesarrollo, e incluso lo crea, en alguna otra parte de la economÃa nacional o mundial.
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Honor entre ladrones
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La Inglaterra del siglo
XVIII
o, para ser más exactos, la Gran Bretaña después de la unión en 1707 de Inglaterra, Gales y Escocia, tenÃa una solución muy sencilla para tratar a los delincuentes: alejarlos de su vista, de su mente o, como mÃnimo, de los problemas. Transportaron a muchos de los delincuentes a colonias penitenciarias en el imperio. Antes de la guerra de Independencia, los delincuentes condenados, los convictos, eran enviados principalmente a las colonias americanas. Después de 1783, tras la independencia, Estados Unidos dejó de recibir con los brazos abiertos a los convictos británicos y las autoridades británicas tuvieron que encontrarles otro hogar. Primero, pensaron en Ãfrica occidental. Sin embargo, el clima, con enfermedades endémicas como la malaria y la fiebre amarilla, contra las que los europeos no estaban inmunizados, era tan mortÃfero que las autoridades decidieron que era inaceptable enviar a convictos a la «tumba del hombre blanco». La siguiente opción fue Australia. Su costa este habÃa sido explorada por el capitán James Cook, un gran navegante. El 29 de abril de 1770, Cook llegó a una bahÃa maravillosa, que llamó bahÃa Botánica en honor a las ricas especies que encontraron los naturalistas que viajaban con él. Los oficiales del gobierno británico lo consideraron un enclave ideal. El clima era templado y el lugar estaba tan lejos de la vista y la mente como se podÃa imaginar.
Una flota de once barcos llenos de presos se dirigió a la bahÃa Botánica en enero de 1788 bajo el mando del capitán Arthur Phillip. El 26 de enero, que ahora se celebra como el DÃa de Australia, montaron un campamento en Sydney Cove, el corazón de la moderna ciudad de SÃdney. Denominaron a la colonia Nueva Gales del Sur. A bordo de uno de los barcos, el
Alexander,
capitaneado por Duncan Sinclair, habÃa una pareja de presos que se habÃan casado, Henry y Susannah Cable. Susannah habÃa sido declarada culpable de robo e, inicialmente, habÃa sido condenada a muerte. Aquella condena fue conmutada posteriormente por catorce años de cárcel y traslado a las colonias americanas, pero no se pudo llevar a cabo debido a la independencia de Estados Unidos. Mientras tanto, en la cárcel del castillo de Norwich, Susannah conoció a Henry, también preso, y se enamoró de él. En 1787, fue elegida para ser transportada a la nueva colonia de presos en Australia con la primera flota que se dirigÃa a aquel destino. Sin embargo, Henry no fue elegido. Para entonces, Susannah y Henry tenÃan un hijo pequeño, que también se llamaba Henry. Aquella decisión significaba que la familia iba a ser separada. Susannah fue trasladada a un barco prisión amarrado en el Támesis. No obstante, alguien hizo que esta situación difÃcil llegara a oÃdos de una filántropa, lady Cadogan. Lady Cadogan organizó una campaña con la que logró reunir a la familia Cable. Ambos serÃan trasladados junto al pequeño Henry a Australia. Lady Cadogan también recaudó veinte libras para comprar productos para ellos, que recibirÃan en Australia. Zarparon en el
Alexander
;
sin embargo, cuando llegaron a la bahÃa Botánica, el paquete habÃa desaparecido, o, como mÃnimo, eso es lo que afirmaba el capitán Sinclair.
¿Qué podÃan hacer los Cable? No mucho, según la ley inglesa o británica. A pesar de que en 1787 Gran Bretaña tenÃa instituciones polÃticas y económicas inclusivas, aquella inclusividad no abarcaba a los presos, que prácticamente no tenÃan ningún derecho. No podÃan poseer bienes. Sin duda alguna, no podÃan llevar a nadie a juicio. De hecho, ni siquiera podÃan prestar declaración en un juicio. Sinclair lo sabÃa y probablemente se quedó con el paquete. Aunque nunca lo admitiera, sà que presumió de que no podÃa ser llevado a juicio por los Cable. De acuerdo con la ley británica, tenÃa razón. Y, en Gran Bretaña, ese asunto habrÃa acabado allÃ. Pero no en Australia. El juez David Collins expidió la orden siguiente:
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Henry Cable y su mujer, nuevos colonos de este lugar, tenÃan, antes de dejar Inglaterra, cierto paquete enviado a bordo del barco
Alexander
capitaneado por Duncan Sinclair, formado por ropa y otros artÃculos adecuados para su situación actual, que fueron recogidos y comprados por varias personas caritativas para uso de los mencionados Henry Cable, su mujer y su hijo. Se han realizado varias solicitudes con el propósito expreso de obtener dicho paquete del capitán del
Alexander
, que ahora descansa en el puerto, sin efecto [excepto] una pequeña parte de dicho paquete que contiene unos cuantos libros, el resto, que es de un valor más considerable, todavÃa continúa a bordo de dicho barco, el
Alexander
, el capitán del cual parece muy negligente al no hacer que sean entregados a sus respectivos dueños, tal y como se ha mencionado anteriormente.
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Como Henry y Susannah eran analfabetos, no podÃan firmar la orden judicial y solamente pusieron sus cruces al final del escrito. Las palabras «nuevos colonos de este lugar» fueron tachadas más tarde, pero eran muy significativas. Algunos pensaron que, si Heny Cable y su mujer eran descritos como presos, el caso no tendrÃa esperanzas de prosperar y alguien tuvo la idea de llamarlos
nuevos colonos
. Aquello quizá fuera un poco demasiado para el juez Collins, y lo más probable es que fuera él quien tachara aquellas palabras. Sin embargo, la orden judicial funcionó. Collins no desestimó el caso y convocó al tribunal, con un jurado compuesto totalmente por soldados. Sinclair fue llamado a declarar. A pesar de que Collins no mostraba mucho entusiasmo por el caso y que el jurado estaba compuesto por las personas que se enviaban a Australia para vigilar a presos como los Cable, ganaron éstos. Sinclair se defendió de las acusaciones alegando que los Cable eran delincuentes. Sin embargo, el veredicto fue que tuvo que pagar 15 libras.
Para alcanzar aquel veredicto, el juez Collins no aplicó la ley británica, sino que hizo caso omiso de ella. Fue el primer caso civil juzgado en Australia. El primer caso criminal les habrÃa parecido igual de extraño en Gran Bretaña. Un preso fue acusado de robar el pan de otro recluso, y el pan valÃa 2 peniques. En aquel momento, un caso de esas caracterÃsticas no habrÃa llegado al tribunal, porque los presos no tenÃan derecho a poseer bienes. Pero Australia no era Gran Bretaña y su ley no serÃa solamente británica. Y Australia pronto se distanciarÃa de Gran Bretaña en la ley criminal y civil y en una serie de instituciones económicas y polÃticas.
La colonia penal de Nueva Gales del Sur inicialmente estaba formada por los presos y sus guardias, la mayorÃa de los cuales eran soldados. Hubo pocos «colonos libres» en Australia hasta 1820 y el traslado de presos, aunque se detuvo en Nueva Gales del Sur en 1840, continuó hasta 1868 en Australia occidental. Los convictos debÃan realizar un «trabajo obligatorio», esencialmente, trabajos forzados, y los guardias intentaban ganar dinero con ello. Al principio, los convictos no tenÃan sueldo; solamente les daban comida a cambio del trabajo realizado. Los guardias se quedaban lo que producÃan. No obstante, este sistema, como los impuestos por la Virginia Company en Jamestown, no funcionaba demasiado bien porque los convictos no tenÃan incentivos para esforzarse en el trabajo ni para trabajar bien. Los ataban o desterraban a la isla de Norfolk, solamente treinta y cuatro kilómetros cuadrados de territorio situado a más de mil quinientos kilómetros al este de Australia en el océano PacÃfico. Pero como ni atarlos ni desterrarlos funcionaba, la alternativa fue ofrecerles incentivos. No era una idea natural para los soldados y los guardias. Los convictos eran convictos, y se suponÃa que ni vendÃan su trabajo ni podÃan tener propiedades. No obstante, en Australia no habÃa nadie más para hacer el trabajo. Evidentemente, habÃa aborÃgenes, posiblemente un millón cuando se fundó Nueva Gales del Sur. Sin embargo, estaban esparcidos en un continente enorme y la densidad de población en Nueva Gales del Sur era insuficiente para la creación de una economÃa basada en su explotación. No habÃa una opción latinoamericana en Australia. Por lo tanto, los guardias se embarcaron en un camino que finalmente conducirÃa a instituciones incluso más inclusivas que las de Gran Bretaña. Los convictos recibÃan una serie de tareas que debÃan realizar y, si tenÃan tiempo libre, podÃan trabajar para ellos mismos y vender lo que producÃan.
Los guardias también se beneficiaban de las nuevas libertades económicas de los convictos. La producción aumentó y los guardias fijaron monopolios para vender productos a los convictos. El negocio más lucrativo fue el del ron. En aquel momento, Nueva Gales del Sur, como el resto de las colonias británicas, estaba dirigida por un gobernador nombrado por el gobierno británico. En 1806, Gran Bretaña nombró a William Bligh, el hombre que, diecisiete años antes, en 1789, habÃa sido capitán del
H.M.S.
Bounty,
durante el famoso amotinamiento. Bligh era partidario de una disciplina férrea, un rasgo que probablemente fuera en gran parte responsable del amotinamiento. Sus formas no habÃan cambiado, e inmediatamente cuestionó a los monopolistas del ron. Aquello conducirÃa a otro motÃn, esa vez por parte de los monopolistas, dirigidos por un ex soldado, John Macarthur. Los hechos, que se conocerÃan como la Rebelión del ron, dieron lugar a que los rebeldes derrotaran a Bligh, esta vez en tierra firme y no a bordo del
Bounty.
Macarthur hizo que encerraran a Bligh. Posteriormente, las autoridades británicas enviaron más soldados para tratar la rebelión. Macarthur fue detenido y enviado de vuelta a Gran Bretaña. Pero al cabo de poco tiempo fue liberado y volvió a Australia, donde tuvo un papel crucial tanto en la polÃtica como en la economÃa de la colonia.
Las raÃces de la Rebelión del ron eran económicas. La estrategia de dar a los convictos incentivos estaba haciendo ricos a hombres como Macarthur, que fue a Australia como soldado en el segundo grupo de barcos que llegaron en 1790. En 1796, abandonó el ejército para concentrarse en los negocios. En aquel momento, ya tenÃa sus primeras ovejas y se dio cuenta de que se podÃa ganar mucho dinero con la crÃa de ovejas y la exportación de lana. Al lado de SÃdney, hacia el interior, se encontraban las Blue Mountains, que se cruzaron finalmente en 1813, lo que reveló que, al otro lado de las montañas, habÃa grandes extensiones de praderas abiertas. Era el paraÃso para las ovejas. Macarthur pronto se convirtió en el hombre más rico de Australia. Los magnates de ovejas pasaron a conocerse como los
squatters
, ya que la tierra que utilizaban para el pastoreo no era suya, sino del gobierno británico. Pero, al principio, aquello era un pequeño detalle. Los
squatters
eran la élite de Australia, o, mejor dicho, eran la «squattocracia».
Incluso con una «squattocracia», Nueva Gales del Sur no se parecÃa en nada a los regÃmenes absolutistas de Europa oriental ni a las colonias sudamericanas. No habÃa siervos como en Austria-HungrÃa y Rusia, ni grandes poblaciones indÃgenas que explotar como en México y Perú. Nueva Gales del Sur tenÃa muchas cosas en común con Jamestown (Virginia). En última instancia, la élite vio que le interesaba crear instituciones económicas que fueran significativamente más inclusivas que las de Austria-HungrÃa, Rusia, México y Perú. Los convictos eran la única mano de obra, y la única forma de incentivarlos era pagarles sueldos por el trabajo que hacÃan.
Al cabo de poco tiempo, les dieron permiso para convertirse en empresarios y contratar a otros convictos. Lo más destacable era que, tras cumplir sus condenas, recibÃan tierras y volvÃan a tener derechos. Algunos de ellos empezaron a enriquecerse, incluso el analfabeto Henry Cable. En 1798, era propietario de un hotel llamado The Ramping Horse, y también tenÃa una tienda. Compró un barco y empezó a comerciar con pieles de foca. En 1809, poseÃa como mÃnimo nueve granjas de unos cuatrocientos setenta acres y varias tiendas y casas en SÃdney.
El siguiente conflicto en Nueva Gales del Sur se producirÃa entre la élite y el resto de la sociedad, formada por convictos, ex convictos y sus familias. La élite, dirigida por antiguos guardias y soldados como Macarthur, incluÃa a algunos de los colonos libres que se habÃan sentido atraÃdos a la colonia por el
boom
de la economÃa de la lana. La mayor parte de la propiedad todavÃa estaba en manos de la élite, y los antiguos convictos y sus descendientes querÃan poner fin a las deportaciones, tener la oportunidad de ejercer de jurado de sus iguales y acceso a tierra libre. La élite no querÃa nada de aquello. Su preocupación principal era establecer un tÃtulo legal en las tierras que ocupaban como
squatters
. La situación volvió a ser similar a los hechos que habÃan tenido lugar en Norteamérica más de dos siglos antes. Como vimos en el capÃtulo 1, tras las victorias de los sirvientes contratados frente a la Virginia Company se produjeron las luchas en Maryland y las dos Carolinas. En Nueva Gales del Sur, los papeles de lord Baltimore y sir Anthony Ashley-Cooper correspondieron a Macarthur y los
squatters
. El gobierno británico de nuevo estaba del lado de la élite, aunque también temÃa que algún dÃa Macarthur y los
squatters
sintieran la tentación de declarar la independencia.
El gobierno británico envió a John Bigge a la colonia en 1819 para dirigir una comisión que investigara lo que ocurrÃa. Bigge se quedó perplejo al ver los derechos de los que disfrutaban los convictos y la naturaleza fundamentalmente inclusiva de las instituciones económicas de aquella colonia penal. Recomendó un cambio radical: los convictos no podrÃan ser propietarios de tierras, nadie tendrÃa permiso para pagarles sueldo, se limitarÃan los perdones, los ex convictos no recibirÃan tierras y los castigos iban a ser mucho más draconianos. Bigge vio a los
squatters
como la aristocracia natural de Australia e imaginó una sociedad autocrática dominada por ellos. Aquello no era posible.