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Authors: Carolina Solé

Tags: #Intriga

Ojos de hielo (80 page)

—Que sea tan perfecto. Busca más.

—Ya, bueno, que te vaya bien, ¿eh?

—Juan…

Otra vez, maldita sea…

J. B. colgó y soltó el móvil sobre la mesa del despacho, como si quemase. Estaba claro que aprovechaba cualquier cosa para conseguir lo que quería. No era extraño que ganase todos los casos. ¿Escrúpulos? ¿Qué coño era eso? ¡Joder!

Volvió a coger el móvil y revisó los
whatsapp
. Tania no daba señales de vida desde el último mensaje, el de las tres de la madrugada: demasiado tarde, la cena se ha enfriado y voy en pijama. J. B. pensó con rabia en la letrada mientras recordaba el viaje de vuelta de Barcelona la noche anterior, imaginando todo el camino a Tania esperándole con el body sexi y la cama caliente. Y lo que pasó cuando llegó de madrugada por culpa del maldito Manel Bernat, a quien ni siquiera había encontrado, y Tania, harta de esperar, le había mandado a casa con un SMS. Maldita letrada.

La pantalla volvió a iluminarse y cuando vio quién era dudó si responder estando tan cabreado.

—Sí…

—…

—Se me complicó la noche, tío.

—…

—Cuando acabe, perfecto. ¿Y son buenos esos franceses?

—…

—Pues no estoy de humor. Mejor nos vemos esta noche.

—…

—No… Es por tu hermana, macho.

—…

—No me tires de la lengua…

—…

—¡Me dan ganas de molerla a hostias! Venga, ya lo he dicho.

—…

—Ya, pero tú puedes hacer lo que quieras, es tu hermana, pero a mí me saca de quicio.

—…

—No sé, pero a ver si se larga pronto.

—…

—Pues que ayer, cuando vino a traerme las pruebas, habló con la comisaria y no veas la que montaron.

J. B. recordó lo mal que le había dejado la letrada ante su jefa y un sabor amargo en la boca le hizo tragar saliva.

—…

Mientras escuchaba a Miguel pensó que se había olvidado por completo de la caja de galletas.

—Lo que tu digas, pero no puedo con ella.

—…

—Vale, nos vemos allí. ¿A qué hora es la partida?

—…

—OK.

Volvió a dejar el móvil y cogió la caja de galletas. Se sentó y la miró fijamente.

Cinco minutos más tarde la mesa estaba sembrada de certificados y fotos y el sargento desplegaba la primera carta.

133

Finca Prats

Al volver de los establos, Kate se dejó caer en el Chester y buscó apoyo en los ojos de la viuda. El retrato le devolvía una mirada serena, ajena a todos los problemas que amenazaban su propiedad y a su nieta. Por lo menos, el asunto del proveedor del forraje estaba resuelto, y Chico le había asegurado que los demás no darían problemas. Faltaban pocas semanas para la Navidad y se suponía que para entonces Dana ya tendría el alta y estaría en casa, aunque probablemente ciega. ¿Cómo iban a superar eso? Kate cerró los ojos, se frotó los párpados con las yemas de los dedos y luego los enterró en la melena, que llevaba suelta. Echó la cabeza hacia adelante, entre las rodillas, y se esponjó el pelo con la mente en blanco hasta que la imagen de Paco apareció para llevarse su paz y traer de vuelta el ardor a la boca de su estómago.

Luis no había dado señales de vida y ya era casi mediodía. Cabía la posibilidad de que sus expectativas no se cumpliesen y de que la respuesta de Paco no fuese la que había previsto. O que ni siquiera hubiese recibido a Luis. O que sencillamente aprovechase las pruebas y después la despidiera en cuanto pisase el bufete. Cerró los ojos. Respirar hondo sólo le costó las dos primeras veces; luego empezó a llenar sus pulmones a un ritmo lento pero constante, intentando no pensar en nada. Pero el miedo no la dejaba. Tres semanas atrás, despedirla le habría costado dinero. Pero ahora que era socia, la votación del consejo podía dejarla fuera sin ningún tipo de indemnización. La posibilidad de tener que irse sin nada la dejaba sin fuerzas. Volvió a enterrar los dedos en el pelo y se masajeó la cabeza con suavidad, hasta que reparó en que se había olvidado de quién estaría con Dana. Miró la hora. Le tocaba a Nina, pero tenía que relevarla para que pudiese comer antes de volver al instituto a las tres y media. Se levantó y empezó a meter todos los extractos y facturas del primer cajón en un viejo maletín que estaba apoyado bajo la mesa.

Mientras guardaba los papeles, se iluminó la pantalla de la BlackBerry y el corazón se le disparó al ver quién la llamaba.

—Sí…

—…

—Dime cómo ha ido.

—…

Mientras escuchaba a Luis le costó contener la sonrisa.

—Nada especial. Algo que últimamente el jefe parecía haber olvidado. ¿Tienes los papeles de los que hablamos?

—…

—Perfecto. Y, en cuanto a lo de Mario, es mejor que continúe en manos de Marcos. A pesar de haber resuelto el asunto de Andorra, a Mario le están creciendo los enanos con lo de la amiguita. Además, Bassols es mucho fiscal y no parece que el caso vaya a tener un final feliz. Por cierto, ¿en qué planta tienes la mesa?

—…

—Claro que me alegro, pero no veo que tenga tanta importancia. Y te agradezco lo que le has dicho, pero no quiero que le des ningún mensaje de mi parte.

—…

Típico de Paco, buscar intermediarios para suavizar las cosas. Pero esta vez se lo había hecho pasar demasiado mal y no le iba a salir tan barato.

—Lo sé, pero si quiere saber qué planes tengo puede llamarme al móvil.

—…

—Exacto, si vuelve a preguntarte dile que tengo el móvil encendido las veinticuatro horas. No, espera, dile que a las ocho de la tarde lo apago.

—…

—Yo también, aunque por el momento no sé ni cuándo podré volver. Ha despertado, pero aún tengo que pensar en lo que vamos a hacer cuando le den el alta. Te llamaré cuando lo decida.

—…

—Perfecto.

Acabó de llenar el maletín y lanzó una mirada al cuadro para despedirse, pero cuando cogió la BlackBerry para guardársela en el bolsillo notó de nuevo la vibración.

—Sí…

—…

—Entonces, ¿no tienen nada que ver? —preguntó apoyándose sobre la mesa del escritorio.

Era la peor noticia que le podían dar.

—…

—Bueno, pues mándame la información.

—…

—También, pero no te pases, que tampoco has sido la panacea.

—…

—Me parece justo, pero que sepas que él también estaba buscando una excusa para retomar el contacto. Entonces, ¿seguro que no tienen nada en común? Habría apostado por ello.

—…

—¡Repite eso!

—…

Kate permaneció en silencio con la vista fija en el panel que colgaba de la chimenea. Era una locura.

—Así que parece que hagan relevos…

—…

—No, no, es sólo que por fin acabas de ganarte el sueldo.

Cuando colgó sabía que lo había conseguido. Ahora sólo quedaba llamar al sargento y decirle lo que quería a cambio de entregarle el caso en bandeja. Cogió el maletín y lanzó un beso al cuadro para despedirse.

134

Comisaría de Puigcerdà

Cuando la vio aparcar el coche, J. B. ya llevaba rato apoyado en la mesa, esperando. La letrada bajó del A3 y tras avanzar unos metros cerró con el mando sin mover una pestaña, como si no fuese con ella. J. B. sonrió.

La tarde anterior no le había cogido el teléfono porque estaba más que harto de que le dijese todo el tiempo lo que tenía que hacer y, además, seguía concentrado atando cabos con el contenido de las cartas. Cuando Montserrat le llamó para decirle que la jefa quería la documentación de la caja en su mesa, supo que la letrada había hablado directamente con Magda. Sobre las siete, cuando salía hacia el Insbrük para echar la partida con los franceses que le había propuesto Miguel, la vio entrar en comisaría, tiesa y con paso decidido, como si el mundo le debiese algo. Le pareció que entraba en el despacho de Magda y pensó que ya se apañarían entre ellas. Pero antes de empezar la partida recibió una llamada de la jefa. Le informó de que la orden de detención de Manel Bernat, alias
Leman Tabern
, estaba sobre su mesa y que en cuanto llegara de efectuar la detención en Barcelona le quería ver en su despacho.

Pasó todo el viaje a Barcelona convencido de que, dadas las circunstancias, eso sólo podía significar su vuelta a Cornellà. La efectividad de la letrada y su propia gilipollez habían conseguido que su superiora se hartase de él y le devolviese a casita. Bueno, la comisaría de Puigcerdà tampoco era un chollo, aunque hiciese sólo unas horas que le había dicho a Millás que estaba bien y que todo iba sobre ruedas en el valle. A ver cómo iba a explicarle ahora que le mandaban de vuelta… La parte positiva era que estaría cerca de su madre, aunque si pensaba detenidamente en ello tampoco le parecía tan buena idea. La parte negativa era que empezaba a gustarle el valle, que hubiera poca gente por la calle, el frío que ya no le calaba los huesos a todas horas, las noches estrelladas del valle, la soledad del altillo sobre el taller y las partidas que siempre ganaba con Miguel en el Insbrük.

Ahora, llevaba un buen rato sin el runrún que había mareado toda la noche su estómago. De hecho, en cuanto había salido del despacho de la comisaria se olvidó de sus cavilaciones nocturnas y empezó a verlo todo más claro. Se puso en pie, dio dos pasos hasta la ventana y volvió a la mesa.

En el aparcamiento ya no había ni rastro de la letrada y esperó el aviso de Montserrat. Pero no lo hubo. Tampoco golpes en la puerta. Desde la entrada hasta su despacho el recorrido duraba unos segundos, así que no había ido para allá directamente. Empezó a preocuparse y decidió salir a recibirla.

En cuanto abrió la puerta la vio. Estaba de pie en el hall, esperando a que Montserrat acabase de hablar por teléfono. Cuando sus ojos se cruzaron notó la boca seca. Se dio la vuelta y en el trayecto hasta la mesa del despacho para coger el documento que Magda le había dado para ella empezaron a sudarle las manos. Cogió el sobre y salió al vestíbulo.

Kate Salas le esperaba de pie, cerca de la puerta de salida. Llevaba el pelo suelto como las últimas veces, unas botas altas con los pantalones por dentro y unos tacones de miedo. Seguía tiesa como siempre, pero llevaba el bolso cruzado como las adolescentes y su eterna BlackBerry plateada en la mano. Se preguntó qué le habría dicho a Magda para que la reunión en la que supuestamente tenían que despedirle hubiese resultado la primera reunión seria con la comisaria desde que había llegado al valle.

J. B. llegó a su lado y le ofreció el sobre. Ella lo cogió en seguida, con un gracias sin segundas. Y él decidió armarse de valor.

—Bueno, parece que ya se ha acabado.

Kate asintió.

—¿Le habéis detenido?

J. B. asintió y se metió las manos en los bolsillos del vaquero.

—¿Cómo te diste cuenta?

—Por las fotos y el anagrama. Leman Tabern es un anagrama de Manel Bernat. Ya sabes, mismas letras en distinto orden.

—¡Qué imbécil!

—Bueno, supongo que de algún modo quería mantener los lazos con su verdadera identidad.

J. B. la estudió un instante, admirado, y frotó las palmas húmedas de las manos contra el forro interior de los bolsillos. Si no decía algo, la letrada desaparecería.

—¿Qué tal está la veterinaria?

—Si todo va bien, dentro de un año y con varias cirugías puede que recupere bastante la visión.

—Buenas noticias.

Kate volvió a asentir y metió el sobre en el bolso.

—Bueno, tengo que irme.

De repente, J. B. quiso disculparse.

—Siento lo de ayer, estuve un poco borde, pero es que me pillaste en mal momento.

Kate sonrió un instante y cerró la cremallera del bolso.

—Olvídalo. —Y mirándole a los ojos añadió—: Bueno, que te vaya bien, sargento.

Él asintió. Y ella se dirigió a la puerta. No podía dejarla ir sin preguntárselo. Dio dos pasos y le tocó el brazo. Ella se volvió. Tan cerca, parecía más alta.

—Por cierto, ¿qué le dijiste? —preguntó señalando con la cabeza al despacho de Magda.

Kate sonrió.

—Que fue idea tuya.

J. B. frunció el ceño. Y ella abrió esos impresionantes ojos avellana.

—¿Idea mía? ¿El qué? —repuso el sargento.

—Pues entregarle el caso resuelto para que se lleve la gloria.

Silva bajó la cabeza un instante y volvió a buscar sus ojos.

—¿Soy un imbécil?

Kate sonrió.

—No, un miedica. Ya nos veremos, sargento.

J. B. le abrió la puerta y la observó caminar hacia el coche. Cuando soltó la puerta oyó un chasquido a su espalda y la voz de Montserrat:

—Me pregunto cuándo dejarás de perder el tiempo con la rubia.

Agradecimientos

Los agradecimientos del autor al finalizar un libro no son sino la muestra de que toda obra requiere de la participación de muchas personas para llegar a las manos del lector.

En mi caso la deuda impagable es con el equipo de colaboradores desinteresados que me asesoran, a los que me gusta llamar
mi tribu
, y que encabezan con especial solvencia Rosa Cortés en el área linguístico-semántica, y Ferran Viladevall, en las cuestiones de coherencia y riqueza argumental. Sin contar con vosotros el intenso placer de escribir e inventar historias no sería el mismo.

A mis primeros lectores; Alejandra, Lidia, Encarna, Carlos, Ana, Eduard, Victoria y Dolors, gracias por ánimos y las felicitaciones, pero sobre todo gracias por las listas de pequeñas incoherencias, las preguntas sorpresivas y los errores en el redactado de las marcas que usa la protagonista. Cuento con vosotros para la próxima aventura.

A la forense Gloria de la Fuente, amiga entrañable a la que he molestado a horas intempestivas con el temor permanente, y sin duda inspirador, de estar interrumpiéndola en una autopsia… A Montserrat Barberá mi farmacéutica de referencia, por la Digoxina. Y a los doctores Nacho Toscas y Gorka Martínez por sus siempre interesantes explicaciones.

Al caporal Lluís Gomá al sargento Ignasi Farré los Mossos d’'Esquadra, por su paciencia, amabilidad y buen talante. Espero de corazón que sepan disculpar mis libres adaptaciones de la realidad que ellos me describieron. Esto es ficción…

A los abogados Lourdes Ortuño Enric Estruch, por su colaboración los temas legales que me son tan ajenos. En cualquiera de sus campos asumo las inexactitudes que haya podido cometer, la mayoría de ellas surgieron de la necesidad de adaptar la realidad a los intereses y el
timing
de las tramas.

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