—…
—Hola, Lili, soy Kate, ¿Qué tal todo?
—…
—No me lo puedo creer. Muchas gracias. Pero ¿cómo te has enterado?
—…
—Son unos cotillas. Bueno, yo te llamaba por otra cosa.
—…
—Necesito tu ayuda para localizar a alguien. De hecho, necesito información sobre una venta de un piso que tramitasteis vosotros.
—…
—De febrero de 1984.
—…
—Ya, pero ¿puedes hablar con ella y pedírselo?
—…
—Mejor, ya recuerdo a tu hermana. Su clase magistral en tercero me pareció mágica.
—…
—Sí, pero necesito esa información con urgencia. ¿No podrías ocuparte tú?
—…
—No, es un tema personal. Ya te contaré cuando cenemos juntas.
—…
—Supongo que dentro de un par de semanas. Cuando esté en Barcelona te llamo y quedamos.
—…
—¡Muchísima! De hecho, hasta que reciba la información estaré de brazos cruzados…
—…
—Perfecto, un correo. Muchas gracias, Lili.
—…
Cuando colgó el teléfono lo hizo convencida de que Lili se ocuparía en seguida de lo que acababa de pedirle. Su colaboración bien valía una cena, aunque tuviese que soportar sus cansinos discursos sobre la macrobiótica durante toda la velada. Kate miró hacia la cama. Dana seguía inconsciente y, en cierto modo, eso la hacía sentir aliviada. La mañana anterior Marós había dicho que reducirían los analgésicos y recuperaría la conciencia progresivamente, que estuviesen tranquilos. Pero ya había pasado un día. Kate miró a su alrededor y a los fluorescentes del techo. La habitación mantenía desde primera hora una luz apesadumbrada que le apagaba el ánimo. Subió la persiana y retiró las cortinas, pero el cielo del valle había despertado con la luz grisácea que precedía a la nieve y la habitación continuaba tristona. Acabó de vestirse, vaqueros y una camisa blanca de algodón que le ayudaría a soportar los veinticinco grados de la habitación. Volvió a observar a Dana. En realidad, que siguiese sedada tenía sus ventajas. Porque ella necesitaba tiempo para acabar de atar cabos antes de que despertase y empezase a recordar. En fin, ahora sólo podía esperar las noticias de Lili.
En la plaza Santa María, colgados de la torre, dos técnicos sujetaban en los aros fijos los adornos luminosos de Navidad. Parecía increíble que hubiese pasado un año ya del caso Pifarrer, que los mantuvo concentrados en el bufete casi todas las fiestas del 2010. Éstas iban a ser las segundas Navidades seguidas con sabor a tristeza, a pérdida y a soledad. Se preguntó qué harían si Dana perdía la vista definitivamente y se sintió sin fuerzas. Dadas las circunstancias, no era viable celebrar las fiestas en la finca como el año anterior. Con Dana impedida, y los sementales tan lejos, la Navidad sería un valle de lágrimas. Decidió revisar la BlackBerry. En la pantalla había tres llamadas perdidas. Antes de descolgar frunció el ceño. Se había olvidado del caso Mendes por completo.
Comisaría de Puigcerdà
Al salir del despacho de Magda, J. B. se dirigió al suyo maldiciendo al caporal. El cuerpo le pedía descargar el puño en su cara de cuervo por haberle cantado a la comisaria lo del segundo registro de la finca Bernat, pero el sentido común le susurraba con insistencia que se contuviese. La culpa era suya por no contener las ganas de joder a Desclòs.
—Sargento, tengo algo para ti —le llamó Montserrat, y sacó un sobre de debajo del mostrador.
Al ver sus iniciales en letra manuscrita, J. B. frunció el ceño.
—Es del ex comisario Salas. Lo ha traído su nieto, el carpintero.
—¿Tato?
Ella asintió y J. B. se dirigió al despacho con el sobre bajo el brazo.
Encendió el ordenador y abrió el sobre. Contenía un folio con información que ya conocía: el origen de la botella en una
boutique
de espirituosos de Andorra. Sin embargo, no decía nada del DNI. La nieta contaba con colaboradores mejores y más rápidos… Aun así, ¿en veinticuatro horas y sin medios? No estaba mal para un comisario de más de setenta años, nada mal.
Se quitó la cazadora, la colgó en el respaldo y se dejó caer en la butaca.
Vio que tenía varios correos pendientes de abrir. El primero era de los analistas del laboratorio, que concluían que la botella de los Herrero estaba limpia, ni rastro de digoxina. J. B. se preguntó cómo habían podido responder tan rápido y se le ocurrió que sólo podía ser cosa de Montserrat. En cualquier caso, la única botella emponzoñada era la de Jaime Bernat y eso volvía a situar el foco sobre Santi.
El segundo era la confirmación de los datos de la titular del DNI. Era prácticamente imposible que el documento oficial de una Bernat fallecida en Barcelona hacía cuarenta años hubiese ido a parar a manos de la veterinaria. Sin embargo, sí a las de algún familiar, lo que situaba a Santi y a su hermana, los únicos Bernat, de nuevo en la foto. Abrió el cajón y buscó bajo las copias de los informes para la comisaria el que había impreso con los datos de la hermana de Santi. Había algo oscuro en los Bernat. Todo el mundo coincidía en dejarlos bien, pero siempre con la boca pequeña. Excepto Desclòs, que no entendía de sutilezas y vivía anclado a servilismos y grandezas del pasado.
Intentó recordar los encuentros con Santi y cayó en que había un detalle que no habían investigado. En el segundo encuentro, la tarde del funeral, había mencionado que la veterinaria pretendía poner en su contra a los arrendatarios por haberles cedido tierras en nombre de otra persona. Puede que esa persona fuese alguien que quería mantenerse al margen, en la sombra. Además, Gilbert, el tipo de la lista de la letrada con el que había hablado, había incidido en los chanchullos que se traía Jaime con las tierras y los contratos. Puede que ese propietario en la sombra hubiese averiguado los tejemanejes de Jaime y se hubiese tomado la justicia por su mano. Necesitaría un listado de las tierras que Bernat tenía arrendadas y comprobar cuáles no eran de su propiedad. Se levantó para anotar esa tarea en la pizarra. También incluyó a los Herrero y dibujó un interrogante en la conexión que podía unir a ambas familias. Subrayó el nombre de María Antonia Bernat y anotó en una esquina un recordatorio para averiguar quién se había hecho cargo de sus cosas a su muerte.
¿Y el quad? Según la letrada, se encontraba en la misma finca Bernat. J. B. lo apuntó debajo del nombre de Santi. Era poco probable que él hubiese atropellado a su padre. Y, si lo había hecho, después de saber cómo le había tratado no iba a ser él quien le juzgase por acabar con tal energúmeno. Pero seguía convencido de que el gigante no era de los que tenían huevos para eso. Y lo que había estudiado en el informe del ex comisario Salas-Santalucía sobre el CRC, por el momento, tampoco arrojaba luz sobre disputas entre sus miembros. Decidió que necesitaba un Solano.
Cuando iba a abrir el primer cajón para coger uno, recordó que allí se encontraba el informe que estaba ocultando a Magda y no llegó a tocar el tirador. Se levantó y buscó en el bolsillo de la cazadora.
El siguiente correo era de la tienda de espirituosos. Silva les había pedido que le mandasen la cinta de la cámara del día del envío. Las exigencias del dueño le pusieron de malas y estuvo a punto de responder con una amenaza, pero se contuvo. Decidió pedirle a la policía andorrana que intercediese por él y, mientras les enviaba un e-mail, se preguntó por qué para la letrada todo era tan fácil.
Justo entonces su móvil se iluminó sobre la mesa y le sorprendió la cara picarona de Tania mirándole. Cerró los ojos y respiró hondo. Era la última vez que le dejaba mangonear el teléfono. Cogió el aparato y colgó. ¡Joder, que ya no tenían quince años!
Montserrat le llamó por el fijo para decirle que acababa de llegar el informe preliminar del accidente y que Desclòs acababa de entrar en el despacho de la comisaria.
—¿Sabes algo? —le preguntó J. B.
—Parece que la veterinaria se salió de la carretera y que la van a acusar de homicidio involuntario. Ya es mala suerte, la pobre…
J. B. colgó el auricular y se apoyó en el respaldo del asiento; por lo menos, mientras estuviese en coma no se iba a enterar. De repente, tuvo la necesidad de decírselo a alguien. Miguel no era buena idea. Antes de dejar hecho polvo a un colega prefería que fuese definitivo. Pero la letrada…, ella sí debía saberlo. Al fin y al cabo era su abogada. Cogió el móvil y mientras buscaba su número recibió un
whatsapp
: era de Tania, con una foto de la OSSA Triciclo de dos plazas en color azulón sobre un ¿cenamos?
J. B. miró la moto y mantuvo el móvil en la mano. Había que reconocer que se lo curraba. Cerró el mensaje sin responderle y buscó de nuevo el número de la letrada. Cuando iba a marcar volvió a sonar el teléfono del despacho.
—Magda está que trina y quiere verte inmediatamente. No quiero ser agorera, pero creo que se ha enterado de lo del informe.
La voz de Montserrat sonaba preocupada. Ni siquiera eran las diez y la doña ya le estaba agobiando. ¿No había dicho a las seis? Decidió que no iba a dejar que le jodiera el día.
—OK, voy para allá.
J. B. cogió la copia del informe de tóxicos que le había entregado Gloria la noche anterior y el de las huellas del bastón. Estaba dispuesto a esquivar a la comisaria tanto como pudiese. A la vuelta ya se pondría en contacto con la letrada por lo del accidente.
De camino al despacho de Magda le pidió ayuda a Montserrat para recopilar más datos sobre María Antonia Bernat y las propiedades de la familia. Ella arrancó uno de los papeles del bloc de notas y escribió una dirección en él.
—Ahí encontrarás a la hermana de mi suegra. Es de Das y lo sabe todo. Ahora la llamo y le digo que irás para allá.
—Te debo una —respondió J. B., y dejó en el mostrador los dos sobres que llevaba—. Guárdame esto hasta que te llame. Volveré antes de las seis.
Habitación 202, hospital de Puigcerdà
—Sí…
—…
—Vale, tranquilízate y habla más despacio.
—…
—¡Luis!, no te pongas histérico, que no hay para tanto. Cuando vuelva me ocuparé de todo.
—…
—¡Deja de decir sandeces y escúchame cuando hablo! No nos importa nada de todo eso. A finales de semana intentaré escaparme un día, pero lo veo difícil. Dana aún no se ha despertado y quiero estar con ella cuando lo haga. Sólo es martes, y si no pudiese ir a Barcelona hasta la semana que viene tampoco se hundiría el mundo, así que no te pongas nervioso, no pasa nada. Faltan dos semanas para el juicio y lo del despacho no es importante, lo resolveremos cuando vuelva. Lo que sí necesito es que mantengas la calma y estés atento a todo lo que pasa. Necesito que te enteres de cómo va Marcos con el caso.
—…
—Lo sé, y eso nos sitúa como la única baza para desmontar la acusación. Por el momento nos mantendremos atentos. Hoy espero noticias de Andorra —anunció maldiciendo al técnico.
—…
—Lo sé desde ayer, recibí copia de la lista y ya sé que al final el juez no ha recusado nada. Paco debe de estar que trina.
—…
—Tengo mis propios contactos. Pero lo que me parece increíble es que desconfíes sólo porque no estoy ahí.
—…
—Lo sé, pero usa la imaginación y tus habilidades. ¿Sabes si han mantenido algún contacto con el fiscal?
—…
—Exacto, eso es lo que quiero. Mantenme informada. Ah, y sigue con lo de los Moyano…
—…
—En cualquier momento puede haber cambios, pero también es posible que tarden algunos días, y tampoco sabemos cómo va a estar cuando despierte.
—…
—De acuerdo.
Antes de colgar ya tenía la mente en Paco. Era un verdadero cretino. Bajar sus cosas al antiguo despacho era una acción infantil y absurda, además de ruin. El nombramiento era un hecho desde el instante en el que se lo había comunicado y lo había publicado en la intranet del bufete. Además, los demás socios no permitirían que se echase atrás. Por mucho que fuese el socio principal, no le dejarían actuar por impulso, como un niño consentido. Alguien debía ponerle en su lugar y, sinceramente, si se confirmaba lo del técnico ella misma estaría en disposición de hacerlo. Buscó un número en la libreta de direcciones y marcó.
Cinco minutos más tarde colgaba con una sonrisa en la cara. Por fin había algo de luz en aquel maldito caso. El primero que le vino a la cabeza fue el estirado de Bassols, con su moreno de esquiador y esa postura de chico listo e imbatible. Acababa de dejarle en la cuneta. Estuvo tentada de mandarle un mensajito con un críptico estás fuera para devolverle el favor de la última vez, pero se contuvo. Ahora lo que necesitaba era alguien que pudiese quedarse con Dana el miércoles por la mañana mientras ella se acercaba a La Seu a por el soporte con los archivos que iban a librar a Mario de la cárcel. Pero a quien le tenía más ganas era al jefe. Buscó el número y marcó mientras observaba al técnico del alumbrado municipal, que acababa de enderezar una enorme bandeja de estrellas de luces blancas y la sujetaba en la pared de la torre de la plaza.
Paco tardaba en responder y Kate fue consciente de que, mientras esperaba, su corazón iba acelerándose y su seguridad decreciendo. Puede que estuviese reunido, y esa idea la tranquilizó, hasta que le oyó descolgar, y el tono tajante y despectivo de su respuesta la sublevó.
—…
—Te llamo para decirte que voy a quedarme unos días más.
—…
—Supongo que habrán vaciado mi nuevo despacho para pintar…
—…
—Vamos, Paco, llevo demasiado tiempo trabajando para ti como para que ahora me vengas con niñerías como ésa.
—…
El muy cretino sólo se preocupaba de lo suyo. Pues no iba a darle una alegría, por lo menos aún no.
—El tipo está atrancado y, la verdad, no sé si puedo hacer algo ahora que estoy fuera del caso.
—…
—¿Influencias como la del juez Márquez…?
—…
Kate se iba encendiendo.
—Tal vez no sea la única que haya subestimado a alguien, ni la única que haya tomado malas decisiones últimamente. Cuando vuelva…
—…
—No creo que puedas tomar ese tipo de decisiones unilateralmente. Lamento tener que recordarte que mi condición de socia lo cambia todo.
—…
—En tal caso jugaremos en equipos distintos y lo lamento porque…
Clic.
Muy propio de Paco, colgar para no oír lo que no le interesaba. Kate pulsó la tecla roja de la BlackBerry y abrió el correo. No paró de leer hasta el último punto. La buena de Lili se merecía elegir restaurante.