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Authors: Greg Egan

Tags: #Ciencia ficción

Oceánico (13 page)

«En sí mismo eso será un esfuerzo enorme, pero quiero asegurarme que no aborte desde el comienzo. No hay gran mérito en crear los niños más maravillosos en la historia sólo para descubrir que algún horrible instinto mamífero nos lleva a estrangularlos cuando nacen».

Jack estaba sentado en su estudio tomando un whisky. Llamó por teléfono a Joyce después de la cena y charlaron durante un rato, pero no fue lo mismo que estar con ella. Los fines de semana nunca llegaban lo suficientemente pronto, y hacia el martes o miércoles cualquier sensación de consuelo que había obtenido al verla se había desvanecido completamente.

Ahora era casi medianoche. Después de hablar con Joyce, había pasado tres horas en el teléfono, averiguando lo que podía sobre Stoney.

Aprovechando sus relaciones hasta donde pudo, supo que Jack había estado sólo durante cinco años en Cambridge, así que todavía era considerado como un extraño. Ni siguiera había sido admitido en un círculo interior en Oxford; siempre perteneció a un grupo pequeño y tranquilo de disidentes que estaban contra la corriente de moda. Se podía decir cualquier cosa sobre los Tiddlywinks
[1]
, pero nunca podrían poner sus manos sobre las palancas del poder académico.

Un año atrás, mientras estaba en su período sabático en Alemania, Stoney renunció repentinamente a un puesto que tuvo en Manchester durante una década. Regresó a Cambridge, a pesar de que no tenía ningún cargo oficial que ocupar. Comenzó a colaborar informalmente con varias de las personas en el Cavendish, hasta que quien estaba a cargo del lugar, Mott, inventó un trabajo para él y le concedió un modesto salario, las tres salas que había visto Jack y algunos estudiantes para que lo ayudaran.

Los colegas de Stoney estaban asombrados por la avalancha de invenciones exitosas. Aunque ninguno de sus ingenios estaba basado en una ciencia completamente nueva, su talento para ver directamente en el corazón de las teorías existentes y extraer algunas consecuencias prácticas no tenía precedentes. Jack había esperado alguna traición provocada por la envidia, pero nadie parecía tener nada malo que decir sobre Stoney. Volvía su toque de Midas científico al servicio de cualquiera que se le acercara, y eso le sonó como si cada escéptico o enemigo posible fuese comprado con algún apunte provechoso en sus propios campos.

La vida personal de Stoney era muy oscura La mitad de los informantes de Jack estaban convencidos que el hombre era un maricón asumido, pero otros hablaban de una mujer hermosa y misteriosa llamada Helen, con quien evidentemente se llevaba en términos íntimos.

Jack vació su vaso y miró a través del patio.
¿Era arrogante preguntarse si podría haber recibido algún tipo de visión profética?
Quince años antes, cuando estaba escribiendo
El Planeta Quebrado
, imaginó que simplemente estaba satirizando la arrogancia de la ciencia moderna. Su retrato de las fuerzas del diablo detrás de lo que burlonamente llamó Laboratorio de Supervisión de Experimentos Varios fue entendido como una metáfora muy seria, pero nunca había esperado que él mismo terminara preguntándose si auténticos ángeles caídos estaban susurrando secretos en los oídos de un catedrático de Cambridge.

Sin embargo, ¿cuántas veces había dicho a sus lectores que el triunfo más grande del diablo había sido convencer al mundo de que no existía? El diablo
no
era una metáfora, un simple símbolo de la debilidad humana; era real, una presencia intrigante que actuaba en el tiempo, que actuaba en el mundo tanto como Dios mismo.

¿Y la maldición de Fausto no fue sellada por la mujer más hermosa de todos los tiempos: Helena de Troya?

Sintió un hormigueo en la piel. Una vez había escrito una columna humorística en un diario llamada «Cartas de un Demonio», en la cual un Tentador Mayor le ofrecía consejos a colegas menos experimentados sobre las mejores formas para hacer descarriar a los fieles. Incluso eso había sido una experiencia agotadora y casi perversa: adoptar el punto de vista necesario, siempre extravagante, le había hecho sentir que se le marchitaba el interior. El pensamiento de que una cruza entre el Faustbuch y El Planeta Quebrado pudiera tomar vida a su alrededor era demasiado horrible siquiera para ser considerarlo. El no era un héroe salido de su propia ficción, ni siquiera un Cedric Duffy de modales suaves abandonando a su suerte a un Pendragón moderno. Y no creía que Merlín surgiera de los bosques para traer el caos a la arrogante Torre de Babel, el Laboratorio Cavendish.

Sin embargo, si él era la única persona en Inglaterra que sospechaba de la auténtica fuente de inspiración de Stoney, ¿quién otro podría actuar?

Jack se sirvió otro vaso. No había nada que ganar postergándolo. No seria capaz de descansar hasta que supiera a qué se estaba enfrentando: un muchacho ya crecido, vanidoso e imprudente que estaba teniendo una racha de buena suerte, o un muchacho ya crecido, vanidoso e imprudente, que había vendido su alma y había puesto en peligro a toda la humanidad.

—¿Un
satanista?
¿Usted está acusándome de ser un satanista?

Stoney tiró irritado de su bata; estaba en la cama cuando Jack aporreó la puerta. Dada la hora, había sido muy cortés de su parte aceptar a un visitante, y ahora parecía tan genuinamente ofendido que Jack casi estuvo a punto de disculparse y escabullirse.

—Tenía que preguntarle… —dijo.

—Se tiene que ser doblemente estúpido para ser satanista —murmuró Stoney.

—¿Doblemente?

—No sólo hay que creer en toda la insensata teología cristiana, también hay que invertir el
lado perdedor
preordinado, garantido para el fracaso y absolutamente fútil. —Alzó su mano, como si creyera que había anticipado la única objeción posible a esta afirmación, y le dejó a Jack el problema de gastar su aliento en pronunciarla—. Lo
sé,
algunas personas señalan que en realidad se trata de alguna deidad precristiana: Mercurio o Pan… todas esas patrañas. Pero asumiendo que no estamos hablando sobre un error en el apodo de los objetos de adoración, no puedo pensar en nada más insultante. Está comparándome con alguien como…
Huysmans
, que fue básicamente un católico muy obtuso.

Stoney se cruzó de brazos y se sentó sobre el sofá, esperando la respuesta de Jack.

La cabeza de Jack estaba espesa por el whisky, no estaba del todo seguro de cómo tomar esto. Era el tipo de pedante tontería universitaria que podría haber esperado de un ateo engreído… pero, por otro lado, además de una confesión ¿qué tipo de respuesta habría constituido evidencia de culpa?
Si vendiste tu alma al diablo, ¿qué mentira dirías en lugar de la verdad?
¿Había creído que Stoney afirmaría que era un practicante devoto como si esa fuera la mejor respuesta posible para despistar a Jack?

Tenía que concentrarse en las cosas que había visto con sus propios ojos, los hechos que no se podían negar.

—Usted está conspirando para subvertir la naturaleza, inclinando el mundo ante la voluntad del hombre.

Stoney suspiró.

—Ni remotamente. La tecnología más refinada nos ayudará a andar más suavemente. Tenemos que terminar con la polución y los pesticidas tan rápidamente como sea posible. ¿O quiere vivir en un mundo donde todos los animales nazcan como hermafroditas y la mitad de las islas del Pacífico desaparezcan en medio de tempestades?

—No trate de decirme que usted es algún tipo de guardián del reino animal. ¡Lo que quiere es reemplazarnos con máquinas!

—¿Siente la misma amenaza con cada zulú o tibetano que tiene un niño y quiere lo mejor para él?

—No soy racista —se molestó Jack—. Los zulúes y tibetanos tienen
alma.

Stoney gimió y apoyó la cabeza en sus manos.

—¡Son más de la una de la mañana! ¿No podemos discutir esto en algún otro momento?

Alguien golpeó la puerta. Stoney levantó la vista, incrédulo.

—¿Qué es esto? ¿La Gran Estación Central?

Cruzó hasta la puerta y la abrió. Un hombre despeinado y sin afeitar se abrió camino hacia la habitación.

—¿Quint? Qué agradable…

El intruso agarró a Stoney y lo golpeó contra la pared. Jack exhaló por la sorpresa. Quint volvió sus ojos enrojecidos sobre él.

—¿Quién mierda eres?

—John Hamilton. ¿Quién mierda eres tú?

—Nadie que te importe. Sólo quédate quieto. —De una sacudida puso el brazo de Stoney detrás de su espalda con una mano mientras aplastaba su rostro contra la pared con la otra—. Ahora eres mío, pedazo de mierda. Nadie te va a proteger esta vez.

Stoney señaló a Jack con la boca aplastada contra la mampostería.

—Ezte ez Petez Quinz, mi fantazma perzonal. Hize un pazto fáuztico. Pero con cláuzulaz eztriztamente tempo…

—¡Cállate! —Quint extrajo un arma de su bolsillo y apuntó a la cabeza de Stoney.

—Tranquilo.

—¿Hasta dónde llegan tus relaciones? —gritó Quint— Los memorándums desaparecen, las fuentes se quedan mudas… ¡y ahora mis superiores están amenazándome con algún tipo de traición! —Se volvió para dirigirse a Jack otra vez—. Y

no pensarás que vas a ir a algún lado.

—Dézalo zalir de ezto —dijo Stoney—. Ez del Magdalene. Ya tienez que zaberlo: todoz loz ezpíaz zon del Trinity.

Jack se estremeció al ver a Quint agitando el arma, pero las implicaciones de este drama le llegaron con algo parecido al alivio. Las ideas de Stoney debían haber tenido su origen en algún proyecto de investigación en los tiempos de guerra. No había tenido tratos con el diablo, pero había quebrado el Acta Oficial de Secretos y ahora tenía que pagar por ello.

Stoney flexionó su cuerpo y empujó de un golpe a Quint hacia atrás. Éste trastabilló pero no cayó; alzó su brazo amenazante, pero ya no tenía el arma en la mano. Jack miró alrededor para ver dónde había caído pero no pudo encontrarla por ninguna parte. Stoney descargó una patada directamente a los testículos de Quint; estaba descalzo, pero Quint gimió de dolor. Una segunda patada lo dejó tendido.

—¿Luke? —Llamó Stoney—. ¡Luke! ¿Vienes a darme una mano?

Un hombre de fuerte contextura con los antebrazos tatuados salió del dormitorio de Stoney, bostezando y acomodándose los tiradores. Al ver a Quint gimió:

—¡Otra vez no!

—Lo siento —dijo Stoney.

Luke se encogió de hombros estoicamente. Los dos se las arreglaron para tomar firmemente a Quint y arrastrarlo con dificultad a través de la puerta. Jack esperó unos segundos, luego se echó al piso para buscar el arma. Pero no estaba en ningún lugar a la vista, y no se había deslizado debajo de los muebles; ninguna de las hendiduras donde podría haber terminado estaba tan oscura como para que se hubiera perdido en las sombras. No estaba en ninguna parte de la habitación.

Jack fue hasta la ventana y contempló a los tres hombres cruzando el patio, a medias esperando ser testigo de un asesinato. Pero Stoney y su amante simplemente alzaron en el aire al hombre y lo lanzaron en un estanque poco profundo y de aspecto bastante barroso.

Jack pasó los días siguientes en estado de confusión. No estaba preparado para confiar en nadie hasta que pudiera formular sus sospechas con claridad, y los sucesos en las habitaciones de Stoney eran difíciles de interpretar sin ambigüedades. No podía establecer con completa seguridad que el arma de Quint se había desvanecido delante de sus ojos. Pero, ¿el hecho de que Stoney estuviera libre confirmaba que estaba recibiendo protección sobrenatural? Y Quint mismo, confundido y desmoralizado, había tenido el aspecto de un hombre que se veía demoníacamente desconcertado a cada rato.

Si esto era cierto, entonces Stoney debía haber comprado más con su alma que inmunidad a la autoridad mundana. El conocimiento mismo tenía que ser de origen satánico, como la leyenda de Fausto lo describía, Tollers estaba en lo cierto en su gran ensayo
Mitopoiesis
: los mitos son resabios de la capacidad pre-lapsaria de aprehender del hombre, directamente, las grandes verdades del mundo. ¿Por qué otra cosa resonarían en la imaginación y sobrevivirían de generación en generación?

Hacia el viernes una sensación de urgencia lo tenía aferrado. No podía llevar su confusión a Potter’s Bam, a Joyce y los chicos. Esto tenía que resolverse, aunque fuera sólo en su propia mente, antes de regresar con su familia.

Con Wagner en el gramófono, se sentó y meditó sobre el desafío que estaba enfrentando. Stoney debía ser detenido, pero ¿cómo? Jack siempre había dicho que la Iglesia de Inglaterra —aparentemente tan pintoresca e inofensiva, una Iglesia de puestos de pasteles y solteronas amables— era como un ejército temible a los ojos de Satán. Pero incluso si su maestro estuviese temblando en el Infierno, a un párroco en bicicleta le tomaría más que unas cuantas palabras severas forzar a Stoney a abandonar sus obscenos planes.

Pero las intenciones de Stoney, en si mismas, no importaban
. Le habían concedido el poder para deslumbrar y seducir, pero no para forzar su voluntad sobre la del populacho. Lo que importaba era cómo verían sus planes los demás. Y la forma de detenerlo era abrir los ojos de la gente al auténtico vacío de su cornucopia.

Cuanto más rezaba y pensaba sobre el asunto, más seguro estaba Jack de que distinguía la tarea que se le requería. No sería suficiente ninguna denuncia desde el púlpito; la gente no abandonaría los frutos de la maldición de Stoney por el simple decir esto es así de la Iglesia. ¿Por qué alguien rechazaría unos obsequios tan ilustres sin un argumento cuidadosamente razonado?

Jack había sido humillado una vez, derrotado una vez más, al tratar de exponer lo estéril del materialismo. Pero, ¿no podría haber sido una forma de preparación? Fue maltratado duramente por Anscombe, pero ella era un enemigo infinitamente más débil que el que enfrentaba ahora. Había sufrido por sus burlas… pero ¿qué estaba
sufriendo
, sino el cincel que Dios empleaba para dar forma a sus hijos en su verdadero ser?

Su papel estaba claro ahora. Encontraría el Talón de Aquiles intelectual de Stoney y lo expondría al mundo.

Lo desafiaría a un debate.

3

Robert miró con atención la pizarra durante un minuto entero, luego comenzó a reír con placer.

—¡Eso es tan maravilloso!

—¿No es cierto? —Helen dejó la tiza y se le unió en el sofá—. Una simetría más, y no sucedería nada: el universo estaría lleno de una blancura cristalina. Una simetría menos, y todo sería ruido sin correlato.

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