Me dije que no estaba inquieto. Beatriz actuaba sobre el mundo a través de las leyes de la naturaleza; hace tiempo que dejé de creer en los milagros sobrenaturales. El hecho de que ahora alguien hubiese identificado la manera en que Ella había actuado sobre
mi,
aquella noche en el agua, no cambiaba nada.
Insistí con mis intentos para ser contratado. En la conferencia todo el mundo hablaba del descubrimiento de Carla y, cuando finalmente se estableció la relación con mi trabajo, los ojos de mis interlocutores dejaron de ensombrecerse a mitad de nuestras conversaciones. En los siguientes tres días recibí varias ofertas, todas relacionadas con investigación en la bioquímica zooíta. Ahora no había ningún tipo de cuestionamiento acerca de dejar de lado el tema y escapar hacia el mundo más ancho de la biología Angélica. Incluso un hombre se me acercó y me dijo directamente:
—Usted es un librelandés y sabe que los antepasados del Z/
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viven en número mucho mayor en el océano. ¿No cree que la exposición
oceánica
puede ser la clave para comprender esto? —Rió—. Me refiero a que nadó en esa materia cuando era niño, ¿no? Y parece haberla atravesado indemne.
—En apariencia.
En mi última noche en Tia no pude dormir. Contemplaba la oscuridad de la habitación, observando las chispas grises bailar delante de mí. (¿Contaminantes en el humor acuoso? ¿Ruido eléctrico en la retina? Una vez escuché la explicación pero ya no podía recordarla.)
Recé a Beatriz en la lengua de los Ángeles; todavía sentía Su presencia tan fuerte como siempre. Claramente, el efecto no era una cuestión de dosis o absorción subcutánea; simplemente nadar en el océano a la profundidad apropiada no era suficiente para convertir a alguien en un Inmerso. Pero en combinación con la tensión del agotamiento del oxígeno y todas las construcciones psicológicas que me había dado Daniel, el impacto de las secreciones de zooítos debía haber conducido ciertos subsistemas neuroendocrinos hacia terrenos nuevos, o a terrenos viejos pero por un nuevo camino.
Paz alegría, contención, la sensación de ser amado
no eran emociones desconocidas. Pero al producirse un cortocircuito en la práctica usual del cerebro de sumar estos sentimientos sólo en las ocasiones en los que había motivos para ello fui «bendecido con el amor de Beatriz». Recibía felicidad a pedido.
Y todavía la poseía. Esa era la parte más misteriosa. Incluso mientras descansaba en la oscuridad, a punto de racionalizar todo lo que había vivido, mi habilidad para hacer funcionar este mecanismo estaba tan arraigada que me sentí tan amado y bendecido como siempre.
Tal vez Beatriz me estaba ofreciendo otra oportunidad, aclarándome
que todavía no había perdonado esta blasfemia y dándome nuevamente la bienvenida.
Pero, ¿por qué creí que había alguien que debía «perdonarme»? No se puede razonar el camino hasta la Diosa; sólo es una cuestión de fe. Y ahora sabía que la fuente de mi fe era un accidente sin sentido, un efecto colateral no anticipado de la ecopoiesis.
Todavía tenía una oportunidad. Todavía podía decidir que el amor de Beatriz era inmune a toda lógica, una fuerza más allá de la comprensión, intocable por evidencias de cualquier tipo.
No, no puedo.
Había estado haciendo excepciones por Ella durante mucho tiempo. Todos vivían con criterios dobles, pero yo había llevado los míos tan lejos como podían ir.
Comencé a reír y lloriquear al mismo tiempo. Era casi inimaginable los millones de personas que habían sido engañados de la misma manera. Todos a causa de los zooítos, y… ¿qué? ¿Un librelandés zambulléndose por placer que tropezó con una experiencia extraña y nueva? Luego la repitieron decenas de miles, generación tras generación… hasta que un hombre o mujer cualquiera había conferido sentido a la novedad. Alguien que había necesitado tanto sentirse amado y protegido que la ilusión de una presencia real más allá de la emoción en bruto fue imposible de resistir. O alguien que había necesitado con desesperación creer que, a pesar del descubrimiento de que los Ángeles también eran mortales, la Muerte todavía podía ser derrotada.
Me sentía feliz: había nacido en una era de moderación. No había matado en nombre de Beatriz. No había sufrido por mi fe. No tenía ninguna duda de que había sido mucho más feliz durante los últimos quince años de lo que hubiera sido si le hubiera dicho a Daniel que arrojara su soga y las pesas al agua sin mí.
Pero eso no cambiaba el hecho de que el corazón de todo había sido una mentira.
Desperté al amanecer, la cabeza me palpitaba tras unos pocos kilotau de sueño. Cerré los ojos y busqué Su presencia, como había hecho miles de veces antes.
Cuando despertaba por la mañana y miraba en mi corazón, Ella estaba allí sin falta, ofreciéndome fuerza y orientación. Cuando descansaba en la cama por la noche no temía nada, porque sabía que Ella estaba observándome.
Salí torpemente de la cama, sintiéndome un asesino, preguntándome cómo viviría con lo que había hecho.
Decliné cada oferta que recibí en la conferencia y continué en Mitar. A Barat y a mí nos tomó dos años establecer nuestro propio grupo de investigación para examinar los efectos de la zooamina, y nueve más para elucidar la extensión completa de su actividad en el cerebro. Nuestros nuevos colaboradores tenían una formación sólida en neuroquímica y hacían un trabajo mejor que el mío pero cuando se retiró Barat me encontré convertido en el portavoz del grupo.
El descubrimiento inicial fue mayormente ignorado fuera de la comunidad científica; para gran parte de la población no tenía mucha importancia si la química de nuestro cerebro se correspondía con el diseño original de los Ángeles o había sido alterada quince mil años atrás por algún contaminante inesperado. Pero cuando el grupo de zooamina de Mitar comenzó a publicar informes detallados de la bioquímica de la experiencia religiosa el público redescubrió el tema de manera repentina.
La universidad subió la seguridad y, a pesar de las amenazas de muerte y de una cantidad de incidentes desagradables con manifestantes que arrojaron piedras, nadie resultó herido. Nos inundaron con solicitudes de las compañías de noticias aunque la mayoría predicaba la noción de que el grupo estaba moralmente obligado a «enfrentar a sus críticos», mucho más que el hecho de que las empresas estaban moralmente obligadas a ofrecemos una oportunidad de explicar nuestro trabajo, tranquila y claramente, sin que nos estuvieran gritando unos fanáticos enfurecidos.
Aprendí a evitar a los fanáticos pero los oscurantistas eran más difíciles de eludir. Había esperado que las Iglesias se opusieran —después de todo defender la fe era su tarea—, pero algunas de las respuestas intelectualmente más insolventes provinieron de académicos de otras disciplinas. En un debate televisado fui enfrentado a un sacerdotisa de la Iglesia Profunda, un teólogo transicional, un devoto de Marni, la diosa del océano, y un antropólogo de Tia.
—Este descubrimiento no tiene relación real con ningún sistema de creencias —explicó el antropólogo—. Toda verdad es local Dentro de cada Iglesia Profunda en Ferez, Beatriz
es
la hija de la Diosa y nosotros somos encarnaciones mortales de los Ángeles que viajamos hasta aquí desde la Tierra. Marni es la creadora suprema en un pueblo costero a unos cuantos miliradianes al sur, y fue Ella quien nos dio a luz aquí. Ir un paso más allá y movernos del dominio de lo espiritual al científico podría terminar «negando» ciertas verdades espirituales… pero del mismo modo, moverse del dominio científico al espiritual demuestra las mismas limitaciones. No somos nada salvo las historias que contamos, y ninguna historia es más grande que otra. —Sonrió benévolamente, la expresión de un padre feliz de damos a todos sus niños belicosos un trato similar ante un juguete en disputa.
—¿Cuántas culturas —dije— imagina usted que comparten su definición de «verdad»? ¿Cuántas personas usted cree que estarían felices de adorar a una Diosa que está constituida de absolutamente nada salvo el hecho de su fe? —Me volví hacia la sacerdotisa de la Iglesia Profunda— ¿Es eso suficiente para usted?
—¡No, en absoluto! —Lanzó una mirada irritada hacia el antropólogo—. Guardando el mayor respeto por mi hermano —señaló hacia el devoto de Marni—, no puede hacer una distinción en torno a esta gente que ha sido lo suficientemente feliz como para ser elevada en la fe verdadera, y luego sugerir que el amor y el poder infinito
de Beatriz
está confinado a ese grupo de gente… ¡como una colección de canciones folclóricas!
El devoto estuvo respetuosamente de acuerdo. Marni había creado las estrellas más distantes, junto con los océanos de Promisión. Tal vez algunas personas La llamaban por otro nombre, pero si todos en este planeta murieran mañana, Ella todavía sería Marni: sin cambios, constante.
—Por supuesto —respondió conciliador el antropólogo—. Pero en contexto y con una perspectiva más amplia…
—Soy perfectamente feliz con una Diosa que reside dentro de nosotros —propuso el teólogo transicional—. Parece…
poco modesto
esperar más. Y en lugar de irritamos inútilmente acerca de estas preguntas definitivas, deberíamos concentrarnos en asuntos de escala humana.
Me volví hacia él.
—Entonces, ¿realmente le es indiferente si un ser infinitamente poderoso y afable creó todo a su alrededor y planea recibirlo en Sus brazos después de la muerte… o si el universo es un objeto de ruido cuántico que eventualmente se desvanecerá y nos eliminará a todos?
Suspiró profundamente como si le estuviera pidiendo que ejecutara una difícil proeza física para responder.
—Estas cuestiones no me despiertan entusiasmo.
Más tarde, la sacerdotisa de la Iglesia Profunda me llevó a un lado y me susurró:
—Con sinceridad, todos estamos muy agradecidos de que haya desprestigiado ese culto espantoso de la Inmersión. Son una ristra de patanes fundamentalistas y la Iglesia estará mejor sin ellos. ¡Pero no debe cometer el error de pensar que su trabajo tiene algo que ver con los creyentes comunes y civilizados!
Me quedé detrás de la multitud que se había reunido en la playa cerca del estanque natural de piedra, escuchando a dos ancianos que estaban de pie con el agua lechosa hasta los tobillos. Me había tomado cuatro días llegar hasta aquí desde Mitar, pero cuando escuché informes sobre un florecimiento de zooítos que bañaba las playas de la lejana costa norte, decidí venir y ver los resultados por mí mismo. El grupo que estudiaba las zooaminas contrataba un antropólogo para ocasiones parecidas —alguien que también pudiera arreglárselas con nociones tan abrumadoras como la existencia de realidad objetiva y el sustrato bioquímico para el pensamiento humano—, pero Céline estaba con nosotros sólo durante una parte del año y ahora estaba lejos haciendo otra investigación.
—¡Este es un lugar antiguo y sagrado! —recitó un hombre, desplegando sus brazos para abarcar el estanque—. Sólo se necesita observar su forma para comprenderlo. Concentra la energía de las estrellas, del sol y del océano.
—El foco de su poder está allí, en la ensenada —agregó el otro, haciendo un gesto hacia un punto donde el agua podría llegarle hasta las pantorrillas—.Una vez me acerqué demasiado. ¡Estaba perdido en el gran sueño del océano cuando mi amigo vino y me rescató!
Estos hombres no eran devotos de Marni o miembros de alguna otra religión formal. Hasta donde pude saber por los viejos informes de novedades, los florecimientos sucedían cada ocho o diez años y los dos ancianos se habían convertido en «custodios» del estanque hacía más de cincuenta años. Algunos de los pobladores locales trataban todo el asunto como una broma pero otros reverenciaban a los ancianos. Y por un monto pequeño, tanto a los turistas como a los nativos les recitaban unas alabanzas y luego los salpicaban con la poderosa infusión. La evaporación había concentrado las aguas atrapadas del florecimiento; durante unos días, antes de que los zooítos agotaran los nutrientes y murieran
en masse
en una nube de sulfito de hidrógeno, la amina estaría presente en niveles tan altos como en cualquiera de nuestros cultivos de laboratorio en Mitar.
Mientras observaba a la gente haciendo fila para el ritual, me descubrí tratando de minimizar la posibilidad de que alguien pudiera verse seriamente afectado por esto. Estábamos a plena luz del día, nadie temía por su vida y el galimatías panteísta de los ancianos tenía toda la solemnidad del parloteo de los embaucadores de los mercados callejeros. Su sinceridad circunstancial y el dinero cambiando de manos sería suficiente para socavar todo. Era una trampa para turistas, no una experiencia que cambia la vida.
Cuando terminaron los cánticos, la primera feligresa se arrodilló al borde del estanque. Uno de los custodios llenó una pequeña taza de metal con agua y la arrojó en su rostro. Después de un momento, comenzó a llorar de alegría. Me acerqué, mi estómago estaba tenso.
Era lo que ella sabía que se esperaba de ella, nada más. Está participando
,
no quiere echar a perder la celebración… como los que pretenden que sus pensamientos son leídos por un psíquico de feria.
Luego, los custodios pronunciaron los cánticos frente un hombre joven. Comenzó a balancearse incluso antes de que lo tocaran con el agua; cuando lo hicieron, se quebró en sollozos de alivio que estremecieron todo su cuerpo.
Miré hacia atrás a lo largo de la fila. Había una niña de pie en tercer lugar, mirando alrededor con aprensión; no debía tener más que nueve o diez años. Su padre (presumí) estaba detrás de ella, con la mano sobre su hombro, como si la indujera cortésmente hacia delante.
Perdí interés en hacer de antropólogo. Me abrí paso entre la multitud hasta que alcancé el borde del estanque, entonces me volví para dirigirme a las personas que estaban en la fila.
—¡Estos hombres son farsantes! Aquí no está sucediendo nada misterioso. Puedo decirles exactamente qué hay en el agua: es sólo una droga, una sustancia natural segregada por criaturas que quedan atrapadas cuando las olas se retiran.
Me puse en cuclillas y me dispuse a bañar mi mano en el estanque. Uno de los custodios se precipitó sobre mí y me aferró el puño. Era un anciano, yo podría haber hecho lo que quisiera, pero algunas personas ya estaban abucheando y no quería tener un entredicho con él y comenzar un disturbio. Me aparté, luego hablé otra vez.