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Authors: Chuck Palahniuk

Nana (22 page)

Mona se golpea la agenda contra el muslo para quitarle el serrín, luego la agita en el aire para enseñar que no le ha pasado nada.

Helen dice:

—Gracias a Dios que tenemos a Mona.

Yo le digo: Mona me dijo que planeaba matarme.

Y Helen dice:

—Ella me dijo que usted quería matarme.

Los dos nos quedamos mirándonos.

Yo digo: Gracias a Dios que tenemos a Mona.

Y Helen me dice:

—¿Me compra usted una mazorca rebozada de caramelo?

En el suelo, más y más lejos, Mona está pasando las páginas de la agenda. Cada día, el nombre del objetivo político de Helen.

Mirando hacia arriba, desde las luces de colores y a medida que nos adentramos en el cielo nocturno, nos vamos acercando a las estrellas. Mona dijo una vez que las estrellas son la mejor parte de estar vivo. Por otro lado, en el sitio adonde va la gente después de morir no se pueden ver las estrellas.

Piensen en el espacio exterior profundo, en el frío y el silencio increíbles. En el paraíso donde el silencio ya es bastante recompensa.

Le digo a Helen que necesito volver a casa y solucionar algo. Que tiene que ser deprisa, antes de que las cosas empeoren.

Las modelos muertas. Nash. Los detectives de policía. Todo. No tengo ni idea de cómo descubrió el hechizo sacrificial.

Nos elevamos más, más lejos todavía de los olores, del ruido del motor diésel. Nos elevamos hacia el frío y hacia el silencio. Mona, leyendo la agenda, se vuelve más pequeña. Las multitudes, con su dinero y sus codos y sus sombreros de cowboy, se vuelven más pequeñas. Los tenderetes de comida y los lavabos portátiles se vuelven más pequeños. Los gritos y la música rock se alejan.

En lo alto, nos detenemos con una sacudida. Nuestro asiento se balancea cada vez menos hasta que nos quedamos quietos. A esta altura, la brisa carda y crepa la burbuja rosa de pelo de Helen. El neón y la grasa y el barro tienen un aspecto perfecto desde aquí arriba. Perfecto, seguro y feliz. La música no es más que un chumba, chumba apagado.

Así es como nos debe de ver Dios.

Helen mira las atracciones, los colores en rotación y los gritos, y dice:

—Me alegro de que me descubriera usted. Creo que siempre confié en que alguien lo hiciera. —Y dice—: Me alegro de que fuera usted.

Le digo que su vida no está tan mal. Tiene sus joyas. Tiene a Patrick.

—Con todo —dice—, es agradable tener a una persona que conoce todos tus secretos.

Su traje es azul claro, pero no azul como un huevo de tordo normal. Es azul como un huevo de tordo que uno se encuentra y se preocupa de que no vaya a salir el polluelo porque está muerto en el interior. Y luego sí que sale, y uno se preocupa de qué hacer entonces.

En la barra de seguridad cerrada sobre nosotros, Helen pone su mano sobre la mía y dice:

—Señor Streator, ¿es que no tiene usted nombre de pila?

Carl.

Carl, le digo. Me llamo Carl Streator.

Le pregunto por qué dijo que soy de mediana edad.

Y Helen se ríe y dice:

—Porque lo es. Los dos lo somos.

La rueda experimenta otra sacudida y volvemos a bajar.

Y le digo que sus ojos. Que son azules.

Y esta es mi vida.

De vuelta abajo, el empleado de la feria abre la barra de seguridad y le doy la mano a Helen para que se baje del asiento. El serrín es fino y blando, y nosotros cojeamos y nos tambaleamos entre la multitud, cogidos de la cintura. Llegamos hasta donde Mona y ella sigue leyendo la agenda.

—Hora de comerse una mazorca con caramelo —dice Helen—. Carl nos la va a comprar.

Y con la agenda en las manos, Mona levanta la vista. Con la boca entreabierta, parpadea una vez, dos veces, tres veces, deprisa. Suspira y dice:

—¿Os acordáis del grimorio que estábamos buscando? —dice—. Creo que acabamos de encontrarlo.

34

Hay brujas que escriben sus conjuros con runas, códigos secretos de símbolos. De acuerdo con Mona, hay brujas que escriben al revés para que el conjuro solamente pueda leerse usando un espejo. Escriben conjuros en espiral, empezando en el centro de la página y trazando una curva hacia el exterior. Algunas escriben como en las tablillas de maldiciones de la antigua Grecia, con una línea de izquierda a derecha, la siguiente de derecha a izquierda y la siguiente de izquierda a derecha. A esto lo llaman forma de
boustrophedon
porque imita el recorrido de un lado para otro de un buey uncido. Para imitar a una serpiente, dice Mona, algunas escriben cada línea en una dirección distinta.

La única norma es que el conjuro tiene que ser enrevesado. Cuanto más oculto y más enrevesado, más poderoso es el conjuro. Para las brujas, los mismos enredos son mágicos. Dibujan o esculpen al dios mago Hefesto con las piernas retorcidas.

Cuanto más enrevesado el conjuro, más va a retorcer y perjudicar a la víctima. Más la confundirá. Ocupará su atención. Se tambalearán. Perderán el equilibrio. No podrán concentrarse.

Igual que el Gran Hermano con todas sus canciones y bailes.

En el aparcamiento de grava, a medio camino entre la feria y el coche de Helen, Mona sostiene la agenda de forma que las luces de la feria brillen a través de una página. Al principio, lo único que se ven son las anotaciones de Helen para ese día. El nombre «Capitán Antonio Cappelle» y una lista de citas de la inmobiliaria. Luego se ve un dibujo muy débil en el papel, palabras rojas, frases amarillas, párrafos azules, a medida que las luces de cada color pasan por detrás de la página.

—Tinta invisible —dice Mona, sosteniendo la página.

Es débil como una filigrana, escritura fantasma.

—Lo que me llamó la atención fue la encuadernación —dice Mona.

La cubierta y la encuadernación son de cuero rojo oscuro, casi negro por culpa de tanto manosearlas.

—Es piel humana —dice Mona.

Fue en casa de Basil Frankie, dice Helen. Me pareció un libro antiguo bonito. Un libro en blanco. Lo compré junto con la finca de Frankie. En la cubierta hay una estrella de cinco puntas.

—Un pentagrama —dice Mona—. Y antes de ser un libro, esto era el tatuaje de alguien. Este bultito —dice, tocando un punto en el lomo del libro— es un pezón.

Mona cierra el libro y se lo tiende a Helen y le dice:

—Toca —dice—. Esto es más que antiguo.

Y Helen abre el bolso y saca un par de guantes blancos con un botoncito en el puño. Dice:

—No, cógelo tú.

Mona mira el libro abierto en sus manos y pasa las páginas hacia delante y hacia atrás. Dice:

—Si supiera qué clase de tinta han usado, sabría cómo leerlo.

Si es amoníaco o vinagre, dice, hierves una col roja y frotas el caldo para teñir la tinta de color púrpura.

Si es semen, puedes leerlo bajo una luz fluorescente.

Le pregunto si la gente escribe conjuros con sus poluciones.

Y Mona dice:

—Solamente la clase más poderosa de hechizos.

Si está escrito en una solución muy clara de maicena, podría usar tintura de yodo para hacer aparecer las letras.

Si fuera zumo de limón, dice, hay que calentar las páginas para teñir la tinta de marrón.

—Intenta probarlo —dice Helen—. Para ver si es amargo.

Y Mona cierra el libro de golpe.

—Es el libro de una bruja de mil años de antigüedad encuadernado en piel momificada y probablemente escrito con semen de la antigüedad. —Y le dice a Helen—: Lámelo tú.

Y Helen dice:

—Muy bien, ya lo pillo. Por lo menos, intenta traducirlo deprisa.

Y Mona dice:

—Yo no soy quien lo ha estado llevando encima durante diez años. Yo no soy quien lo ha estado estropeando y escribiendo encima de todo. —Coge el libro con ambas manos y se lo da bruscamente a Helen—. Es un libro antiguo. Está escrito en formas arcaicas de griego y latín, además de algunas clases olvidadas de runas —dice—. Voy a necesitar tiempo.

—Ten —dice Helen, y abre el bolso. Saca un cuadrado doblado de papel, se lo da a Mona y dice—: Aquí hay una copia del conjuro sacrificial. Un hombre llamado Basil Frankie tradujo esta parte. Si puedes hacerlo coincidir con uno de los conjuros del libro, puedes usarlo como clave para traducir todos los conjuros que estén en el mismo idioma. —Y dice—: Como la piedra Rosetta.

Y Mona extiende la mano para coger el papel doblado.

Y yo se lo quito de la mano a Helen y pregunto por qué estamos teniendo esta discusión. Les digo que mi idea era quemar el libro. Abro el papel y es la página 27 robada de una biblioteca y les digo que necesitamos pensar sobre esto.

Le pregunto a Helen si está segura de querer hacerle eso a Mona. Ese conjuro ha arruinado nuestras vidas, digo, además, lo que sepa Mona lo va a saber Ostra.

Helen está flexionando los dedos dentro de los guantes blancos. Se abotona los puños, extiende una mano hacia Mona y dice:

—Dame el libro.

—Puedo hacerlo —dice Mona.

Helen agita la mano en dirección a Mona y dice:

—No, es mejor así. El señor Streator tiene razón. Va a cambiar las cosas para ti.

El aire de la noche está lleno de gritos lejanos y colores resplandecientes.

Y Mona dice que no y coge el libro con las dos manos y se lo aprieta contra el pecho.

—¿Lo ves? —dice Helen—, Ya ha empezado. Cuando hay la posibilidad de un poco de poder, ya quieres más.

Le digo a Mona que le dé el libro a Helen.

Y Mona nos da la espalda y dice:

—Yo soy quien lo ha encontrado. Soy la única que puede leerlo. —Se gira para mirarme por encima del hombro y dice—: Usted, usted solamente quiere destruirlo para vender la historia. Quiere resolverlo todo para que sea seguro hablar de ello.

Y Helen dice:

—Mona, cariño, no hagas eso.

Y Mona se gira para mirar por encima del otro hombro a Helen y dice:

—Tú solamente lo quieres para dominar el mundo. Solamente te importa la parte monetaria de las cosas. —Encoge los hombros hacia delante hasta que parece envolver el libro con todo el cuerpo, lo mira y dice—: Soy la única que lo aprecia por lo que es.

Y le digo que escuche a Helen.

—Es un Libro de Sombras —dice Mona—. Un Libro de Sombras de verdad. Pertenece a una bruja de verdad. Dejadme que lo traduzca. Os contaré lo que descubra. Lo prometo.

Yo doblo el conjuro sacrificial de Helen y me lo meto en el bolsillo de atrás. Me acerco un paso a Mona. Miro a Helen y ella asiente.

Todavía dándonos la espalda, Mona dice:

—Traeré de vuelta a Patrick. —Y dice—: Traeré de vuelta a todos los niños.

Yo la agarro por la cintura desde detrás y la levanto. Mona grita, me clava los talones en los tobillos y se retuerce de un lado a otro, todavía agarrando el libro, y yo le paso las manos por debajo de los brazos hasta que consigo tocarlo, hasta tocar piel humana. El pezón muerto. Los pezones de Mona. Mona grita y me clava las uñas en las manos, en la piel blanda de entre los dedos. Ella me araña la piel del dorso de las manos hasta que la tengo cogida de las muñecas y le separo los brazos y se los alejo del cuerpo. El libro cae y sus piernas lo alejan de una patada y en el aparcamiento a oscuras, con todos los gritos lejanos, nadie se entera de nada.

Esta es la vida que he conseguido. Esta es la hija que sabía que algún día perdería. Por un novio. Por las malas notas. Por drogas. De alguna forma esta ruptura siempre tiene lugar. Esta lucha de poder. No importa lo genial que creas que vas a ser como padre, siempre acabarás estando aquí.

A la gente que amas se le pueden hacer cosas peores que matarlos.

El libro aterriza en una nube de polvo y grava.

Y yo le grito a Helen que lo coja.

En el momento en que Mona queda libre, Helen y yo retrocedemos. Helen agarrando el libro, yo mirando a ver si hay alguien cerca.

Con los puños cerrados, Mona se nos acerca, con el pelo rojo y negro colgando sobre la cara. Tiene las cadenas plateadas y los amuletos enredados en el pelo. El vestido de color naranja retorcido sobre el cuerpo, el cuello del vestido torcido a un lado de forma que se le ve el hombro desnudo. Se le han caído las sandalias al sacudir los pies, de forma que está descalza. Sus ojos bajo la maraña oscura de su pelo, sus ojos reflejan las luces de la feria, los gritos a lo lejos podrían ser los ecos de sus gritos sonando una y otra vez, eternamente.

Su aspecto es perverso. Una bruja perversa. Una hechicera. Retorcida. Ya no es mi hija. Ahora es alguien a quien nunca podría entender. Una extraña.

Y ella dice entre dientes:

—Podría mataros. Podría hacerlo.

Yo me peino con los dedos. Me estiro la corbata y me aliso la pechera de la camisa. Y cuento uno, cuento dos, cuento tres, y le digo que no, pero que nosotros podemos matarla a ella. Le digo que le debe una disculpa a la señora Boyle.

Esto es lo que te venden como amor severo.

Helen está de pie, sosteniendo el libro en sus manos enfundadas en guantes blancos, mirando a Mona.

Mona no dice nada.

El humo de los generadores de diésel, los gritos y la música rock y las luces de colores, todo contribuye a llenar el silencio. Las estrellas del cielo nocturno no dicen nada.

Helen se gira en mi dirección y dice:

—Estoy bien. Vámonos de aquí.

Saca las llaves de su coche y me las da. Helen y yo damos media vuelta y echamos a andar. Pero yo miro atrás y veo a Mona riendo tapándose la boca con las manos.

Se está riendo.

Mona deja de reír cuando yo la veo, pero su sonrisa sigue ahí.

Y le digo que se borre esa sonrisita de la cara. Le pregunto qué demonios es lo que le hace sonreír.

35

Yo estoy al volante, Mona va en el asiento de atrás con los brazos cruzados. Helen va en el asiento del pasajero a mi lado, con el grimorio abierto sobre el regazo, pasando las páginas contra su ventanilla para poder verlas al trasluz. En el asiento delantero entre nosotros, su teléfono móvil está sonando.

En casa, dice Helen, todavía tiene todos los libros de referencia de la casa de Basil Frankie. Incluyendo diccionarios bilingües de griego, latín y sánscrito. Hay libros sobre escritura cuneiforme antigua. Todas las lenguas muertas. En alguno de esos libros habrá algo para traducir el grimorio. Usando el hechizo sacrificial como una especie de clave, como piedra Rosetta, podrá traducirlos todos.

Y el teléfono móvil de Helen suena.

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