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Authors: Alfonso Ussía

Tags: #Humor

Mamá se quiere morir y no hay manera (11 page)

Y ha brillado de emoción su ojo izquierdo.

Tomás, en su sitio.

—Señora marquesa viuda, le acompaño en el sentimiento.

Mi madre, todavía impulsiva, y con la salud sin quebranto, ha reaccionado con prontitud.

—Tomás, a un futuro muerto, a unos venideros restos mortales, no se le da el pésame por morirse. Me resulta ridículo que el mayordomo de mi hijo me transmita su pesar por mi propia muerte.

La situación es tan confusa que me ha obligado a suavizarla con un gesto enérgico dirigido a Tomás, que me miraba aturdido.

La cena. Mientras Mamá toma su sopita de verduras con distancia de la vida, y se despide visualmente de la vajilla de la Compañía de Indias y del tapiz Gobelino del comedor, Marsa y yo devoramos las patatas a lo pobre que Encarnación, la nueva cocinera, ha elevado a obra de arte. La inmediata difunta nos mira, sonríe y calla.

Noto en su rostro un destello de misticismo que jamás, nunca jamás, iluminó su expresión. Comparte su mirada a las nubes inalcanzables con la bandeja de patatas a lo pobre. Quedan muchas sobrantes. La lucha entre el gozo de la vida y los deseos de morir abruman la dignidad estricta de mi madre. Finalmente, y sin que sirva de precedente, se ha decidido. Humana, al fin y al cabo, rozando con sus dedos los algodones elegidos de los mejores cirros, ha optado por despedirse de la dura existencia terrenal humillando su férrea voluntad.

—Tomás, por última vez, páseme la bandeja de «patatas resentidas». Me las voy a comer todas. La sopa de verduras era una porquería. Me quiero morir, pero bien alimentada. A Dios nada le aburre más que recibir a una marquesa anoréxica.

Dicho esto, con indiscutible autoridad, se ha engullido todas las «patatas resentidas» sobrantes. Y al final, con un trozo de pan, ha rebañado la salsa, y para celebrarlo, se ha soplado de un solo golpe el vaso de vino.

—Mamá, que estamos de luto por ti. Jamás me figuré a una anciana agonizante con tantas energías.

—Mi muerte está próxima, Susú. Me voy a la cama. No has sido, en el fondo, un mal hijo. Buenas noches.

Y la tía se ha ido. Tranquilamente.

* * *

No he podido pegar ojo en toda la noche. Demasiados sobresaltos. Al alba me he levantado. Marsa duerme con profundidad, probablemente soñando con el conejito a pilas. La mañana, a primerísima hora, se presenta agradable y fresca. Un largo paseo por mis inabarcables dominios relajarán mis nervios. Cumplo con mi palabra, y me he vestido de luto deportivo. Camisa blanca, jersey y pantalones grises oscuros y botos negros. El rocío de la mañana moja más de la cuenta y sólo me falta un catarro para consumar mi Waterloo particular. Se lo he escrito a Marsa en una nota: «Mi amor, voy a patearme toda La Jaralera. Un beso para ti y un abrazo al conejito mecánico. Cristian.» Soy irónico como el que más.

Mamá se quiere morir, Marsa se ha emocionado con el artilugio del conejito, la sombra del Farolitos vuela entre mis cuernos. . Necesito unas horas de sosiego en solitario.

* * *

A Mamá le ha dado un patatús. A ver si va a ser verdad que se muere. El doctor Moreno está con ella. Por si acaso, tengo avisada a una ambulancia, para no perder el tiempo. Es curioso lo de la gente menestral. Todos los que trabajan en Casa aborrecen a mi madre, y todos —con la excepción de Tomás— están llorando. He tenido que reprimir la sollozante adjetivación de María, su doncella y «ponebaños».

—Es una santa.

—María, de santa nada, y soy su hijo.

A este paso, acaban pidiendo su beatificación súbita.

Don Crispín anda en rosarios. Desde que le sobrevino a mi madre el pipirlete no ha dejado de rezar. Eso me parece bien, porque de producirse el óbito, mucho hay que convencer a Dios para que Mamá pueda acceder a la más baja nube del Reino de los Cielos.

El doctor Moreno sale del cuarto de mi madre. Los médicos, cuando abandonan el habitáculo de una agonizante para ofrecer noticias a los expectantes familiares ponen cara de circunstancias. Son como los buenos jugadores de póquer. No sabes si te van a decir «le acompaño en el sentimiento», o al contrario, «su madre está como una moto». Me toma del brazo y me invita a acompañarle por el pasillo. Gran consternación en el servicio, que quiere saber lo que sucede.

—Su madre, marqués, ha sufrido un pequeño episodio vascular. En mi opinión, originado por su avanzadísima edad. No obstante, creo que va a salir de este proceso. Como en el fútbol, no hay penaltis grandes o penaltis pequeños. Si hay falta dentro del área, es penalti y se acabó. Le quiero decir que no existen infartos e infartitos, pero si los hubiere, el de su madre pertenece a la segunda opción. Para ser más concreto. El corazón le ha hecho una entrada en falta, y ella se ha tirado al césped exagerando la infracción para que el árbitro, o sea yo, señale el penalti. Lo he señalado, pero ella ha marrado el lanzamiento. Sucede cuando los futbolistas engañan al árbitro. En conclusión. Su madre ha estado algo malita y ahora se halla en situación de recuperación paulatina. No se muere, marqués.

—Me han dicho, doctor, que en ocasiones, un infarto de miocardio superado es la antesala de otro más agresivo imposible de vencer.

—El episodio que me comenta es cierto. Pero en su madre no existe ese riesgo. Me alegro por usted. Una madre es siempre una madre, y más aún si han compartido tantos años de vida en común y amor materno-filial. De cualquier forma, a la mínima eventualidad adversa, me llama.

No me lo creo. El establecimiento de paralelismos entre los infartos y los penaltis dispuestos por el doctor me ha dejado en situación de confusión profunda. Me ha dejado ver que Mamá ha sufrido un penalti pero ha exagerado la caída para engañar al árbitro, y que él, el colegiado, ha tragado el anzuelo. No hay manera. Se salva.

Me he presentado en el pasillo. El servicio sigue llorando. He estado frío y escueto.

—Lo siento. Perdón por esta falsa alarma. Mi madre está, dentro de lo que cabe, bastante bien.

Ha sentado fatal la noticia. Ahora lloran de la decepción. María ha dicho algo así como «que a esta vieja no hay quien la mate». Oídos sordos. He visitado a Mamá y duerme como un lirón. No hemos tenido suerte.

* * *

La Jaralera cumple en abril los 200 años en propiedad de mi familia. La adquirió el segundo marqués de Sotoancho en 1806. El viejo palacio ardió en tiempos de mi abuelo, que construyó la casa actual, más inspirada en Inglaterra que en la Baja Andalucía. Con motivo de la efemérides conmemorativa, he decidido conceder una paga extraordinaria a todos los trabajadores. Hoy, domingo, después de la Santa Misa, se izará en el mástil de Casa la bandera con nuestros colores, el verde y el amarillo.

Cuando el segundo marqués de Sotoancho compró La Jaralera no existía el PNV, ni Esquerra Republicana, ni el PSOE, ni el Partido Popular. Nuestro territorio sí que es histórico. Pero los Sotoancho no nos inventamos la Historia. La Jaralera es mía, pero también española, y si sumamos a su extensión las tres mil hectáreas del Acebuchal, el campo colindante que heredé de tío Juan José, puede considerarse casi una provincia.

Todos de gala, conmigo a la cabeza, uniformado de maestrante. Don Crispín con la capa pluvial. He encargado a mis amigos Los del Río el himno de la familia.

Música buena y pegadiza, adaptada al texto del tío Luis Ximénez de Andrada, un primo de Papá que rompió en poeta. Lo escribió meses antes de su fallecimiento. «En pie, ante nuestra Bandera, / los Sotoancho juramos / que nunca La Jaralera / se venderá a nuevos amos. / Que no hay en el mundo entero, / y a f e que el mundo es muy ancho, /quien humille por dinero / a un marqués de Sotoancho.» Y ahora viene lo más emotivo y ardiente, con cambio total de ritmo. «Hasta los Reyes quieren a su manera / tener un campo como La Jaralera, / mas no está en venta ni una hectárea siquiera. / ¡Ayyy Jaralera! Prrrom.» Esta última fase del himno me recuerda mucho a
La Macarena
de Los del Río, y nos pone como una moto a todos. Hasta Mamá, que quiere morirse y no hay forma de que lo consiga, se contonea en el tramo final del himno y se le van las piernas con el contagio.

Misa Mayor, izada de bandera, entonación del himno, fiesta para todos y sueldito a mi cargo. Había invitado a Chaves pero no ha podido venir. Consecuencia de algún complejo. Aquí no tenemos Estatuto, ni pedimos una agencia tributaria, ni obligamos a hablar a nadie con el lenguaje jaralerense, que tiene su aquél. Y en todos los brindis, levantamos la copa por España, por el Rey, por Andalucía y por nosotros, los Sotoancho.

Y cuando me refiero a los Sotoancho, incluyo a los míos, a nuestros trabajadores, a las dehesas y las sierras, a los ánsares y patos, venados y cochinos, perdices y linces, que viven y se aman, bajo nuestro amable dominio, desde 200 años atrás.

* * *

Resaca de la fiesta aniversario de nuestro pleno dominio del territorio de La Jaralera. Mamá, recuperada, como ya demostró en la celebración moviendo las piernas como una cubana en el tramo final de nuestro himno. Me duele la cabeza.

Marsa se ha marchado a Sevilla, según ella, a hacer unas compritas. Para evitar visitas al Farolitos la he mandado con Pepillo de chófer, que ése es leal hasta la coronilla. Tomás me alivia con su presencia y un comprimido restaurador disuelto en un vaso de agua.

—Buenos días, señor. Preciosa fiesta la de ayer.

—Gracias, Tomás. Doscientos años son muchos años. Y el himno, precioso. Lo bailó hasta mi madre.

—Está recuperadísima, señor. Me la acabo de topar en el pasillo en bata. Si me lo permite, está horrorosa.

—Te lo permito y abundo en tu comentario. Horrorosa es poco. Espeluznante.

—No me atrevía a llegar hasta ahí. Pero en efecto, espeluznante, señor marqués.

—Fíjate, Tomás. Doscientos años de paz y prosperidad. Y sin pretensiones. Y con lengua diferencial y todo, porque aquí, en La Jaralera, tenemos una jerga que si los catalanes y los vascos me tocan los cataplines, voy a reclamar su reconocimiento como idioma.

—Lo que usted haga, excepto jugar con el yoyó, está bien hecho, señor.

Grande Tomás. Imperial mayordomo. He decidido concederle la Medalla de Oro de los Sotoancho, para que la luzca en su uniforme de tarde-noche.

Y lo del idioma me lo voy a tomar en serio.

Encargaré carteles indicadores en las dos lenguas, el español y el jaralense, como en el País Vasco con «Bilbao-Bilbo», y Cataluña con el «San Adrián de Besós-Sant Adriá del Besos». En la puerta principal de la finca se indicará a partir de ahora «La Jaralera-La Haralera», y ya en el interior del territorio histórico, para que los invitados no se pierdan en las confluencias de los caminos, pondremos una señal que diga: «Casa Principal-Caza Principa.» La Albariza de los Juncos podrá ser denominada gracias a nuestro sistema bilingüe, «Arbariza de lo Hunco», y el Puente de los Plumbagos, «Puente de lo Prumbago». Yo mismo, el marqués de Sotoancho, aceptaré que los escritos de índole laboral me sean dirigidos al «Zeñó marqué de Zotoansho». Tomás, mi leal ayuda de cámara, a pesar de ser original de Burgos, podrá ser llamado «Toma», que así le dicen casi todos los de aquí.

El campito de fútbol que hice para los hijos de los empleados y que lleva el nombre de mi difunta primera mujer «Campo de Fútbol Marquesa Doña Marisol», será también, a partir de esta fecha, «Campo de Furbo Marqueza Doña Marizó», que queda más que peculiar. Y las indicaciones para tomar los caminos de salida y alcanzar las carreteras y autopistas hacia Sevilla y Cádiz, que pintaremos de azul como está mandado por Tráfico, dirán «A Sevilla-Zeviya» y «A Cádiz-Cai», para que luego digan.

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