El rey Audry soltó un bufido cínico.
—También advierto que Troicinet se ha vuelto más ambiciosa. ¡Esto añade nuevas dimensiones al juego! Ya tengo suficientes problemas con Godelia y Wysrod, por no mencionar a los ska, que ocupan mi fortaleza de Poelitetz. ¡Aja! ¡Bien jugado, Artwen! ¡Y ahora, Mnione, al ataque! ¡Derrota a tu opresora! —El rey Audry se dirigía a las doncellas que estaban jugando a los bolos. Se llevó una copa de vino a los labios, bebió, y sirvió a Tristano—. Ponte cómodo, ésta es una ocasión informal. Aun así, habría preferido que Aillas enviara a un embajador plenipotenciario, o que hubiera venido en persona.
Tristano se encogió de hombros.
—Sólo puedo repetir lo que he dicho antes. El rey Aillas me ha detallado todo su programa. Cuando habla mi persona, estás oyendo la voz del monarca.
—Seré franco —dijo Audry—. Nuestro enemigo común es Casmir. Estoy dispuesto a unir mis fuerzas con las vuestras para destruir de una vez por todas el peligro que él representa.
—Majestad, tal idea no sorprende al rey Aillas… ni al rey Casmir. Aillas responde de este modo: en este momento Troicinet está en paz con Lyonesse, una situación que quizá sea duradera o quizá no. Estamos aprovechando el tiempo. Consolidamos nuestra posición en Ulflandia del Sur. Fortalecemos nuestra armada, y si la paz dura cien años, tanto mejor.
»Mientras tanto, los ska constituyen el peligro más urgente. Si nos uniéramos a ti para derrotar a Lyonesse, el problema ska no desaparecería, y luego tendríamos que enfrentarnos a una agresiva Dahaut sin el equilibro que representa Lyonesse. No podemos tolerar que ninguno de los dos tenga la hegemonía, y siempre debemos respaldar al antagonista más débil. En el futuro inmediato, tú pareces serlo.
—Tu declaración es de una sencillez casi insultante —replicó Audry con mal ceño.
Tristano no se dejó intimidar.
—Majestad, no estoy aquí para complacerte, sino para exponer la situación y escuchar tus opiniones.
—Aja. Y dices que éstas son las palabras del rey Aillas.
—Exactamente.
—Deduzco que no tenéis una elevada opinión de mi poderío militar.
—¿Quieres escuchar la evaluación que recibimos en Domreis?
—Habla.
—Citaré el informe que nos llegó: «La principal exigencia planteada a los caballeros de Dahaut es que se presenten en los desfiles con la armadura bruñida y todas las armas resplandecientes, y en verdad ofrecen un gallardo espectáculo. Quizá no se luzcan tanto en combate, pues la molicie les ha minado las fuerzas y no gustan de los rigores de la batalla. Si se ven obligados a hacer frente al enemigo, sin duda pueden hacer girar los caballos en elegantes maniobras y retar al oponente con gestos agraviantes, pero todo ello desde lejos. Los arqueros y piqueros marchan con toda precisión, y en un desfile maravillan a los espectadores. Las felicitaciones han confundido al pobre Audry, quien los cree invencibles. Pero también ellos están entrenados para la plaza de armas, aunque apenas saben qué extremo de sus armas sirve para herir. Todos pesan demasiado y carecen de agallas para luchar».
—¡Es una vulgar e infundada calumnia! —exclamó el indignado Audry—. ¿Has venido a burlarte de mí?
—En absoluto. He venido a entregar un mensaje, y acabas de oír una parte. La segunda parte es la siguiente: el rey Casmir conoce bien tus deficiencias militares. Se le ha negado el tránsito por Ulflandia del Sur, y ahora debe pensar en un ataque directo. El rey Aillas pide que quites a tus favoritos el mando de tu ejército y lo pongas en manos de un soldado profesional y capaz. Recomienda que remplaces tus desfiles de gala por maniobras de campaña, y que no eximas a nadie, ni siquiera a ti mismo, del esfuerzo necesario.
Audry se irguió.
—Este mensaje raya en la más flagrante insolencia.
—No es nuestra intención. Vemos peligros que quizá a ti se te escapan, y queremos advertirte, aunque por motivos egoístas.
Audry tamborileó en la mesa con sus blancos dedos.
—No conozco al rey Aillas. Háblame de su carácter. ¿Es precavido o audaz?
Tristano reflexionó.
—En verdad, es un hombre difícil de describir. Es precavidamente audaz, si eso responde tu pregunta. Es valiente, y nunca rehúye una misión difícil. Sospecho que a menudo se exige más de la cuenta, pues su temperamento es moderado como el de un filósofo. No le gusta la guerra, pero considera que la fuerza y la intimidación son males de este mundo; por tanto, estudia táctica militar, y pocos lo superan en esgrima. Aborrece la tortura; las mazmorras de Miraldra están vacías, pero hay pocos delincuentes o salteadores en Troicinet, porque Aillas los ha entregado a todos a la horca. Aun así, considero que mañana estaría dispuesto a ceder el trono a un hombre de su confianza.
—¡Eso no sería problema! Muchos aceptarían el puesto de buen grado.
—¡Ésos son precisamente aquellos en quienes no confiaría!
Audry se encogió de hombros y bebió vino.
—Yo no pedí nacer rey. Ni siquiera pedí nacer. No obstante, soy rey, y procuro disfrutar de mi suerte. Pero Aillas parece sentirse culpable.
—No lo creo.
Audry llenó ambas copas.
—Te daré un mensaje para el rey Aillas.
—Escucho atentamente, majestad.
Audry se inclinó hacia adelante y habló con voz sentenciosa:
—¡Es hora de que Aillas se case! ¿Qué mejor pareja podría formarse que Aillas y Thaubin, mi hija mayor, con lo cual se unirían dos grandes casas? Mira, allá está ella, observando el juego.
Tristano miró hacia donde señalaba Audry.
—¿Esa hermosa muchacha de blanco, sentada junto a esa fea criatura encinta? ¡Es encantadora!
—La doncella que viste de blanco es Netta, una amiga de Thaubin —replicó Audry con dignidad—. Thaubin es la que está junto a ella.
—Ya veo… Bien, dudo que Aillas piense en casarse. Quizá se sorprenda si intento comprometerlo con la princesa Thaubin.
—En tal caso…
—Una cosa más, antes de mi partida. ¿Puedo hablar con franqueza?
—¡No has hecho otra cosa! —gruñó Audry—. ¡Habla!
—Debo advertirte que hay traidores que informan al rey Casmir de todo lo que haces. Estás rodeado de espías. Fingen ser tus amigos, e incluso podrían estar entre los caballeros que te acompañaban hace un instante.
Audry miró fijamente a Tristano, echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Se volvió para llamar a sus amigos:
—¡Caballeros! ¡Huynemer, Rudo, Swanish! ¡Venid aquí, por favor!
Los tres caballeros, algo intrigados y resentidos, regresaron a la mesa.
—Tristano insiste en que hay traidores sueltos en Falu Ffail —les confesó el rey Audry, entre risas—. ¡Más aún, sospecha que uno de vosotros es un espía del rey Casmir!
Los cortesanos se levantaron de un salto, rugiendo de furia.
—¡Este sujeto nos insulta!
—Danos permiso para desnudar nuestro acero. ¡Le enseñaremos los modales que no ha aprendido en otras partes!
—¡Disparates e histeria! ¡Parloteo de comadres!
Tristano se reclinó en la silla, sonriendo.
—¡Parece que he tocado un nervio sensible! Bien, no diré más.
—¡Qué absurdo! —declaró el rey Audry—. ¿Qué secretos buscaría aquí un espía? ¡No tengo ninguno! ¡Todo el mundo sabe lo peor de mí!
Tristano se puso de pie.
—Majestad, te he comunicado mis mensajes. Dame tu venia para partir.
—Puedes irte —dijo el rey Audry, agitando los dedos.
Tristano hizo una reverencia, dio media vuelta y se marchó de Falu Ffail.
Al regresar a Dorareis, Tristano fue directamente a Miraldra, un sombrío y viejo castillo de catorce torres que daba sobre la bahía. Aillas recibió a su primo con afecto. El parecido entre ambos era notable, aunque Tristano era alto y musculoso y Aillas, un poco más bajo, parecía enjuto y tenso. El cabello de ambos era castaño claro, casi dorado, cortado a la altura de las orejas; los rasgos de Tristano eran suaves mientras que los de Aillas eran angulosos. Juntos, sonriendo de placer por la mutua compañía, parecían muchachos.
A sugerencia de Aillas, se sentaron en un diván.
—Ante todo —dijo Aillas—, quiero decirte que iré a Watershade. ¿Por qué no vienes conmigo?
—Con mucho gusto.
—Partiremos dentro de dos horas. ¿Has desayunado?
—Sólo pan y cuajada.
—Solucionaremos eso —Aillas llamó al criado y pronto les sirvieron merluza frita con hogazas frescas y mantequilla, cerezas hervidas y cerveza amarga. Entretanto, Aillas había preguntado—: ¿Cómo ha ido tu expedición?
—Debo reconocer que ha incluido episodios interesantes —dijo Tristano—. Desembarqué en Dun Cruighre y cabalgué hasta Cluggach, donde conseguí una audiencia con el rey Dartweg. Dartweg es celta, desde luego, pero no todos los celtas son patanes rubicundos que huelen a queso. Dartweg, por ejemplo, huele a cerveza, aguamiel y tocino. De él no he aprendido nada de provecho; los celtas sólo piensan en beber aguamiel y en robarse el ganado unos a otros: en eso se basa su economía. Estoy seguro de que valoran más una vaca con grandes ubres que una mujer igualmente opulenta. Aun así, no puedo criticar la hospitalidad del rey Dartweg, y llamar mezquino a un celta sería insultarlo. Son demasiado nerviosos para considerarlos buenos guerreros y, aunque pendencieros, resultan imprevisibles como vírgenes. En un foso cerca de Cluggach vi a cincuenta hombres que discutían a gritos y a menudo llevaban la mano a la espada. Creí que se debatían entre la paz y la guerra, pero pronto me enteré de que la disputa se relacionaba con el mayor salmón que se había pescado en la temporada de tres años atrás, y Dartweg estaba entre ellos, gritando más que nadie. Luego apareció un druida de túnica marrón con un ramillete de muérdago en la capucha. Dijo una sola palabra; todos callaron, se alejaron y se ocultaron en las sombras.
»Más tarde mencioné el incidente a Dartweg y alabé la exhortación del druida a la moderación. Dartweg me dijo que al druida le importaba un rábano la moderación, y sólo protestaba porque el ruido molestaba a una bandada de cuervos sagrados que había en un bosquecillo cercano.
»A pesar de las iglesias cristianas que ahora surgen por doquier, los druidas aún son poderosos.
—¡Muy bien! —dijo Aillas—. Me has hablado bastante de Godelia. Para obtener influencia debo descender del cielo en un toro blanco asiendo el disco de Lug, o pescar el mayor salmón de la temporada. ¿Qué otras novedades tienes?
—Crucé el Skyre en una barcaza y entré en Xounges. Éste es el único acceso, pues los ska controlan las entradas por tierra. Gax vive en un monstruoso palacio de piedra llamado Jehaundel, en salones altísimos que son como cavernas y brindan pocas comodidades a los visitantes, los cortesanos y al mismo Gax.
—¿Pero pudiste ver a Gax?
—Con dificultades. Gax es casi un inválido, y su sobrino, un caballero llamado Kreim, intenta aislarlo de los visitantes, aduciendo que la salud del rey no le permite excitarse. Pagué una corona de oro para asegurarme de que Gax estaba enterado de mi presencia, y obtuve una audiencia a pesar del disgusto de Kreim.
»Gax debió de ser un hombre impresionante en su juventud. Aun ahora es bastante más alto que yo. Es flaco y enjuto, y habla con una voz que parece el viento del norte. Todos sus hijos han muerto; ignora su propia edad, pero calcula que tiene más de setenta años. Nadie le lleva noticias; pensaba que Oriante aún reinaba en Ulflandia del Sur. Le aseguré que Aillas, el nuevo rey de Ulflandia del Sur, era enemigo jurado de los ska, y que ya había hundido sus naves y les había cerrado el acceso a Ulflandia del Sur.
»Ante esta novedad, el rey Gax aplaudió alegremente. Kreim, que estaba junto al rey, declaró que el reinado de Aillas sería fugaz. ¿Por qué? La razón, según Kreim, era del dominio público: las perversiones sexuales de Aillas lo habían vuelto enfermizo y débil. Gax escupió en el suelo al oírlo. Declaré que esa «conocida verdad» era una calumnia, una completa mentira. Afirmé que quien hubiera dado esa noticia a Kreim era un embustero indigno y canallesco y aconsejé a Kreim que no repitiera esa afirmación si no quería que se le acusara de divulgar la mentira.
»Señalé que Kreim se equivocaba en lo demás: que Aillas ya trabajaba enérgicamente para dominar a los barones de las tierras altas, y pronto derrotaría a los ska.
Aillas rió amargamente.
—¿Por qué no prometiste también que desviaría el curso de los ríos y lograría que el sol saliera por el oeste?
Tristano se encogió de hombros.
—Nunca habías mencionado tales ambiciones.
—Todo a su tiempo —dijo Aillas—. Primero debo rascarme mis propias pulgas. Pero háblame más del rey Gax y de ese siniestro Kreim.
—Kreim es un poco mayor que yo, y tiene la boca roja y barba negra. Es apasionado y suspicaz, y seguramente simpatiza con los ska.
»Mencioné otros acontecimientos del año pasado y el rey Gax no sabía nada de ellos. El viejo bribón parece estar al corriente de las ambiciones de Kreim, y por mera malicia insistía en comentar: «¡Kreim, esto es increíble!», «Kreim, debemos confiar en esos hombres para no caer en manos de los ska», «Kreim, si yo volviera a ser joven, actuaría como Aillas».
»Al fin, el rey Gax hizo salir a Kreim con un pretexto. Kreim se fue a regañadientes, mirando constantemente por encima del hombro. Entonces el rey Gax me dijo: «Como ves, tanto mi vida como mi reinado se están extinguiendo».
»Miró alrededor para cerciorarse de que no hubiera espías. «He cometido muchos errores en mi vida. Hay uno que no deseo cometer.» Le pregunté cuál era. Gax me señaló con el dedo. «Eres un joven inteligente, a pesar de tu máscara de despreocupación. ¿No lo adivinas?».
»“Se me ocurren muchos errores que podrías cometer. Esperas no morir antes de que suene tu hora, así que tu situación es delicada”.
»“En eso has acertado. Estoy muriendo, pero sólo en el sentido de que todo hombre de mi edad está muriendo. Los ska son pacientes; esperarán. Pero yo debo mostrar prudencia, porque temo el veneno o el puñal en la oscuridad, y sería una fría muerte aquí en Jehaundel, sin hijos para vengar mi asesinato”.
»“Permíteme hacer una pregunta, por mera curiosidad. ¿Cómo regulan las leyes de Ulflandia del Norte la sucesión de los reyes?”
»“Por las líneas comunes de parentesco, si yo muero. Es decir que el sucesor es Kreim. Pero ¿ves esta corona? Si fueras tan tonto como para aceptarla, podría transferirte el trono en este mismo instante, y luego tu vida estaría, como la mía, en manos de los ska, y mirarías con recelo cada bocado”.