Read Lyonesse - 2 - La perla verde Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 2 - La perla verde (11 page)

—¡No puedes multar al rey Casmir!

—Por desgracia, tienes razón. Así que deberé emplear medidas más enérgicas.

De nuevo Maloof demostró su sorpresa.

—¿Cómo?

—Dentro de dos semanas una partida irá al astillero de Sardilla y quemará las naves ilegales de Casmir, así aprenderá a respetar sus compromisos.

Maloof meneó la cabeza.

—¡Un asunto peligroso!

—Menos arriesgado que permitir que Casmir tenga una flota de guerra.

Maloof no tuvo más que decir y se marchó. Más tarde Aillas habló con Pirmence, a quien dio la misma información.

Luego, al caer la tarde, Aillas comentó a Witherwood y Sion-Tansifer que la incursión en Sardilla se llevaría a cabo exactamente dentro de diez días.

Entretanto, Tristano aseguró a Foirry y Langlark que la incursión se realizaría en veinte días, aunque estos dos no eran los principales sospechosos.

A primera hora del día siguiente Tristano partió deprisa hacia Sardilla de Caduz, con el objeto de descubrir cuál de los tres informes inspiraba medidas de precaución.

Tristano regresó según lo convenido, fatigado por la cabalgata y por el agitado cruce del Lir. Aillas y Yane oyeron sus informes con gran interés. En la décima noche no se tomaron precauciones extraordinarias. A las dos semanas, cien guerreros armados hasta los dientes prepararon una emboscada, y durante una larga y desolada noche aguardaron un ataque que no se produjo.

Para verificar sin sombra de duda sus sospechas, Tristano se había quedado hasta la vigésima noche. No hubo más novedades y regresó.

—Tres datos son claros —dijo Aillas—. Primero, es indudable que fue Casmir quien encargó el barco. Segundo, hay un traidor en mi consejo de ministros. Tercero, es Maloof o Pirmence.

—Ambos se ajustan al papel —comentó Yane—. ¿Qué haremos ahora?

—Por el momento, actuar con cautela. Identifiquemos a nuestro hombre sin provocar sospechas.

5

Aillas había recibido noticias de la existencia de ricos filones de hierro en Ulflandia del Sur, cerca de Oaldes, y había solicitado a Maloof que calculara cuánto costaría construir una fundición.

Las cifras que presentó Maloof parecían demasiado altas. Aillas las estudió un instante sin hacer comentarios, luego dejó a un lado el documento.

—Por lo visto, este proyecto requiere nuevos análisis. En este momento no puedo concentrarme. Anoche los sueños me impidieron dormir.

Maloof demostró una cortés preocupación.

—¿De veras, majestad? ¡Los sueños vaticinan verdades futuras! ¡Nos dan indicios que insensatamente ignoramos!

—Los sueños de anoche fueron muy reales —dijo Aillas—. Se relacionaban con la inminente visita del rey Casmir. Cuando su nave entraba en el puerto, yo veía a Casmir en el puente, con la cabeza descubierta, tan claramente como te veo a ti. Él daba media vuelta y una voz me hablaba al oído: «¡Ten cuidado! ¡Si lleva dos penachos en el sombrero, uno azul y uno verde, demostrará que es un amigo y un fiel aliado! Si luce un solo penacho amarillo, es un enemigo traicionero a quien debes destruir a toda costa.» ¡Tres veces la voz pronunció estas palabras! Pero cuando yo me volvía para mirar cómo Casmir se ponía el sombrero, alguien me llamaba y no podía verlo.

—¡Un sueño notable! —dijo Maloof.

Luego Aillas contó este sueño notable a Pirmence.

—La voz hablaba con tono de oráculo. «Observa el sombrero que usa Casmir. Si lleva una medalla de plata con forma de pájaro, es tu amigo y aliado. Si exhibe un león dorado, indica que es un traidor». Así habló la voz, y ahora me veo en un aprieto. No puedo gobernar un reino guiándome por sueños, pero no puedo correr el riesgo de ignorar portentos genuinos. ¿Qué opinas?

Pirmence se acarició la barba cana.

—Soy un hombre práctico. Como tal, acepto cualquier cosa de valor, venga de donde venga. ¿Qué clase de sombrero era?

—De tubo, de terciopelo negro, sin alas ni copa.

—Permíteme esta sugerencia: observa en qué medida el sombrero de Casmir concuerda con el de tus sueños. Luego déjate guiar por la naturaleza del emblema.

6

Desde la terraza de la torre norte de Miraldra, Aillas y otros observaban la llegada del galeón Estrella Régulo de Lyonesse: un pesado navío de proa roma y popa alta, que ofrecía un gallardo espectáculo, con las velas de trinquete y mayor henchidas y tensas, y con banderines rojos y amarillos ondeando en las cofas.

El galeón entró en la bahía y la tripulación cargó las velas. Las naves auxiliares tendieron líneas y el Estrella Régulo se aproximó al muelle de Miraldra, donde echó amarras.

El rey Aillas esperaba en el muelle, junto con veinte nobles del reino y sus damas. Se elevó una pasarela hasta la cubierta del galeón, donde se vislumbraba el movimiento de un espléndido cortejo. Lacayos con librea tendieron una alfombra rosa desde el muelle y la pasarela hasta tres sillas ceremoniales, donde el rey Aillas aguardaba con el príncipe Dhrun a la derecha y la princesa Glyneth a la izquierda
[6]
.

En la cubierta del Estrella Régulo, un imponente caballero se adelantó: el rey Casmir. Se detuvo ante la pasarela para esperar a una dama de nobles proporciones, con el cabello rubio rizado sobre las orejas y cubierto de perlas blancas: la reina Sollace. Sin mirar a los lados, ambos bajaron por la pasarela.

Aillas se les acercó observando el sombrero de Casmir: tubular, de terciopelo negro, sin copa ni alas. Una medalla de plata con forma de pájaro adornaba la parte delantera del sombrero; al costado llevaba un par de penachos, azul y verde.

Detrás de la reina Sollace venían el príncipe Cassander y la princesa Madouc. Cassander, un corpulento joven de quince años, lucía una gorra verde sobre sus rizos color bronce. Era digno hijo de su padre y ya había adoptado ciertas afectaciones regias. Movía los ojos azules y redondos con aire vagamente amenazador, como para disuadir a los demás de faltarle al respeto.

En cambio, la princesa Madouc, una muchacha de piernas largas y aire travieso con rizos bermejos, no se preocupaba por la dignidad ni la aprobación de los demás; tras echar una ojeada, se olvidó de todos ellos y bajó por la pasarela brincando como un gatito. Llevaba un vestido largo de terciopelo naranja, ceñido a la cintura con un sayo negro; el pelo, cuyo color era parecido al del vestido, le colgaba en rizos sueltos. La mente de Madouc era tan activa como su conducta; su carucha de nariz chata delataba cada cambio de ánimo. Aillas, que conocía sus antecedentes, la contempló divertido. Los rumores acerca de la precocidad y exuberancia de Madouc no habían sido exagerados.

El rey Casmir, ofreciendo el brazo a la reina Sollace al pie de la pasarela, dirigió a Madouc una fría mirada de admonición, luego se volvió hacia el rey Aillas.

Media docena de nobles de Lyonesse, en estricto orden de rango, desfilaron por la pasarela con sus damas, para ser anunciados con el apropiado énfasis por el maestro de protocolo de Miraldra.

Las últimas en bajar de la nave fueron un par de doncellas de la reina y un sacerdote cristiano, el padre Umphred, una figura corpulenta bajo una sotana color ciruela.

Después del recibimiento formal, Casmir y Sollace fueron acompañados hasta sus aposentos, donde podrían descansar y refrescarse después de las incomodidades de la travesía.

Más tarde, el rey Aillas presidió una cena informal; el banquete ceremonial se celebraría al día siguiente. Aillas y Casmir comieron y bebieron con austeridad, y ambos se levantaron sobrios de la mesa. Se dirigieron a una sala privada donde, sentados ante el fuego, saborearon un denso y áureo Olorosa mientras conversaban sobre asuntos de mutuo interés. Ninguno de los dos, sin embargo, mencionó la nave que se construía en Caduz por orden de Casmir.

Casmir aludió de pasada a las fortificaciones de Kaul Bocach, el desfiladero por donde circulaba la carretera que comunicaba Lyonesse con Ulflandia del Sur.

—Aun sin fortificaciones, veinte hombres decididos pueden cerrar el paso a un ejército. Pero me cuentan que ahora hay una fortaleza tras otra, que cada acceso está protegido por trampas, murallas y barbacanas, de modo que el lugar resulta mucho más inexpugnable. Lo mismo ocurre con Tintzin Fyral, donde ahora Cerro Tac está coronado por un fuerte tan inaccesible como Tintzin Fyral. No entiendo estos febriles preparativos, pues nosotros hemos confirmado tratados que hacen prescindibles tales obras.

—Tu información es correcta —admitió Aillas—. Las fortificaciones han aumentado, y es cierto que impiden una invasión desde Lyonesse. Pero ¿no comprendes el razonamiento? Tú no eres inmortal. ¡Imagina que un monarca cruel, traicionero y ambicioso llegara a gobernar Lyonesse! Supongamos que este monarca, por razones que desconocemos, decidiera atacar Ulflandia. Pues bien, estamos preparados para hacerle frente, y si está en su sano juicio será disuadido.

Casmir sonrió sombríamente.

—Acepto que tal idea tiene un fundamento teórico, pero ¿no es algo rebuscada en la práctica?

—Eso espero —dijo Aillas—. ¿Quieres que te sirva más vino? Lo producen en mi propia finca.

—Gracias. Es en verdad excelente. En Haidion los vinos de Troicinet no son tan conocidos como merecerían serlo.

—Esa carencia es fácil de solucionar, me encargaré de ello.

Casmir alzó reflexivamente la copa, agitó el vino y observó las ondas doradas.

—Resulta difícil recordar los duros tiempos de antaño, cuando reinaba un conflicto entre nuestros pueblos.

—Todo cambia —comentó Aillas.

—¡Exactamente! Nuestro tratado, firmado en el calor de emociones turbulentas, estipulaba que Lyonesse no debía construir naves de guerra, a partir de supuestos ya anticuados. Ahora que se ha consolidado nuestra amistad…

—¡En efecto! —declaró Aillas—. ¡El actual equilibrio ha cumplido su propósito! Alienta la paz en todas las Islas Elder. Este equilibrio y esta paz son imprescindibles para nosotros y configuran el fundamento de nuestra política exterior.

—¿De veras? —el rey Casmir frunció el ceño—. ¿Y cómo puedes llevar a cabo una política de tales alcances?

—El principio es muy simple. No podemos permitir que Lyonesse ni Dahaut obtengan la supremacía uno sobre el otro, pues nuestra propia seguridad peligraría. Si el rey Audry atacara Lyonesse y por algún milagro lograra el éxito, deberíamos intervenir a favor de Lyonesse hasta que se restaurara el equilibrio, y viceversa.

Casmir rió en voz baja, vació la copa y la colocó sobre la mesa.

—Ojalá yo pudiera definir mis objetivos con tanta precisión. Dependen de elementos tan inefables como la justicia, la rectificación de viejas equivocaciones y el impulso de la historia.

Aillas sirvió vino en la copa de Casmir.

—No envidio tu laberinto de incertidumbres. Pero no debes tener dudas en lo que atañe a Troicinet. Si Lyonesse o Dahaut se fortalecieran tanto que uno amenazara al otro, nosotros respaldaríamos al más débil. De hecho, ahora cuentas con la protección de una fuerte flota sin que tengas que incurrir en ninguno de los gastos.

El rey Casmir se puso en pie.

—El viaje me ha fatigado —dijo parcamente— te deseo buenas noches.

—Espero que descanses bien —se despidió Aillas, levantándose.

Ambos fueron a la sala donde la reina Sollace conversaba en compañía de damas de ambas cortes. El rey Casmir se acercó a la puerta e hizo una rígida seña a los ocupantes de la sala. La reina Sollace se puso en pie, se despidió de las damas y ambos fueron escoltados hasta sus aposentos por lacayos con antorchas.

Aillas regresó a su sala por la galería grande. Un hombre corpulento con una sotana color ciruela surgió de las sombras.

—¡Rey Aillas! ¡Un momento de tu tiempo, por favor!

Aillas se detuvo y estudió la cara rubicunda del padre Umphred, como se hacía llamar ahora. Aillas no fingió cordialidad.

—¿Qué quieres?

Umphred rió.

—Ante todo, me gustaría renovar nuestros viejos lazos.

Aillas, disgustado, retrocedió un paso. Umphred continuó sin inmutarse.

—Como sabes, he logrado llevar la Buena Nueva a la ciudad de Lyonesse. Es casi seguro que el rey Casmir patrocinará la construcción de una hermosa catedral, para glorificar el nombre de Dios en el seno de su dichosa ciudad. Si ello ocurre, es posible que yo llegue a llevar la mitra.

—No es asunto mío —dijo Aillas—. A ser sinceros, me sorprende que te atrevas a mostrar la cara en mi presencia.

Con una sonrisa jovial y un ademán afectado, el padre Umphred borró todo vestigio de rencor que pudiera haber existido entre ambos.

—¡Traigo a Troicinet el jubiloso mensaje de los Evangelios! La pompa pagana aún predomina en Troicinet, Dascinet y Ulflandia del Sur. ¡Por las noches rezo para encaminar al rey Aillas y su pueblo hacia la gloria de la fe verdadera!

—No tengo tiempo ni interés para tales asuntos —replicó Aillas—. Mi pueblo puede creer o descreer de lo que le venga en gana; así están las cosas.

Iba a marcharse cuando el padre Umphred le apoyó una mano blanca y suave en el brazo.

—¡Espera!

Aillas dio media vuelta.

—¿Qué?

El padre Umphred sonrió con ternura.

—Rezo por tu salvación personal, y también para que alientes, como el rey Casmir, la construcción de una catedral en Domreis para propagar mejor la Verdad de Dios. Y, si lo deseas, para que rivalice en esplendor con la catedral de Lyonesse. ¡Yo podría aspirar al arzobispado!

—No patrocinaré una iglesia cristiana, ni en Domreis ni en ninguna otra ciudad.

Umphred frunció los labios reflexivamente.

—Ahora piensas así, pero quizá cambies de parecer.

—No lo creo.

Aillas se volvió de nuevo, y otra vez el padre Umphred lo detuvo.

—Es un gran placer verte de nuevo, aunque mi mente evoca con tristeza las desdichadas circunstancias en que nos conocimos. Hasta hoy el rey Casmir no ha averiguado tu identidad. Estoy seguro de que no deseas que la conozca, pues de lo contrario tú mismo se la habrías revelado. ¿Estoy en lo cierto?

El padre Umphred, retrocediendo, estudió a Aillas con afable interés. Aillas reflexionó un instante.

—Ven conmigo —indicó al fin con voz neutra.

Poco después, Aillas se detuvo ante un lacayo uniformado.

—Di a Hassifa el Moro que se reúna conmigo en la salita —Aillas le hizo una seña a Umphred—. Ven.

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