Como había declarado Liam el Largo, el barbero, el pastel de oveja era excelente, y Tristano quedó satisfecho con su cena. Preguntó al posadero:
—¿Qué me dices de los salteadores? ¿Molestan a los viajeros a menudo en esta región?
El posadero le miró por encima del hombro.
—Tenemos noticias —dijo— de un tal Toby el Alto, y su comarca favorita parece ser el bosque que hay entre este pueblo y Toomish.
—Te ofreceré una pista —continuó Tristano—. ¿Conoces a Liam el Largo, el barbero?
—¡Desde luego! Ejerce su profesión en esta comarca. También es un hombre muy alto.
—No diré más —concluyó Tristano—. Sólo recuerda esto: la semejanza va más allá de la mera estatura, y el alguacil del rey puede tener interés en la noticia.
Liam el Largo, el barbero, viajó por senderos y caminos hacia el sur, internándose en Dahaut, con el propósito de ejercer su oficio en las fiestas campesinas de final del verano. En el pueblo de Mildenberry trabajó con tesón y una tarde recibió un encargo de Potes Sachant, la casa de campo del señor Imbold. Un lacayo lo llevó a una sala y allí se le informó que la ayuda de cámara estaba enfermo, así que debía afeitar al señor y recortarle el bigote.
Liam el Largo cumplió su tarea con suficiente destreza, y recibió las felicitaciones de Imbold, quien también admiró la perla verde que Liam el Largo llevaba en un anillo. Imbold se prendó tanto de la gema que pidió a Liam el Largo que le pusiera un precio.
Liam el Largo quiso sacar partido de la situación y pidió una elevada suma.
—Señoría, esta pieza es un recuerdo de mi abuelo, a quien se la dio el sultán de Egipto. No podría separarme de ella por menos de cincuenta coronas de oro.
El señor Imbold se indignó.
—¿Me tomas el pelo? —dio media vuelta y llamó al lacayo—. ¡Taube! Paga a este sujeto sus honorarios y que se marche.
Liam el Largo se quedó a solas mientras Taube iba en busca de las monedas. Explorando la sala, abrió un armario y descubrió un par de candelabros de oro que provocaron su avaricia. Se los guardó en la bolsa y cerró el armario.
Taube regresó a tiempo para advertir la sospechosa conducta de Liam el Largo, e inspeccionó la bolsa. Presa del pánico, Liam el Largo empuñó la navaja y abrió un profundo tajo en la garganta de Taube, cuya cabeza cayó inerte sobre los hombros.
Liam el Largo huyó de la sala pero fue apresado, juzgado y conducido a la horca.
Un ex soldado lisiado llamado Manting había sido verdugo del condado durante diez años. Llevaba a cabo su trabajo con eficacia y quitó la vida a Liam el Largo, aunque en un estilo desprovisto de ese elemento adicional de sorpresa y elegancia que distinguía al verdugo notable de su colega mediocre.
Las ganancias adicionales de Manting incluían la ropa y adornos encontrados en el cadáver, y así Manting se adueñó de un valioso anillo con una perla verde, y lo llevó con agrado.
Después de este episodio, cuantos observaban a Manting declaraban que nunca habían visto la faena del verdugo realizada con mayor gracia y atención al detalle, de modo que a veces Manting y el condenado parecían partícipes de una tragedia que hacía palpitar los corazones; y al final, cuando se bajaba el escotillón, o se asestaba el golpe, o se arrojaba la tea a los leños, rara vez los ojos del público estaban secos.
Los deberes de Manting incluían a veces algún suplicio, donde también demostró no sólo su destreza con las técnicas clásicas, sino una rara habilidad y astucia con las innovaciones.
Sin embargo, Manting, obsesionado por sus conceptos teóricos, solía excederse. Un día su trabajo incluía la ejecución de una joven bruja llamada Zanice, acusada de secar las ubres de la vaca del vecino. Como el caso incluía un elemento de incertidumbre, se ordenó que Zanice muriera en el garrote y no en la hoguera. Pero Manting deseaba poner a prueba una idea nueva y rebuscada, y aprovechó la oportunidad para aplicarla, con lo cual despertó la ira del hechicero Qualmes, amante de Zanice.
Qualmes llevó a Manting al corazón del Bosque de Tantrevalles, por una oscura senda conocida como Camino de Ganión, y lo condujo a un pequeño claro apartado.
—Manting —preguntó Qualmes—, ¿qué opinas de este lugar?
Manting, aún intrigado por el motivo de la expedición, miró alrededor.
—El aire es fresco. La vegetación resulta confortante después de estar en las mazmorras. Las flores realzan el encanto del paisaje.
—Es una suerte que te agrade —dijo Qualmes—, pues nunca te irás de este lugar.
Manting agitó la cabeza sonriendo.
—¡Imposible! Hoy no tengo trabajo y este pequeño paseo es muy agradable, pero mañana debo encargarme de dos ahorcamientos, un suplicio y un azotamiento.
—Quedas liberado para siempre de tus deberes. El modo en que trataste a Zanice me ha irritado, y debes recibir el castigo por tanta crueldad. Encuentra un lugar agradable donde reclinarte, y escoge una posición cómoda, pues te impondré un hechizo de éxtasis, y nunca más te moverás.
Manting protestó unos minutos, y Qualmes escuchó sonriendo.
—Dime, Manting, ¿alguna vez tus víctimas te han dirigido protestas similares?
—Ahora que lo pienso, sí.
—¿Y cuál ha sido tu respuesta?
—Siempre respondía que, por la naturaleza misma de las cosas, yo no era el instrumento de la piedad sino del castigo. Desde luego, esta situación es distinta. Tú eres el juez, además del ejecutante del juicio, así que tienes la capacidad y la aptitud para revisar mi solicitud de misericordia, e incluso para concederme el perdón.
—Deniego la solicitud. Échate, por favor. No puedo perder el día entero con argumentaciones lógicas.
Manting tuvo que echarse en la hierba. Qualmes obró su hechizo de parálisis y se marchó.
El impotente Manting yació día y noche, una semana tras otra, un mes tras otro, mientras las comadrejas y las ratas le roían las manos y los pies, y los moscardones anidaban en sus carnes, hasta que sólo quedaron huesos y la reluciente perla verde, que poco a poco también acabaron cubiertos por el musgo.
Ocho reyes gobernaban los reinos de Elder. El menor de ellos era Gax, rey nominal de Ulflandia del Norte, cuyos decretos sólo se obedecían dentro de las murallas de Xounges. En cambio, el rey Casmir de Lyonesse y el rey Audry de Dahaut gobernaban vastos territorios y comandaban fuertes ejércitos. El rey Aillas, cuyas posesiones incluían tres islas —Troicinet, Dascinet y Scola— además de Ulflandia del Sur, protegía la red de comunicaciones entre ellas mediante una potente armada.
Los cuatro reyes restantes eran muy distintos entre sí. El muy cuerdo rey Kestrel había sucedido en el trono a su padre, el rey loco Deul de Pomperol. El antiguo reino de Caduz había sido absorbido por Lyonesse, pero Blaloc, bajo el poder del rey Milo, que era demasiado aficionado a la bebida, conservaba la independencia. Milo había concebido una maravillosa estratagema que jamás fallaba. Cuando los enviados de Lyonesse o Dahaut iban a pedirle ayuda, Milo los hacía sentar a su mesa y los atiborraba de vino, mientras los músicos tocaban hermosas danzas, de modo que los embajadores pronto olvidaban su cometido y retozaban borrachos en compañía del rey.
Godelia y su bulliciosa población estaban hasta cierto punto controladas por el rey Dartweg. Los ska escogían a su «primero entre los primeros» cada diez años; el actual «primero» era Sarquin, un hombre fuerte y capaz.
Los ocho reyes eran diferentes en casi todo. El rey Kestrel de Pomperol y el rey Aillas de Troicinet eran jóvenes, honestos, audaces y honorables, pero mientras Kestrel era hosco y melancólico, Aillas revelaba una imaginación que a veces perturbaba a personalidades más conservadoras.
Las cortes de los ocho reyes no eran menos dispares. El rey Audry gastaba abundantes sumas en vanidades y placeres, y el esplendor de su corte de Falu Ffail era legendario. El rey Aillas empleaba sus impuestos en construir naves para su armada, mientras el rey Casmir destinaba suculentas sumas a espionaje e intriga. Sus espías se esparcían por doquier, sobre todo en Dahaut, donde vigilaban cada estornudo del rey Audry.
Al rey Casmir le resultaba más difícil obtener información de Troicinet. Había logrado sobornar a varios funcionarios que le despachaban sus mensajes mediante palomas, pero dependía ante todo del gran espía Valdez, cuyos informes eran turbadoramente precisos.
Valdez le entregaba sus informes cada seis semanas. Casmir, embozado en una capa con capucha, acudía al depósito de un mercader de vinos, donde enseguida se reunía con él un hombre que podría haber sido el mercader: una persona casi anónima, corpulenta, bien afeitada, silenciosa, de rasgos regulares y fríos ojos grises.
Valdez reveló a Casmir que se estaban construyendo cuatro nuevos buques de guerra en los astilleros del río Tumbling, tres kilómetros al norte de Dorareis. A pesar de las estrictas medidas de seguridad, Valdez pudo informar que las naves eran faluchos ligeros y veloces, con catapultas que lanzaban flechas de hierro a cien metros con fuerza suficiente para horadar el casco de cualquier navío corriente. Estas naves se habían diseñado específicamente para derrotar las naves largas de los ska, y así mantener abiertas las rutas marítimas entre Troicinet y Ulflandia del Sur
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Antes de partir, Valdez señaló que recientemente había obtenido nuevas y muy fidedignas fuentes de información.
—¡Bien hecho! —le felicitó Casmir—. Ésta es la eficaz labor a que nos tienes habituados.
Valdez se dirigió hacia la puerta, donde se detuvo como para decir algo, pero se volvió nuevamente. Casmir reparó en el titubeo.
—¡Espera! ¿Qué te preocupa?
—Nada importante, aunque sospecho que pueden surgir inconvenientes.
—¿A qué te refieres?
—Sé que en Troicinet tienes otros informadores además de mí, y sospecho que al menos uno de ellos ocupa un alto puesto. Desde tu punto de vista, resulta una situación satisfactoria. Aun así, como te he dicho, he establecido contacto con una persona de alto rango que quizá colabore conmigo, aunque de momento se muestra tímida como un pájaro. Trabajaría con mayor claridad y menos probabilidades de traición si conociera la identidad de tus otros informadores.
—Parece una consecuencia lógica —respondió Casmir. Reflexionó un instante, luego rió ásperamente—. ¡Te asombrarías de saber a qué alturas escuchan mis oídos! Pero quizá sea mejor que desconozcas mis otras fuentes. Mis motivos no son abstractos. En caso de que uno sea descubierto e interrogado, el otro está seguro.
—Tienes razón —admitió Valdez, despidiéndose.
Tras entregar su perla verde al salteador, Tristano atravesó la grata campiña de Dahaut, y a su tiempo llegó a Avallen. Encontró alojamiento, se puso ropas adecuadas y se presentó en Falu Ffail, el castillo de Audry.
Junto a la puerta había un altivo lacayo con librea de terciopelo azul. Miró a Tristano de hito en hito, escuchó con cara hierática mientras Tristano se identificaba, y luego lo condujo a regañadientes hasta un vestíbulo, donde Tristano se entretuvo durante la hora de espera observando una fuente donde el sol, reflejándose en una cúpula de prismas de cristal, chispeaba en la espuma.
Al fin apareció el gran chambelán. Tristano solicitó una audiencia con el rey Audry y el chambelán meneó la cabeza con aire de duda.
—Su majestad rara vez recibe a nadie sin cita previa.
—Puedes anunciarme como enviado del rey Aillas de Troicinet.
—Muy bien. Ven por aquí, por favor.
Condujo a Tristano hasta una salita y lo dejó a solas.
Tristano esperó una hora, luego otra, hasta que al fin, sin nada mejor que hacer, el rey Audry se dignó recibirlo.
El gran chambelán guió a Tristano por las galerías del palacio hasta los jardines. El rey Audry holgazaneaba ante una mesa de mármol con tres de sus amigos, mientras contemplaba a un grupo de doncellas que jugaban a los bolos.
El rey Audry, dedicado a apostar con sus amigos, no atendió en seguida a Tristano, quien evaluó en silencio al frívolo monarca de Dahaut. Vio a un hombre fornido y apuesto, de mandíbula floja, ojos húmedos y nalgas rollizas. Rizos negros le caían junto a las mejillas; las oscuras cejas casi se unían sobre la larga nariz recta. Era expresivo y burlón, aunque su actitud parecía más orgullosa que maligna.
Al fin, enarcando las cejas, el rey Audry escuchó al chambelán:
—Majestad, éste es el emisario de Troicinet: el caballero Tristano del Castillo Mítrico, primo del rey Aillas.
Tristano hizo una reverencia convencional.
—Majestad, me complace presentaros mis respetos y los saludos del rey Aillas.
Audry, echándose hacia atrás, escrutó a Tristano entornando los ojos.
—Para una misión de esta importancia habría esperado una persona más sabia y experimentada.
Tristano sonrió.
—Majestad, admito que sólo soy tres años mayor que el rey Aillas, quien quizá por esta razón me considera lo que tú has dicho. Aun así, si estás insatisfecho, regresaré al instante a Troicinet para comunicar tu opinión al rey Aillas. Sin duda encontrará un emisario apropiado: sabio, anciano, de tu propia generación. ¿Tengo tu venia para partir?
Audry soltó un gruñido malhumorado y se enderezó en el asiento.
—¿Sois todos los troicinos tan orgullosos? Antes de marcharte indignado, quizá desees explicar esa lamentable incursión troicina en Ulflandia del Sur.
—Con mucho gusto, majestad —Tristano echó una ojeada a los tres cortesanos, que escuchaban sin disimular—. Quizá prefieras postergar nuestra conferencia hasta que estés solo, pues trataremos asuntos delicados.
Audry soltó una exclamación de impaciencia.
—Cautela, susurros, intriga: desprecio todo esto. Tristano, te expondré mi filosofía: no tengo secretos. Sin embargo…
Audry dirigió una seña a sus amigos, que se marcharon a regañadientes. Audry señaló una silla.
—Siéntate, si quieres… Bien: sigo intrigado ante esta insensata expedición troicina.
Tristano sonrió.
—¡Me sorprende tu sorpresa! Dos excelentes razones nos empujaron a entrar en Ulflandia del Sur. La primera es obvia: la corona pertenecía a Aillas en virtud de una sucesión común y legítima, y él fue a reclamar lo suyo. Encontró el reino sumido en el caos y ahora trabaja para imponer el orden.
»La segunda razón es tan sencilla como la primera. Si Aillas no se hubiera apropiado de Kaul Bocach y Tintzin Fyral, que son fortalezas en el camino que une Lyonesse con Ulflandia del Sur, el rey Casmir gobernaría ahora en Ulflandia del Sur. Nada le impediría invadir tu Marca Occidental, y atacarte al mismo tiempo desde el sur. Luego, tras arrojarte a una mazmorra, dominaría Troicinet sin obstáculos. Le ganamos de mano en Ulflandia del Sur y hemos frustrado sus planes. Ahí tienes la explicación.