Otras formas fluctuaron. El hilo rojo que Visbhume había tendido a través del prado ahora parecía una avenida de bruñido pórfido rojo, entre un par de espléndidas balaustradas. Las hadas iban y venían por esa avenida, pisando con cuidado, señalando primero hacia el carrete, luego hacia el shee. Otras corrían, brincaban y hacían cabriolas sobre las balaustradas, y todas parecían aprobar la maravillosa novedad. Más cerca, en solemne contemplación de la obra del carrete, había un gran número de hadas, riñendo, codeándose y bromeando, o simplemente retozando en la hierba, pero ante todo admiraban el diseño creado por el carrete, que llamaba la atención de una gran muchedumbre. Por el rabillo del ojo, y casi contra su voluntad, Visbhume atisbo una configuración muy peculiar, que a pesar de su fugacidad le fascinó.
Una voz aguda habló con claridad:
—Bajo individuo humano, criatura mortal, individuo entrometido: ¿por qué has hecho lo que has hecho?
Visbhume miró aquí y allá, fingiendo desconcierto. Habló como si se dirigiera al cielo:
—¡Qué extraño viento ha agitado las hojas! ¡Casi me ha parecido oír una voz! ¡Ah, voz del viento, habla y cuéntame acerca de tus vagabundeos! ¡Habla, viento!
—¡Tonto! ¡El viento no habla!
—¡He oído una voz! Voz, ¿has hablado? En tal caso, no temas. Muéstrate, pues no puedo comprometerme sin saber con qué.
—Mira pues, mortal, y contempla lo que has de ver.
Las brumas se disiparon del montículo, revelando el castillo de las hadas en todo su esplendor. Una hueste de hadas rodeó a Visbhume, algunas sentadas, otras ocultas en la hierba. A más de cinco metros estaban el rey Throbius y la reina Bossum, con todos sus atributos. Throbius lucía una corona de sceleone, un frágil metal forjado con rayos de luna reflejados en el agua. Los delgados cuernos que rodeaban la corona culminaban en zafiros celestes. Las túnicas de Throbius eran de terciopelo azul tejido con flores de sauce; tenían tres metros de longitud y eran portadas por seis duendes de cara redonda y ojos rasgados, que sonreían y arrugaban la nariz. Algunos se rezagaban, otros tiraban de la túnica; a veces jugaban a arrebatarse el manto unos a otros, siempre atentos a Throbius para evitar sus reproches en caso de que llegara a sorprender el juego.
La túnica de la reina Bossum era de un color azafrán vivo como mantequilla fresca, y la corona estaba incrustada con prismas de topacio. Muchachas-duende llevaban la cola, comportándose con amanerada corrección mientras observaban las travesuras de los duendes de Throbius con aire de reproche.
Frente al rey Throbius y la reina Bossum se erguía Brean, el heraldo real, quien volvió a hablar con voz aguda y clara.
—Criatura mortal, ¿no sabes que has invadido el prado de Madling? ¡Contempla a sus majestades, el rey Throbius y la reina Bossum! ¡Explica a los reales oídos y a todos los notables aquí reunidos el propósito de tu presencia en este prado, el cual forma parte de nuestro dominio!
Visbhume hizo una reverencia de seis ademanes.
—Informa a sus majestades que me enorgullece y satisface que se hayan dignado reparar en mi pequeña concatenación, la cual es en realidad un nexo con el Hai-Hao.
El heraldo transmitió el mensaje. El rey Throbius respondió y el heraldo se volvió hacia Visbhume.
—Los magníficos desean conocer tu nombre y tu rango en el mundo, para que puedan evaluar con ecuanimidad tu conducta y decidir el castigo para tu ofensa, en caso de que se trate de una ofensa.
—¿Ofensa? ¡Sin duda no hay culpa alguna! —exclamó Visbhume con plañidera voz de contralto—. ¿No estoy en el prado de Stangle
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, donde planeaba probar mi maravilloso nexo?
—¡Estúpido mortal! ¡Tu torpeza no tiene límites! Tales palabras no se deben pronunciar en presencia de los Sempiternos; se consideran de mal gusto. Además, éste no es el prado de Stangle, sino el glorioso prado de Madling, y tienes ante ti Thripsey Shee.
—¡Ah! Parece que he cometido un tremendo error, por lo cual pido disculpas. He oído hablar de Thripsey Shee y sus maravillosos habitantes. ¿No nació aquí la princesa Madouc de la casa real de Lyonesse?
Brean, el heraldo, miró dubitativamente al rey Throbius, quien hizo una seña a Visbhume.
—Mortal, acércate.¿Por qué has establecido tu nexo en nuestro prado?
—Majestad, creo que me he extraviado. El nexo no estaba destinado al prado de Madling, a pesar de sus múltiples encantos. Pero siento curiosidad por el niño a quien criaste con tanta sabiduría hace cinco años. ¿Dónde está ahora? Me agradaría hablar con él.
—¿De qué niño hablas? —barbotó el rey. Y añadió, después de que la reina Bossum le susurrara unas palabras al oído—: Se fue. Partió por el bosque. No sabemos nada de él.
—Qué lástima. Hace tiempo que siento curiosidad por él.
Un hada con cuerpo de niño y cara de niña, que se rascaba sin cesar la cabeza, el vientre, las piernas, las nalgas, la nariz, el codo, el cuello, dejó de hacerlo un instante para decir:
—¡Era ese bribonzuelo a quien llamábamos Tippet! ¡Ah, pero le di su merecido castigo con un buen mordet
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!.
El rey Throbius habló hacia un lado:
—¿Dónde está el buen Skepe, del largo brazo?
—Aquí estoy, majestad.
—Corta una buena rama y desempolva el trasero de Falael con tres azotes y medio.
Falael soltó un grito de protesta.
—¡Haya justicia! ¡Sólo he dicho la verdad!
—Desde ahora, cuando digas la verdad, hazlo con menos énfasis y orgullo. ¡Tu mordet causó nuestra humillación! ¡Debes aprender a ser prudente!
—¡Ah, majestad, ya he aprendido a ser prudente a través de tu augusto ejemplo! Tal vez ya sé demasiado, de modo que puedo ocultar mi temor ante tu trascendente poder con una muy tenue capa de osadía. ¡Te suplico que alivies a Skepe de semejante trabajo!
Desde todas partes del prado llegó un pensativo y aprobatorio murmullo, que afectó al mismo rey Throbius.
—¡Bien dicho, Falael! ¡Skepe, reduce tu trabajo: un latigazo menos!
—¡Gran noticia, majestad —exclamó Falael—, pero es sólo un principio! ¿Puedo seguir hablando?
—Ya he oído suficiente.
—En tal caso, majestad, no diré nada más, especialmente si consientes en mitigar mi picazón.
—Imposible. La picazón continuará, con el objeto de curar esa maldad de avispa que ha hartado a muchos de nosotros.
—Majestad —intervino Visbhume—, si me permites hablar aparte con Falael, creo que conseguiré persuadirle de que se arrepienta.
El rey Throbius se acarició la barba verde y dorada.
—Parecería un acto benévolo, y no puede causar ningún mal.
—Gracias, majestad —Visbhume hizo una seña a Falael—. Acércate aquí, por favor.
Falael se rascó la axila izquierda y siguió a Visbhume hasta un lugar apartado.
—Ojo, no aceptaré sermones, y si me tocas con una cruz cristiana, transformaré todos tus dientes en lapas.
Speke suplicó esperanzadamente al rey Throbius:
—Si los encuentro bien juntos, ¿puedo acercarme con sigilo por detrás y darles un azote a ambos?
El rey Throbius reflexionó e hizo un gesto negativo.
—La rama es demasiado corta.
Visbhume oyó la conversación y trató de no perder de vista a Skepe.
—Intercederé por ti ante el rey Throbius —le dijo en voz baja a Falael— si satisfaces mi curiosidad en lo concerniente a Tippet, aunque desde luego no puedo prometer que el rey siga mi consejo.
Falael rió desdeñosamente.
—Harás bien en interceder por ti mismo. Creo que te transformarán en cuervo.
—¡Claro que no! Habíame sobre el niño.
—Hay poco que contar. Era orgulloso y repelente. Yo contribuí a que lo expulsaran del shee.
—¿Adonde fue?
—Se internó en el bosque, pero luego hubo algo más. Rhodion, monarca de todas las hadas, con gran injusticia anuló mi mordet y concedió a la niña Glyneth la capacidad de hablar con los animales, mientras que yo sólo conseguí esta insultante picazón.
—Glyneth, dices. ¿Y luego?
—No presté atención, pues ya tenía bastante con mis problemas. Si quieres saber más, consulta a Glyneth.
—¿Y quién era el padre del niño, y quién la madre?
—Leñadores, labriegos, simples humanos. No me fastidies más, pues ya te lo he dicho todo —Falael se volvió para marcharse, pero una fuerte picazón en la entrepierna lo retrasó.
—Pero ¿dónde está ahora el niño? —exclamó Visbhume—. ¿Cómo se llama?
—Me importa un bledo, y espero no verlo más, pues sin duda le haría una maldad y en consecuencia sufriría nuevos ultrajes. Ahora, intercede por mí, como prometiste. Si fracasas, te lanzaré un mordet.
—Haré lo posible —Visbhume se volvió para dirigirse al rey Throbius—. Majestad, Falael en el fondo es bondadoso. Lo han descarriado sus compañeros, llevándolo por mal camino. Como parte desinteresada, y antes de quitar el nexo que se interna en tus dominios, deseo rogarte que en esta ocasión mitigues la justicia con la piedad.
—Me pides mucho —dijo el rey Throbius.
—Es verdad, pero como Falael siente verdadero remordimiento, resultaría inútil que siguieras demostrándole tu disgusto.
—Un favor a cambio de otro —declaró el rey Throbius—. Accedo a perdonar a Falael, pero a cambio debes dejar tu fascinante nexo en el prado de Madling.
Visbhume hizo una reverencia.
—Majestad, tú has hablado y yo acepto.
El grupo de hadas soltó un aullante gorjeo de placer ante la victoria que el rey Throbius había obtenido sobre el extraño mortal; hubo cabriolas, saltos, entrechocar de talones y alegres bailes.
Visbhume se inclinó aún más.
—Majestad, aunque he cedido mi valioso nexo, ha sido por una buena causa, y ahora suplico tu venia para partir.
—Todo a su tiempo —señaló el rey Throbius—. Queda un asunto por resolver. Skepe, administra tres golpes y medio menos uno a Falael, tal como se especificó.
—¡Majestad! —exclamó Visbhume—. ¡Acabas de convenir en que no harías azotar al pobre Falael!
—¡Claro que no! Accedí a perdonarlo, cosa que acabo de hacer, plena y totalmente. La azotaina será por otras travesuras que han pasado inadvertidas, y sin duda Falael la merece.
—¿Tu perdón no cancela esta culpa?
—Quizá, pero aún queda una cuestión en el aire. Había ordenado dos azotes y medio; se deben efectuar. Como tú has impedido que Falael los reciba, la lógica de las circunstancias los desvía hacia tu propia piel. Dango, Pume, Thwither: bajad los calzones de Visbhume, y que él prepare su trasero. Vamos, Skepe, cumple con tu deber.
—¡Ay! —sollozó Visbhume.
—¡Uno!
—¡Ay!
—¡Dos!
—¡Uy! ¡Oy! ¡Zappir tzug muig lenkal Groagha tekaf!
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¡Pero el medio azote fue más fuerte que los dos anteriores juntos!
—Sí, eso está a veces implícito en la naturaleza de las cosas —concedió el rey Throbius—. Pero no importa. Te has salido con la tuya y Falael ha salido indemne, aunque no estoy seguro de su arrepentimiento. ¡Mira cómo sonríe de alegría, sentado en ese poste!
Visbhume se vistió e hizo otra reverencia.
—Majestad, te dejo disfrutar del nexo.
—Tienes mi venia para partir. Debo investigar este fascinante nexo.
Visbhume echó a andar por el prado, mirando por encima del hombro. El rey Throbius avanzó despacio hacia el nexo, dio otro pasito y luego otro… Visbhume volvió la cabeza y no volvió a mirar atrás hasta que llegó a la sombra del bosque.
El prado de Madling estaba como cuando lo había visto por primera vez. El montículo sólo mostraba un viejo roble nudoso. Entre los abedules colgaba una maraña Jo hilo azul y rojo, que saltaba y brincaba formando una especie de capullo. Visbhume desató la yegua con dedos trémulos, montó y partió a toda prisa.
Al llegar a la ciudad de Lyonesse, Visbhume se dirigió directamente a Haidion, y en esta ocasión fue el caballero Mungo, nada menos que el gran senescal, quien lo condujo a la terraza donde el rey Casmir pelaba y comía castañas.
A una señal del rey Casmir, Mungo puso una silla a disposición de Visbhume, quien la acercó a la mesa. El rey Casmir dejó de pelar castañas para dirigir a Visbhume una mirada azul que combinaba el disgusto con la curiosidad.
—¿Acabas de llegar?
—Apenas he desmontado, majestad, he venido deprisa a comunicarte mis averiguaciones.
El rey Casmir habló al lacayo por encima del hombro:
—Sírvenos cerveza. Estas castañas me han dado sed, y Visbhume sin duda querrá remojarse el gaznate —El lacayo se marchó—. Mungo, no te necesitaré… Bien, Visbhume, ¿qué novedades me traes?
Visbhume acercó la silla a la de Casmir.
—¡Mediante hábiles esfuerzos me las ingenié para extraer información de criaturas cuyo más gozoso hábito consiste en burlarse de los mortales hombres! Pero logré deslumbrarlas y me contaron esto: el niño a quien ellas llamaban Tippet fue expulsado del shee en el pasado, después de lo cual parece haber permanecido en compañía de una muchacha llamada Glyneth. Ésta es mi principal averiguación.
El lacayo trajo jarras de espumosa cerveza y un plato de bizcochos. Sin esperar la invitación de Casmir, Visbhume cogió una jarra y bebió un buen trago.
—Interesante —comentó Casmir.
Visbhume apoyó un codo en la mesa.
—Ahora bien, ¿quién es Glyneth? ¿Será la princesa Glyneth de Troicinet, quien ocupa un lugar tan anómalo en la corte de Miraldra? ¡Recuerda que Ehirme, Graithe y Wynes, todos en cierto modo asociados con el niño Tippet, se han mudado a Troicinet, donde ahora viven con prosperidad! ¡Todo parece relacionado!
—Tus deducciones parecen sensatas —el rey Casmir bebió cerveza y arrojó al suelo las cáscaras de castañas para apoyar el codo en la mesa—. El niño tendría cinco años
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. Él también ha de vivir en Troicinet. Pero ¿dónde? ¿Con Ehirme?
—No hay ningún niño en la casa de Ehirme, te lo aseguro.
—¿Qué me dices de Graithe y Wynes?
—Los observé varios días. Viven solos.
En parte para escapar de la cercanía de Visbhume, el rey Casmir se puso en pie y se dirigió hacia la balaustrada, que le brindaba un panorama de la ciudad de Lyonesse y sus tejas de colores terrosos, la bahía y las aguas del Lir. Se volvió hacia Visbhume.
—Queda como mínimo un camino por donde indagar.