Read Los tejedores de cabellos Online
Authors: Andreas Eschbach
—¿Has combatido alguna vez en un campeonato?
—No.
¡Oh, Emperador! Otra vez uno de esos caballeros de fortuna que soñaban con escapar de las incomodidades cotidianas del servicio del portal. Otra vez uno de esos que se sentía digno de ser admitido en la enigmática sección superior, el círculo más escogido que cabía imaginarse.
—Bien, te lo explicaré —comenzó el encargado con paciencia—. Tienes que ponerte este casco y tener cuidado de que los sensores de la parte delantera estén bien pegados a tu frente. Así. Ahora bajas el visor. ¿Qué ves?
—Una bola amarilla.
—Bien. Muévela.
—¿Moverla? —preguntó el joven perplejo—. ¿Y cómo?
—Simplemente pensando —le explicó el encargado—. Con la fuerza de tu imaginación. El casco capta esos impulsos y los transforma en movimiento. Aquí sólo tú ves la pelota, pero en el campeonato la verán también los espectadores. Y no será sólo una pelota. En la segunda ronda serán tres, luego cinco y etcétera. Lucharás con tus oponentes por el control sobre esas pelotas y cuantas más bolas controles más lejos llegarás.
—Lo principal es que llegue más lejos que… —comenzó el joven y se interrumpió.
El encargado aguzó el oído.
—¿Qué quién?
—Nadie. ¿Qué tengo que hacer?
En fin. No le importaba qué problemas tuviera el delgado muchacho.
—Mueve la pelota. En círculo, si te es posible.
El hombre comprobó a través de la pantalla lo que mostraba el visor del casco. La pelota se movía, dubitativa primero, luego cada vez más rápida, en un círculo aproximado.
—Gracias —dijo el hombre, y puso una cruz en el formulario—. Te has calificado.
El campeonato, por lo general un juego no muy popular, se abrió esta vez con gran pompa. Prácticamente todos los que no estaban atados a sus puestos por el estado de alarma se habían reunido en las gradas de la sala. La música sonaba, luces multicolores bailaban sobre el techo y el ambiente estaba muy relajado.
Apareció el orador de los niveles de mando. La música enmudeció, se apagaron las luces de colores, volvió el silencio a la gran arena.
—Vamos a abrir el campeonato —dijo— repitiendo nuestro juramento, el juramento de los vigilantes del portal. Por favor, seguidme.
Hubo un crujido y un contenido murmullo cuando todos se levantaron.
—Al Emperador servimos —comenzó.
—
Al Emperador servimos
—repitió el coro de miles de voces de la tripulación.
—Cuya palabra es ley. Cuya voluntad es nuestra voluntad.
—
Cuya palabra es ley. Cuya voluntad es nuestra voluntad
.
—Cuya cólera es terrible. Quien no perdona sino que castiga.
—
Cuya cólera es terrible. Quien no perdona sino que castiga
.
—Y cuya venganza perdura eternamente.
—
Y cuya venganza perdura eternamente
.
Un estallido de banda de música.
—Declaro abierto el campeonato —proclamó el orador.
Mientras Ludkamon andaba hacia el campo de juego junto a los otros, con el casco apretándole, sus ojos buscaron por las gradas y no encontraron a Iva. Había demasiados rostros. Quizá no estaba allí en absoluto.
Tenía que concentrarse en la lucha. Ésta era su oportunidad para vencer a Feuk. La única que tenía.
Su primer contrincante fue fácil. A una señal apareció entre ellos una pelota amarilla y sobre la cabeza de cada jugador parpadeó un rectángulo azul pálido. Aquél que lograba hacerse con la pelota y transportarla por encima del rectángulo del otro, ganaba. Ludkamon ganó en unos segundos.
Luego miró a su alrededor. Feuk estaba muy lejos, pero también parecía haber ganado.
Así que bien. La siguiente ronda.
Esta vez fueron tres pelotas, pero Ludkamon las tomó todas y las colocó en el objetivo. Victoria de nuevo.
Dirigió la mirada hacia Feuk. También él había terminado y a su vez le dirigía la mirada.
Aquello le intranquilizó. Ludkamon se limpió el sudor de las cejas. No oía los gritos de los espectadores, sólo tenía ojos para su rival. En su interior se había hecho a la idea de que era espiritualmente superior a su rival, pero parecía que Iva había tenido razón y que aquí reinaban otras condiciones. Poco a poco se fue dando cuenta de que no sería una lucha fácil.
—Estación del portal, habla la nave imperial K-6937. Pedimos acceso.
—K-6937, aquí habla la vigilancia espacial de la estación del portal. De momento no es posible la descarga. Por favor, poneos en posición de espera.
—Vigilancia espacial, ¿por qué?
—En este momento se está celebrando un gran campeonato.
Otro canal.
—Nave del Emperador K-12002 llama a la estación del portal.
—K-12002, aquí vigilancia espacial…
El número de puntitos de luz alrededor de la estación del portal crecía constantemente. En los muelles de descarga había parado el trabajo. Únicamente continuaba la carga de la nave de transferencia, pese al campeonato.
Once pelotas. Los ojos de Ludkamon ardían a causa del sudor y el casco parecía que le iba a destrozar el cráneo. Once pelotas y ambos estaban todavía en el juego. Lanzó una mirada furiosa a Feuk por encima del campo iluminado del otro jugador. No tiraría la toalla. Percibió la pasión que quemaba en su interior como una llama que le consumía.
Once pelotas. Con ello habían dejado atrás a muchos jugadores buenos y conocidos. En cualquier caso acabarían en algún lugar muy por delante de la calificación.
El pensamiento de que él, cómo principiante, había vencido a tan famosos jugadores del campeonato como el técnico Pai o el soldado Buk le hizo sentirse inseguro durante un instante y durante un instante tembló la construcción formada por las once pelotas bailarinas.
No podía perder ahora la concentración. Apretó los puños, se balanceó en sus piernas extendidas sin perder de vista las pelotas. Su contrincante era fuerte y conocía todos los trucos. Desde que había más de siete pelotas en el juego las luchas eran ahora más difíciles y duraban más tiempo.
El último contenedor se enganchó en un contador poco antes de que la cinta transportadora lo dejara en el interior de la nave de transferencia. Dado que la cifra prevista todavía no había sido alcanzada, toda la maquinaria de transporte siguió rodando vacía, así que los cilindros golpeaban con un ruido que ponía los nervios de punta contra la parte inferior del contenedor, que se había quedado inmóvil.
El sonido alarmó a un miembro de la tripulación de la nave de trasferencia. El conductor del túnel se apresuró a acercarse e intentar liberar el contenedor de su enganche pero, dada la presión incansable de la banda de transporte, no lo conseguía soltar él solo. Llamó a un segundo hombre.
—Estas cosas siempre pasan en el último momento —dijo.
—Sí. ¿Cómo va el juego?
—Parece que esta vez van a llegar dos desconocidos a la final. Una pena que no estemos para entonces.
El único horario al que estaban atados los conductores del túnel era el pulso del túnel, al que se denominaba también «marea».
Entre los dos consiguieron mover el contenedor de vuelta a la cinta transportadora. Rodó traqueteando hasta el lugar que tenía asignado y entonces toda la maquinaria de transporte se desconectó. De pronto reinó el silencio en los pasillos y las cabinas, salvo por el susurro inerme de unos cilindros que se iban deteniendo poco a poco.
La sala estallaba. Los hombres y mujeres estaban de pie en sus asientos y gesticulaban con los brazos mientras gritaban. El juez del juego desde su alto taburete apenas pudo hacerse entender entre el tremendo ruido cuando anunció el estado del juego.
—¡Final! ¡Van a luchar… Ludkamon contra Feuk!
La sensación era perfecta. Dos principiantes habían conseguido expulsar a todos los famosos de unos grandes campeonatos y alcanzar la final. Una final que, con sus diecinueve pelotas, mostraba un grado de dificultad raras veces alcanzado.
Ahora te venceré
, pensó Ludkamon decidido.
Te dejaré tirado de una vez para siempre
. Observó a Feuk con los ojos medio cerrados mientras un ayudante le masajeaba la nuca. A su rival le estaban echando agua en el rostro. Su torso desnudo brillaba a causa del sudor.
De pronto, Ludkamon descubrió a Iva entre los espectadores. Mientras alrededor todos gritaban y aullaban, ella estaba de pie, pálida de terror, con los ojos muy abiertos y las manos sobre la boca. Cuando él la vio, se acordó de pronto de que el vencedor de los campeonatos sería elegido para que le ascendieran a la sección superior.
¡Y uno de los dos seria ese vencedor después del combate siguiente!
Una sonrisa maligna brilló en el rostro de Ludkamon. Eso sería genial. Era el truco más genial posible. ¡Él, Ludkamon, perdería intencionadamente la final! Con ello, Feuk sería declarado automáticamente el vencedor del campeonato y él, Ludkamon, tendría a Iva sólo para sí.
Era genial. Era la ocasión ideal para librarse para siempre de aquel molesto rival. Y lo mejor: nada podía salir mal.
—Compuertas cerradas y selladas.
—Extractores listos y en movimiento.
—Tubería de suministro fuera, suministro de a bordo en funcionamiento.
El hombre del uniforme negro se dobló y tocó una serie de paneles.
—Nave de transferencia a vigilancia espacial. Estamos listos para desacoplarnos.
—Aquí la vigilancia espacial. Os vais a perder la final del campeonato.
—Sí, pero nuestros corazones laten ahora con la marea del túnel… —Un proverbio de los conductores del túnel.
—Por supuesto. Listos para desacoplar en diez… cinco… tres, dos, uno, ¡desacople! Buen viaje.
El hombre del uniforme negro sonrió.
—¡Gracias, estación del portal!
Suavemente, sin la más mínima vibración, la nave de transferencia se soltó de la enorme estación espacial y flotó despacio en dirección a la extraña mancha negra sobre el fondo del mar de estrellas.
Ludkamon había insultado e incitado a Feuk de todas las formas posibles para hacer que le dominara la rabia de la lucha. Ahora, cuando estaban enfrente el uno del otro para el combate final, Ludkamon le sacó la lengua una vez más, lo que los espectadores recibieron con un aullido frenético, y que a Feuk pareció volverle loco de rabia. Eso estaba bien. Tenía que estar ciego de cólera, ciego de rabia y luchar con desenfreno. Tenía que odiarle, tenía que olvidar todo excepto el deseo de vencerle a él, Ludkamon.
Y él le concedería ese deseo. Ludkamon sonrió, seguro de su victoria.
El gong sonó y tres proyecciones tridimensionales de diecinueve pelotas aparecieron sobre el campo de lucha.
Por un instante surgió otro pensamiento en la mente de Ludkamon: si luchaba y ganaba podría descubrir qué significaba la sección superior. Quizás era cierto lo que se decía, el lujo inimaginable, la larga vida… ¿Quizás estaba llevando a cabo una lucha ridícula? La sección superior, eso sí que era una oportunidad que no volvería a tener. Perderla por una mujer veleidosa…
Con puro espanto contempló Ludkamon cómo de pronto las diecinueve bolas se pusieron en movimiento. Salieron disparadas contra el campo que estaba sobre la cabeza de Feuk y desaparecieron allí, antes de que Ludkamon pudiera actuar.
La tensión de la multitud se desbocó en un júbilo que atronaba los oídos. Las bandas de música comenzaron a tocar. El juez del juego intentó hacerse entender por los altavoces sin conseguirlo. Pero sólo cuando los primeros espectadores saltaron por encima de las vallas y corrieron hacia él se dio cuenta Ludkamon de que, de algún modo, había ganado el campeonato.
¡Feuk! ¡Feuk, ese granuja! Ahora estaba todo claro. A Feuk se le había ocurrido exactamente la misma idea que a él, pero no había vacilado en impulsar de inmediato su propia derrota.
Impotente, Ludkamon tuvo que contemplar cómo Feuk se reía con sorna y le saludaba con una reverencia. Le había engañado. Ludkamon entrecerró los ojos. Ahora sólo le quedaba esperar que la sección superior le recompensara por ello. Al menos, en el futuro ya no se tendría que pillar ningún dedo.
Iva tenía lágrimas en los ojos cuando se le acercó.
—¿Estás contento ahora? —sollozó.
—Iva —murmuró turbado—. Nadie podría haber imaginado esto…
Ella le abrazó y le apretó contra sí con la vacilación de la despedida.
—Ahora has ganado y pese a ello has perdido, tú… ¡idiota!
—Esto no es definitivo, Iva —susurró perplejo.
—Pronto me olvidarás. Irás a la sección superior y no volverás a pensar en mí.
Él agitó la cabeza y notó un sentimiento de ahogo en su garganta.
—Nunca te olvidaré. Te volveré a ver. Te volveré a ver, te lo prometo.
Negrura inmensa, temblorosa y pulsante, un extraño manchón de oscuridad impenetrable que parecía tragarse las estrellas. La nave de transferencia era como una mota de polvo llevada por un remolino.
—Y otra vez al mundo oscuro —dijo uno de los hombres en la cabina.
Mil veces se habían atrevido a dar el salto, pero los conductores del túnel seguían conteniendo el aliento.
La negrura pareció hincharse. Era un sentimiento como si se cayera por el borde de una catarata. La nave de transferencia desapareció del universo.
Las conexiones estaban listas. El armazón que tendría que contener al nuevo miembro de la sección superior estaba abierto, las soluciones alimenticias latían regularmente a través de la red de tubos transparentes.
El médico controlaba los instrumentos. Señalaban una función normal. Un caso de rutina.
Unos flexibles tubitos de plata conducían a la boca semiabierta del paciente, cables blanquigrises terminaban en los agujeros de la nariz y en unos cortes en la parte trasera de la cabeza, que había sido rasurada. Los ojos y las orejas ya habían sido retirados y sustituidos por enchufes. La mirada del médico se deslizó lateralmente sobre el cuerpo delgado y nervudo del joven que estaba desnudo sobre la mesa delante de él. Sintió un pesar pasajero. Luego expulsó aquellos pensamientos, colocó la sierra y comenzó a separar la cabeza del torso.
—Iva, tienes que olvidarlo por fin. —Feuk mantenía las tiernas manos de Iva entre sus poderosas zarpas y la miraba sin saber qué hacer. La mirada de ella estaba dirigida hacia el infinito—. Él está ahora en la sección superior, y pertenece a los niveles de mando. ¿No piensas que si quisiera podría contactar contigo?