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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (25 page)

—Aunque sea así, no tiene por qué sorprendernos. Si la Tierra es realmente un mito… —dijo Delarmi.

—Entonces, la encontraría en las referencias mitológicas. Si fuera una historia de la Abuela Espacial, la encontraría en las obras completas de la Abuela Espacial. Si fuera una invención de la mente enferma, la encontraría en psicopatología. El hecho es que existe algo sobre la Tierra o todos ustedes no habrían oído hablar de ella y tampoco la habrían reconocido inmediatamente como el nombre del supuesto planeta de origen de la especie humana. Así pues, ¿por qué no hay ninguna referencia a ella en la biblioteca, ni en ningún sitio?

Delarmi guardó silencio durante unos momentos y otro orador tomó la palabra. Era Leonis Cheng, un hombrecillo con unos conocimientos enciclopédicos sobre las minucias del Plan Seldon y una actitud bastante miope hacia la Galaxia. Sus ojos tendían a parpadear rápidamente cuando hablaba.

—Es bien sabido que el Imperio intentó crear en sus últimos días una mística imperial prohibiendo todo interés por los tiempos preimperiales —dijo.

Gendibal asintió.

—Prohibición es el término exacto, orador Cheng.

Esto no equivale a destrucción de pruebas. Como usted debería saber mejor que nadie, otra característica de la decadencia imperial fue el repentino interés por tiempos pasados, presuntamente mejores. Yo acabo de referirme al interés por la «Cuestión del Origen» en tiempos de Hari Seldon.

Cheng interrumpió con un formidable carraspeo.

—Lo sé muy bien, joven, y sé mucho más de lo que usted parece creer sobre estos problemas sociales de la decadencia imperial. El proceso de «imperialización» atajó estos juegos de aficionado acerca de la Tierra. Bajo Cleón II, durante el último resurgimiento del Imperio, dos siglos después de Seldon, la imperialización alcanzó su punto culminante y toda especulación sobre la cuestión de la Tierra llegó a su fin. Incluso hubo un mandato referente a esto en tiempos de Cleón, calificando el interés por esos temas de (y creo que lo cito textualmente) «especulación caduca e improductiva que tiende a minar el amor del pueblo por el trono imperial».

Gendibal sonrió.

—Entonces, ¿cree usted que fue en tiempos de Cleón II, orador Cheng, cuando se destruyó toda referencia a la Tierra?

—No saco ninguna conclusión. Sólo he declarado lo que he declarado.

—Es muy astuto por su parte no sacar ninguna conclusión. En la época de Cleón es posible que el Imperio viviera un resurgimiento, pero la universidad y la biblioteca, por lo menos, estaban en nuestras manos o, en todo caso, en las de nuestros predecesores. Había sido imposible sacar material de la biblioteca sin que los oradores de la Segunda Fundación se enterasen. De hecho, la labor habría tenido que ser encomendada a los oradores, aunque el Imperio moribundo no lo habría sabido.

Gendibal hizo una pausa, pero Cheng, sin decir nada, miró por encima de la cabeza del otro.

Gendibal prosiguió:

—De esto se deduce que la biblioteca no pudo ser vaciada del material sobre la Tierra durante la época de Seldon, ya que entonces la «Cuestión del Origen» era una preocupación activa, y no pudo ser vaciada después porque la Segunda Fundación estaba a cargo de ella. Sin embargo, ahora la biblioteca está vacía. ¿Cómo es posible?

Delarmi intervino con impaciencia:

—Puede dejar de insistir en el dilema., Gendibal. Lo entendemos. ¿Qué sugiere usted como solución? ¿Que ha sacado los documentos usted mismo?

—Como de costumbre, Delarmi, no se anda por las ramas. —Y Gendibal le dedicó una inclinación de cabeza con sardónico respeto (ante la que ella reaccionó alzando ligeramente el labio)—. Una solución es que la depuración haya sido hecha por un orador de la Segunda Fundación, alguien que sepa utilizar a los encargados sin dejar ningún recuerdo tras de sí, y las computadoras sin dejar registro tras de sí.

El primer orador, Shandess, enrojeció: —Ridículo, orador Gendibal. No creo que un orador hiciera eso. ¿Cuál sería el motivo? Aunque por alguna razón, el material sobre la Tierra hubiera sido retirado, ¿por qué ocultarlo al resto de la Mesa? ¿Por qué arriesgarse a destruir la propia carrera expoliando la biblioteca cuando hay tantas probabilidades de que se descubra? Además, creo que ni el más hábil de los oradores podría realizar esa tarea sin dejar ninguna huella.

—Entonces debe de ser, primer orador, que discrepa de la oradora Delarmi en la sugerencia de que lo he hecho yo.

—Por supuesto —dijo el primer orador—. A veces dudo de su buen juicio, pero aún no lo considero totalmente loco.

—Entonces debe de ser que nunca ha sucedido primer orador. El material sobre la Tierra aún debe de estar en la biblioteca, pues parece que ya hemos eliminado todas las formas posibles en que puede haber sido retirado; y, sin embargo, el material no está allí.

Delarmi dijo con afectado cansancio:

—Bueno, bueno, terminemos de una vez. Vuelvo a preguntarle, ¿qué solución sugiere usted? Estoy segura de que cree tener una.

—Si usted está segura, oradora, es posible que también lo estemos todos. Mi sugerencia es que la biblioteca ha sido expurgada por alguien de la Segunda Fundación que está bajo el control de una sutil fuerza ajena a la Segunda Fundación. La expurgación ha pasado desapercibida porque esa misma fuerza se ha encargado de que fuera así.

Delarmi se echó a reír.

—Hasta que usted lo ha descubierto. Usted, el incontrolado e incontrolable. Si esa misteriosa fuerza existiera, ¿cómo ha descubierto usted la ausencia de material de la biblioteca? ¿Por qué no lo han controlado?

Gendibal contestó con gravedad:

—No es cuestión de risa, oradora. Ellos pueden creer, igual que nosotros, que toda manipulación debe ser reducida al mínimo. Cuando mi vida estuvo en peligro hace unos cuantos días, me preocupé más por abstenerme de intervenir en una mente hameniana que por protegerme a mí mismo. Podría ocurrirles lo mismo a ellos; en cuanto se creyeron a salvo, dejaron de intervenir. Este es el peligro, el temible peligro. El hecho de que yo haya descubierto lo ocurrido puede significar que a ellos ya no les importa. El hecho de que ya no les importe puede significar que ya creen haber vencido. ¡Y aquí nosotros continuamos jugando!

—Pero ¿qué se proponen con todo esto? ¿Qué finalidad persiguen? —preguntó Delarmi, moviendo los pies y mordiéndose los labios. Notaba que su poder disminuía a medida que la Mesa se sentía más interesada, más preocupada.

Gendibal repuso:

—Resumamos… La Primera Fundación, con su enorme arsenal de poder físico, está buscando la Tierra. Simulan librarse de dos exiliados, confiando en que nosotros los tomaremos por tales, pero ¿les equiparían con naves de increíble poder, naves que pueden recorrer diez mil pársecs en menos de una hora, si no fueran más que eso?

»En cuanto a la Segunda Fundación, no hemos buscado la Tierra, y es evidente que se han tomado medidas sin nuestro conocimiento para despojarnos de toda información respecto a ese planeta. La Primera Fundación está ahora tan cerca de encontrar la Tierra, y nosotros estamos tan lejos de hacerlo, que… —Gendibal hizo una pausa y Delarmi dijo:

—Que, ¿qué? Termine su infantil relato. ¿Sabe algo o no?

—No lo sé todo, oradora. No he llegado hasta el fondo de la red que nos está envolviendo, pero sé que la red está ahí. No sé qué importancia puede tener el descubrimiento de la Tierra, pero estoy seguro de que la Segunda Fundación se enfrenta a un enorme peligro y, con ella, el Plan Seldon y el futuro de toda la humanidad.

Delarmi se puso en pie. No sonreía y habló con voz tensa pero rigurosamente controlada.

—¡Tonterías! ¡Primer orador, ponga fin a esto. Lo que se debate es el comportamiento del acusado. Lo que él nos dice no sólo es infantil sino irrelevante. No puede excusar su conducta inventando una serie de teorías que sólo tienen sentido para él.

Solicito la votación inmediata, la votación unánime en favor de su culpabilidad.

—Esperen —dijo vivamente Gendibal—. Me han asegurada que tendría una oportunidad para defenderme y queda una prueba más, una más. Déjenme presentarla y luego podrán pasar a la votación sin más objeciones por m parte.

El primer orador se restregó los ojos con cansancio.

—Puede continuar, orador Gendibal. Desearía hacer notar a la Mesa que la condena de un orador residenciado es una acción tan grave y, en realidad sin precedentes, que no debemos dar la impresión de obstaculizar la defensa. Recuerden, asimismo, que incluso si el veredicto nos satisface, puede no satisfacer a aquellos que vendrán después de nosotros, y no creo que un miembro de la Segunda Fundación de cualquier nivel, para no hablar de los oradores de la Mesa, no aprecie plenamente la importancia de la perspectiva histórica. Actuemos de modo que podamos aseguramos la aprobación de los oradores que nos sucederán en los siglos venideros.

Delarmi replicó con mordacidad:

—Corremos el riesgo, primer orador, de que la posteridad se ría de nosotros sin dudar de lo evidente. Continuar la defensa es decisión de usted.

Gendibal tomó aliento.

—Entonces, de acuerdo con su decisión, primer orador, deseo llamar a un testigo, una joven a la que conocí hace tres días y sin la cual quizá no habría llegado nunca a la reunión de la Mesa, en vez de haberlo hecho sólo con retraso.

—¿Conoce la Mesa a la mujer de la que habla? —preguntó el primer orador.

—No, primer orador. Es una nativa de este planeta.

Delarmi abrió desmesuradamente los ojos.

—¿Una hameniana?

—¡En efecto! ¡Así es!

—¿Qué tenemos que ver con uno de ésos? Nada de lo que dicen puede ser importante. ¡No existen! —dijo Delarmi.

Los labios de Gendibal se fruncieron en una mueca que no habría podido confundirse con una sonrisa y declaró mordazmente:

—Físicamente todos los hamenianos existen. Son seres humanos y desempeñan su papel en el Plan de Seldon. En la protección indirecta de la Segunda Fundación desempeñan un papel crucial. Quiero disociarme de la crueldad de la oradora Delarmi y espero que su afirmación conste en acta y sea considerada como evidencia de su posible ineptitud para el cargo de oradora. ¿Estará de acuerdo el resto de la Mesa con la increíble afirmación de la oradora y me privará de mi testigo?

El primer orador dijo:

—Llame a su testigo, orador.

Los labios de Gendibal se relajaron en los inexpresivos rasgos normales de un orador bajo presión.

Su mente estaba protegida, y cercada, pero tras esa barrera protectora, notó que el momento de peligro había pasado y que él había vencido.

34

Sura Novi parecía nerviosa. Tenía los ojos muy abiertos y el labio inferior le temblaba ligeramente. Sus manos se cerraban y abrían con lentitud y su respiración era acelerada. Su cabello había sido peinado hacia atrás y trenzado en un moño; su cara tostada por el sol se crispaba de vez en cuando. Sus manos estrujaban los pliegues de su falda larga. Miró apresuradamente en torno a la Mesa, de un orador a otro, con grandes ojos llenos de temor.

Ellos le devolvieron la mirada con diversos grados de desprecio e inquietud. Delarmi mantuvo la mirada muy por encima de la coronilla de Novi, haciendo caso omiso de su presencia.

Gendibal tocó cuidadosamente la capa exterior de su mente, sosegándola y relajándola. Podría haber hecho lo mismo acariciándole la mano o la mejilla, pero aquí, en estas circunstancias, eso era imposible, naturalmente.

—Primer orador, estoy entumeciendo el conocimiento consciente de esta mujer para que su testimonio no esté deformado por el miedo. ¿Hará el favor de observar…, observarán todos ustedes, si lo desean, que no modificaré su mente en modo alguno?

Novi había vuelto a sobresaltarse de terror al oír la voz de Gendibal, y Gendibal no se sorprendió al notarlo. Sabía que nunca había oído hablar entre ellos a los miembros de la Segunda Fundación de alto rango. Nunca había experimentado esa extraña y veloz combinación de sonido, tono, expresión y pensamiento. Sin embargo, el temor se desvaneció tan rápidamente como la había invadido, cuando él apaciguó su mente.

Una expresión de placidez se adueñó de su rostro.

—Hay una silla detrás de ti, Novi —dijo Gendibal—. Haz el favor de sentarte.

Novi hizo una pequeña y torpe reverencia y se sentó, manteniéndose erguida.

Habló con gran claridad, pero Gendibal le pidió que repitiera algunas cosas cuando su acento hameniano era demasiado marcado. Y como él mantuvo la formalidad de su propio lenguaje por deferencia a la Mesa, también tuvo que repetir algunas de sus preguntas.

El relato de la lucha entre él y Rufirant fue descrito sosegada y perfectamente.

Gendibal preguntó:

—¿Viste todo esto tú misma, Novi?

—Nanay, maestro, o lo habría antes detenido. Rufirant ser buen tipo, pero no rápido en la cabeza.

—Pero tú lo has descrito todo. ¿Cómo es posible, si no lo viste todo?

—Rufirant lo contó a mí después, al preguntarle. Estar avergonzado.

—¿Avergonzado? ¿Sabes si se había comportado de esta manera con anterioridad?

—¿Rufirant? Nanay, maestro. Él ser amable, aunque ser grande. El no ser luchador y tener miedo de los serios. Él dice a menudo que ellos tienen mucha fuerza y poder.

—¿Por qué no pensaba así cuando me encontró?

—Ser extraño. Ser no comprensible. —Meneó la cabeza—. El no ser sí mismo. Yo le dije: «Tú, cabeza hueca. ¿Te parece bien asaltar a serio?». Y él dijo: «No sé cómo ha pasado. Ser como si yo estoy a un lado, quieto y mirando a no-yo.»

El orador Cheng interrumpió:

—Primer orador, ¿por qué razón se hace declarar a esta mujer lo que le ha dicho un hombre? ¿Es que el hombre no puede ser interrogado?

Gendibal contestó:

—Puede serlo. Si, después del testimonio de esta mujer, la Mesa desea oír más testimonios, estaré dispuesto a llamar a Karoll Rufirant, mi reciente antagonista, al estrado. Si no, la Mesa podrá emitir su veredicto cuando haya terminado con esta testigo.

—Muy bien —accedió el primer orador—. Prosiga.

Gendibal preguntó:

—¿Y tú, Novi? ¿Fue propio de ti intervenir de este modo en la pelea?

Novi no dijo nada durante unos momentos. Un pequeño ceño apareció entre sus tupidas cejas y luego desapareció.

—Yo no sé. Yo no deseo mal a serios. Yo sentirme empujada, y me mezclé sin pensamiento. —Una pausa, y después —: Yo lo haré otra vez si ser necesario.

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