Gendibal enrojeció ligeramente. Por Seldon, si sintiera la necesidad de una diversión hameniana, no sería de un modo tan manifiesto y haría la elección de forma más selectiva. Miró a la mujer trantoriana sacudiendo la cabeza para sus adentros.
Debía de ser muy joven, quizá más joven de lo que el duro trabajo le hacía aparentar. No podía tener más de veinticinco años, edad a la que las hamenianas ya solían estar casadas. Llevaba el oscuro cabello recogido en trenzas que la identificaban como una mujer soltera, virginal, de hecho, y a él no le extrañó. Su actuación del día anterior había revelado su carácter indomable, y Gendibal dudaba que hubiera algún hameniano dispuesto a emparejarse con su afilada lengua y su rápido puño. Su aspecto tampoco era muy atrayente. Aunque se había esforzado en estar presentable, su cara era angular y ordinaria, y sus manos rojas y nudosas. Lo que podía verse de su figura parecía hecho para la resistencia más que para la hermosura.
Su labio inferior empezó a temblar bajo el escrutinio. El percibió claramente su turbación y miedo, y se compadeció. Le había sido de gran utilidad el día anterior y eso era lo que contaba.
En un intento por mostrarse jovial y amable, dijo:
—¿Así que has venido a ver…, uh… el Lugar de los Sabios?
Ella abrió desmesuradamente sus ojos oscuros (eran bastante bonitos) y dijo:
—Maestro, no te enfades con mí, pero vengo para ser seria mí misma.
—¿Quieres ser «sabia»? —Gendibal estaba atónito—. Mi buena mujer…
Hizo una pausa. Por Trántor, ¿cómo podía uno explicar a una ignorante campesina el nivel de inteligencia, instrucción y vigor mental requeridos para ser lo que los trantorianos llamaban un «serio»?
Pero Sura Novi prosiguió impetuosamente:
—Yo ser escritora y lectora. He leído libros enteros hasta final y desde principio, también. Y tengo deseo de ser seria. No deseo ser esposa de campesino. Yo no ser persona para granja. No me casaré con granjero ni tendré hijos granjeros. —Levantó la cabeza y añadió con orgullo —: Yo ser preguntada. Muchas veces. Siempre digo «Nanay». Con educación, pero «Nanay».
Gendibal vio claramente que estaba mintiendo.
Nadie la había pedido en matrimonio, pero no lo dejó traslucir.
—¿Qué harás con tu vida si no te casas? —preguntó.
Novi dejó caer la mano sobre la mesa, con la palma hacia abajo.
—Yo seré seria. No seré campesina.
—¿Y si no puedo conseguir que seas sabia?
—Entonces no ser nada y espero morir. Yo ser nada en vida si yo no ser una sería.
Por espacio de un. momento Gendibal tuvo el impulso de sondear su mente y averiguar el alcance de sus motivaciones. Pero no sería correcto. Un orador no podía divertirse registrando las mentes indefensas de los demás. Había un código de la ciencia y la técnica del control mental, la mentálica, igual que en las otras profesiones. O debería haberlo. (De pronto se arrepintió de haber atacado al superintendente.)
—¿Por qué no ser una campesina, Novi? —Con un poco de manipulación podía lograr que se contentara con eso y manipular a algún patán hameniano para que quisiera casarse con ella, y ella con él. No causaría ningún daño. Sería un favor… Pero iba contra la ley y, por lo tanto, era inimaginable.
La muchacha contestó:
—Yo no ser. Un campesino es un zoquete. Trabaja con terrones de tierra, y él se convierte en terrón de tierra. Si yo ser campesina, también ser terrón de tierra. No tendré tiempo para leer y escribir, y olvidaré. Mi cabeza —se llevó la mano a la sien —se volverá agria y rancia. ¡No! Un serio ser diferente. ¡Pensativo!
Gendibal dedujo que con esa palabra se refería a «inteligente» más que a «melancólico».
—Un serio —continuó ella —vive con libros y con…, con…, yo olvido el nombre de esas cosas.
—Hizo un gesto, como si estuviera realizando una especie de vagas manipulaciones, que no habría significado nada para Gendibal…, si no hubiera tenido las radiaciones mentales de la joven para guiarle.
—Microfilms —dijo—. ¿Cómo sabes que existen los microfilms?
—En libros, leo muchas cosas —contestó ella con orgullo.
Gendibal no pudo seguir resistiendo el deseo de saber más. Esta hameniana era de lo más extraordinario; nunca había oído nada igual. Nunca se reclutaba a los hamenianos, pero si Novi fuese joven, menor de diez años…
¡Qué tontería! No la molestaría; no la molestaría en absoluto, pero ¿de qué servía ser orador si no podía observar mentes inusuales y aprender de ellas?
—Novi, quiero que te quedes donde estás. No te muevas. No digas nada. No pienses en decir nada, sólo piensa en quedarte dormida. ¿Lo entiendes?
El temor volvió a adueñarse de ella.
—¿Por qué debo haces esto, maestro?
—Porque deseo reflexionar sobre cómo podrías llegar a ser sabia.
Al fin y al cabo, por mucho que hubiese leído, no podía saber qué significaba realmente ser un «sabio». Por lo tanto resultaba imprescindible averiguar qué pensaba ella que era un sabio.
Con mucho cuidado e infinita delicadeza sondeó su mente; percibiendo sin llegar a tocar, como colocando una mano sobre una reluciente superficie metálica sin dejar huellas. Para ella un sabio era alguien que siempre leía libros. No tenía la más ligera idea de por qué uno leía libros. Para ella, y según la imagen que había en su mente, ser una sabia era hacer el trabajo que conocía, llevar y traer cosas, cocinar, limpiar, obedecer órdenes, pero en el recinto de la universidad, donde había muchos libros y donde tendría tiempo para leerlos y, de un modo muy impreciso, «para ser enseñada». Todo lo cual significaba que quería ser una sirvienta… su sirvienta.
Gendibal frunció el ceño. Una sirvienta hameniana… y, además, vulgar, desgarbada, ignorante, casi iletrada. Inimaginable.
No le quedaba más remedio que manipularla. Tenía que haber algún modo de ajustar sus deseos para que se conformara con ser una campesina, algún modo que no dejara marca, algún modo por el que ni siquiera Delarmi pudiese denunciarle.
¿O quizás había sido enviada por la propia Delarmi? ¿Sería todo esto un complicado plan para inducirle a alterar una mente hameniana, con objeto de poder acusarle?
Ridículo. Estaba a punto de volverse paranoico. En algún lugar de la sencilla mente de la muchacha, una pequeña corriente mental debía ser desviada. Solo requería un ligero empujón.
Iba en contra de la ley, pero no causaría daño y nadie se daría cuenta.
Hizo una pausa.
Atrás. Atrás. Atrás.
¡Espacio! ¡Había estado a punto de pasarlo por alto!
¿Era víctima de una ilusión?
¡No! Ahora que se había fijado en ello, lo discernió claramente. Había un minúsculo zarcillo desordenado; un desorden anormal. Sin embargo era muy delicado y estaba libre de ramificaciones.
Gendibal emergió de su mente y dijo con amabilidad:
—Novi.
Los ojos de la muchacha se enfocaron.
—¿Sí, maestro?
—Puedes trabajar conmigo. Te convertiré en sabia… —dijo Gendibal.
Alegremente, con ojos centelleantes, la muchacha exclamó:
—Maestro…
Lo detectó enseguida. La joven iba a echarse a sus pies. Le puso las manos sobre los hombros y la sujetó fuertemente.
—No te muevas, Novi. Quédate donde estás… ¡Quieta!
Fue como si se dirigiera a un animal semiadiestrado. Cuando vio que la orden había penetrado en su mente, la soltó. Se percató de los recios músculos que recorrían la parte superior de sus brazos.
—Si vas a ser una sabia, tienes que comportarte como ellas. Esto significa que siempre deberás estar tranquila, hablar en voz baja, y hacer lo que yo te diga. Y tienes que intentar aprender a hablar como yo. También tendrás que conocer a otros sabios. ¿No te asustarás?
—No me asus… asustaré, maestro, si tú estar con mí.
—Estaré contigo. Pero ahora, primeramente… tengo que buscarte una habitación, hacer que te asignen un lavabo, un sitio en el comedor, y también ropas. Tendrás que llevar ropas más adecuadas para una sabia, Novi.
—Esto ser todo lo que yo…, —empezó ella con desconsuelo.
—Te proporcionaremos otras.
Indudablemente tendría que encontrar a una mujer que se encargara de vestir a Novi. También necesitaría a alguien que enseñara los rudimentos de la higiene personal a la hameniana. Después de todo, aunque la ropa que llevaba debía ser la mejor que tenía, y aunque era obvio que se había emperifollado con esmero, aún despedía un olor que resultaba ligeramente desagradable.
Y tendría que asegurarse de que la relación entre ellos quedaba bien entendida. Era un secreto a voces que los hombres (y también las mujeres) de la Segunda Fundación hacían ocasionales incursiones entre los hamenianos en busca de placer. Si ello no era motivo de interferencias en las mentes hamenianas, nadie tenía nada que objetar. Gendibal nunca lo había hecho, y le gustaba pensar que era porque no tenía necesidad de unas relaciones sexuales que tal vez fuesen más burdas y más picantes que las existentes en la universidad. Las mujeres de la Segunda Fundación tal vez fuesen descoloridas en comparación con las hamenianas, pero estaban limpias y tenían la piel suave.
Pero incluso si la situación era mal comprendida y había murmuraciones sobre un orador que no sólo prefería a las hamenianas sino que traía una a su vivienda, tendría que soportar la vergüenza. Según parecía, esta campesina, Sura Novi, era la clave de su victoria en el inevitable duelo que le enfrentaría a la oradora Delarmi y al resto de la Mesa.
Gendibal no volvió a ver a Novi hasta después de la cena, hora en que fue llevada a su presencia por la mujer a quien había explicado detalladamente la situación; por lo menos, el carácter no sexual de la situación. La mujer lo había comprendido; o, por lo menos, no se atrevió a demostrar que no lo comprendía, lo que era casi igual de válido.
Ahora Novi se encontraba frente a él, tímida, orgullosa, avergonzada, triunfante; todo a la vez, en una mezcla incongruente.
—Estás muy guapa, Novi.
La ropa que le habían dado le sentaba asombrosamente bien y no había duda de que no parecía en absoluto ridícula. ¿Le habrían comprimido la cintura? ¿O levantado el pecho? ¿O tal vez nada de esto era visible con su ropa de campesina?
Tenía las nalgas prominentes, pero no llegaba a resultar antiestético. Su cara, por supuesto, continuaba siendo vulgar, pero cuando el bronceado de la vida al aire libre desapareciese y ella aprendiera a cuidarse el cutis, no resultaría fea del todo.
Por el Viejo Imperio, aquella mujer sí pensaba que Novi iba a convenirse en su amante. Había intentado embellecerla para él.
Y entonces pensó: «Bueno, ¿por qué no?» Novi tendría que comparecer ante la Mesa de Oradores, y cuanto más atractiva estuviera, más fácilmente lograría convencerles.
Con este pensamiento en la mente recibió el mensaje del primer orador. Llegó con la oportunidad que era habitual en una sociedad mentálica. Esto se llamaba, más o menos informalmente, el «efecto de coincidencia». Si piensas vagamente en alguien cuando alguien está pensando vagamente en ti, hay un estímulo mutuo y creciente que en cuestión de segundos hace los dos pensamientos nítidos, terminantes y, a todas luces, simultáneos.
Puede ser asombroso incluso para quienes lo comprenden intelectualmente, en especial si los vagos pensamientos preliminares eran tan débiles, por un lado o el otro (o ambos), que habían pasado desapercibidos.
—No puedo quedarme contigo esta noche, Novi —dijo Gendibal—. Tengo trabajo que hacer. Te llevaré a tu habitación. Allí habrá algunos libros y puedes hacer prácticas de lectura. Te enseñaré a usar la señal por si necesitas ayuda de alguna clase… y te veré mañana.
Gendibal saludó cortésmente:
—¿Primer orador?
Shandess se limitó a inclinar la cabeza. Parecía malhumorado y realmente viejo. Parecía un hombre que no bebiera, pero al que no le sentaría mal un trago. Al fin dijo:
—Le he «llamado»…
—Sin intermediados. Por la naturaleza de la «llamada» he supuesto que era importante.
—Lo es. Su presa…, el miembro de la Primera Fundación…, Trevize…
—¿Sí?
—No viene a Trántor.
Gendibal no se mostró sorprendido.
—¿Por qué iba a venir? La información que recibimos fue que se marchaba con un profesor de historia antigua que estaba buscando la Tierra.
—Sí, el legendario Planeta Original. Y por eso debería venir a Trántor. Al fin y al cabo, ¿sabe el profesor dónde está la Tierra? ¿Lo sabe usted? ¿Lo sé yo? ¿Podemos estar seguros de que verdaderamente existe, o existió alguna vez? —Sin duda tendrían que venir a esta biblioteca para obtener la información necesaria, si es que puede obtenerse en algún lugar. Hasta este momento no he creído que la situación hubiera llegado a un punto crítico; pensaba que el miembro de la Primera Fundación vendría aquí y, a través de él, nos enteraríamos de lo que necesitamos saber.
—Este debe ser el motivo por el que no le permiten venir.
—Pero, entonces, ¿adónde va?
—Aún no lo hemos averiguado.
El primer orador dijo con irritación:
—Parece tomárselo con mucha calma.
—Me pregunto si no es mejor así. Usted quiere que venga a Trántor para tenerle a buen recaudo y utilizarle como fuente de información. Sin embargo, ¿no resultará una fuente de información más valiosa, ya que implicará a otros aún más importantes que él mismo, si va a donde quiere ir y hace lo que quiere hacer; con tal de que no lo perdamos de vista? —replicó Gendibal.
—¡No es suficiente! —exclamó el primer orador—. Usted me ha persuadido de la existencia de un nuevo enemigo y ahora no puedo estar tranquilo. Peor aún, me he convencido a mí mismo de que debemos atraer a Trevize o lo habremos perdido todo, No puedo librarme de la corazonada de que él, sólo él, es la clave.
Gendibal dijo con vehemencia:
—Suceda lo que suceda, no perderemos, primer orador. Eso sólo habría sido posible si esos Anti-Mulos, citando otra, vez su frase, hubieran seguido actuando sin que nosotros lo supiéramos. Pero ahora sabemos que están ahí. Ya no trabajamos a ciegas. En la próxima reunión de la Mesa, sí podemos trabajar juntos, empezaremos el contrataque.
El primer orador añadió:
—No ha sido la cuestión de Trevize lo que me ha impulsado a llamarle. El tema ha surgido primero sólo porque me parecía una derrota personal. Yo había analizado erróneamente ese aspecto de la situación. He hecho mal anteponiendo él pique personal a la política general y pido disculpas. Hay algo más.