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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (24 page)

Pelorat comentó con aire pensativo:

—Estoy pensando en la computadora. Parece adaptarse tan bien a usted…, y no se adapta tan bien a todo el mundo. Apenas funciona conmigo.

—Tanto mejor para nosotros, que funcione bien con uno de los dos.

—Sí, pero ¿es esto simple casualidad?

—¿Qué otra cosa, Janov?

—No cabe duda de que la alcaldesa le conoce muy bien.

—Creo que sí, la vieja bruja.

—¿No podría haber hecho diseñar una computadora especialmente para usted?

—¿Por qué?

—Sólo me pregunto si no estamos yendo hacia donde la computadora quiere llevarnos.

Trevize lo miró con asombro.

—¿Quiere decir que mientras estoy conectado a la computadora, es la computadora, y no yo, quien se halla realmente al mando?

—Eso me pregunto.

—Es ridículo. Paranoico. Vamos, Janov.

Trevize se volvió de nuevo hacia la computadora para enfocar el planeta Sayshell en la pantalla y para trazar una ruta hacia él por el espacio normal.

¡Ridículo!

Pero ¿por qué había puesto Pelorat la idea en su cabeza?

10. Mesa
33

Habían pasado dos días y Gendibal se sentía más encolerizado que abatido. No existía ningún motivo por el que no pudiera celebrarse el juicio inmediatamente. De no haber estado preparado, de haber necesitado tiempo, le habrían impuesto un juicio urgente, estaba seguro de ello.

Pero como nada más que la mayor crisis desde el Mulo amenazaba a la Segunda Fundación, perdían el tiempo; y sin más propósito que el de irritarlo.

Lo habían irritado y, por Seldon, esto haría su contragolpe aun más fuerte. No tenía ninguna duda al respecto.

Miró a su alrededor. La antesala estaba vacía. Ya hacía dos días que lo estaba. Era un hombre marcado, un orador que, por causa de una acción sin precedentes en los cinco siglos de historia de la Segunda Fundación, pronto perdería su cargo. Sería degradado a simple ciudadano, degradado al nivel de un miembro de la Segunda Fundación, normal y corriente.

Sin embargo, una cosa, y una cosa muy honrosa, era ser un miembro llano de la Segunda Fundación, especialmente si uno ostentaba un título respetable, como Gendibal podría hacer incluso después de la residencia, y algo muy distinto haber llegado a orador y ser degradado.

No obstante, eso no sucedería, pensó Gendibal con fiereza, aunque todos le hubieran rehuido durante dos días. Sólo Sura Novi lo trataba como antes; pero ella era demasiado ingenua para comprender la situación. Para ella, Gendibal seguía siendo el «maestro».

A Gendibal le irritaba encontrar un cierto consuelo en ello. Se sintió avergonzado cuando empezó a notar que su estado de ánimo mejoraba cuando la sorprendía mirándolo con veneración. ¿Es que ya empezaba a agradecer regalos tan pequeños?

Un secretario salió de la cámara para decirle que la Mesa estaba preparada para recibirlo, y Gendibal entró majestuosamente. Gendibal conocía bien al secretario; era un hombre que sabía, hasta la fracción más diminuta, el grado exacto de cortesía que merecía cada orador. En aquel momento, el otorgado a Gendibal fue asombrosamente pequeño. Incluso el secretario lo consideraba casi convicto.

Todos estaban sentados alrededor de la mesa, vestidos con las negras togas. El primer orador, Shandess, parecía un poco incómodo, pero no permitió que su rostro expresara el menor indicio de cordialidad. Delarmi, una de las tres únicas oradoras, ni siquiera lo miró.

El primer orador dijo:

—Orador Stor Gendibal, ha sido usted residenciado por comportarse de un modo indigno para un orador. Ante todos nosotros ha acusado a la Mesa vagamente y sin pruebas, de traición e intento de asesinato. Ha dado a entender que todos los miembros de la Segunda Fundación, incluidos los oradores y el primer orador, debían ser sometidos a un profundo análisis mental para descubrir cuál de ellos ya no era digno de confianza. Tal conducta rompe la cohesión social, sin la que la Segunda Fundación no puede controlar una Galaxia intrincada y potencialmente hostil, y sin la que no puede construir, con seguridad, un Segundo Imperio viable.

»Ya que todos hemos sido testigos de estas ofensas, renunciaremos a la exposición formal de cargos por la parte acusadora. Por lo tanto, pasaremos directamente a la fase siguiente. Orador Stor Gendibal, ¿tiene usted una defensa?

Ahora Delarmi, todavía sin mirarlo, se permitió una ligera sonrisa.

Gendibal dijo:

—Si la verdad se considera una defensa, la tengo. Hay fundamentos para sospechar de una brecha en nuestra seguridad. Esa brecha puede implicar el control mental de uno o más miembros de la Segunda Fundación, sin excluir a los aquí presentes, y esto supone un gran peligro para la Segunda Fundación. Si, en realidad, aceleran este juicio porque no pueden perder tiempo, es posible que todos reconozcan débilmente la seriedad de la crisis, pero en ese caso, ¿por qué han perdido dos días después de que yo reclamara formalmente un juicio inmediato? Declaro que ha sido esta grave crisis lo que me ha obligado a decir lo que he dicho. Me habría comportado de un modo indigno para un orador si no lo hubiera hecho así.

—Se empeña en repetir la ofensa, primer orador —dijo Delarmi con suavidad.

El asiento de Gendibal estaba más separado de la Mesa que el de los demás, lo cual era ya una clara degradación. Él lo alejó aún más, como si eso no le importara nada, y se levantó.

—¿Me condenarán ahora, de antemano y a despecho de la ley, o puedo exponer mi defensa con detalle? —preguntó.

El primer orador contestó:

—Esto no es una asamblea ilegal orador Sin muchos precedentes para guiarnos, le daremos un voto de confianza, reconociendo que si nuestras capacidades «demasiado humanas» nos hicieran desviar de la absoluta justicia, es mejor dejar en libertad al culpable que condenar al inocente. Por lo tanto, aunque el presente caso es tan grave que no podemos dejar alegremente en libertad al culpable, le permitiremos exponer su caso del modo que usted quiera y durante el tiempo que quiera, hasta que decidamos, por votación unánime, incluido mi voto —y alzó la voz en esta frase—, que hemos oído bastante.

—Entonces, permítanme empezar declarando que Golan Trevize, el miembro de la Primera Fundación que ha sido exilado de Términus y al que el primer orador y yo consideramos el filo de la crisis, ha tomado una dirección inesperada —dijo Gendibal.

—Cuestión de información —aclaró Delarmi con suavidad—. ¿Cómo es que el orador —la entonación indicó claramente que la palabra era usada despectivamente —sabe tal cosa?

—Fui informado por el primer orador —contestó Gendibal—, pero yo lo confirmo basándome en mis propios datos. Sin embargo, en estas circunstancias, y teniendo en cuenta mis sospechas sobre el nivel de seguridad de la cámara, deben permitirme que mantenga en secreto mis fuentes de información.

—Yo no tengo nada que oponer. Prosigamos sin aclarar este punto, pero si, a juicio de la Mesa, la información debe conocerse, el orador Gendibal deberá proporcionarla —dijo el primer orador.

Delarmi replicó:

—Si el orador no proporciona la información ahora, debo decir que supongo que tiene un agente a su servicio, un agente empleado particularmente por él y que no trabaja para la Mesa en general. No podemos estar seguros de que tal agente obedezca las reglas de conducta por las que se rige el personal de la Segunda Fundación.

El primer orador añadió con cierta desaprobación:

—Veo todas las implicaciones, oradora Delarmi. No es necesario que me las enumere.

—Únicamente lo menciono para que conste en acta, primer orador, ya que esto agrava la ofensa y no es un dato mencionado en la demanda de residencia, la cual, me gustaría señalar, no ha sido leída en su totalidad y en la que solicito sea añadido este nuevo dato.

—El secretario deberá añadir el dato —dijo el primer orador—, y el texto definitivo será redactado en el momento adecuado. Orador Gendibal —él, cuando menos, no lo dijo en tono despectivo—, su defensa es realmente un paso hacia atrás. Continúe.

Gendibal continuó:

—No sólo ese Trevize ha tomado una dirección inesperada, sino que lo ha hecho a una velocidad sin precedentes. Mi información, que el primer orador aún no conoce, es que ha recorrido casi diez mil pársecs en mucho menos de una hora.

—¿En un solo salto? —preguntó uno de los oradores con incredulidad.

—En más de dos docenas de saltos, uno tras otro, sin que virtualmente transcurriera tiempo alguno —dijo Gendibal—, algo que resulta incluso más difícil de imaginar que un solo salto. Aunque ahora esté localizado, necesitaremos tiempo para seguirle y, si él nos detecta y realmente quiere huir de nosotros, no podremos alcanzarlo… Y ustedes pierden el tiempo en juegos de residencias y dejan pasar dos días para saborearlos más.

El primer orador consiguió ocultar su angustia.

—Haga el favor de decimos, orador Gendibal, cuál cree usted que es el significado de todo esto.

—Es una indicación, primer orador, de los adelantos tecnológicos hechos por la Primera Fundación, que es ahora mucho más poderosa que en tiempos de Preem Palver. No podríamos hacerles frente si nos encontraran y fueran libres de actuar.

La oradora Delarmi se puso en pie y dijo:

—Primer orador, estamos perdiendo el tiempo con asuntos que no vienen al caso. No somos niños a los que se pueda asustar con cuentos de la Abuela Espacial. No importa lo impresionante que sea la maquinaria de la Primera Fundación si, en cualquier crisis, sus mentes están bajo nuestro control.

—¿Qué tiene que decir a esto, orador Gendibal? —preguntó el primer orador.

—Únicamente que llegaremos a la cuestión de las mentes a su debido tiempo. Por el momento, sólo quiero recalcar el poderío tecnológico superior, y creciente, de la Primera Fundación.

—Pase al siguiente punto, orador Gendibal. Debo manifestar que el primero no me parece estar relacionado con el asunto contenido en la demanda de residencia —dijo el primer orador.

Hubo un claro gesto de conformidad por parte de la Mesa en general.

—Prosigo. Trevize tiene un compañero en su presente viaje —Gendibal hizo una momentánea pausa para considerar la pronunciación, un tal Janov Pelorat, erudito bastante ineficaz que ha dedicado su vida a reunir mitos y leyendas referentes a la Tierra.

—¿Sabe todo esto acerca de él? ¿Su fuente secreta, supongo? —dijo Delarmi, que se había arrogado el papel de fiscal con evidente satisfacción.

—Si, sé todo esto acerca de él —replicó Gendibal, impasible—. Hace unos cuantos meses, la alcaldesa de Términus, una mujer enérgica y capaz, se interesó por ese erudito sin una razón clara y, como es natural, yo también me interesé. No lo he guardado en secreto. Toda la información obtenida ha sido puesta a disposición del primer orador.

—Confirmo lo manifestado —dijo el primer orador en voz baja.

Un anciano orador preguntó:

—¿Qué es esa Tierra? ¿Es el mundo de origen que se menciona en todas las fábulas? ¿El que fue objeto de tanta agitación en los viejas tiempos imperiales?

Gendibal asintió.

—En los cuentos de la Abuela Espacial, como diría la oradora Delarmi. Sospecho que el sueño de Pelorat era venir a Trántor para consultar la Biblioteca Galáctica, a fin de encontrar información sobre la Tierra que no pudo obtener en el servicio bibliotecario interestelar del que disponía en Términus.

»Cuando salió de Términus, con Trevize, debía de tener la impresión de que su sueño iba a realizarse. Nosotros los esperábamos a los dos y contábamos con tener la oportunidad de examinarlos, en nuestro propio beneficio. Al parecer, como todos ustedes ya saben, no vendrán aquí. Se han desviado hacia un destino que aún no está claro y por una razón que aún no se conoce.

La redonda cara de Delarmi reflejó una expresión querúbica al decir:

—¿Y a qué se debe tanto ruido? Aquí no los necesitamos para nada. En realidad, si nos descartan tan fácilmente, podemos deducir que la Primera Fundación no conoce la verdadera naturaleza de Trántor, y podemos aplaudir la obra de Preem Palver.

Gendibal contestó:

—Si no profundizáramos más, realmente podríamos llegar a esta conclusión tan tranquilizadora. Sin embargo, ¿podría ser que el desvío no se debiera a la incapacidad de ver la importancia de Trántor?

¿Podría ser que el desvío se debiera al miedo de que Trántor, examinando a estos dos hombres, viese la importancia de la Tierra?

Hubo una verdadera conmoción en torno a la Mesa.

—Cualquiera —dijo Delarmi con frialdad —puede inventar tesis absurdas y disfrazarlas con frases mesuradas. Pero ¿acaso esto hace que tengan sentido? ¿Por qué iba alguien a inquietarse por lo que la Segunda Fundación pensara de la Tierra? Tanto si es el verdadero planeta de origen, como si es un mito, como si no hay ningún planeta de origen, es algo que sólo interesa a los historiadores, antropólogos y coleccionistas de leyendas populares, como ese tal Pelorat. ¿Por qué a nosotros?

—Sí, ¿por qué? —dijo Gendibal—. ¿A qué se debe, entonces, que no haya referencias de la Tierra en la biblioteca?

Por primera vez, algo que no era hostilidad se dejó sentir en el ambiente alrededor de la Mesa.

Delarmi inquirió:

—¿No las hay?

Gendibal contestó con calma:

—Cuando me enteré de que Trevize y Pelorat podrían venir aquí en busca de información sobre la Tierra, yo, como es natural, hice que la computadora de nuestra biblioteca confeccionara una lista de los documentos que contenían dicha información.

Me sentí ligeramente interesado al descubrir que no había nada. Ni una cantidad pequeña. Ni muy poco. ¡Nada!

»Pero después ustedes insistieron en que yo esperara dos días antes de que este juicio tuviera lugar, y al mismo tiempo, mi curiosidad se acrecentó con la noticia de que los miembros de la Primera Fundación no vendrían después de todo. Tenía que distraerme de algún modo. Mientras el resto de ustedes estaba, como dice el refrán, bebiendo vino mientras la casa se derrumbaba, revisé algunos libros de historia que tenía yo. Encontré párrafos que mencionaban específicamente algunas de las investigaciones sobre la "'Cuestión del Origen" en los últimos tiempos imperiales. Había referencias y citas de determinados documentos, tanto impresos como filmados. Volví a la biblioteca y busqué personalmente esos documentos. Les aseguro que no había nada.

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