—No sabe cuánto me apena oír eso.
Trevize pasó por alto el comentario y dijo:
—Cuando entró en nuestra nave, Janov y yo habíamos estado debatiendo la posibilidad de una civilización no humana en Gaia, y cuando Janov la vio, preguntó, en su inocencia: «¿Es usted humana?» Quizás un robot deba contestar la verdad, pero supongo que puede ser evasivo. Usted se limitó a decir: «¿No parezco humana?» Sí, parece humana, Bliss, pero permítame volver a preguntárselo. ¿Es usted humana?
Bliss no contestó y Trevize continuó:
—Creo que incluso en aquel primer momento, intuí que no era una mujer. Es un robot y yo lo supe de algún modo. Y a causa de mi intuición, todos los acontecimientos que siguieron tuvieron sentido para mí, en particular su ausencia de la comida.
—¿Cree que no puedo comer, Trev? ¿Ha olvidado que tomé un plato de gambas en su nave? Le aseguro que soy capaz de comer y de realizar cualquier otra función biológica. Incluido, antes de que me lo pregunte, el sexo. Y, sin embargo, admito que eso sólo no demuestra que no sea un robot. Los robots habían alcanzado un grado de perfección, incluso miles de años atrás, en que únicamente se diferenciaban de los seres humanos por el cerebro, y únicamente podían ser identificados por quienes sabían manejar campos mentálicos. El orador Gendibal habría podido averiguar si yo era un robot o un ser humano, si se hubiera molestado en mirarme una sola vez. Naturalmente, no lo hizo.
—Sin embargo, aunque yo carezco de mentálica, estoy convencido de que es un robot.
—¿Y qué, si lo soy? No admito nada, pero tengo curiosidad. ¿Y qué, si lo soy?
—No es necesario que admita nada. Sé que es un robot. Si necesitaba una última prueba, ésta era su tranquila seguridad de que podía desligarse de Gaia y hablarme como un individuo. No creo que pudiese hacerlo si fuera parte de Gaia, pero no lo es. Es un robot supervisor y, por lo tanto, ajeno a Gaia. Ahora que lo pienso, me pregunto cuántos robots supervisores requiere y posee Gaia.
—Lo repito: no admito nada, pero tengo curiosidad. ¿Y qué, si soy un robot?
—En ese caso, lo que quiero saber es esto: ¿Qué quiere usted de Janov Pelorat? Es amigo mío y, en ciertos aspectos, es un niño. Cree amarla; cree que sólo quiere lo que usted esté dispuesta a darle y que ya le ha dado suficiente. No conoce, y no puede concebir, el dolor de la pérdida del amor o, lo que es lo mismo, el singular dolor de saber que usted no es humana…
—¿Conoce usted el dolor del amor perdido?
—He tenido mis experiencias. No he llevado la vida recluida de Janov. Mi vida no ha estado consumida y anestesiada por una profesión intelectual que devoró todo lo demás, incluso esposa e hijo. La de él, sí. Y de repente, lo abandona todo por usted. No quiero que sufra. No dejaré que sufra. Si he servido a Gaia, merezco una recompensa, y mi recompensa es su promesa de que el bienestar de Janov Pelorat será preservado.
—¿Simulo que soy un robot y le contesto?
Trevize respondió:
—Sí. Ahora mismo.
—Muy bien. Supongamos que sea un robot, Trev, y supongamos que ocupe un cargo de supervisión. Supongamos que haya unos pocos, muy pocos, que tengan un papel similar al mío y supongamos que raramente nos encontremos. Supongamos que nuestra fuerza propulsora sea la necesidad de velar por los seres humanos y supongamos que no haya seres humanos en Gaia, porque todo forma parte de un ser planetario general.
»Supongamos que nos guste cuidar de Gaia, pero no del todo. Supongamos que en nosotros haya algo primitivo que desee ansiosamente un ser humano tal como existían cuando los robots fueron fabricados e ideados. No me interprete mal; no soy tan vieja (suponiendo que sea un robot). Tengo la edad que le dije o, al menos (suponiendo que sea un robot) ésa ha sido la duración de mi existencia. De todos modos (suponiendo que sea un robot), mi propósito fundamental sería el que siempre ha sido y desearía cuidar de un verdadero ser humano.
»Pel es un ser humano. No forma parte de Gaia. Es demasiado viejo para llegar a convertirse en una verdadera parte de Gaia. Quiere quedarse en Gaia conmigo, pues no abriga los mismos sentimientos que usted en relación a mi. El no cree que yo sea un robot. Pues bien, yo también le necesito. Si usted me considera un robot, verá que es cierto. Soy capaz de todas las reacciones humanas y le amaría. Si siguiera insistiendo en que soy un robot, podría no creerme capaz de amar en un místico sentido humano, pero no podría distinguir mis reacciones de las que usted llamaría amor, de modo que, ¿cuál sería la diferencia?
Se calló y lo miró, con intransigente orgullo.
—¿Me está diciendo que no le abandonaría? —preguntó Trevize.
—Si usted cree que soy un robot, verá por sí mismo que la Primera Ley me impediría abandonarle, a menos que él me ordenara hacerlo y, además, yo estuviese convencida de que lo deseaba realmente y que le haría más daño quedándome que marchándome.
—¿Acaso un hombre más joven no…?
—¿Qué hombre más joven? Usted es más joven, pero no le imagino necesitándome en el mismo sentido que Pelorat y, de hecho, usted no me necesita, de modo que la Primera Ley me impediría tratar de asirme a usted.
—No estoy hablando de mí, sino de algún otro hombre más joven…
—No hay ningún otro. ¿Quién hay en Gaia aparte de Pel y de usted mismo que pudiera calificarse de ser humano en el sentido no gaiano?
Trevize dijo, más suavemente:
—¿Y si no es usted un robot?
—Decídase —repuso Bliss.
—Digo, ¿y si no es un robot?
—Entonces yo digo que, en ese caso, usted no tiene ningún derecho a inmiscuirse. Sólo a mí y a Pel nos corresponde decidir.
—Entonces, vuelvo al punto de partida. Quiero mi recompensa, y esa recompensa es que usted lo trate bien. No insistiré en el detalle de su identidad. Únicamente asegúreme, como una inteligencia a otra, que lo tratará bien.
Y Bliss contestó con suavidad:
—Lo trataré bien… no para recompensarle a usted, sino porque así lo deseo. Es mi más ferviente deseo. Lo trataré bien. —Llamó: «¡Pel!» Y otra vez: «¡Pel!»
Pelorat entró desde el exterior.
—Sí, Bliss.
Bliss extendió una mano hacia él.
—Creo que Trev quiere decirnos algo.
Pelorat le cogió la mano y entonces Trevize cogió las dos manos unidas entre las suyas.
—Janov —dijo—, me alegro por ambos.
—¡Oh, mi querido amigo! —exclamó Pelorat.
Trevize añadió:
—Probablemente me marche de Gaia. Ahora voy a hablar de ello con Dom. No sé cuándo o si volveremos a vernos, Janov, pero, en todo caso, nos ha ido bien juntos.
—Sí, nos ha ido bien —afirmó Pelorat, sonriendo.
—Adiós, Bliss, y, por adelantado, gracias.
—Adiós, Trev.
Y Trevize, agitando la mano, salió de la casa.
Dom dijo:
—Hizo bien, Trev. Bueno, hizo lo que yo pensaba que haría.
También ahora estaban comiendo, algo tan poco satisfactorio como la primera vez, pero a Trevize no le importaba. Quizá nunca más volviese a comer en Gaia.
—Hice lo que pensaba que haría usted, pero no, quizá, por la razón que usted pensaba —repuso.
—Sin duda estaba seguro de que su decisión era acertada.
—Sí, lo estaba, pero no por esa mística capacidad de certeza que parezco tener. Si escogí «Galaxia», fue por un razonamiento ordinario, el tipo de razonamiento que cualquier otro habría utilizado para llegar a una decisión. ¿Quiere que se lo explique?
—Desde luego que sí, Trev.
—Habría podido hacer tres cosas. Habría podido unirme a la Primera Fundación, o a la Segunda Fundación, o a Gaia.
»Si me hubiese unido a la Primera Fundación, la alcaldesa Branno habría tomado medidas inmediatas para establecer su dominio sobre la Segunda Fundación y sobre Gaia. Si me hubiese unido a la Segunda Fundación, el orador Gendibal habría tomado medidas inmediatas para establecer su dominio sobre la Primera Fundación y sobre Gaia. En ambos casos, lo que hubiera tenido lugar habría sido irreversible, y si ambas posibilidades constituían la solución equivocada, habría sido una catástrofe irreversible.
»No obstante, si me unía a Gaia, la Primera Fundación y la Segunda Fundación tendrían la convicción de haber obtenido una victoria relativamente pequeña. Entonces todo continuaría como antes, ya que la formación de «Galaxia», según me habían dicho, requeriría generaciones, e incluso siglos.
»Así pues, unirme a Gaia fue mi modo de contemporizar y asegurarme de que quedaría tiempo para modificar las cosas, o incluso invertirlas, si mi decisión resultaba equivocada.
Dom enarcó las cejas. Aparte de esto, su rostro viejo y casi cadavérico se mantuvo inalterable.
—¿Opina usted que su decisión puede resultar equivocada? —preguntó con su voz aguda.
Trevize se encogió de hombros.
—No lo creo, pero debo hacer una cosa para saberlo con certeza. Tengo la intención de visitar la Tierra, si es que logro encontrar ese mundo.
—Por supuesto no le detendremos si desea abandonamos, Trev…
—Yo no encajo en su mundo.
—Igual que Pel; sin embargo, si desea quedarse, le acogeremos con tanto agrado como a él. Pero no le retendremos. Dígame, ¿a qué se debe su interés por la Tierra?
—Pensaba que lo sabía —contestó Trevize.
—No lo sé.
—Hay un dato que me ocultó, Dom. Quizá tuviese sus razones, pero preferiría que no lo hubiera hecho.
—No sé a qué se refiere.
—Escuche, Dom, con objeto de tomar la decisión, utilicé la computadora y durante un fugaz momento me encontré en contacto con las mentes de quienes me rodeaban: la alcaldesa Branno, el orador Gendibal y Novi. Tuve una breve visión de varias cosas que, por sí solas, apenas significaron nada para mí, como, por ejemplo, los diversos efectos que Gaia, según el parecer de Novi, había producido sobre Trántor, efectos que tenían como objetivo inducir al orador a ir a Gaia.
—¿Sí?
—Y una de esas cosas era el expolio de todas las referencias a la Tierra existentes en la biblioteca de Trántor.
—¿El expolio de las referencias a la Tierra?
—Exactamente. Esto significa que la Tierra es muy importante, y no sólo indica que la Segunda Fundación no debe saber nada acerca de ella, sino que yo tampoco. Si voy a hacerme responsable de la dirección del desarrollo galáctico, no acepto voluntariamente la ignorancia. ¿Querrá decirme por qué es tan importante mantener en secreto todo lo relacionado con la Tierra?
Dom contestó con solemnidad:
—Trev, Gaia no sabe nada de ese expolio. ¡Nada!
—¿Pretende decirme que Gaia no es responsable?
—No lo es.
Trevize reflexionó durante unos momentos, pasando lentamente la lengua sobre sus labios.
—Entonces, ¿quién fue el responsable?
—No lo sé. No veo ninguna utilidad en ello.
Los dos hombres se miraron con asombro y, luego, Dom dijo:
—Tiene usted razón. Creíamos haber llegado a una conclusión de lo más satisfactoria, pero mientras este punto continúe sin aclararse, no podremos descansar. Quédese un tiempo con nosotros y pensaremos en lo que debemos hacer. Después podrá marcharse, con toda nuestra ayuda.
—Gracias —dijo Trevize.
FIN
(por ahora)
Este libro, aunque autónomo, es una continuación de
La Trilogía de las Fundaciones
, compuesta de tres libros:
Fundación
,
Fundación e Imperio
y
Segunda Fundación
.
Además, he escrito otros libros que, a pesar de no tratar directamente sobre la Fundación, están ambientados en lo que podríamos llamar «el universo de la Fundación».
Así, en
Las estrellas como polvo
y
Las corrientes de espacio
, la trama se sitúa durante los años en que Trántor estaba en expansión hacia el Imperio, mientras que
Guijarro en el cielo
se desarrolla cuando el Primer Imperio Galáctico estaba en el apogeo de su poder. En
Guijarro
, la Tierra constituye el tema central y en este nuevo libro se alude indirectamente a parte del material que hay en él.
En ninguno de los libros anteriores sobre el universo de la Fundación se menciona a los robots. Sin embargo, en este nuevo libro hay algunas referencias a ellos. En cuánto a esto, quizá les gustaría leer mis historias de robots. Los cuentos cortos se encuentran en
El robot completo
, mientras que las dos novelas,
Las cuevas de acero
y
El sol desnudo
, describen el período «robótico» de la colonización de la Galaxia.
Si desean una descripción de los «eternos» y de la manera en que intervinieron en la historia humana, la encontrarán (no del todo compatible con las referencias de este nuevo libro) en
El fin de la eternidad
.
En un principio, todos los libros mencionados fueron editados por Doubleday en cubierta dura.
La Trilogía de las Fundaciones
y
El robot completo
aún están a la venta con cubierta dura. De los otros,
Guijarro en el cielo
y
El fin de la eternidad
, están incluidos en el volumen titulado
Los extremos opuestos del Tiempo y la Tierra
, mientras que
Las estrellas como polvo
y
Las corrientes de espacio
están en el volumen titulado
Prisioneros de las estrellas
.
Ambos volúmenes han sido publicados en cubierta dura. En cuanto a
Las cuevas de acero
y
El sol desnudo
están incluidos en el volumen titulado
Novelas de robots
, que aún puede conseguirse en el Club de Libros de Ciencia Ficción. Y, naturalmente, todos están publicados en ediciones de bolsillo.