Read Los límites de la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (52 page)

En el mismo momento que intenten emplear algún arma, la atacaré…, y debe comprender lo siguiente: sin escudo, puedo manejar su mente con suavidad y sin lastimarla; sin embargo, con el escudo, tengo que traspasarlo, lo cual soy capaz de hacer, y entonces no podré manejarla con suavidad o destreza. Su mente quedará destrozada como el escudo y el efecto será irreversible. En otras palabras, usted no puede detenerme y yo, por el contrario, puedo detenerla a usted viéndome obligado a hacer algo peor que matarla. Le dejaré un caparazón sin mente. ¿Quiere correr el riesgo?

Branno contestó:

—Usted sabe que no puede hacer lo que dice.

—¿Quiere, entonces, arriesgarse a sufrir las consecuencias que he descrito? —inquirió Gendibal con un aire de fría indiferencia.

Kodell se inclinó hacia delante y susurró:

—Por el amor de Seldon, alcaldesa…

Gendibal dijo (no enseguida, pues la luz, y todo lo que iba a la velocidad de la luz, requería un poco más de un segundo para ir de una nave a la otra):

—Sigo sus pensamientos, Kodell. No necesita susurrar. También sigo los pensamientos de la alcaldesa. Está indecisa, de modo que aún no debe alarmarse. Y el simple hecho de que yo sepa todo esto es una prueba concluyente de que su escudo no es perfecto.

—Puede reforzarse —contestó la alcaldesa en tono desafiante.

—Mi fuerza mentálica, también —dijo Gendibal.

—Pero yo estoy cómodamente sentada, sin consumir más energía física que para mantener el escudo, y tengo la suficiente para mantenerlo durante largos períodos de tiempo. Usted debe usar energía mentálica para traspasar el escudo y se cansará.

—No estoy cansado —replicó Gendibal—. En este momento, ninguno de ustedes es capaz de dar una orden a algún miembro de la tripulación de su nave o a algún tripulante de alguna otra nave. Puedo lograrlo sin causarle ningún daño, pero no haga ningún esfuerzo extraordinario para librarse de este control, porque si yo lo igualo aumentando mi propia fuerza, como tendré que hacer, le sucederá lo que he dicho.

—Esperaré —decidió Branno, colocando las manos en el regazo con aire de infinita paciencia—. Usted se cansará y cuando lo haga, no ordenaré destruirle, pues entonces será inofensivo. Mis órdenes serán enviar la flota principal de la Fundación contra Trántor. Si desea salvar su mundo, ríndase. Una segunda orgía de destrucción no dejará incólume su organización, como hizo la primera en tiempo del Gran Saqueo.

—¿No ve que si empiezo a sentirme cansado, alcaldesa, lo que no ocurrirá, puedo salvar mi mundo destruyéndola a usted antes de que mi fuerza se agote?

—No lo hará. Su misión principal es mantener el Plan Seldon. Destruir a la alcaldesa de Términus sería asestar un golpe al prestigio y la confianza de la Primera Fundación, provocar un retroceso de su poder y alentar a todos sus enemigos, lo cual causaría una interrupción del Plan que sería casi tan mala para usted como la destrucción de Trántor. Es mejor que se rinda.

—¿Está dispuesta a confiar en mi renuncia a destruirla?

El pecho de Branno ascendió mientras tomaba aire y lo sacaba lentamente. Después contestó con firmeza:

—¡ Si!

Kodell, sentado a su lado, palideció.

80

Gendibal contempló la figura de Branno, superpuesta en el volumen de habitación que quedaba enfrente de la pared. Resultaba un poco vacilante y confusa debido a la interferencia del escudo. La cara del hombre sentado junto a ella era casi invisible, pues Gendibal no disponía de energía que desperdiciar en él. Debía concentrarse en la alcaldesa.

Sin duda, ella no tenía ninguna imagen de él. No podía saber que también estaba acompañado, por ejemplo. No podía emitir ningún juicio basándose en sus expresiones o su lenguaje corporal. En este aspecto, se hallaba en desventaja.

Todo lo que le había dicho era verdad. Podía destrozarla a costa de un enorme consumo de fuerza mentálica y, al hacerlo, difícilmente podría evitar que su mente quedara afectada de un modo irreparable.

Sin embargo, lo que ella había dicho también era verdad. Destruirla dañaría el Plan tanto como el mismo Mulo lo había dañado. En realidad, ahora el daño sería más grave, pues habría menos tiempo para volver a encauzarlo.

Por si esto fuera poco, estaba Gaia, que aún era un factor desconocido, y cuyo campo mentálico seguía detectándose con la misma debilidad.

Tocó con cuidado la mente de Novi para asegurarse de que el resplandor aún estaba allí. Estaba, y no había cambiado.

La muchacha no pudo sentir ese toque de ningún modo, pero se volvió hacia él y le susurró con temor:

—Maestro, allí hay una ligera bruma. ¿Es eso con lo que hablas?

Debía de haber percibido la bruma a través de la pequeña conexión establecida entre sus mentes. Gendibal se llevó un dedo a los labios.

—No tengas miedo, Novi. Cierra los ojos y descansa.

Alzó la voz:

—Alcaldesa Branno, sus suposiciones son acertadas en este aspecto. No deseo destruirla enseguida, pues creo que si le explico una cosa, prestará oídos a la razón y no habrá necesidad de que nos destruyamos mutuamente.

»Supongamos, alcaldesa, que usted gana y yo me rindo. ¿Qué pasará a continuación? En un alarde de confianza en sí mismos y excesiva seguridad en su escudo mentálico, usted y sus sucesores intentarán extender su poder por toda la Galaxia con excesivo apresuramiento. Al hacerlo así, sólo pospondrán el establecimiento del Segundo Imperio, porque también destruirán el Plan Seldon.

Branno replicó:

—No me sorprende que no desee destruirme enseguida y creo que, mientras espera, se verá obligado a admitir que no se atreve a hacerlo en absoluto.

—No se engañe a sí misma con falsas esperanzas —añadió Gendibal—. Escúcheme. La mayor parte de la Galaxia aún no pertenece a la Fundación y, en gran medida, es contraria a la Fundación. Incluso hay porciones de la misma Confederación de la Fundación que no han olvidado sus días de independencia. Si la Fundación actúa con demasiada rapidez después de mi rendición, privará al resto de la Galaxia de su mayor debilidad, su desunión e indecisión. Les obligará a unirse por temor y fomentará la tendencia a la rebelión interna.

—Me está amenazando con porras de paja —dijo Branno—. Tenemos poder para derrotar fácilmente a todos los enemigos, aunque todos los mundos de la Galaxia no adheridos a la Fundación se aliaran contra nosotros, y aunque fueran ayudados por una rebelión de la mitad de los mundos de la misma Confederación. No habría problema.

—Problema inmediato, alcaldesa. No cometa el error de limitarse a ver los resultados que aparecen enseguida. Pueden establecer un Segundo Imperio sólo con proclamarlo, pero no podrán mantenerlo. Tendrán que reconquistarlo cada diez años.

—Pues lo haremos hasta que los mundos se cansen, como usted se está cansando.

—No se cansarán, igual que yo no me canso. Además, el proceso no durará mucho, pues hay un segundo y más temible peligro para el seudoimperio que ustedes proclamarían, ya que sólo podrá mantenerse temporalmente por medio de una fuerza militar cada vez más poderosa que se ejercitará siempre; los generales de la Fundación serán, por primera vez, más importantes e influyentes que las autoridades civiles. El seudoimperio se desmembrará en regiones militares donde cada comandante será el jefe supremo. Reinará la anarquía, y se producirá una vuelta a una barbarie que quizá dure más de los treinta mil años previstos por Seldon antes de poner en práctica el Plan Seldon.

—Amenazas infantiles. Aunque los cálculos matemáticos del Plan Seldon predijeran todo esto, sólo predicen probabilidades, no inevitabilidades.

—Alcaldesa Branno —dijo Gendibal con seriedad—. Olvídese del Plan Seldon. Usted no comprende sus cálculos matemáticos y no puede imaginarse su configuración. Pero quizá no tenga que hacerlo. Usted es un político probado; y de éxito, a juzgar por el cargo que ocupa; aún más, valiente, a juzgar por el riesgo que ahora corre. Por lo tanto, utilice su perspicacia política. Considere la historia política y militar de la humanidad y considérela a la luz de lo que sabe sobre la naturaleza humana, sobre el modo en que las personas, los políticos y los militares actúan, reaccionan y se influyen mutuamente, y vea si no tengo razón.

—Aunque la tenga —dijo Branno—, miembro de la Segunda Fundación, es un riesgo que debemos correr. Con un liderazgo adecuado y un progreso tecnológico continuado, tanto en mentálica como en física, podemos vencer. Hari Seldon no calculó correctamente ese progreso. No podía hacerlo. ¿En qué parte del Plan da cabida al desarrollo de un campo mentálico por la Primera Fundación? ¿Para qué necesitamos el Plan, en todo caso? Podemos arriesgarnos a fundar un nuevo Imperio sin él. Al fin y al cabo, un fracaso sin él sería mejor que un éxito con él. No queremos un Imperio en el que seamos marionetas de los ocultos manipuladores de la Segunda Fundación.

—Dice eso porque no comprende lo que significaría un fracaso para los habitantes de la Galaxia.

—¡Quizá! —replicó Branno sin compasión—. ¿Está empezando a cansarse, miembro de la Segunda Fundación?

—En absoluto. Déjeme proponer una acción alternativa que usted no ha considerado, una acción por la que yo no tendré que rendirme a usted, ni usted a mí. Estamos en las proximidades de un planeta llamado Gaia.

—Lo sé muy bien.

—¿Sabe que probablemente fue el lugar de nacimiento del Mulo?

—Necesito alguna prueba aparte de su aseveración al respecto.

—El planeta está rodeado por un campo mentálico. Es la sede de muchos Mulos. Si usted lleva a cabo su sueño de destruir la Segunda Fundación, nos convertiremos en esclavos de este planeta de Mulos. ¿Qué daño les han hecho nunca los miembros de la Segunda Fundación? Me refiero a un daño específico, no imaginado o teórico. Ahora pregúntese a sí misma qué daño les ha hecho un solo Mulo.

—Sigo sin tener nada más que sus aseveraciones.

—Mientras permanezcamos aquí no puedo darle nada más. Por lo tanto, le propongo una tregua. Mantenga su escudo levantado, si no confía en mí, pero esté preparada para colaborar conmigo. Acerquémonos juntos a este planeta, y cuando se haya convencido de que no es peligroso, yo anularé su campo mentálico y usted ordenará a sus naves que tomen posesión de él.

—¿Y después?

—Y después, al menos, será la Primera Fundación contra la Segunda Fundación, sin tener que considerar fuerzas ajenas. Entonces la lucha quedará declarada mientras que ahora no nos atrevemos a luchar, pues ambas Fundaciones están acorraladas.

—¿Por qué no lo ha dicho antes?

—Pensaba que podría convencerla de que no éramos enemigos, con objeto de que llegáramos a colaborar. Como al parecer he fracasado en esto, sugiero que colaboremos de todos modos.

Branno hizo una pausa con la cabeza inclinada en actitud reflexiva. Luego dijo:

—Está intentando dormirme con una canción de cuna. ¿Cómo podrá, usted solo, anular el campo mentálico de todo un planeta de Mulos? La idea es tan infantil que no puedo confiar en la sinceridad de su propuesta.

—No estoy solo —declaró Gendibal—. Detrás de mí está toda la fuerza de la Segunda Fundación y esta fuerza, canalizada a través de mi, se ocupará de Gaia. Lo que es más, puede apartar su escudo, en cualquier momento, como si fuera una leve neblina.

—En este caso, ¿por qué necesita mi ayuda?

—En primer lugar, porque anular el campo no es suficiente. La Segunda Fundación no puede consagrarse, ahora y siempre, a la incesante labor de anular, del mismo modo que yo no puedo pasar el resto de mi vida bailando este minué dialéctico con usted. Necesitamos la acción física que sus naves pueden proporcionar. Y además, si no logro convencerla por la lógica de que las dos Fundaciones deben considerarse aliadas, quizás una empresa conjunta de la mayor importancia resulte convincente. A veces los hechos logran lo que las palabras no pueden.

Un segundo silencio y después Branno dijo:

—Estoy dispuesta a acercarme un poco más a Gaia, si podemos hacerlo al mismo tiempo. No le prometo nada más.

—Eso me basta —repuso Gendibal, inclinándose sobre la computadora.

—No, maestro —dijo Novi—, hasta ahora no importaba, pero te ruego que no des un paso más. Tenemos que esperar al consejero Trevize de Términus.

19. Decisión
81

Janov Pelorat dijo, con una sombra de petulancia en la voz:

—La verdad, Golan, nadie parece tener en cuenta el hecho de que ésta sea la primera vez en una vida moderadamente larga, no demasiado larga, se lo aseguro, Bliss, que viajo por la Galaxia. Cada vez que llego a un mundo, vuelvo a encontrarme en el espacio antes de tener la oportunidad de estudiarlo. Ya me ha sucedido dos veces.

—Sí —reconoció Bliss—, pero si no hubiera abandonado el otro tan rápidamente, no me habría conocido hasta quién sabe cuándo. Sin duda esto justifica la primera vez.

—En efecto. Sinceramente…, querida, así es.

—Y esta vez, Pel, aunque vuelva a encontrarse en el espacio, yo estoy con usted; y yo soy Gaia, tanto como cualquier partícula del planeta, tanto como la totalidad del planeta.

—Lo es, y no quiero ninguna otra partícula de él.

Trevize, que había escuchado esta conversación con el ceño fruncido, dijo:

—Esto es muy desagradable. ¿Por qué no ha venido Dom con nosotros? Espacio, nunca me acostumbraré a esta monosilabización. Un nombre de doscientas cincuenta sílabas y sólo empleamos una. ¿Por qué no ha venido, junto con las doscientas cincuenta sílabas? Si todo esto es tan importante, si la misma existencia de Gaia depende de ello, ¿por qué no ha venido él con nosotros para dirigirnos?

—Yo estoy aquí, Trev —contestó Bliss—, y soy tan Gaia como él. —Luego, con una rápida mirada de Soslayo —: ¿Le molesta, entonces, que le llame «Trev»?

—Sí, así es. Tengo tanto derecho como ustedes a respetar mis costumbres. Mi nombre es Trevize. Dos sílabas. Tre-vize.

—Con mucho gusto. No deseo hacerle enfadar, Trevize.

—No estoy enfadado. Estoy molesto. —De pronto se levantó, anduvo de un extremo a otro de la habitación, pasando sobre las piernas estiradas de Pelorat (que se apresuró a encogerlas), y después regresó sobre sus pasos. Se detuvo, se volvió, y miró a Bliss. La apuntó con un dedo.

—¡Escuche! ¡Yo no soy mi propio dueño! Me han atraído desde Términus hasta Gaia, e incluso cuando empecé a sospecharlo, no pude hacer nada para liberarme. Y después, cuando llego a Gaia, me dicen que el único fin de mi llegada es salvar a Gaia. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué significa Gaia para mí, o yo para Gaia, que tengo que salvarlo? ¿No hay nadie más entre el millón de billones de seres humanos de la Galaxia que pueda hacerlo?

Other books

The Price of the Stars: Book One of Mageworlds by Doyle, Debra, Macdonald, James D.
KissBeforeDying by Aline Hunter
Wait for Dusk by Jocelynn Drake
Dark Corner by Brandon Massey
Forever and Always by Beverley Hollowed
The Collected Stories by John McGahern


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024