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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (53 page)

—Por favor, Trevize —dijo Bliss, dando muestras de un repentino desaliento y abandonando toda afectación de inconsciencia—. No se enfade. Como ve, utilizo su nombre completo y me portaré con mucha seriedad. Dom le pidió que fuera paciente.

—Por todos los planetas de la Galaxia, habitables o no, no quiero ser paciente. Si soy tan importante, ¿no merezco una explicación? En primer lugar, vuelvo a preguntarle por qué no ha venido Dom con nosotros. ¿No es suficientemente importante para él estar en el Estrella Lejana con nosotros?

—Está aquí, Trevize —dijo Bliss—. Mientras yo esté aquí, él estará aquí, así como todos los habitantes de Gaia, y todas las cosas vivientes, y todas las partículas del planeta.

—Usted está convencida de que es así, pero yo no comparto sus ideas. No soy gaiano. No podemos meter todo el planeta en mi nave; sólo podemos meter a una persona. La tenemos a usted, y Dom es parte de usted. Muy bien. ¿Por qué no podíamos traer a Dom, y dejar que usted fuese parte de él?

—En primer lugar —contestó Bliss—, Pel… quiero decir, Pelorat, me pidió que estuviera en la nave con ustedes. A mí, no a Dom.

—Quiso mostrarse galante. ¿Quién tomaría eso en serio?

—Oh, vamos, mi querido amigo —protestó Pelorat, levantándose y ruborizándose. —Hablaba muy en serio. No quiero que nadie interprete mal mis intenciones. Acepto el hecho de que no importa qué componente del todo gaiano esté a bordo, y para mí es más agradable tener aquí a Bliss que a Dom, y para usted también debería serlo. Vamos, Golan, se está portando como un niño.

—¿En serio? ¿En serio? —dijo Trevize, frunciendo el ceño—. Muy bien, así es. De todos modos —volvió a señalar a Bliss—, sea lo que sea lo que esperen de mí, le aseguro que no lo haré si no me tratan como a un ser humano. Dos preguntas para empezar… ¿Qué se supone que debo hacer? Y, ¿por qué yo?

Bliss parecía atónita y retrocedió unos cuantos pasos.

—Por favor —dijo—, ahora no puedo contestarle. Ni todo Gaia puede contestarle. Tiene que llegar al lugar sin saber nada de antemano. Tiene que enterarse de todo allí. Entonces tiene que hacer lo que tenga que hacer, pero tiene que hacerlo con tranquilidad y sin dejarse llevar por las emociones. Si continúa de este modo, todo será inútil y, de una manera u otra, Gaia será destruido. Debe cambiar su estado de ánimo y yo no sé cómo hacerlo.

—¿Lo sabría Dom si estuviera aquí? —preguntó Trevize despiadadamente.

—Dom está aquí —dijo Bliss—. El/yo/nosotros no sabemos cambiarle o tranquilizarle. No comprendemos a un ser humano que no pueda percibir su lugar en el esquema de las cosas, que no se sienta parte de un todo mayor.

Trevize replicó:

—No es así. Fueron capaces de capturar mi nave a una distancia de un millón de kilómetros o más, y mantenernos tranquilos mientras estábamos indefensos. Pues bien, tranquilícenme ahora. No finja que no son capaces de hacerlo.

—Pero no debemos. Ahora, no. Si le cambiáramos o ajustáramos de algún modo, usted no sería más valioso para nosotros que cualquier otra persona de la Galaxia y no podríamos utilizarle. Sólo podemos utilizarle porque es usted, y tiene que seguir siéndolo. Si le tocamos de alguna manera en este momento, estamos perdidos. Por favor. Tiene que calmarse espontáneamente.

—Imposible, señorita, a no ser que me explique algo de lo que quiero saber.

—Bliss, déjeme intentarlo —intervino Pelorat—. Haga el favor de ir a la otra habitación.

Bliss salió, retrocediendo con lentitud. Pelorat cerró la puerta tras ella.

—Lo oye, lo ve… y lo percibe todo. ¿Qué diferencia supone esto? —dijo Trevize.

Pelorat contestó:

—Para mí supone una diferencia. Quiero estar solo con usted, aunque el aislamiento sea una ilusión. Golan, usted tiene miedo.

—No diga tonterías.

—Claro que lo tiene. No sabe hacia dónde va, qué encontrará o qué se espera que haga. Es lógico que tenga miedo.

—Pero no lo tengo.

—Sí, lo tiene. Quizá no tema al peligro físico como yo. Yo temía salir al espacio, temo cada mundo nuevo que veo, y temo cada cosa nueva que encuentro. Al fin y al cabo, he vivido medio siglo encerrado, replegado y aislado, mientras que usted ha estado en la Armada y en el mundo de la política, en plena agitación tanto en casa como en el espacio. Sin embargo, yo he intentado no tener miedo y usted me ha ayudado. Durante este tiempo que hemos estado juntos, ha sido paciente conmigo, ha sido amable y comprensivo y, gracias a usted, he logrado dominar mis temores y portarme bien. Así pues, permítame devolverle el favor y ayudarle.

—Le digo que no tengo miedo.

—Claro que sí. Si no de otra cosa, tiene miedo de la responsabilidad a la que deberá hacer frente. Al parecer todo un mundo depende de usted y, por lo tanto, tendrá que vivir con la destrucción de un mundo en la conciencia en caso de que falle. ¿Por qué afrontar esa posibilidad por un mundo que no significa nada para usted? ¿Qué derecho tienen a echar esa carga sobre sus hombros? No sólo teme al fracaso, como haría cualquier persona en su lugar, sino que está furioso por verse arrastrado a una situación en la que debe tener miedo.

—Se equivoca completamente.

—No lo creo. En consecuencia, déjeme ocupar su lugar. Yo lo haré. Sea lo que sea lo que esperen de usted, me ofrezco como sustituto. Deduzco que no es algo que requiera una gran fuerza física o una gran vitalidad, pues un simple aparato mecánico le superaría en este aspecto. Deduzco que no es algo que requiera poder mentálico, pues ellos mismos tienen suficiente. Es algo que… bueno, no lo sé, pero si no requiere músculos ni cerebro, yo tengo todo lo demás igual que usted… y estoy dispuesto a asumir la responsabilidad.

Trevize preguntó vivamente:

—¿Por qué está tan deseoso de llevar la carga?

Pelorat miró al suelo, como si temiera encontrarse con los ojos del otro, y dijo:

—He estado casado, Golan. He conocido a muchas mujeres. Sin embargo, nunca han sido importantes para mí. Interesantes. Agradables. Nunca muy importantes. Sin embargo, ésta…

—¿Quién? ¿Bliss?

—Por alguna razón, es diferente… para mí.

—Por Términus, Janov, ella sabe absolutamente todo lo que usted está diciendo.

—Eso no me importa. De todos modos, lo sabe. Quiero complacerla. Me encargaré de esta misión, sea cual sea correré cualquier riesgo, asumiré cualquier responsabilidad, haré cualquier cosa que la impulse a… tener una buena opinión de mí.

—Janov, es una niña.

—No es una niña… y lo que usted piense de ella no me importa.

—¿No comprende lo que usted debe parecerle?

—¿Un viejo? ¿Qué más da? Ella forma parte de un todo mayor y yo no, y eso ya levanta una barrera insuperable entre nosotros. ¿Cree que no lo sé? Pero no le pido nada más que…

—¿Que tenga una buena opinión de usted?

—Sí. O cualquier otra cosa que pueda llegar a sentir por mí.

—¿Y por eso hará mi trabajo? Pero, Janov, ¿no ha estado escuchando? No le quieren a usted; me quieren a mí por alguna maldita razón que no alcanzo a comprender.

—Si no pueden tenerle a usted y han de tener a alguien, sin duda yo seré mejor que nada.

Trevize meneó la cabeza.

—Me parece imposible lo que está sucediendo. Se encuentra al borde de la vejez y ha descubierto la juventud. Janov, usted intenta ser un héroe a fin de poder morir por ese cuerpo.

—No diga eso, Golan. No es tema para bromas.

Trevize intentó echarse a reír, pero sus ojos tropezaron con el rostro grave de Pelorat y, en vez de hacerlo, se aclaró la garganta.

—Tiene razón —repuso—. Le pido disculpas. Llámela, Janov. Llámela.

Bliss entró, un poco encogida, y declaró con voz ahogada:

—Lo siento, Pel. No puede sustituir a Trevize. Tiene que ser él o nadie.

Trevize dijo:

—Muy bien. Me calmaré. Sea lo que sea, intentaré hacerlo. Cualquier cosa con tal de evitar que Janov desempeñe el papel de héroe romántico a su edad.

—Sé cuál es mi edad —murmuró Pelorat.

Bliss se acercó lentamente a él, y colocó una mano sobre su hombro.

—Pel, yo… yo tengo una buena opinión de usted.

Pelorat desvió la mirada.

—Está bien, Bliss. No necesita ser amable.

—No quiero ser amable, Pel. Tengo… muy buena opinión de usted.

82

De un modo confuso al principio, y luego con más claridad, Sura Novi supo que era Suranoviremblastiran, y que, de niña, sus padres la conocían como Su y sus amigos como Vi.

Por supuesto, nunca lo había olvidado realmente, pero los hechos se sumergían, de vez en cuando, en las profundidades de su mente. Nunca se habían sumergido a tanta profundidad o durante tanto tiempo como en este último mes, pero tampoco ella había permanecido nunca tan cerca de una mente tan poderosa durante tanto tiempo.

Pero ahora había llegado el momento. No lo determinó ella misma. No tuvo necesidad. Los numerosos residuos de su personalidad estaban abriéndose paso hacia la superficie, por el bien de la necesidad global.

También sintió una cierta molestia, una especie de picazón, que desapareció rápidamente ante el bienestar de la individualidad desenmascarada. Hacía años que no estaba tan cerca del globo de Gaia.

Recordó una de las formas de vida que más le gustaban siendo niña en Gaia. Habiendo considerado entonces sus sensaciones como una pequeña parte de las de ella misma, ahora reconoció las más agudas de las experimentadas por ella. Era una mariposa saliendo de un capullo.

83

Stor Gendibal miró a Novi con agudeza y perspicacia, y con tal asombro que estuvo a punto de perder su dominio sobre la alcaldesa Branno. Si no lo hizo fue, tal vez, porque recibió una súbita ayuda del exterior que, de momento, él pasó por alto.

—¿Qué sabes del consejero Trevize, Novi? —preguntó. Y luego, alarmado por la repentina y creciente complejidad de la mente de la muchacha, exclamó —: ¿Quién eres?

Intentó apoderarse de su mente y la encontró impenetrable. En ese momento, se dio cuenta de que su dominio sobre Branno estaba respaldado por una fuerza mayor que la suya.

—¿Quién eres? —repitió.

Había una sombra de dramatismo en la cara de Novi.

—Maestro —dijo—, orador Gendibal. Mi verdadero nombre es Suranoviremblastiran y soy Gaia.

Eso fue todo lo que dijo en palabras, pero Gendibal, súbitamente furioso, había intensificado su propia emanación mental y con gran habilidad, ahora que estaba excitado, evadió la barrera que se estaba reforzando y retuvo a Branno por sí solo y más fuertemente que antes, mientras agarraba la mente de Novi en una lucha difícil y silenciosa.

Ella le contuvo con igual habilidad, pero no pudo mantener la mente cerrada frente a él, o quizá no deseó hacerlo.

Gendibal le habló como si fuese otro orador.

—Has desempeñado un papel, me has engañado, me has atraído hasta aquí, y perteneces a la especie de la que surgió el Mulo.

—El Mulo fue una aberración, orador. Yo/nosotros no somos Mulos. Yo/nosotros somos Gaia. La esencia completa de Gaia fue descrita en lo que ella comunicó con toda minuciosidad, con mucha más que si lo hubiese hecho con palabras.

—Todo un planeta vivo —dijo Gendibal.

—Y con un campo mentálico mayor, puesto que es un todo, que el tuyo que eres un individuo. Por favor, no resistas con tanta fuerza. Temo el peligro de lastimarte, cosa que no deseo hacer.

—Incluso como planeta vivo, no sois más fuertes que la suma de mis colegas de Trántor. En cierto modo, nosotros también somos un planeta vivo.

—Sólo unos miles de personas en cooperación mentálica, orador, y no puedes recurrir a su ayuda, porque yo la he bloqueado. Compruébalo y verás.

—¿Qué te propones, Gaia?

—Me gustaría, orador, que me llamaras Novi. Lo que hago ahora lo hago como Gaia, pero también soy Novi, y para ti, sólo soy Novi.

—¿Qué te propones, Gaia?

Se produjo el temblor mentálico equivalente a un suspiro y Novi dijo:

—Permaneceremos en triple estancamiento. Tú retendrás a la alcaldesa Branno a través de su escudo, y yo te ayudaré a hacerlo, y no nos cansaremos. Supongo que tú mantendrás tu control sobre mí, y yo mantendré el mío sobre ti, y tampoco nos cansaremos haciéndolo. Y así seguiremos.

—¿Hasta cuándo?

—Como ya te he dicho… Estamos esperando al consejero Trevize de Términus, Es él quien romperá el estancamiento como le parezca.

84

La computadora del Estrella Lejana localizó las dos naves y Golan Trevize las proyectó juntas en la pantalla.

Ambas pertenecían a la Fundación. Una de ellas se parecía extraordinariamente al Estrella Lejana y sin duda era la nave de Compor. La otra era más grande y mucho más potente.

Se volvió hacia Bliss y preguntó:

—Bueno, ¿sabe lo que está sucediendo? ¿Puede explicarme algo ahora?

—¡Sí! ¡No se alarme! No le causarán ningún daño.

—¿Por qué cree todo el mundo que estoy paralizado por el pánico? —inquirió Trevize con petulancia.

Pelorat se apresuró a decir:

—Déjela hablar, Golan. No la trate de este modo.

Trevize levantó los brazos en un gesto de impaciente rendición.

—No la trataré de este modo. Hable, señorita.

Bliss explicó:

—En la nave más grande está la gobernadora de su Fundación. Con ella…

Trevize preguntó con asombro:

—¿La gobernadora? ¿Se refiere a la vieja Branno?

—Sin duda ése no es su título —dijo Bliss, frunciendo ligeramente los labios con diversión—. Pero es una mujer. —Hizo una pequeña pausa, como si escuchara atentamente al resto del organismo general del que formaba parte—. Su nombre es Harlabranno.

Parece extraño que sólo tenga cuatro sílabas si es tan importante en su mundo, pero supongo que los no gaianos tienen sus propias costumbres.

—Supongo —respondió Trevize con sequedad—. Ustedes la llamarían Brann, con toda probabilidad. Pero, ¿qué hace aquí? ¿Por qué no está en…? Ya comprendo. Gaia también la ha atraído hasta aquí. ¿Por qué?

Bliss no contestó a esta pregunta, pero dijo:

—Con ella está Lionokodell, cinco sílabas, a pesar de ser su subordinado. Parece una falta de respeto. Es un funcionario importante de su mundo. Con ellos están otras cuatro personas que controlan las armas de la nave. ¿Quiere saber sus nombres?

—No. Supongo que en la otra nave hay un solo hombre, Munn Li Compor, y que representa a la Segunda Fundación. Es evidente que ustedes han reunido a ambas Fundaciones. ¿Por qué?

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