Read Las benévolas Online

Authors: Jonathan Littell

Tags: #Histórico

Las benévolas (38 page)

BOOK: Las benévolas
8.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

balki
verdes surcaban la llanura hasta las primeras estribaciones rocosas. Los bultos de los volcanes parecían motas caídas del cielo; a lo lejos, intuía las nieves del Elbrus. Me senté en los peldaños que llevaban a la estela, mientras Voss iba a curiosear algo más allá y otra vez pensé en Lermontov: como a todos los poetas, primero lo matan, y luego lo veneran.

Volvimos a bajar a la ciudad por el
Verjnii rynok
en donde los campesinos estaban acabando de cargar en carretas o en mulas las gallinas, la fruta y la verdura que no habían vendido. Por los alrededores se dispersaba la muchedumbre de vendedores de pipas de girasol y limpiabotas; unos muchachos sentados en carritos caseros hechos de tablas y con ruedas de sillita de bebé esperaban aún que un soldado rezagado les pidiera que le llevasen los bultos. Al pie de la colina, en el bulevar Kirov, hileras de cruces recientes se alineaban en un montículo rodeado de un múrete: habían convertido el bonito parquecillo donde se alza el monumento a Lermontov en cementerio de soldados alemanes. El bulevar que iba hacia el parque Tsvetnik pasaba ante las ruinas de la antigua catedral ortodoxa, que el NKVD había dinamitado en 1936. «¿Se ha fijado -comentó Voss, señalando los muñones de piedra-, que la iglesia alemana no la tocaron? Todavía acuden a ella a rezar nuestros hombres».. —«Sí, pero vaciaron los tres pueblos de
Volksdeutschen
de las inmediaciones. El zar los animó a que se instalasen aquí en 1830. Los mandaron a todos a Siberia el año pasado». Pero Voss seguía pensado en su iglesia luterana. «¿Sabe que la construyó un soldado? Un tal Kempfer, que combatió contra los cherqueses con Evdokimov y se afincó aquí». En el parque, al cruzar la verja de entrada, se alzaba una galería de madera de dos pisos con torrecillas de cúpulas futuristas y una logia que daba toda al vuelta al piso superior. Había allí unas cuantas mesas en donde servían, a quienes podían pagarlo, café turco y golosinas. Voss escogió un sitio del lado del paseo principal del parque, encima de los grupos de ancianos sin afeitar, atrabiliarios y gruñones que venían a última hora de la tarde a sentarse en los bancos para jugar al ajedrez. Pedí café y coñac: nos trajeron también unos pastelitos de limón; el coñac era de Daguestán y parecía aún más dulce que el armenio, pero entonaba bien con los pasteles y con mi buen humor. «¿Qué tal van sus trabajos?», le pregunté a Voss. Se rió: «Sigo sin encontrar a alguien que hable ubijé; pero voy haciendo considerables progresos en kabardino. Lo que estoy esperando de verdad es a que tomen Oryonikidze».. —«¿Y eso por qué?». —«Ah, pues ya le he explicado que las lenguas caucásicas no son sino mi segunda especialidad. Lo que me interesa de verdad son las llamadas lenguas indogermánicas y, más en concreto, las lenguas de origen iranio. Ahora bien, el osetio es una lengua irania particularmente fascinante».. —«¿En qué?». —«Piense en la situación geográfica de Osetia; todos los demás hablantes no caucásicos están en los alrededores o en las estribaciones del Cáucaso, pero ellos dividen el macizo en dos, precisamente a la altura del paso más accesible, el de Darial, en donde los rusos construyeron su
Voennaia doroga
desde Tiflis hasta Oryonikidze, la antigua Vladikavkaz. Aunque esas gentes adoptaron la ropa y las costumbres de sus vecinos montañeses, se trata claramente de una invasión tardía. Hay motivos para pensar que esos osetios u osetos descienden de los alanos y, en consecuencia, de los escitas; si fuera cierto, su lengua sería un rastro arqueológico vivo de la lengua escita. Y hay algo más: Dumézil editó en 1930 una recopilación de leyendas osetias referidas a un pueblo fabuloso, semidivino, a cuyos miembros llaman los nartas. Ahora bien, Dumézil supone también una conexión entre esas leyendas y la religión escita tal y como nos la refiere Heródoto. Los investigadores rusos llevan estudiando este asunto desde finales del siglo pasado; la biblioteca y los institutos de Oryonikidze deben de estar repletos hasta arriba de materiales extraordinarios e inaccesibles desde Europa. Que no lo quemen todo durante el asalto es cuanto espero».. —«En resumidas cuentas, si lo he entendido bien, esos osetios son algo así como un
urvolk,
uno de esos primigenios pueblos arios».. —«Primigenio es una palabra que se usa mucho y mal. Digamos que su lengua tiene un carácter arcaico interesantísimo desde el punto de vista de la ciencia».. —«¿A qué se refiere cuando habla de la noción de primigenio?» Voss se encogió de hombros: «Eso de primigenio es más una obsesión impalpable, una pretensión psicológica o política, que un concepto científico. Tomemos el alemán, por ejemplo: durante siglos, e incluso anteriormente a Martín Lutero, se tuvo la pretensión de que era una lengua primigenia so pretexto de que no recurría a raíces de origen extranjero, a diferencia de las lenguas latinas, con las que se la comparaba. Algunos teólogos llevaban incluso el defirió hasta asegurar que el alemán bien podría haber sido la lengua de Adán y Eva y que de ella se derivó el hebreo más adelante. Pero se trata de una pretensión totalmente ilusoria, pues incluso aunque las raíces fueran "autóctonas" -en realidad todas ellas proceden directamente de las lenguas de los nómadas indoeuropeos-, nuestra gramática, en cambio, obedece por completo a la estructura del latín. No obstante, nuestro conjunto de imágenes culturales lleva una huella muy honda de esas ideas debido a la particularidad que tiene el alemán, frente a las demás lenguas europeas, de autogeneración, como quien dice, del vocabulario. Es un hecho que todos los niños alemanes de ocho años saben todas las raíces de nuestra lengua y pueden descomponer y entender cualquier palabra, incluso las más eruditas, lo que no le sucede a un niño francés, por ejemplo, que tardará mucho en aprender las palabras "difíciles" derivadas del griego y del latín. Y, por cierto, eso es algo que repercute muchísimo en el concepto que tenemos de nosotros mismos:
Deutschland
es el único país de Europa que no tiene designación geográfica, que no lleva en sí el nombre de un sitio o de un pueblo, como los anglos o los francos; es el país del "pueblo propiamente dicho";
deutsch
es una forma adjetiva del alemán antiguo
tuits,
"pueblo". Por eso mismo ninguno de nuestros vecinos nos llama igual:
allemands, germans, duits, tedeschi
en italiano, que también viene de
tuits, o niemtsy
aquí en Rusia, que quiere decir precisamente "los mudos", los que no saben hablar, que es lo mismo que ocurre con
bárbaros,
en griego. Y toda nuestra ideología racial y
vólkisch
de ahora mismo se edificó hasta cierto punto sobre los cimientos de esas antiquísimas pretensiones alemanas que, debo añadir, no son algo exclusivo nuestro: Goropius Becanus, un autor flamenco, afirmaba en 1569 otro tanto del neerlandés, que comparaba con lo que él llamaba
las lenguas primigenias del Cáucaso, vagina de los pueblos».
Rió alegremente. Me habría gustado seguir la charla, sobre todo en lo tocante a las teorías raciales, pero Voss ya se estaba poniendo de pie: «Tengo que volver. ¿Quiere cenar con Oberlánder si no tiene otro compromiso?».. —«Con mucho gusto».. —«¿Quedamos en el casino? A eso de las ocho». Bajó a toda prisa la escalera. Volví a sentarme y miré a los viejos que jugaban al ajedrez. Iba entrando el otoño: el sol se metía ya por detrás del Mashuk, tiñendo su cresta de rosa y dejando, más abajo, en el bulevar, reflejos anaranjados entre los árboles e incluso en los cristales de la ventanas y en el enlucido gris de las fachadas.

Alrededor de las siete y media bajé al casino. Voss aún no había llegado y pedí un coñac que me llevé a un rincón algo apartado. Pocos minutos después entró Kern, recorrió con la vista el local y vino hacia mí. «¡Herr Hauptsturmführer! Lo estaba buscando». Se quitó el gorro y se sentó, mirando en torno; parecía embarazado y nervioso. «Herr Hauptsturmführer. Quería comunicarle algo que me parece que debe interesarle».. —«¿Sí?» Titubeó: «La gente... Anda usted mucho con ese Leutnant de la Wehrmacht. Y eso... ¿cómo lo diría yo? Eso da pie a rumores».. —«¿Qué clase de rumores?». —«Rumores... digamos rumores peligrosos. La clase de rumores que llevan derecho al campo de concentración».. —«Ya veo». Seguí impertérrito. «¿Y esa clase de rumores no la estará propalando por casualidad cierta clase de persona?» Se puso pálido: «No quiero decir nada más. Me parece una bajeza y una vergüenza. Sólo quería avisarle para que pueda... para que pueda arreglarlo y que la cosa no vaya a más». Me levanté y le tendí la mano: «Gracias por la información, Obersturmführer. Pero a quienes hacen correr chismes sórdidos en vez de decir las cosas cara a cara los desprecio y los ignoro». Me estrechó la mano: «Entiendo perfectamente su reacción. Pero tenga cuidado a pesar de todo». Volví a sentarme; me invadía la rabia. ¡Así que ése era el juego al que querían jugar! Y, de propina, estaban completamente equivocados. Ya lo he dicho: nunca tengo una relación de apego con mis amantes; la amistad es otra cosa, que no tiene nada que ver. Yo quería en este mundo sólo a una persona y, aunque no la viera nunca, me bastaba. Y algo así unas inmundicias cerriles como Turek y sus amigos nunca podrían entenderlo. Decidí vengarme: aún no sabía cómo, pero ya se presentaría alguna oportunidad. Kern era un hombre honrado; había hecho bien en avisarme: así me daría tiempo a pensar.

Voss llegó poco después con Oberlánder. Yo seguía absorto en mis pensamientos. «Buenas noches, profesor -dije estrechándole la mano a Oberlánder-. ¡Cuánto tiempo!». —«Sí, sí. Y anda que no han pasado cosas desde los tiempos de Lemberg. ¿Y aquel otro oficial joven que estaba con usted?». —«¿El Hauptsturmführer Hauser? Debe de seguir en el grupo C. Llevo ya una temporada sin noticias suyas». Fui con ellos al restaurante y dejé que Voss pidiera. Nos trajeron vino de Kajetia. Oberlánder parecía cansado. «He oído decir que está usted al mando de una nueva unidad especial», comenté.. —«Sí, el Kommando "Bergmann". Todos mis hombres son montañeses del Cáucaso».. —«¿De qué nacionalidad?», preguntó Voss con curiosidad. «Ah, pues hay de todo. Karachais y circasianos, claro; pero también ingushetios, avarios y laks, a quienes alistamos en los Stalag. Tengo incluso un svan».. —«¡Espléndido! Me gustaría hablar con él».. —«Tendrá que ir a Mozdok. Están metidos allí en operaciones antipartisanas».. —«¿No tendrá usted algunos ubijés por casualidad?», pregunté maliciosamente. A Voss le dio la risa. «¿Ubijés? No sé, me parece que no. ¿Eso qué es?» Voss se asfixiaba queriendo contener la risa y Oberlánder lo miraba, perplejo. Hice un esfuerzo por conservar la seriedad y contesté: «Es algo en que está emperrado el doctor Voss. Opina que la Wehrmacht debería forzosamente llevar a cabo una política pro ubijé para restablecer el equilibrio natural del poder entre los pueblos del Cáucaso». Voss, que estaba intentando beberse el vino, estuvo a punto de escupir el que tenía en la boca. A mí también me costaba contenerme. Oberlánder seguía sin entender nada y estaba empezando a perder la paciencia. «No sé de qué me hablan ustedes», dijo, muy seco. Intenté explicárselo. «Es un pueblo caucásico que los rusos deportaron. A Turquía. Antaño toda una parte de esta comarca estaba bajo su dominio».. —«¿Eran musulmanes?». —«Sí, por supuesto».. —«En tal caso, apoyar a esos ubijés entraría por completo en el marco de nuestra
Ostpolitik».
Voss, encarnado, se levantó, masculló una disculpa y salió disparado hacia los servicios. Oberlánder se quedó desconcertado. «¿Qué le sucede?» Me di unas palmaditas en el vientre. «Ah, ya veo, dijo. Es algo frecuente por aquí. ¿Qué estaba diciendo?». —«Nuestra política pro musulmana».. —«Sí. Por supuesto que es una política alemana tradicional. Lo que queremos llevar a cabo aquí no es, en realidad, sino una continuación de la política panislámica de Ludendorff. Cuando respetamos las realizaciones culturales y sociales del islam nos ganamos aliados útiles. Además, así no ofendemos a Turquía, que sigue siendo importante pese a todo, y esencialmente si queremos circunvalar el Cáucaso para pillar a los ingleses a contrapelo en Siria y en Egipto». Ya volvía Voss, y parecía haber recuperado la calma. «Si le estoy entendiendo bien -dije-, la idea sería unir a los pueblos del Cáucaso, y en particular a los pueblos turcófonos, en un gigantesco movimiento islámico antibolchevique».. —«Es una opción, pero todavía no le han dado el visto bueno en las alturas. Hay a quien le preocupa un nuevo brote panuralaltaico que podría darle a Turquía un poder excesivo en el ámbito regional, que interfiriera en nuestras conquistas. Y el ministro Rosenberg es partidario de un eje Berlín-Tiflis. Pero es por la influencia de ese tal Nikuradze».. —«¿Y usted qué opina?». —«Por ahora estoy escribiendo un artículo acerca de Alemania y del Cáucaso. Quizá está usted enterado de que, después de disolverse el "Nachtigall", estuve de Abwehroffizier con el Reichskommissar Koch, que es un antiguo amigo de los tiempos de Kónigsberg. Pero casi nunca está en Ucrania y sus subordinados, sobre todo Dargel, han llevado a cabo una política irresponsable. Por eso me fui. Intento demostrar en mi artículo que, en los territorios conquistados, necesitamos la cooperación de las poblaciones locales para evitar unas bajas demasiado onerosas durante la invasión y la ocupación. Una política pro musulmana o pro uralaltaica debería entrar en ese contexto. Por supuesto la última palabra debe tenerla una potencia, y sólo una».. —«Creía que uno de los objetivos de nuestro avance en el Cáucaso era convencer a Turquía para que entrase en la guerra de nuestro lado».. —«Por supuesto. Y si llegamos a Irak o a Irán eso será lo que haga seguramente. Saracoglu es prudente, pero no querrá dejar pasar esa oportunidad de recuperar antiguos territorios otomanos».. —«¿Y eso no interferiría en nuestro
Grossraum?»,
pregunté.. —«En absoluto. Pensamos en un Imperio continental; no nos interesa echarnos a cuestas posesiones lejanas ni contamos con medios para ello. Nos quedaremos con las comarcas productoras de petróleo del golfo Pérsico, desde luego, pero podríamos entregarle todo el resto del Oriente Próximo británico a Turquía».— «¿Y, a cambio, qué haría Turquía por nosotros?», preguntó Voss.— «Podría sernos útilísima. Desde el punto de vista estratégico, tiene una situación clave. Puede aportar bases navales y terrestres que nos permitirían acabar del todo con la presencia británica en Oriente Medio. Podría también proporcionarnos tropas para el frente antibolchevique».. —«Sí -dije-, podría enviarnos un regimiento ubijé, por ejemplo». A Voss volvió a entrarle una risa incontenible. Oberlánder se estaba enfadando: «Pero ¿qué demonios es la historia esa de los ubijés? No entiendo nada».. —«Ya se lo he dicho, es una obsesión del doctor Voss. Está desesperado porque no para de redactar informes pero nadie, en el mando, quiere creer en la importancia estratégica de los ubijés. Aquí sólo les importan los karachais, los kabardinos y los balkarios».. —«Pero entonces ¿por qué se ríe?». —«Sí, Doktor Voss, ¿por qué se ríe usted?», le espeté muy serio.. —«Me parece que es algo de los nervios -le dije a Oberlánder-. Venga, Doktor Voss, tome un poco más de vino». Voss bebió un trago e intentó controlarse. «Yo -declaró Oberlánder- no sé bastante de esa cuestión para opinar». Se volvió hacia Voss: «Si tiene informes redactados acerca de esos ubijés los leeré encantado». Voss asintió nerviosamente con la cabeza: «Doktor Aue -dijo-, le agradecería que cambiase de tema».. —«Como quiera. De todas formas ya nos traen la cena». Nos sirvieron. Oberlánder parecía irritado; Voss estaba encarnadísimo. Para reanudar la conversación, le pregunté a Oberlánder: «¿Son eficientes sus
Bergmanner
en la lucha contra los partisanos?».. —«En las montañas son temibles. Hay algunos que nos traen cabezas u orejas a diario. En las llanuras, no valen mucho más que nuestras propias tropas. Han quemado varios pueblos en los alrededores de Mozdok. Intento explicarles que no parece buena idea hacerlo por sistema; pero es algo así como un atavismo. Y, además, hemos tenido problemas de disciplina bastante serios, deserciones sobre todo. Da la impresión de que muchos de ellos sólo se alistaron para volver a casa; desde que estamos en el Cáucaso, no paran de largarse. Pero a los que hemos conseguido alcanzar los he mandado fusilar delante de los demás y creo que eso los ha calmado un poco. Y además tengo muchos chechenos y daguestanos; y su tierra todavía está en manos de los bolcheviques. Por cierto, ¿han oído ustedes hablar de un levantamiento en Chechenia? En las montañas».. —«Corren rumores -contesté-. Una unidad especial que depende del Einsatzgruppe va a intentar lanzar en paracaídas a agentes que tomen contacto con los rebeldes».. —«Ah, qué interesante -dijo Oberlánder-. Por lo visto hay combates y la represión es feroz. De ahí podrían salir posibilidades para nuestras fuerzas. ¿Cómo podría enterarme de más?». —«Le aconsejo que se dirija al Oberführer Bierkamp, en Voroshilovsk».. —«Muy bien. ¿Y por aquí? ¿Tienen muchos problemas con los partisanos?». —«No demasiados. Hay una unidad que actúa cerca de Kislovodsk. El destacamento "Lermontov". Se ha puesto bastante de moda en esta zona eso de llamar a todo Lermontov». Voss se reía, sin tapujos esta vez. «¿Se mueven mucho?». —«La verdad es que no. Se quedan pegados a las montañas, les da miedo bajar. Se dedican sobre todo a informar al Ejército Rojo. Mandan a chiquillos para que cuenten las motos y los camiones que hay delante de la Feldkommandantur, por ejemplo». Estábamos acabando de cenar; Oberlánder seguía hablando de la
Ostpolitik
de la nueva administración militar: «El general Kóstring es una elección estupenda. Creo que con él el experimento tiene probabilidades de salir bien».. —«¿Conoce al doctor Bráutigam?», pregunté.. —«¿Herr Bráutigam? Por supuesto. Solemos intercambiar ideas. Es un hombre muy motivado y muy inteligente». Oberlánder se estaba acabando el café y se disculpó. Nos despedimos y Voss salió a acompañarlo. Lo esperé fumándome un cigarrillo. «Se ha portado de una manera odiosa», me dijo cuando se volvió a sentar.. —«Pero
¿y
eso por qué?». —«Lo sabe perfectamente». Me encogí de hombros: «No ha sido para tanto».. —«Oberlánder ha debido de pensar que nos estábamos riendo de él».. —«Pues claro que nos estábamos riendo de él. Sólo que nunca se atreverá a admitirlo. Conoce usted tan bien como yo a los profesores. Si reconociera que no sabe nada de la cuestión ubi jé, podría ser un contratiempo para su reputación de "Lawrence del Cáucaso"». Nos fuimos también nosotros del casino. Caía una lluvia fina y débil. «Ya está -dije, como si hablase conmigo mismo-. Ya estamos en otoño». Un caballo atado delante de la Feldkommandantur relinchó y movió la cabeza con un resoplido. Los centinelas se habían puesto los capotes de hule. En la calle Karl Marx el agua bajaba la cuesta en riachuelos. La lluvia iba a más. Nos separamos ante nuestro acuartelamiento dándonos las buenas noches. Ya en mi cuarto, abrí la puerta acristalada y me quedé un buen rato oyendo cómo chorreaba el agua por las hojas de los árboles, por los cristales del balcón, por el tejado de chapa, por la hierba y la tierra húmeda.

BOOK: Las benévolas
8.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Dead Student by John Katzenbach
Bloodraven by Nunn, P. L.
Our Love by Binkley, Sheena
As You Are by Sarah M. Eden
Solace & Grief by Foz Meadows
Along Came a Cowboy by Christine Lynxwiler
Vaseline Buddha by Jung Young Moon


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024