—Sé que no le importan esas cosas.
—Necesito saber qué más has descubierto.
—Coronel —dijo Bean, muy cansado—, ¿no se le ocurre que el mismo hecho de que me formule esta pregunta me dice que hay algo más por descubrir, y que por tanto aumenta en gran medida la posibilidad de que yo lo descubra?
La sonrisa de Graff se hizo aún más amplia.
—Es lo que le dije al… oficial que me ordenó que hablara contigo e hiciera estas preguntas. Le dije que acabaríamos diciéndote más sólo por esta entrevista, de lo que tú nos dirías a nosotros, pero él dijo: «El chico tiene seis años, coronel Graff.»
—Creo que tengo siete.
—Trabajaba con un informe antiguo y no hizo las cuentas.
—Dígame cuál es el secreto que quieren asegurarse que no sé, y le diré si lo sabía ya.
—Muy gracioso.
—Coronel Graff, ¿estoy haciendo un buen trabajo?
—Vaya pregunta. Por supuesto que sí.
—Si sé algo que ustedes no quieren que los niños sepamos, ¿he hablado de ello? ¿Se lo he contado a los otros niños? ¿Ha influido en mi actuación de algún modo?
—No.
—Es como un árbol que cae en el bosque donde nadie puede oírlo. Si sé algo, porque lo he descubierto, pero no se lo digo a nadie más, y no está afectando a mí trabajo, ¿por qué pierde el tiempo averiguando si lo sé o no? Porque después de esta conversación, puede estar seguro de que buscaré cualquier secreto que pudiera haber por ahí donde un niño de siete años pudiera encontrarlo. Aunque si descubro ese secreto, seguiré sin decírselo a los otros niños, de modo que todo continuará igual. ¿Por qué no lo dejamos?
Graff metió la mano bajo la mesa y pulsó algo.
—Muy bien —dijo—. Tienen la grabación de nuestra conversación, y si eso no los tranquiliza, nada lo hará.
—¿Tranquilizarlos de qué? ¿Y quiénes son ellos?
—Bean, esta parte no se está grabando.
—Eso no es cierto.
—He parado la grabación.
—Por favoooor…
De hecho, Graff no estaba del todo seguro de que hubieran dejado de grabar. Aunque el aparato que él controlaba estuviera apagado, eso no significaba que no hubiera otro.
—Vamos a dar un paseo —propuso.
—Espero que no por el exterior.
Graff se levantó de la mesa (trabajosamente, porque había ganado un montón de peso y mantenían Eros a plena gravedad) y lo condujo por los túneles.
Mientras caminaban, Graff habló en voz baja.
—Hagamos que al menos les cueste trabajo —dijo.
—Bien.
—Pensé que querrías saber que la El. se está volviendo loca por lo que parece ser una filtración de seguridad. Resulta que alguien con acceso a la mayoría de los archivos secretos escribió cartas a un par de eruditos de la red, quienes luego empezaron a exigir que los niños de la Escuela de Batalla fueran enviados a sus casas.
—¿Qué es un erudito? — preguntó Bean.
—Ahora me toca a mí decir por favooor, creo. Mira, no te estoy acusando. Da la casualidad de que he visto un texto de las cartas enviadas a Locke y Demóstenes (a los dos se los vigila con mucha atención, como estoy seguro que imaginas), y cuando leí esas cartas (muy interesantes las diferencias entre ambas, por cierto, muy bien hechas), me di cuenta de que en realidad no contenían ninguna información secreta, más allá de lo que cualquier niño de la Escuela de Batalla sabe. No, lo que los está volviendo realmente locos es que el análisis político está clavado, aunque se basa en información insuficiente. En otras palabras: por lo que se sabe públicamente, el autor de esas cartas no podría haber deducido lo que dedujo. Los rusos dicen que alguien los ha estado espiando… y mintiendo, claro. Pero accedí a la biblioteca del destructor
Cóndor
y descubrí qué habías estado leyendo. Y entonces comprobé que habías usado la biblioteca en LIS mientras estabas en la Escuela Táctica. Has estado muy ocupado.
—Trato de mantener mi mente ocupada.
—Te hará feliz saber que el primer grupo de niños ya ha sido enviado a casa.
—Pero la guerra no ha terminado.
—¿Piensas que cuando echas a rodar una bola de nieve, siempre va a donde tú querías que vaya? Eres listo pero ingenuo, Bean. Se le da un empujón al universo, y nunca se sabe qué piezas del dominó caerán. Siempre habrá unas pocas que no creías que estuvieran conectadas. Alguien empujará con un poco más de fuerza de lo que esperabas. Pero con todo, me alegro de que te acordaras de los otros niños y pusieras en marcha el engranaje para liberarlos.
—Pero no a nosotros.
—La F.I. no tiene ninguna obligación de recordar a los agitadores de la Tierra que la Escuela Táctica y la Escuela de Mando siguen llenas de niños.
—No voy a recordárselo.
—Sé que no. No, Bean, tuve la oportunidad de hablar contigo porque causaste el pánico en algunos de los jefazos con tus educadas deducciones sobre quién comandaría vuestro equipo. Pero yo esperaba poder hablar contigo porque hay un par de cuestiones que quería comunicarte. Además del hecho de que tu carta tuvo el efecto deseado.
—Le escucho, aunque no admito haber escrito ninguna carta.
—Primero, te fascinará saber la identidad de Locke y Demóstenes.
—¿La identidad? ¿Sólo una persona?
—Una mente, dos voces. Verás, Bean, Ender Wiggin fue el tercer hijo de su familia. Un permiso especial, no un nacimiento ilegal. Su hermano y su hermana son tan dotados como él, pero por diversos motivos fueron considerados inadecuados para la Escuela de Batalla. Pero el hermano, Peter Wiggin, es un jovencito muy ambicioso. Con la carrera militar cerrada a su paso, se ha dedicado a la política. Dos veces.
—Es Locke y Demóstenes —afirmó Bean.
—Planea la estrategia para ambos, pero sólo escribe como Locke. Su hermana Valentine escribe como Demóstenes.
Bean se echó a reír.
—Ahora tiene sentido.
—Así que tus dos cartas fueron a la misma gente.
—Si es que yo las escribí.
—Y el pobre Peter Wiggin se está volviendo loco. Está sondeando todas sus fuentes dentro de la flota para averiguar quién envió esas cartas. Pero nadie en la flota lo sabe tampoco. Los seis oficiales cuyas claves utilizaste han sido descartados. Y como puedes suponer, nadie va a comprobar si el único niño de siete años que jamás ha llegado a la Escuela Táctica podría haberse dedicado a escribir epístolas políticas en su tiempo libre.
—Excepto usted.
—Porque, por Dios, soy la única persona que comprende exactamente lo brillantes que sois todos vosotros.
—¿Lo brillantes que somos? — repitió Bean, y sonrió.
—Nuestro paseo no durará eternamente, y no perderé el tiempo con halagos. La otra cosa que quería decirte es que sor Carlotta, al haberse quedado sin trabajo después de tu marcha, dedicó sus esfuerzos a localizar a tus padres. Veo que dos oficiales se nos acercan y pondrán fin a esta conversación que no he grabado, así que seré breve. Tienes un nombre, Bean. Te llamas Julian Delphiki.
—Ése es el apellido de Nikolai.
—Julian es el nombre del padre de Nikolai. Y de tu padre. Tu madre se llama Elena. Sois gemelos. Vuestros huevos fertilizados fueron implantados en momentos distintos, y tus genes fueron alterados en una reducida proporción, pero de un modo muy significativo. Por eso cuando miras a Nikolai te ves a ti mismo como habrías sido, si no hubieras sido alterado genéticamente, y hubieras crecido con unos padres que te amaran y te cuidaran.
—Julian Delphiki —dijo Bean.
—Nikolai está entre los niños que se dirigen ya a la Tierra. Cuando sea repatriado a Grecia, sor Carlotta se encargará de comunicarle que eres su hermano. Sus padres ya saben que existes: sor Carlotta se lo dijo. Tu casa es un sitio hermoso, una casita en las colinas de Creta que asoma al mar Egeo. Sor Carlotta me ha dicho que son buena gente. Lloraron de alegría al enterarse de que existías. Y ahora nuestra entrevista llega a su fin. Estábamos hablando de la pobre opinión que te merece la calidad de la enseñanza en la Escuela de Mando.
—¿Cómo lo sabe?
—No eres el único que puede hacer eso.
Los dos oficiales (un almirante y un general, ambos con unas sonrisas falsas de oreja a oreja) los saludaron y preguntaron cómo había ido la entrevista.
—Tienen ustedes la grabación —dijo Graff—. Incluyendo la parte en que Bean insistió en que se seguía grabando.
—Y sin embargo la entrevista continuó.
—Le estuve hablando de la incompetencia de los profesores de la Escuela de Mando —dijo Bean.
—¿Incompetencia?
—Nuestras batallas son siempre contra oponentes informáticos de lo más estúpidos. Y los profesores insisten en realizar largos y tediosos análisis de esos combates falsos, aunque ningún enemigo podría comportarse de un modo tan absurdo y predecible como esas Simulaciones. Sugería que la única forma de mejorar la competitividad es que nos dividan en dos grupos y que combatamos unos contra otros.
Los dos profesores cruzaron unas miradas.
—Un argumento muy interesante—reconoció el general.
—Chorradas —dijo el almirante—. Ender Wiggin está a punto de entrar en vuestro juego. Pensamos que querrías estar presente para saludarlo.
—Sí, desde luego.
—Te llevaré —sugirió el almirante.
—Hablemos —le dijo el general a Graff.
Por el camino, el almirante habló poco, y Bean pudo contestar a su charla sin pensar. Menos mal. Porque las cosas que Graff le había contado lo habían dejado muy desconcertado. No fue una gran sorpresa que Locke y Demóstenes resultaran ser los hermanos de Ender. Si eran tan inteligentes como él, era inevitable que acabaran destacando, y las redes les permitían ocultar su identidad para conseguir sobresalir mientras aún eran jóvenes. Pero parte del motivo por el que Bean se sintió atraído hacia ellos tenía que ser por la pura familiaridad de sus voces. Debían de hablar como Ender, de aquella sutil forma en que la gente que vive junta acaba recogiendo acentos y giros unos de otros. Bean no se dio cuenta conscientemente, pero a nivel inconsciente tendría que haber estado más alerta ante aquellos ensayos. Tendría que haberlo sabido, y en cierto modo lo sabía.
Pero lo otro, el hecho de que Nikolai fuera en realidad su hermano… ¿cómo podía creer eso? Era como sí Graff hubiera leído en su corazón y encontrado la mentira que podía penetrar en lo más profundo de su alma. ¿Soy griego? ¿Mi hermano estaba por casualidad en mi grupo de novatos, el niño que se convirtió en mi mejor amigo? ¿Gemelos? ¿Padres que me quieren?
¿Julian Delphiki?
No, no puedo creerlo. Graff nunca ha sido sincero con nosotros. Graff no levantó un dedo para proteger a Ender de Bonzo. Graff no hace nada excepto conseguir algún propósito manipulador.
Me llamo Bean. Poke me dio ese nombre, y no renunciaré a él a cambio de una mentira.
Primero oyeron su voz, hablando con un técnico en la otra sala.
—¿Cómo puedo trabajar con unos líderes de escuadrón a los que nunca he visto?
—¿Y por qué tendrías que verlos? —preguntó el técnico.
—Para saber quiénes son, cómo piensan…
—Descubrirás quiénes son y cómo piensan por la forma en que trabajen con el simulador. Pero incluso así, creo que no debes preocuparte. Te están escuchando ahora mismo. Ponte los cascos para poder oírlos.
Todos temblaron de excitación, sabiendo que Ender pronto oiría sus voces como ellos oían ahora la suya.
—Que alguien diga algo —sugirió Petra.
—Espera a que se ponga el casco —dijo Dink.
—¿Cómo lo sabremos? — preguntó Vlad.
—Yo primero —dijo Alai.
Una pausa. Un nuevo susurro en sus auriculares.
—Salaam —susurró Alai.
—Alai —dijo Ender.
—Y yo —dijo Bean—. El enano.
—Bean —dijo Ender.
Sí, pensó Bean, mientras los demás hablaban con él. Ese soy yo. Ese es el nombre que pronuncia la gente que me conoce.
—General, usted es el Estrategos. Tiene la autoridad para hacer esto, y yo la obligación.
—No necesito que comandantes caídos en desgracia de la antigua Escuela de Batalla me digan cuáles son mis obligaciones.
—Si no arresta al Polemarca y sus conspiradores…
—Coronel Graff, si golpeo yo primero, caerá sobre mí la culpa de la guerra que se origine.
—Sí, señor. Pero dígame qué sería mejor. Todo el mundo le echa a usted la culpa, pero ganamos la guerra, o nadie le echa la culpa, porque lo han colocado de espaldas a un muro y lo han fusilado después de que el golpe del Polemarca asegure la hegemonía rusa en el mundo.
—No dispararé el primer tiro.
—Un comandante militar que no quiere dar un golpe preventivo cuando tiene información con base…
—La política del asunto…
—¡Si los deja ganar, será el fin de la política!
—¡Los rusos dejaron de ser los malos allá en el siglo XX!
—Quien haga las acciones malas, ése es el malo. Usted es el sheriff, señor, no importa si la gente lo aprueba o no. Haga su trabajo.
Cuando Ender llegó, Bean ocupó de nuevo su lugar entre los jefes de batallón. Nadie se lo mencionó. Había sido el comandante en jefe, los había entrenado bien, pero Ender siempre había sido el comandante natural de ese grupo, y ahora que se encontraba allí, Bean volvía a ser pequeño.
Y justamente, Bean lo sabía. Los había liderado bien, pero Ender hacía que pareciera un novato. No es que las estrategias de Ender fueran mejores que las suyas: en realidad, no lo eran. Diferentes en ocasiones, pero con mucha frecuencia Bean se daba cuenta de que hacía exactamente lo que él habría hecho.
La diferencia fundamental estaba en la forma en que lideraba a los demás. Contaba con su fiera devoción en vez de la obediencia un tanto resentida que Bean obtenía de ellos, lo cual ayudó desde el principio. Pero también se ganó su devoción advirtiendo no sólo lo que sucedía en la batalla, sino también lo que pasaba por la mente de sus comandantes. Era severo, a veces incluso inflexible, y dejaba claro que esperaba que lo hicieran mejor que mejor. Y sin embargo tenía una manera de dar una entonación a palabras inocuas, de mostrar aprecio, admiración, intimidad. Ellos sentían que aquel cuyo honor necesitaban los conocía. Bean, sencillamente, no sabía hacer eso. Sus ánimos eran siempre más obvios, un poco pesados. Para ellos significaba menos porque parecía más calculado.
Era
más calculado. Ender era sólo… él mismo. La autoridad surgía de él como su respiración.