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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

La sombra de Ender (55 page)

BOOK: La sombra de Ender
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Entonces llegaron un par de oficiales. Se la llevaron, pero no a su habitación.

Graff lo llamó poco después.

—Manejaste bien el asunto —dijo—. Para eso estás aquí.

—Tampoco yo fui rápido —dijo Bean.

—Estabas vigilando. Viste que el plan se venía abajo, llamaste la atención de Ender al respecto. Hiciste tu trabajo. Los otros niños no se dieron cuenta y sé que eso tuvo que dolerte…

—No me importa lo que ellos adviertan…

—Pero hiciste el trabajo. En esa batalla tú reventaste el banquillo.

—Sea lo que sea eso.

—Es béisbol. Oh, claro. No era muy popular en las calles de Rotterdam.

—Por favor ¿puedo retirarme ya a mi habitación?

—Dentro de un momento. Bean, Ender se está cansando. Está cometiendo errores. Cada vez es más importante que lo vigiles todo. Que estés allí para él. Viste lo que le pasó a Petra.

—Todos nos estamos cansando.

—Bueno, Ender también. Peor que nadie. Llora dormido. Tiene sueños extraños. Habla de que Mazer le espía en sueños, y sabe lo que planea.

—¿Me está diciendo que se está volviendo loco?

—Te estoy diciendo que la única persona a la que presiona más que a Petra es a sí mismo. Cúbrelo, Bean. Protégelo.

—Ya lo hago.

—Pero siempre de mala gana, Bean.

Las palabras de Graff lo sorprendieron. Al principio pensó ¡No, no es así! Luego recapacitó.

—Ender no te está empleando para nada importante y, después de haber dirigido el espectáculo, eso tiene que jorobarte, Bean. Pero no es culpa de Ender. Mazer ha estado diciéndole a Ender que tiene dudas sobre tu habilidad para manejar una gran flota de naves. Por eso no te han dado las misiones complicadas e interesantes. No es que Ender acepte lo que dice Mazer. Pero todo lo que haces, Ender lo ve a través de la lente de falta de confianza de Mazer.

—Mazer Rackham piensa que yo…

—Mazer Rackham sabe exactamente lo que eres y lo que puedes hacer. Pero teníamos que asegurarnos de que Ender no te asignara algo tan complicado que no pudieras seguir el curso general de la batalla. Y teníamos que hacerlo sin decirle a Ender que eres su refuerzo.

—¿Entonces por qué me lo dice a mí?

—Cuando esta prueba se acabe y consigas el mando real, le diremos a Ender la verdad de lo que estabas haciendo, y por qué Mazer dijo lo que dijo. Sé que para ti significa mucho contar con la confianza de Ender, y no crees tenerla, y por eso quería que supieras por qué. Es cosa nuestra.

—¿Por qué este súbito arrebato de sinceridad?

—Porque creo que lo harás mejor si lo sabes.

—Lo haré mejor
creyéndolo
, sea cierto o no. Podría estar usted mintiendo. Así que, ¿he aprendido algo realmente útil de esta conversación?

—Cree lo que quieras, Bean.

Petra no vino a practicar en un par de días. Cuando regresó, naturalmente Ender ya no le dio las misiones difíciles. Realizó bien lo que le ordenaban, pero su pasión había desaparecido. Tenía el corazón roto.

Pero, maldita sea, había
dormido
un par de días. Todos estaban un pelín celosos por eso, aunque ninguno se habría cambiado por ella. No importaba qué dios concreto tuvieran en mente, todos rezaban: que no me pase a mí. Sin embargo, al mismo tiempo, también rezaban la oración contraría: Oh, déjame dormir, déjame que pase un día en donde no tenga que pensar en este juego.

Las pruebas continuaron. ¿Cuántos mundos habían colonizado esos hijos de puta antes de llegar a la Tierra?, se preguntaba Bean ¿Y estamos seguros de conocerlos todos? ¿Y de qué nos sirve destruir sus flotas cuando no tenemos tropas para ocupar las colonias derrotadas? ¿O acaso sólo dejamos nuestras naves allí, para que disparen contra todo lo que intente salir de la superficie del planeta?

Petra no fue la única en reventar. Vlad se volvió catatónico y no pudieron levantarlo de la cama. Los médicos tardaron tres días en reanimarlo, y al contrario de Petra, no regresó. No podía concentrarse.

Bean seguía esperando a que Crazy Tom fuera el siguiente, pero a pesar de su mote, parecía estar volviéndose más cuerdo a medida que se cansaba más y más. En cambio, fue Fly Molo quien empezó a reírse cuando perdió el control de su escuadrón. Ender lo relevó de inmediato, y por una vez puso a Bean al mando de las naves de Fly, quien regresó al día siguiente, sin ninguna explicación; no obstante, todos comprendieron que no podían encargársele misiones especiales.

Bean se dio cuenta de que Ender se mostraba cada día más abstraído. Sus órdenes venían después de pausas cada vez más largas, y un par de veces no las formuló con suficiente claridad. Bean las tradujo inmediatamente a una forma más comprensible, y Ender nunca supo que había habido confusión. Pero los demás empezaron a percatarse de que Bean estaba siguiendo toda la batalla, no sólo una parte. Quizás incluso vieron que Bean planteaba preguntas durante una batalla, saltaba algún comentario para que Ender advirtiera algo relevante, pero nunca tuvieron la sensación de que Bean estuviese criticando a nadie. Después de las batallas, uno o dos de los chicos mayores hablaban con Bean. Nada importante. Sólo una mano en el hombro, en la espalda, y un par de palabras.

—Buena partida.

—Buen trabajo.

—Sigue así.

—Gracias, Bean.

No había advertido cuánto necesitaba el aprecio de los otros hasta que finalmente lo tuvo.

—Bean, para el siguiente juego, creo que deberías saber algo.

—¿Qué?

El coronel Graff vaciló.

—No pudimos despertar a Ender esta mañana. Ha tenido pesadillas. No come a menos que lo obliguemos. Se muerde la mano en sueños… hasta que sangra. Y hoy no pudimos despertarlo. Pudimos posponerla la… la prueba… para que esté al mando como de costumbre, pero… no como de costumbre.

—Estoy preparado. Siempre lo estoy.

—Sí, pero… mira, por lo que parece, esta prueba… es que no hay…

—No hay esperanza.

—Cualquier cosa que puedas hacer para ayudar. Cualquier sugerencia.

—Ese aparato del Doctor, Ender no nos ha dejado utilizarlo desde hace mucho tiempo.

—El enemigo descubrió cómo funciona y no dejan que las naves se acerquen lo suficiente para que se extienda una reacción en cadena. Hace falta cierta cantidad de masa para poder mantener el campo. Básicamente, ahora es sólo un estallido. Inútil.

—Habría estado bien si me hubieran dicho antes cómo funciona.

—Hay gente que no quiere que te digamos nada, Bean. Eres capaz de analizar cualquier fragmento de información y sacar unas deducciones que no queremos que sepas. Ellos temen darte la más mínima información.

—Coronel Graff, usted sabe que yo sé que esas batallas son de verdad. Mazer Rackham no se las está inventando. Cuando perdemos naves, mueren hombres de verdad.

A Graff le cambió la expresión.

—Y son hombres que Mazer Rackham conoce, ¿no?

Graff asintió con un leve movimiento de cabeza.

—¿Creen que Ender no puede sentir lo que Mazer está sintiendo? No conozco a ese tipo, tal vez sea una roca, pero creo que cuando hace sus críticas a Ender, deja escapar su… no sé, su angustia… y Ender lo nota. Porque Ender está mucho más cansado después de una crítica que antes. Puede que no sepa lo que sucede de verdad, pero sabe que hay algo terrible en juego. Sabe que Mazer Rackham está realmente molesto por todos los errores que comete.

—¿Has encontrado algún modo de colarte en la habitación de Ender?

—Sé cómo escuchar a Ender. No me equivoco respecto a Mazer ¿verdad?

Graff sacudió la cabeza.

—Coronel Graff, lo que usted no ve, lo que nadie parece recordar… es ese último juego en la Escuela de Batalla, donde Ender me entregó su escuadra. No se trataba de ninguna estrategia. Renunciaba a su puesto. Había acabado. Estaba en huelga. No lo descubrieron porque lo graduaron. Aquel asunto con Bonzo acabó con él. Creo que la angustia de Mazer Rackham está haciéndole lo mismo. Creo que aunque Ender no es consciente de que ha matado a alguien, lo sabe en el fondo, y le quema por dentro.

Graff le dirigió una mirada severa.

—Sé que Bonzo murió. Lo vi. He visto la muerte antes, ¿recuerda? No te meten la nariz en el cerebro, pierdes diez litros de sangre y te marchas de rositas. Ustedes nunca le han dicho a Ender que Bonzo murió, pero son tontos si piensan que no lo sabe. Y, gracias a Mazer, sabe que toda nave que perdemos significa que mueren hombres buenos. No puede soportarlo, coronel Graff.

—Eres aún más reflexivo de lo que se te acredita, Bean.

—Lo sé, soy el frío intelecto inhumano, ¿no? —Bean se rió amargamente—, Alterado genéticamente, por tanto soy tan alienígena como los insectores.

Graff se ruborizó.

—Nadie ha dicho eso jamás.

—Quiere decir que nunca lo han dicho delante de mí. A sabiendas. Lo que no parecen comprender es que a veces hay que decirle a la gente la verdad y pedirles que hagan lo que uno quiere, en vez de tratar de engañarlo para que lo haga.

—¿Estás diciendo que deberíamos decirle a Ender que el juego es real?

—¡No! ¿Está usted loco? Si está así de trastornado cuando el conocimiento es inconsciente, ¿qué cree que sucedería sí supiera que lo sabía? Se quedaría petrificado.

—Pero tú no. ¿Es eso? ¿Deberías estar al mando de la próxima batalla?

—Sigue sin comprenderlo, coronel Graff. Yo no me quedo petrificado porque no es mi batalla. Yo ayudo. Observo. Pero soy libre. Porque es el juego de Ender.

El simulador de Bean cobró vida.

—Es la hora—dijo Graff—. Buena suerte.

—Coronel Graff, puede que Ender vuelva a declararse en huelga. Puede que se baje en marcha. Puede que dimita. Tal vez se diga: es sólo un juego y estoy harto, no me importa lo que me hagan, se acabó. Es propio de él, hacer eso. Cuando la situación parece completamente injusta y absurda.

—¿Y si le prometiera que es el último?

Bean se puso el casco y preguntó:

—¿Sería verdad?

Graff asintió.

—Sí, bueno, creo que no habría mucha diferencia. Además, ahora es alumno de Mazer, ¿no?

—Supongo. Mazer hablaba de decirle que era el examen final.

—Mazer es ahora el profesor de Ender —musitó Bean—. Y usted tiene que cargar conmigo. El niño que no quería.

Graff volvió a ruborizarse.

—Es verdad —reconoció—. Ya que pareces saberlo todo, no te quería.

Aunque Bean ya lo sabía, las palabras le hirieron de todas formas.

—Pero Bean—dijo Graff—, el caso es que estaba equivocado.

Puso una mano sobre el hombro de Bean y abandonó la sala.

Bean conectó. Fue el último de los líderes de escuadrón en hacerlo.

—¿Estáis ahí? — preguntó Ender a través de los cascos.

—Todos nosotros —contestó Bean—. Llegas un poco tarde para las prácticas de esta mañana, ¿no?

—Lo siento —dijo Ender—. Me quedé dormido.

Todos se rieron. Excepto Bean.

Como calentamiento, Ender los hizo ejecutar algunas maniobras, antes de la batalla. Y entonces llegó el momento. La pantalla se despejó.

Bean esperó, la ansiedad royendo sus tripas.

El enemigo apareció en la pantalla.

Su flota se desplegaba alrededor de un planeta, ubicado en el centro de la imagen. Habían librado batallas cerca de planetas antes, pero en todos los otros casos el mundo estaba cerca del borde de la imagen: la flota enemiga siempre había intentado atraerlos fuera del planeta.

Esta vez no había trucos. Sólo el enjambre más increíble de naves enemigas. Siempre apostadas a distancia unas de otras, miles y miles de naves seguían unas pautas aleatorias, impredecibles, entrelazadas, unidas en una nube de muerte en torno al planeta.

Éste es el planeta natal, pensó Bean. Casi lo dijo en voz alta, pero se contuvo a tiempo. Ésta es una simulación de la defensa insectora de su mundo de origen.

Han tenido generaciones para prepararnos. Todas las batallas anteriores no eran nada. Estos fórmicos pueden perder cualquier número de insectores individuales y no les importa. Lo único que cuenta es la reina. Como la que Mazer Rackham mató en la Segunda Invasión. Y no han puesto a una reina en peligro en ninguna de esas batallas. Hasta ahora.

Por eso actúan como un enjambre. Hay una reina aquí.

¿Dónde?

En la superficie del planeta, pensó Bean. La idea es impedir que lleguemos a la superficie.

Así que ahí es exactamente donde tendremos que ir. El Artilugio del Doctor necesita masa. Los planetas tienen masa.

Muy sencillo, si no fuera porque no había forma de hacer que esa pequeña flota de naves humanas atravesara aquel enjambre y se acercara lo suficiente al planeta para desplegar al Doctor. Si la historia enseñaba algo, era precisamente eso: cuando el otro bando es mucho más fuerte, y entonces el único curso sensato de acción es retirarse para salvar tus fuerzas y combatir otro día.

En esta guerra, sin embargo, no habría otro día. No había ninguna esperanza de retirada. Las decisiones que perdían esta batalla, y por tanto esta guerra, se tomaron hacía dos generaciones, cuando lanzaron estas naves, una fuerza inadecuada desde el principio. Los comandantes que pusieron esta flota en movimiento tal vez ni siquiera sabían, entonces, que éste era el mundo natal insector. No era culpa de nadie. Simplemente, no disponían de fuerzas suficientes para hacer siquiera una mella en las defensas enemigas. No importaba lo brillante que fuera Ender. Cuando sólo tienes a un tipo con una pala, no puedes construir un dique para contener el mar.

No había retirada, ninguna posibilidad de victoria, ningún espacio para maniobrar, ningún motivo para que el enemigo hiciera otra cosa sino continuar haciendo lo que hacían.

Sólo había veinte naves espaciales en la flota humana, cada una con cuatro cazas. Y tenían el diseño más antiguo, torpes comparadas con algunos de los cazas que habían maniobrado en batallas anteriores. Tenía sentido: el mundo insector era probablemente el más lejano, así que la flota que llegaba allí ahora había salido antes que las demás. Antes de que las naves mejores la siguieran.

Ochenta cazas. Contra cinco mil, tal vez diez mil naves enemigas. Era imposible determinar el número exacto. Bean advirtió que la pantalla perdía la cuenta de las naves enemigas, y que la suma total seguía fluctuando. Había tantas que el sistema se estaba sobrecargando. Se encendían y apagaban como luciérnagas.

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