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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

La sombra de Ender (52 page)

Tendido en la oscuridad, Bean por fin ató cabos. Era tan obvio, una vez pensado… No era sólo el control de la gravedad lo que habían obtenido de los insectores. Era la comunicación más rápida que la luz. Es un gran secreto para la gente de la Tierra, pero nuestras naves pueden comunicarse unas con otras instantáneamente.

Y si pueden las naves, ¿por qué no FlotCom, aquí en Eros? ¿Cuál es el alcance de las comunicaciones? ¿Eran realmente instantáneas independientemente de la distancia, o tan sólo eran más rápidas que la luz, de forma que en distancias verdaderamente grandes se producía cierto desfase temporal?

Su mente estudió las posibilidades y todas sus implicaciones. Las naves patrulla podrán advertirnos de la aproximación de la flota enemiga mucho antes de que nos alcance. Probablemente saben desde hace años que vienen, y a qué velocidad. Por eso han hecho acelerar nuestro entrenamiento: sabían desde hace años cuándo empezaría la Tercera Invasión.

Entonces otro pensamiento cruzó su mente. Si la comunicación instantánea funciona no importa a qué distancia, entonces incluso podríamos hablar con la flota invasora que enviamos contra el planeta natal de los fórmicos justo después de la Segunda Invasión. Si nuestras naves se acercaban a la velocidad de la luz, la diferencia de tiempo relativo complicaría la comunicación pero, puestos a imaginar milagros, sería muy sencillo de resolver. Sabremos si nuestra invasión de su mundo ha tenido éxito o no momentos después. Si la comunicación es realmente potente, con mucha amplitud de banda, FlotCom podría incluso ver la batalla, o al menos ver una simulación de la batalla y…

Una simulación de la batalla. Así pues, cada nave de la flota expedicionaria envía su posición en todo momento. Luego el sistema de comunicación recibe esos datos y los suministra a un ordenador y lo que sale es… la simulación con la que hemos estado practicando.

Nos estamos entrenando para comandar naves en combate, no aquí en el sistema solar, sino a años luz de distancia. Envían a los pilotos y los capitanes, pero los almirantes que les darán las órdenes siguen todavía aquí. En FlotCom. La generación de comandantes que tanto habían anhelado eran ellos, sin duda.

Aquel descubrimiento lo dejó boquiabierto. Apenas se atrevía a creerlo, y sin embargo tenía mucho más sentido que cualquier otro de los escenarios plausibles. Para empezar, explicaba a la perfección por qué entrenaban a los niños con naves antiguas. La flota que tendrían a sus órdenes había sido lanzada hacía décadas, cuando aquellos antiguos diseños eran la tecnología más innovadora.

No nos sacaron a toda prisa de la Escuela de Batalla y la Escuela Táctica porque la flota insectora estuviera a punto de llegar a nuestro sistema solar. Tienen prisa porque nuestra flota está a punto de llegar al mundo de los insectores.

Era lo que decía Nikolai. No se puede descartar lo imposible, por que nunca sabes cuál de tus suposiciones sobre lo que era posible podría resultar ser falsa en el universo real. A Bean no se le había ocurrido esta explicación sencilla y racional porque había aceptado que la velocidad de la luz limitaba el viaje y la comunicación. Pero el técnico había dejado escapar una diminuta parte del velo que cubría la verdad, y como Bean por fin encontró un modo de abrir su mente a la posibilidad, ahora sabía el secreto.

En algún momento del entrenamiento, en cualquiera, sin la menor advertencia, sin decirles siquiera que lo hacían, accionarían el interruptor y estaremos comandando naves de verdad en una batalla de verdad. Creeremos que es un juego, pero estaremos librando una guerra.

Y no nos lo dicen porque somos niños. Piensan que no podremos soportarlo, saber que nuestras decisiones causarán muerte y destrucción. Que cuando perdemos una nave, mueren hombres de verdad. Lo mantienen en secreto para protegernos de nuestra propia compasión.

Excepto a mí. Porque ahora lo sé.

El peso de todo aquello cayó de pronto sobre él y empezó a respirar entrecortadamente. Ahora lo sé. ¿Cómo cambiará eso la forma en que juego? No puedo dejarlo, eso es todo. Ya lo hacía lo mejor posible…, pero saber esto no me hará trabajar más duro o jugar mejor. Al contrario, podría provocar que lo hiciera peor. Me podría hacer vacilar, me podría hacer perder la concentración. A lo largo del entrenamiento, habían aprendido que ganar depende de poder olvidarlo todo, menos lo que estaban haciendo en ese momento. Podías tener todas las naves en la cabeza a la vez… pero sólo si cualquier nave que ya no importara pudiera ser bloqueada por completo. Si pensaban en hombres muertos, en cuerpos despedazados a quienes el frío vacío del espacio les arrancaba el aire de los pulmones, ¿quién podría seguir jugando el juego sabiendo que esto era lo que significaba en realidad?

Los profesores tenían razón al mantener el secreto. Ese técnico debería de pasar por la corte marcial por haberme dejado ver detrás de la cortina.

No puedo decírselo a nadie. Los otros niños no deberían saberlo. Y si los profesores saben que yo lo sé, me retirarán del juego.

Así que tengo que fingir.

No. Tengo que no creerlo. Tengo que olvidar que es verdad. No es verdad. La verdad es lo que siempre nos han estado diciendo. La simulación ignora simplemente la velocidad de la luz. Nos entrenan con naves viejas porque las nuevas están todas en activo y no pueden malgastarse. La lucha para la que nos estamos preparando es para repeler a los invasores fórmicos, no para invadir su sistema solar. Esto había sido sólo un sueño loco, puro autoengaño. Nada viaja más rápido que la luz, por lo que la información no puede ser transmitida a una velocidad superior.

Además, si realmente enviamos una flota invasora hace tanto tiempo, no necesitan a niños pequeños para que la comanden. Mazer Rackham debe de estar con esa flota, no es posible que la hubieran lanzado sin él. Mazer Rackham está todavía vivo, preservado por los cambios relativistas del viaje cercano a la velocidad de la luz. Tal vez para él sólo han pasado unos pocos años. Y está preparado. Nosotros no somos necesarios.

Bean calmó su respiración. Los latidos de su corazón se tranquilizaron. No puedo dejarme llevar por fantasías como ésa. Me sentiría avergonzado si alguien supiera qué teoría tan estúpida he elaborado en sueños. Ni siquiera puedo considerarlo un sueño. El juego es el mismo de siempre.

La diana sonó por el intercomunicador. Bean se levantó de la cama (el camastro de abajo, esta vez) y se unió con toda la normalidad posible al grupo de Crazy Tom y Hot Soup, mientras Fly Molo se guardaba para sí su hosquedad matutina y Alai rezaba sus oraciones. Bean fue al comedor y comió como solía hacerlo. Todo era normal. No significaba nada no poder descargar sus tripas a la hora normal, que la barriga le doliera todo el día, y que a la hora del almuerzo se sintiera algo mareado. Era sólo la falta de sueño.

A los tres meses de su estancia en Eros, el trabajo con los simuladores cambió. Habría naves directamente bajo su control, pero también habría otras a quienes tendrían que dictar sus órdenes, además de usar los controles para hacerlo manualmente.

—Como en combate —dijo su supervisor.

—En combate, conoceríamos quiénes son los oficiales que sirven a nuestras órdenes —dijo Alai.

—Eso importaría si dependierais de ellos para que os suministren información. Pero no es el caso. Toda la información necesaria se transmite a vuestro simulador y aparece en la pantalla. Así que debéis dar vuestras órdenes oralmente además de manualmente. Asumid que seréis obedecidos. Vuestros profesores monitorizarán las órdenes que deis para ayudaros a aprender a ser explícitos e inmediatos. También tendréis que dominar la técnica de hablar continuamente entre vosotros y pasar a dar órdenes a unas naves determinadas. Es bastante sencillo. Girad la cabeza a izquierda o derecha para hablar unos con otros, lo que os resulte más cómodo. Pero cuando vuestra cara mire directamente a la pantalla, vuestra voz será transmitida a la nave o escuadrón que hayáis seleccionado con el control. Y para controlar todas las naves a la vez, la cabeza al frente y encoged la barbilla, así.

—¿Qué pasa si alzamos la cabeza? — preguntó Shen.

Alai se adelantó al profesor.

—Entonces estás hablando con Dios.

Después de que las risas se apagaran, el profesor dijo:

—Casi acertaste, Alai. Cuando alcéis la barbilla para hablar, estaréis hablando con vuestro comandante.

Varios hablaron a la vez.

—¿Nuestro comandante?

—No pensaréis que os entrenamos a todos para ser comandantes supremos a la vez, ¿no? Por el momento, asignaremos a uno de vosotros al azar para que sea comandante, sólo para practicar. A ver… el pequeño. Tú. Bean.

—¿Se supone que soy el comandante?

—Sólo para las prácticas. ¿No os parece bien? ¿Acaso los demás no le obedeceréis en batalla?

Los otros respondieron al profesor con desdén. Por supuesto que les parecía bien; Bean era un colega muy competente. Lo seguirían, por supuesto.

—Pero claro, nunca ganó una batalla cuando era comandante de la Escuadra Conejo —replicó Fly Molo.

—Excelente. Eso significa que tendréis delante el desafío de hacer que este pequeño se convierta en un ganador, a pesar de sí mismo. Si no pensáis que esto es una situación militar real, no habéis estudiado historia con la atención necesaria.

Así pues, Bean se encontró al mando de los otros diez niños de la Escuela de Batalla. Fue divertido, claro, porque ni él ni los demás creyeron ni por un momento que la elección del profesor hubiera sido al azar. Ellos sabían que Bean era mejor que nadie en el simulador. Petra fue quien lo dijo un día después de las prácticas:

—Demonios, Bean, creo que tienes todo esto tan claro en la cabeza que podrías cerrar los ojos y seguir jugando.

Era casi verdad. No tenía que mirar aquí y allá para ver dónde estaban todos. Lo tenía todo memorizado.

Tardaron un par de días en hacerlo bien, recibir órdenes de Bean, así como transmitir sus órdenes oralmente además de por medio de los controles. Al principio cometieron muchos errores, cabezas en posiciones equivocadas, de manera que comentarios, preguntas y órdenes iban a destinatarios equivocados. Pero pronto llegaron a hacerlo por instinto.

Bean insistió entonces en que se turnaran para ser comandante.

—Necesito practicar el recibir órdenes igual que ellos —dijo.

Y aprender cómo cambiar la posición de mi cabeza para hablar hacia arriba y hacia los lados.

El profesor accedió y, un día después, Bean ya dominaba la técnica tan bien como cualquiera.

El hecho de que los otros niños ocuparan el sillón maestro también fue positivo en otro aspecto. Aunque nadie lo hizo demasiado mal para quedar en ridículo, estaba claro que Bean era más vivo y más rápido que ningún otro, con una mayor capacidad para desarrollar situaciones y dilucidar lo que oía y recordar lo que todo el mundo había dicho.

—No eres humano —dijo Petra—. ¡Nadie podría hacer lo que tú haces!

—Soy tan humano como el que más —dijo Bean tímidamente—, Y conozco a alguien que puede hacerlo mejor que yo.

—¿Quién es?

—Ender.

Todos guardaron silencio un instante.

—Sí, bueno, pero no está aquí—dijo Vlad.

—¿Cómo lo sabes? — repuso Bean—. Por lo que nos han dicho, ha estado aquí todo el tiempo.

—Eso es una estupidez —aseguró Dink—. ¿Por qué no lo harían practicar con nosotros? ¿Por qué mantenerlo en secreto?

—Porque a ellos les gustan los secretos —respondió Bean—. Y tal vez porque le están proporcionando un entrenamiento diferente. Y tal vez porque es como Sinterklaas, nos lo traerán como un regalo.

—Y tal vez no sabes ni de lo que hablas —dijo Dumper.

Bean se rió, sin más. Naturalmente, sería Ender. Este grupo era para Ender. Todas las esperanzas descansaban en él. El motivo por el que colocaban a Bean en la posición maestra era porque Bean era el sustituto. Si Ender sufría un ataque de apendicitis en mitad de la guerra, le pasarían los controles a Bean. Sería Bean quien empezaría a dar ordenes, a decidir qué naves serían sacrificadas, qué hombres morirían. Pero hasta entonces, sería decisión de Ender, y para Ender sólo sería un juego. Nada de muertes, nada de sufrimiento, nada de temor, nada de culpa. Sólo… un juego.

Definitivamente, es Ender. Y cuanto antes, mejor.

Al día siguiente, su supervisor les dijo que Ender Wiggin iba a ser su comandante a partir de esa tarde. Cuando los niños no mostraron ninguna sorpresa, preguntó por qué.

—Porque Bean ya nos lo había dicho.

—Quieren que averigüe cómo has conseguido información interna, Bean. — Graff contemplaba desde el otro lado de la mesa al niño extremadamente pequeño que estaba sentado frente a él, inexpresivo.

—No tengo ninguna información interna —dijo Bean.

—Sabías que Ender iba a ser el comandante.

—Lo
deduje
—dijo Bean—. No fue tan difícil. Mire quiénes somos. Los mejores amigos de Ender. Los jefes de batallón de Ender. El es el hilo común. Había un montón de otros niños que podrían haber traído ustedes aquí, probablemente tan buenos como nosotros. Pero ésos son los que seguirían a Ender al espacio sin un traje siquiera, si él nos dijera que es necesario hacerlo.

—Bonito discurso, pero tienes antecedentes como fisgón.

—Cierto. ¿
Cuándo
podría fisgar aquí? ¿Cuándo estamos alguna vez solos? Nuestras consolas son solamente terminales estúpidos y nunca vemos a nadie que se conecte, así que no puede decirse que pueda tomar otra identidad. Sólo hago lo que me dicen que haga todos los días. Ustedes se empeñan en que los niños somos estúpidos, aunque nos eligen porque somos muy, muy listos. Y ahora se sienta ahí y me acusa de haber tenido que robar información que cualquier idiota podría deducir.

—Cualquiera no.

—Era sólo una manera de hablar.

—Bean —dijo Graff—. Creo que me estás tomando el pelo.

—Coronel Graff, aunque eso fuera cierto, que no lo es, ¿qué más da? Descubrí que Ender iba a venir. Vigilo en secreto sus sueños. ¿Y qué? Vendrá de todas formas, estará al mando, será brillante, y luego todos nos graduaremos y yo me sentaré en el sillón de mando de una nave en alguna parte y daré órdenes a los adultos con mi vocecita infantil hasta que se harten de escucharme y me arrojen al espacio.

—No me importa que supieras que es Ender. No me importa que lo dedujeras.

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