—Bean, no quiero hablar.
—Yo sí —dijo Bean—. Es algo de lo que tenemos que hablar. Por el bien del equipo.
—¿Es eso lo que somos?
—Petra, conoces lo peor que he hecho en mi vida. Aquiles era peligroso. Yo lo sabía, y sin embargo me marché y dejé a Poke a solas con él. Ella murió por eso. Y el recuerdo me quema cada día. Cada vez que empiezo a sentirme feliz, recuerdo a Poke, pienso en que le debo la vida, y en que podría haberla salvado. Cada vez que amo a alguien, temo traicionarlo como la traicioné a ella.
—¿Por qué me estás contando esto, Bean?
—Porque traicionaste a Ender y creo que eso no te deja vivir.
Sus ojos destellaron de furia.
—¡No es cierto! ¡Es a ti, a quien no deja vivir!
—Petra, lo admitas o no, cuando trataste de parar a Ender en el pasillo aquel día, es imposible que no supieras lo que estabas haciendo. Te he visto en acción, eres lista, lo ves todo. En ciertos aspectos, eres el mejor comandante táctico del grupo. Es absolutamente imposible que no vieras que los matones de Bonzo estaban en el pasillo, esperando darle una paliza a Ender, ¿y tú qué hiciste? Tratar de detenerlo, de apartarlo del grupo.
—Y tú me detuviste a mí —dijo Petra—. Así que resuelto, ¿no?
—Tengo que saber por qué.
—No tienes que saber una mierda.
—Petra, tendremos que luchar hombro con hombro algún día. Tenemos que poder confiar uno en el otro. No confío en ti porque no sé por qué hiciste eso. Y ahora tú no confiarás en mí porque sabes que no confío en ti.
—Oh, qué enmarañada tela tejemos.
—¿Qué demonios significa eso?
—Mi padre lo decía. Oh, qué enmarañada tela tejemos cuando practicamos por primera vez el engaño.
—Exacto. Desenmaráñala para mí.
—Tú eres el que está tejiendo una tela para mí, Bean. Sabes cosas que no dices a los demás. ¿Crees que no lo veo? Así que quieres que restaure mi confianza en mí misma, pero no me dices nada útil.
—Te abrí mi alma.
—Me hablaste de tus
sentimientos
—lo dijo con completo desdén—. Muy bien, es un alivio saber que los tienes, o al menos saber que crees que merece la pena fingir tenerlos, nadie está seguro de eso. Pero lo que nunca nos dices es qué demonios ocurre aquí. Creemos que lo sabes.
—Sólo he hecho suposiciones.
—Los profesores te facilitaron una información en la Escuela de Batalla que ninguno de nosotros sabía. Conocías los nombres de todos los niños de la escuela, y sabías cosas sobre nosotros, sobre todos nosotros. Sabías cosas que no tenías por qué saber.
A Bean le sorprendió que el acceso especial del que había gozado no le hubiera pasado desapercibido a Petra. ¿Había sido descuidado? ¿O era aún más observadora de lo que pensaba?
—Me introduje en los datos de los estudiantes —dijo Bean.
—¿Y no te pillaron?
—Creo que sí. Desde el principio. Desde luego, más tarde lo supieron.
Entonces le contó cómo había elegido la lista de la Escuadra Dragón.
Ella se tumbó en el camastro y miró al techo.
—¡Los elegiste tú! ¡Todos esos rechazados y aquel puñado de novatos, tú los elegiste!
—Alguien tenía que hacerlo. Los profesores no lo hacían bien.
—Así que Ender tuvo a los mejores. No los convirtió en los mejores, ya lo eran.
—Los mejores que no estaban ya en otras escuadras. Soy el único que era un novato cuando se formó la Dragón y ahora pertenece a este equipo. Tú, Shen, Alai, Dink y Carn no estabais en la Dragón, y obviamente erais de los mejores. La Dragón ganó porque eran buenos, sí, pero también porque Ender sabía qué hacer con ellos.
—Sigue volviendo patas abajo todo mi universo.
—Petra, esto ha sido un intercambio.
—¿Ah, sí?
—Explícame por qué no fuiste una judas en la Escuela de Batalla.
—Fui una judas —declaró Petra—. ¿Qué te parece esa explicación?
Bean estaba asqueado.
—¿Y lo sueltas así sin más? ¿Sin vergüenza?
—¿Eres estúpido o qué? — preguntó Petra—. Estaba haciendo lo mismo que hiciste tú, tratar de salvar la vida de Ender. Sabía que Ender había sido entrenado para el combate, y aquellos matones no. Yo también había recibido entrenamiento. Bonzo había hecho enfurecer a aquellos tipos, pero lo cierto es que no les caía muy bien, sólo los había vuelto contra Ender. Así que si recibían unos cuantos palos contra Ender, allí en el pasillo donde la Escuadra Dragón y otros soldados pudieran interponerse, donde Ender me habría tenido a su lado en un espacio limitado, de modo que sólo unos pocos nos podrían haber atacado a la vez… supuse que Ender se llevaría algún golpe, una hemorragia en la nariz, pero saldría con bien. Y todos aquellos pedazos de carne con ojos se darían por satisfechos. La furia de Bonzo sería agua pasada. Estaría solo otra vez. Y Ender estaría a salvo de algo peor.
—Apostaste fuerte a tu habilidad como luchadora.
—Y a la de Ender. Los dos éramos bastante buenos, y estábamos en una forma excelente. ¿Y sabes qué? Creo que Ender entendió lo que hacía, y el único motivo por el que no siguió adelante fuiste tú.
—¿Yo?
—Vio que te metías en todo ese embrollo. Te habrían roto la cabeza, eso estaba claro. Así que tuvo que evitar la violencia entonces. Lo que significa que, por tu causa, lo asaltaron al día siguiente, cuando fue peligroso de verdad, porque Ender estaba completamente solo, sin ningún refuerzo.
—Entonces, ¿por qué no explicaste esto antes?
—Porque tú eras el único, además de Ender, que sabía que yo lo estaba ayudando, y no me importaba lo que pensaras entonces, y ahora tampoco me importa mucho.
—Fue un plan estúpido —dijo Bean.
—Era mejor que el tuyo —respondió Petra.
—Bueno, supongo que cuando miras el resultado, nunca sabremos lo estúpido que era tu plan. Pero sí que sabemos que el mío se fue a hacer puñetas.
Petra le dirigió una sonrisa breve y falsa.
—Ahora, ¿confías otra vez en mí? ¿Podemos volver a la íntima amistad que nos ha unido durante tanto tiempo?
—¿Sabes una cosa, Petra? No deberías mostrarte tan hostil conmigo. De hecho, es una pérdida de tiempo, porque soy el mejor amigo que tienes aquí.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Porque yo soy el único de esos niños que ha elegido jamás a una niña como comandante.
Ella hizo una pausa. Le dirigió una mirada inexpresiva y luego dijo:
—Ya hace mucho tiempo que superé eso. Soy una niña, y punto.
—Pero ellos no. Y sabes que no lo han hecho. Sabes que nunca ha dejado de molestarles el hecho de que no seas realmente uno de los chicos. Son tus amigos, sí, al menos Dink lo es, pero todos te aprecian. Por lo demás, ¿cuántas niñas había en la Escuela de Batalla, una docena? Y excepto tú, ninguna de ellas eran soldados de primera fila. No te tomaron en serio.
—Ender sí —aclaró Petra.
—Y yo también. Todos los demás saben lo que sucedió en el pasillo. No es ningún secreto. Pero ¿sabes por qué no han tenido esta conversación contigo?
—¿Porqué?
—Porque todos pensaron que eras una idiota que no se dio cuenta de lo cerca que estuviste de que se cargaran a Ender. Yo soy el único que se mostró lo suficientemente respetuoso contigo para advertir que nunca habrías cometido un error tan estúpido por accidente —añadió Bean.
—¿Se supone que debo sentirme halagada por eso?
—Se supone que debes de dejar de tratarme como un enemigo. Eres una marginada dentro del grupo, casi tanto como yo. Y cuando haya que combatir de verdad, necesitarás a alguien que te tome tan en serio como tú te tomas a ti misma.
—No me hagas favores.
—Me marcho.
—Ya era hora.
—Y cuando pienses en esto y te des cuenta de que tengo razón, no tienes que disculparte. Lloraste por Poke, y eso nos convierte en amigos. Puedes confiar en mí, y yo puedo confiar en ti, y eso es todo.
Ella empezó a replicar mientras él se alejaba, y Bean no oyó qué decía. Petra era así: tenía que hacerse la dura. A Bean no le importaba. Sabía que se habían dicho todo lo que debían decirse.
La Escuela de Mando estaba en FlotCom, y el emplazamiento de FlotCom era un secreto muy bien guardado. La única forma de averiguar dónde estaba ubicado era que te destinaran allí, y muy pocas personas que habían estado en aquel lugar habían vuelto jamás a la Tierra.
Justo antes de llegar, los chicos tuvieron una reunión informativa. FlotCom estaba en el asteroide errante Eros. Y a medida que se aproximaban, se dieron cuenta de que realmente estaba dentro del asteroide. En la superficie apenas asomaba la estación de atraque. Subieron a la lanzadera, que les recordó a los autobuses escolares, y tardaron cinco minutos en alcanzar la superficie. Allí la lanzadera se internó en lo que parecía una cueva. Un tubo serpentino se acercó a la lanzadera y la rodeó por completo. Salieron del vehículo casi en gravedad cero, y una fuerte corriente de aire los absorbió como una aspiradora hacia las entrañas de Eros.
Bean supo de inmediato que este lugar no había sido construido por manos humanas. Los túneles eran demasiado bajos, e incluso habían sido claramente elevados después de la construcción inicial, ya que las paredes más bajas eran lisas y sólo el medio metro superior mostraba marcas de herramientas. Los insectores erigieron esa obra, probablemente cuando preparaban la Segunda Invasión. Lo que una vez fue su base de avanzadilla era ahora el centro de la Flota Internacional. Bean trató de imaginar la batalla que sería preciso librar para tomar este lugar: los insectores escabullándose por los túneles, la infantería avanzando con explosivos de baja potencia para quemarlos… Destellos de luz. Y entonces la limpieza, arrastrar los cadáveres de los fórmicos fuera de los túneles y convertirlos poco a poco en un habitáculo humano.
Así es como conseguimos nuestra tecnología secreta, pensó Bean. Los insectores tenían máquinas generadoras de gravedad. Descubrimos cómo funcionaban y construimos máquinas propias, y las instalamos en la Escuela de Batalla, y donde eran imprescindibles. Pero la F.I. nunca anunció el hecho, porque la gente se habría asustado si supiera lo avanzada que era la tecnología de los insectores.
¿Qué más aprendieron de ellos?
Bean advirtió que los niños incluso se encorvaban un poco para pasar por los túneles. El techo estaba al menos a dos metros, y ningún de los niños era tan alto, pero las proporciones eran demasiado dispares para que los humanos se sintieran cómodos, así que los techos de los túneles parecían opresivamente bajos, listos para desplomarse. Debía haber sido aún peor cuando llegaron por primera vez, antes de que elevaran los techos.
Ender viviría aquí. Lo odiaría, claro, porque era humano. Pero también usaría el lugar para penetrar en la mente de los insectores que lo construyeron. No es que se pudiera comprender realmente una mente alienígena. Pero este lugar proporcionaba una oportunidad decente de intentarlo.
Los niños fueron distribuidos en dos habitaciones; Petra tenía un cuarto más pequeño para ella sola. Todo estaba aún más desnudo que la Escuela de Batalla, y nunca podían escapar a la frialdad de la piedra que los rodeaba. En la Tierra, la piedra había parecido siempre sólida. Pero en el espacio, adoptaba un aspecto poroso. Había agujeros por todas partes, y Bean no podía dejar de sentir que el aire escapaba constantemente. Aire que salía, y frío que entraba, y quizás algo más, las larvas de los insectores que roían como lombrices la piedra sólida, que salían por la noche de los agujeros cuando la habitación estaba a oscuras, para reptar sobre sus frentes y leer sus mentes y…
Entonces se despertó, con la respiración entrecortada, la mano agarrada a la frente. Apenas se atrevió a moverla. ¿Había reptado algo por encima?
Su mano estaba vacía.
Quiso volver a dormir, pero faltaba demasiado poco tiempo para el toque de diana. Se quedó allí, pensando. Qué pesadilla tan absurda… No podía haber ningún insector vivo allí. Pero algo le daba miedo. Algo le daba mala espina, y no sabía muy bien qué era.
Recordó una conversación con uno de los técnicos que atendía los simuladores. El de Bean se había estropeado durante la práctica, así que de pronto los puntitos de luz que representaban a sus naves moviéndose a través del espacio tridimensional quedaron fuera de su control. Para su sorpresa, no se perdieron en la dirección de las últimas órdenes que dio. En cambio, empezaron a agruparse, a unirse, y luego cambiaron de color mientras pasaban al control de otro.
Cuando el técnico llegó para sustituir el chip que había reventado, Bean le preguntó por qué las naves no se detenían o seguían a la deriva.
—Es parte de la simulación —explicó el técnico— Lo que se simula aquí no es que tú seas el piloto o el capitán de estas naves. Eres el almirante, y por eso dentro de cada nave hay un capitán simulado y un piloto simulado. De este modo, cuando tu contacto se interrumpe, actúan como haría la gente de verdad si perdiera el contacto. ¿Ves?
—Parece muy complicado.
—Mira, hemos tenido un montón de tiempo para trabajar con estos simuladores. Son exactamente igual que un combate.
—Excepto el desfase temporal —dijo Bean.
El técnico pareció aturdido durante un instante.
—Oh, claro. El desfase temporal. Bueno, es que eso no merece la pena programarlo.
Y se marchó.
Era aquel momento de aturdimiento lo que molestaba a Bean. Esos simuladores eran tan perfectos como lo permitían los avances tecnológicos,
exactamente
igual que un combate, y sin embargo no incluían el desfase temporal que se producía con las comunicaciones que viajaban a la velocidad de la luz. Las distancias que se simulaban eran tan grandes que la mayor parte del tiempo tendría que haber al menos un leve desfase entre una orden y su ejecución, y a veces debería ser de varios segundos. Pero no habían programado ningún desfase de ese tipo. Todas las comunicaciones se trataban como si se efectuaran al momento. Y cuando Bean preguntó al respecto, el profesor que los entrenaba eludió la pregunta.
—Es una simulación. Ya habrá tiempo de sobra para acostumbrarse al desfase de la velocidad de la luz cuando os entrenéis con las naves de verdad.
Eso parecía el típico pensamiento militar estúpido incluso a estas alturas, pero Bean advirtió que era, sencillamente, una mentira. Si programaban la conducta de pilotos y capitanes cuando las comunicaciones se cortaban, bien podrían haber incluido con toda sencillez el desfase temporal. El motivo de que estas naves trabajaran su simulación con respuestas instantáneas era porque se trataba de una simulación perfecta de las condiciones que encontrarían en el combate.