—¿Y tú, Bean? — preguntó Ambul. Sonreía, pero con cierta sorna—. ¿Estás preparado para comandar una flota?
—No lo sé. Depende de si quieren ganar —respondió Bean, sonriente.
—Ahí está el tema, Bean —dijo Ambul—. A los soldados no les gusta perder.
—Y por eso la derrota es un profesor mucho más fuerte que la victoria.
Ellos lo oyeron. Reflexionaron. Algunos asintieron.
—Si sobrevives —añadió Bean. Y les sonrió.
Ellos les devolvieron la sonrisa.
—Os di lo mejor que se me ocurrió daros durante esta semana. — confesó Bean—. Y aprendí de vosotros todo lo que pude aprender. Gracias.
Se levantó y los saludó como un militar.
Ellos le devolvieron el saludo.
Bean se marchó. Y se dirigió a los barracones de la Escuadra Ka.
—Nikolai acaba de recibir sus órdenes —le dijo un jefe de pelotón.
Por un instante, Bean se preguntó si Nikolai iría a la Escuela Táctica con él. Su primer pensamiento fue: no, no está preparado. Su segundo pensamiento fue: ojalá pudiera venir. El tercero: vaya amigo que soy, pensando primero que no se merece ser ascendido.
—¿Qué órdenes? — preguntó.
—Le han dado una escuadra. Demonios, ni siquiera era jefe de batallón aquí. Apenas llegó la semana pasada.
—¿Qué escuadra?
—La Conejo. — El jefe de pelotón miró de nuevo el uniforme de Bean—. Oh, supongo que va a sustituirte.
Bean se echó a reír y se dirigió a la habitación que acababa de abandonar.
Nikolai estaba dentro con la puerta abierta. Parecía desconcertado.
—¿Puedo pasar?
Nikolai alzó la cabeza y sonrió.
—Dime que has venido a recuperar tu escuadra.
—Tengo un consejo que darte. Intenta ganar. Ellos piensan que es importante.
—No pude creerme que hubieras perdido los cinco combates.
—¿Sabes?, para ser una escuela donde ya no se anotan las victorias, todo el mundo sigue la cuenta.
—Yo te sigo la pista a ti.
—Nikolai, ojalá pudieras venir conmigo.
—¿Qué ocurre, Bean? ¿Ya ha llegado el momento? ¿Están aquí los insectores?
—No lo sé.
—Venga ya, tú siempre lo sabes todo.
—Si los insectores vinieran de veras, ¿os dejarían a todos vosotros aquí en la estación? ¿U os enviarían a la Tierra? ¿U os evacuarían a algún oscuro asteroide? No lo sé. Algunas cosas apuntan a que el final debe de estar muy cerca ya. Otras parecen indicar que no va a suceder nada importante cerca de aquí.
—Entonces tal vez vayan a lanzar una enorme flota contra el mundo de los insectores y vosotros vais a crecer durante el viaje.
—Tal vez —dijo Bean—. Pero el momento de lanzar esa flota fue justo después de la Segunda Invasión.
—Bueno, ¿y si no han descubierto hasta ahora dónde se hallaba el mundo insector?
Bean se quedó helado.
—No se me había ocurrido —dijo—. Quiero decir, deben de haber enviado señales a casa. Todo lo que teníamos que hacer era rastrear en esa dirección. Seguir la luz, ya sabes. Es lo que dicen los manuales.
—¿Y si no se comunican por medio de luz?
—La luz tarda un año en recorrer un año luz, pero sigue siendo más rápida que ninguna otra cosa.
—Ninguna otra cosa que conozcamos —dijo Nikolai,
Bean se le quedó mirando.
—Oh, lo sé, es una estupidez. Las leyes de la física y todo eso Es que… ya sabes, sigo pensando, eso es todo. No me gusta descartar nada sólo porque sea imposible,
Bean se echó a reír.
—Mierda, Nikolai. Tendría que haber dejado que tú hablaras más y yo menos cuando dormíamos uno enfrente del otro.
—Bean, sabes que no soy ningún genio.
—Todos somos genios aquí, Nikolai.
—Yo soy de los más corrientes.
—Entonces tal vez no seas ningún Napoleón, Nikolai. Tal vez sólo eres un Eisenhower. No esperes que llore por ti.
Ahora le tocó a Nikolai el turno de echarse a reír.
—Te echaré de menos, Bean.
—Gracias por ayudarme a enfrentarnos a Aquiles, Nikolai.
—Ese tipo era como una pesadilla.
—Y que lo digas.
—Y me alegra que llevaras a los demás también. Itú, Ambul, Crazy Tom… yo pensaba que nos vendría bien usar a otros seis más, y Aquiles estaba colgando de aquel cable. Con tipos como ése, uno comprende por qué inventaron la horca.
—Algún día —dijo Bean—, me necesitarás como yo te necesite a ti. Y yo estaré allí.
—Lamento no haberme unido a tu escuadrón, Bean.
—Tenías razón. Te lo pedí porque eras mi amigo, y pensaba que necesitaba uno, pero tendría que haber sido un amigo también, y ver que era lo que tú necesitabas.
—Nunca volveré a dejarte tirado.
Bean rodeó a Nikolai con sus brazos. Nikolai lo abrazó a su vez.
Bean recordó el momento en que abandonó la Tierra. El abrazo de sor Carlotta, Y el análisis que realizó. Esto es lo que ella necesita, ni me cuesta nada. Por tanto, la abrazaré.
Bean ya no era ese niño.
Tal vez porque pude resarcir a Poke, después de todo. Demasiado tarde para ayudarla, pero conseguí que su asesino confesara. Hice que pagara algo, aunque nunca podrá ser suficiente.
—Ve a reunirte con tu escuadra, Nikolai —dijo Bean—. Yo tengo que tomar una nave.
Vio salir a Nikolai por la puerta y supo, con un intenso retortijón de pesar, que nunca volvería a ver a su amigo.
Dimak se encontraba en la habitación del mayor Anderson.
—Capitán Dimak, fui testigo de cómo el coronel Graff soportaba sus constantes quejas, su resistencia a sus órdenes, y no paraba de pensar: puede que Dimak tenga razón, pero yo nunca toleraría esa falta de respeto si estuviera al mando. Lo tumbaría de espaldas y escribiría «insubordinado» en unos cuarenta sitios en su expediente. Pensé que debería decírselo antes de que formule su queja.
Dimak parpadeó.
—Adelante, estoy esperando.
—No es tanto una queja como una pregunta.
—Entonces formule su pregunta.
—Creí que había que elegir a un equipo que fuera igualmente compatible con Ender y con Bean.
—La palabra «igualmente» no se ha empleado jamás, por lo que puedo recordar. Pero aunque así fuera, ¿se le ha ocurrido que tal vez fuera imposible? Podría haber elegido a cuarenta niños brillantes que se habrían sentido orgullosos y ansiosos de servir a las órdenes de Andrew Wiggin. ¿Cuántos estarían
igualmente
orgullosos y ansiosos de servir a las órdenes de Bean?
Dimak no tenía ninguna respuesta para eso.
—Tal como yo lo analizo, los soldados que elegí para que fueran en ese destructor son los estudiantes que están emocionalmente más cercanos y responden mejor a Ender Wiggin, y son a la vez los doce mejores comandantes de la escuela. Esos soldados no sienten tampoco ninguna animosidad particular hacia Bean. Así que si los ponen a sus órdenes, probablemente lo harán lo mejor que puedan.
—Nunca le perdonarán no ser Ender.
—Supongo que ése será el desafío de Bean. ¿A quién más podría haber enviado? Nikolai es amigo de Bean, pero estaría fuera de onda. Algún día estará preparado para la Escuela Táctica, y luego Mando, pero todavía no. ¿Y qué otros amigos tiene Bean?
—Se ha ganado mucho respeto.
—Y lo perdió de nuevo cuando perdió sus cinco encuentros.
—Le he explicado por qué él…
—¡La humanidad no necesita explicaciones, capitán Dimak! ¡Necesita vencedores! Ender Wiggin tiene el fuego para ganar. Bean es capaz de perder cinco combates seguidos como si eso no importara.
—No importaba. Aprendió de ellos lo que le era necesario.
—Capitán Dimak, veo que estoy cayendo en la misma trampa en la que cayó el coronel Graff. Ha cruzado usted la línea que separa al profesor del abogado. Le retiraría la custodia de Bean, si no fuera porque el hecho ya es irrelevante. Voy a enviar a los soldados que he decidido. Si Bean es de verdad tan brillante, encontrará un medio de trabajar con ellos.
—Sí, señor.
—Si le sirve de consuelo, recuerde que Crazy Tom fue uno de los que Bean eligió para que oyeran la confesión de Aquiles. Crazy Tom
acudió
, lo cual sugiere que, cuanto mejor conocen a Bean, más en serio se lo toman.
—Gracias, señor.
—Bean ya no es su responsabilidad, capitán Dimak. Lo ha hecho bien con él. Lo felicito por ello. Ahora… vuelva al trabajo.
Dimak saludó.
Anderson saludó.
Y Dimak se marchó.
En el destructor
Cóndor
, la tripulación no tenía ni idea de qué hacer con esos niños. Todos conocían la Escuela de Batalla, y tanto el capitán como el piloto se habían graduado en ella. Pero después de la conversación de rigor (¿En qué escuadra estabas? Oh, en mis tiempos la Rata era la mejor, la Dragón era un desastre, cómo cambian las cosas, o todo sigue igual), no hubo nada más que decir.
Sin las preocupaciones compartidas de ser comandantes de escuadra, los niños pasaron a sus grupos naturales de amigos. Dink y Petra habían cultivado su amistad casi desde sus comienzos en la Escuela de Batalla, y eran tan veteranos que ninguno trató de penetrar ese círculo cerrado. Alai y Shen habían estado en el primer grupo de novatos de Ender, y Vlad y Dumper, que habían comandado los batallones B y E y eran probablemente quienes más adoraban a Ender, estaban siempre con ellos. Crazy Tom, Fly Molo, y Hot Soup ya eran un trío en la Escuadra Dragón. A nivel personal, Bean no esperaba que lo incluyeran ninguno de esos grupos, pero tampoco que lo excluyeran de un modo particular. Crazy Tom, al menos, se mostraba muy respetuoso hacia él, y a menudo dejaba que participase en sus conversaciones. Si Bean pertenecía a alguno de los grupos, era al de Crazy Tom.
El único motivo por el que le molestaba la división en grupos era que habían sido reunidos claramente, no elegidos al azar. La confianza tenía que crecer entre todos ellos, con fuerza si no con igualdad, pero habían sido elegidos para Ender (cualquier idiota se daba cuenta de ello) y no era asunto de Bean sugerir que jugaran todos a los juegos de a bordo, que aprendieran juntos, que hicieran cualquier cosa juntos. Sí Bean trataba de asegurar algún tipo de liderazgo, sólo crearía más murallas de las que ya existían entre él y los demás.
Sólo había una persona del grupo que Bean pensaba que no encajaba allí. Y no podía hacer nada al respecto. Al parecer, los adultos no hacían a Petra responsable de su cuasitraición a Ender que tuvo lugar en el pasillo la noche antes de la pelea a vida o muerte entre Ender y Bonzo. Pero Bean no estaba tan seguro. Petra era una de los mejores comandantes, lista, capaz de formarse una visión muy amplia del escenario, ¿Cómo podía haberse dejado engañar por Bonzo? Naturalmente, no podía esperar que éste acabara con Ender. Pero había sido descuidada, al menos, y en el peor de los casos había estado jugando a algún tipo de juego que Bean no comprendía del todo. Así que siguió recelando de ella, lo cual no era nada bueno. Pero la desconfianza que le inspiraba era innegable.
Bean pasó los cuatro meses de viaje casi siempre en la biblioteca de la nave. Ahora que habían salido de la Escuela de Batalla, estaba casi seguro de que no lo espiaban con tanta insistencia. Así que ya no tenía que elegir su material de lectura pensando en las conclusiones que sacarían los profesores a partir de las obras seleccionadas.
No leyó nada de historia o teoría militar. Ya había leído a todos los escritores importantes y a muchos de menor talla, y conocía las campañas importantes del derecho y del revés, desde ambos bandos. Lo tenia todo almacenado en su memoria para evocarlo cada vez que lo necesitara. Lo que le faltaba era la imagen global. Cómo funcionaba el mundo. Historia política, social, económica. Qué les sucedía a las naciones cuando no estaban en guerra. Cómo iniciaban y terminaban las guerras. Cómo les afectaba la victoria y la derrota. Cómo se formaban y se rompían las alianzas.
Y, lo más importante de todo, pero lo más difícil de encontrar: qué estaba pasando en el mundo de hoy en día. La biblioteca del destructor sólo tenía la información actualizada hasta que atracó por fin en la Lanzadera Interestelar (LIS), donde dispuso de una lista autorizada documentos para descargar. Bean podía solicitar más información, pero eso implicaría que el ordenador de la biblioteca determinaría los requisitos y utilizaría la banda ancha de comunicaciones que luego habría que justificar. Se darían cuenta, y se preguntarían por qué este niño estudiaba asuntos que no eran de su incumbencia.
Sin embargo, por lo que pudo encontrar a bordo, le resultó posible recomponer la situación básica en la Tierra, y llegar a algunas conclusiones. Durante los años anteriores a la Primera Invasión, varias potencias mundiales habían buscado, mediante la combinación de terrorismo, golpes «quirúrgicos», operaciones militares limitadas, y sanciones económicas, boicots y embargos, ganar por la mano o amenazar con firmeza, o simplemente expresar su ira nacional o ideológica. Cuando aparecieron los insectores, China acababa de emerger como la potencia mundial dominante, económica y militarmente, después de haberse reunificado por fin como democracia. Los norteamericanos y europeos jugaban a ser los «hermanos mayores» de China, pero el equilibro económico había cambiado finalmente.
No obstante, lo que Bean veía como la fuerza impulsora de la historia era el resurgente Imperio Ruso. Donde los chinos simplemente daban por hecho que eran y deberían ser el centro del universo, los rusos, guiados por una serie de ambiciosos demagogos y generales autoritarios, consideraban que la historia los había despojado de su justo lugar, siglo tras siglo, y era hora de que eso terminara. Por eso Rusia forzó la creación del Nuevo Pacto de Varsovia, que devolvió sus fronteras efectivas a la cima del poder soviético… y más allá, puesto que entonces Grecia era su aliada, y una intimidada Turquía quedó neutralizada. Europa estaba a punto de ser neutralizada, y el sueño ruso de la hegemonía desde el Pacífico al Atlántico por fin estaba a su alcance.
Entonces llegaron los fórmicos y sembraron un reguero de destrucción por toda China que causó cien millones de muertos. De repente, los ejércitos de tierra parecieron triviales, y las cuestiones de competencia internacional fueron pospuestas.
Pero eso era sólo superficial. De hecho, los rusos usaron su dominio de la oficina del Polemarca para construir una red de oficiales en puestos clave por toda la flota. Todo estaba en su sitio para que el enorme poder aprovechara el momento en que fueran derrotados insectores… o antes, si pensaban que sería ventajoso para ellos. Por extraño que pareciera, los rusos declaraban abiertamente sus intenciones: siempre lo habían hecho. No tenían ningún talento para la sutileza, pero lo compensaban con una sorprendente testarudez. Cualquier negociación tardaba décadas. Y mientras tanto, su penetración en la flota era casi total. Las fuerzas de infantería leales al Estrategos quedarían aisladas, incapaces de llegar a los lugares donde eran necesarias porque no habría naves para transportarlas.