Pero no tan bien para el resto de nosotros. No es que seas nuestro padre o algo así. Más bien un hermano, y lo que pasa con los hermanos es que uno se turna para cuidar al otro. A veces es preciso sentarte y ser el que se encarga de la custodia.
Fly Molo los condujo de vuelta a los barracones. Bean los siguió, deseando poder ir con Ender, asegurarle que estaba completamente de acuerdo, que lo comprendía. Pero eso era patético, advirtió. ¿Por qué debería preocuparle a Ender si lo comprendo o no? Sólo soy un crío, un miembro de su escuadra. Me conoce, sabe cómo utilizarme, pero ¿qué le importa lo que sé de él?
Bean se subió a su camastro y encontró una tira de papel en él.
Traslado
Bean
Escuadra Conejo
Comandante.
Esa era la escuadra de Carn Carby. ¿Lo iban a relevar del mando? Era un buen tipo… no un gran comandante, pero ¿por qué no podían esperar a que se graduara?
Porque habían acabado con esa escuela, por eso. Están promocionando a todo el mundo que piensan que necesita alguna experiencia de mando, y gradúan a otros estudiantes para dejarles sitio. Puede que yo esté con la Escuadra Conejo, pero apuesto a que no por mucho tiempo.
Sacó su consola, con la intención de conectar como ^Graff y comparar las listas. Para descubrir qué había ocurrido con sus compañeros.
Pero la clave ^Graff no funcionó. Al parecer, ya no consideraban permitir que Bean conservara su acceso interno.
Al fondo de la sala, los niños mayores chismorreaban. Bean oyó la voz de Crazy Tom alzarse por encima de las demás.
—¿Quieres decir que tengo que averiguar cómo debo derrotar Escuadra Dragón?
La noticia pronto fue voz común. Los jefes de batallón y segundos habían recibido todos órdenes de traslado. Cada uno de ellos recibía el mando de una escuadra. Dragón había sido desmantelada.
Unos cinco minutos más tarde, Fly Molo condujo a los otros jefes de batallón y se encaminaron todos hacia la puerta, pasando entre lo camastros. Era obvio: tenían que decirle a Ender lo que los profesores le habían hecho ahora.
Pero para sorpresa de Bean, Fly se detuvo ante su camastro y lo miró, y luego miró a todos los demás jefes de batallón que tenía detrás.
—Bean, alguien tiene que decírselo a Ender.
Bean asintió.
—Pensamos… ya que eres su amigo…
Bean no dejó que su rostro mostrara ninguna expresión, pero estaba aturdido. ¿Yo? ¿Amigo de Ender? No más que cualquier otro de esa habitación.
Entonces se dio cuenta. En esta escuadra, Ender gozaba del amor y la admiración de todo el mundo. Y todos sabían que contaban con la confianza de Ender. Pero sólo Bean había entrado en el círculo de confianza de Ender, cuando le concedió el mando de su pelotón especial. Y cuando Ender quiso dejar de jugar, fue a Bean a quien entregó su escuadra. Bean era lo más parecido a un amigo que habían visto que tuviera Ender desde que recibió el mando de la Dragón.
Bean miró a Nikolai, que sonreía de oreja a oreja. Nikolai lo saludó y silabeó la palabra «comandante».
Bean le devolvió el saludo a Nikolai, pero no pudo sonreír, consciente del daño que haría a Ender. Miró a Fly Molo y asintió, y luego saltó de la cama y salió por la puerta.
Sin embargo, no fue directamente a la habitación de Ender. Se dirigió a la de Carn Carby. Nadie respondió. Así que fue al barracón los Conejos y llamó a la puerta.
—¿Dónde está Carn? — preguntó..
—Graduado —dijo Itú, el jefe del batallón A de los Conejos— Lo descubrió hará cosa de media hora.
—Tuvimos una batalla.
—Ya lo sé. Dos escuadras a la vez. Vencisteis, ¿no?
Bean asintió.
—Apuesto a que Carn no fue el único que se graduó pronto.
—Un montón de comandantes — respondió Itú —. Más de la mitad.
—¿Incluido Bonzo Madrid? Quiero decir, ¿se graduó?
—Eso es lo que decía la nota oficial. — Itú se encogió de hombros— Todo el mundo sabe que, en cualquier caso, lo más probable es que Bonzo fuera despedido. Quiero decir, ni siquiera han puesto en la lista de su destino. Sólo «Cartagena». Su ciudad natal. ¿Eso no es ser despedido, eh? Pero deja que los profesores lo llamen como quieran.
—Apuesto a que el total de graduados fueron nueve — observó Bean— —¿No?
—Sí. Nueve. ¿Así que sabes algo?
—Malas noticias, creo — dijo Bean. Le mostró a Itú su orden de traslado.
—Santa
merda
— dijo Itú, Entonces saludó. Fue un saludo desprovisto de sarcasmo, y también de entusiasmo.
—¿Te importaría informar a los demás? Dales la posibilidad de acostumbrarse a la idea antes de que yo aparezca, ¿quieres? Tengo que hablar con Ender. Tal vez ya sabe que le han quitado a toda su cúpula de mando y les han dado escuadras propias. Pero si no, tengo que decírselo.
—¿
Todos
los jefes de batallón de los Dragones?
—Y todos los segundos.
Pensó en decir: lamento que Conejo tenga que cargar conmigo. Pero Ender nunca habría dicho nada así. Y si Bean iba a ser comandante, no podía empezar con una disculpa.
—Creo que Carn Carby tenía una buena organización —dijo Bean—. Así que no espero cambiar a ninguno de los jefes de batallón durante la primera semana, hasta que vea cómo van las cosas en la práctica y decida en qué forma estamos para el tipo de batallas que vamos a librar a partir de ahora, ya que la mayoría de los comandantes son niños entrenados en la Dragón.
Itú lo comprendió de inmediato.
—Tío, eso va a ser raro, ¿no? Ender os entrena a todos, y ahora tenéis que luchar unos contra otros.
—Una cosa está clara —dijo Bean—. No tengo ninguna intención convertir a la Escuadra Conejo en una copia de la Dragón. No somos los mismos niños y no lucharemos contra los mismos oponentes. Conejo es una buena escuadra. No tenemos que copiar a nadie.
Itú sonrió.
—Aunque eso sea una chorrada, señor, es una chorrada de primera categoría. La transmitiré.
Saludó.
Bean le devolvió el saludo. Luego corrió hacía las habitado Ender.
El colchón, las sábanas y la almohada de Ender estaban en medio del pasillo. Por un momento, Bean se preguntó por qué. Entonces vio que las sábanas y el colchón estaban todavía húmedas y ensangrentadas. Agua de la ducha de Ender. Sangre de la cara de Bonzo. Al parecer Ender no los quería en su cuarto.
Bean llamó a la puerta.
—Márchate —dijo Ender en voz baja.
Bean volvió a llamar. Y otra vez más.
—Pasa —ordenó Ender.
Bean abrió la puerta.
—Márchate, Bean.
Bean asintió. Comprendía su reacción. Pero tenía que entregar su mensaje. Así que se miró los zapatos y esperó a que él le pidiera qué quería. O le gritara. Lo que Ender quisiera hacer. Porque los otros jefes de batallón estaban equivocados. Bean no tenía ninguna relación especial con Ender. No fuera del juego.
Ender no dijo nada. Y siguió sin decir nada.
Bean levantó la cabeza y vio que Ender lo miraba. No estaba furioso. Sólo… miraba. ¿Qué ve en mí?, se preguntó Bean. ¿Hasta que punto me conoce? ¿Qué piensa de mí? ¿Qué significo ante sus ojos?
Eso era algo que probablemente Bean no sabría nunca. Y había ido allí para otra cosa. Era hora de cumplir con su misión.
Dio un paso hacia Ender. Volvió la mano, de manera que la orden de traslado quedó visible. No se la ofreció a Ender, pero sabía que Ender la vería.
—¿Te han trasladado? — preguntó Ender. Se lo soltó sin entonación alguna, como si se lo esperara.
—A la Escuadra Conejo.
Ender asintió..
—Carn Carby es un buen tipo. Espero que reconozca lo que vales.
Esas palabras fueron para Bean como una bendición, la bendición que tanto había anhelado. Se tragó la emoción que crecía en su interior. Todavía faltaba por transmitir una parte de su mensaje.
—Carn Carby se ha graduado hoy —dijo Bean—. Recibió la notificación mientras nosotros librábamos nuestra batalla.
—Bien —dijo Ender—. ¿Quién va a comandar entonces la Conejo?
No parecía interesado, pero era la pregunta que cabía formular en ese momento.
—Yo — dijo Bean. Estaba cortado; una sonrisa asomó a sus labios por sorpresa.
Ender miro al cielo y asintió.
—Naturalmente. Después de todo, sólo tienes cuatro años menos de lo normal.
—No tiene gracia —dijo Bean—. No sé qué está pasando aquí —excepto que el sistema parecía funcionar a base de puro pánico—. Todos los cambios en el juego. Y ahora esto. No soy el único trasladado ¿sabes? Han graduado a la mitad de los comandantes y han trasladado a un montón de los nuestros para que comanden sus escuadras.
—¿Quiénes?
Ahora Ender sí parecía interesado.
—Parece que… todos los jefes de batallón y todos los ayudantes.
—Naturalmente. Si deciden destruir mi escuadra, la harán pedazos. Hagan lo que hagan, son concienzudos.
—De todas formas vencerás, Ender. Todos lo sabemos. Crazy Tom dijo: «¿Quieres decir que tengo que averiguar cómo derrotar a la Es cuadra Dragón?»
Sus palabras le sonaban vacías incluso a él. Quería parecer animoso, pero sabía que no podría engañar a Ender. Aun así, continuó farfullando.
—No pueden hacerte esto, han roto…
—Ya no hay nada que hacer.
Han roto la confianza, quiso decir Bean. No es lo mismo. Tú no estas roto.
Ellos
sí. Pero todo lo que salió por su boca fueron palabras vacías y vacilantes:
—No, Ender, no pueden…
—Ya no me importa su juego, Bean — aseveró Ender —. No voy a seguir jugándolo. No más prácticas. No más batallas. Pueden poner sus tiritas de papel en el suelo todo lo que quieran, pero no iré. Lo decidí antes de salir por la puerta hoy. Por eso hice que tú entraras primero. No creí que funcionaria, pero no me importaba. Sólo quería largarme con estilo.
Lo se, pensó Bean. ¿Crees que no lo sabía? Pero si se trata de estilo, desde luego lo tienes.
—Tendrías que haber visto la cara de William Bee. Se quedó allí tratando de averiguar cómo había perdido cuando tú sólo tenías siete que podían mover los dedos de los pies, mientras que él sólo tenía a tres que no.
—¿Por qué debería querer ver la cara de William Bee? — dijo Ender—. ¿Por qué querría derrotar a nadie?
Bean sintió el calor de la vergüenza en su rostro. No tenía que haber dicho eso. Pero tampoco sabía lo que era más adecuado. Algo que hiciera que Ender se sintiera mejor. Para que comprendiera cuánto lo amaban y honraban.
Sólo que el amor y el honor eran parte de la carga que Ender soportaba. No había nada que Bean pudiera decir que no la hiciera más pesada. Así que permaneció en silencio.
Ender se frotó los ojos.
—Lastimé a Bonzo con ganas hoy, Bean. Lo lastimé de veras.
Por supuesto. Todo esto no es nada. Lo que pesa sobre Ender es esa pelea terrible en el cuarto de baño. La pelea que sus amigos, su escuadra, no hicieron nada por impedir. Y lo que le dolía no era el peligro que corrió, sino el daño que provocó al defenderse.
—Se lo merecía —dijo Bean. Sus propias palabras lo sorprendieron. ¿Era lo mejor que podía ofrecer? Pero ¿qué más podía decir? «Tranquilo, Ender. Naturalmente, a mí me pareció que estaba muerto, y probablemente soy el único niño de esta escuela que sabe qué aspecto tiene la muerte, pero… ¡tranquilo! ¡Se lo merecía!»
—Lo golpeé de pié —dijo Ender—. Fue como si estuviera muerto, allí de pie. Y seguí golpeándolo.
Así que lo sabía. Y sin embargo… no lo sabía del todo. Y Bean no iba a decírselo. Había momentos en que era preciso ser completamente sincero con los amigos, pero éste no era uno de ellos.
—Sólo quería asegurarme de que no volviera a hacerme daño.
—No lo hará —aseguró Bean—. Lo enviaron a casa.
—¿Ya?
Bean le contó lo que había dicho Itú. Mientras tanto, le pareció que Ender intuía que estaba ocultando algo. Sin duda, era imposible engañar a Ender Wiggin.
—Me alegro de que lo graduaran —dijo Ender.
Menuda graduación. Iban a enterrarlo, o a incinerarlo, o lo que hicieran ahora con los cadáveres en España.
España. Pablo de Noches, que le había salvado la vida, era español. Y ahora un cadáver volvía allí, un niño que se volvió asesino en su razón, y murió por ello.
Debo estar divagando, pensó Bean. ¿Qué importa que Bonzo fue español y Pablo de Noches también? ¿Qué importa que nadie sea nada?
Mientras esos pensamientos pasaban por la mente de Bean, se esforzó en hablar como alguien que no sabía nada, tratando de tranquilizar a Ender pero sabiendo que si Ender creía que no sabía nada, entonces sus palabras carecían de significado, eran pura mentira.
—¿Es verdad que tenía a un grupo entero de chicos esperándote?
Bean quiso salir corriendo de la habitación. Qué falso resultaba todo, incluso para sí mismo.
—No —dijo Ender—. Sólo estábamos él y yo. Luchó con honor.
Bean se sintió aliviado. Ender se había replegado tanto en sí mismo que ni siquiera advertía lo que Bean estaba diciendo, lo falso que era.
—Yo no luché con honor. Luché para ganar.
Sí, eso es, pensó Bean. Luchaste de la única manera que merece la pena luchar, de la única manera que tiene sentido.
—Y ganaste. Lo sacaste de órbita —dijo. Era lo que más se acercaba a la verdad.
Llamaron a la puerta. Se abrió inmediatamente, sin esperar una respuesta. Antes de que Bean pudiera volverse para ver de quién se trataba, supo que era un profesor: si hubiera sido un niño, Ender no habría alzado tanto la cabeza.
El mayor Anderson y el coronel Graff.
—Ender Wiggin —dijo Graff.
Ender se puso en pie.
—Sí, señor.
La calma mortal había regresado a su voz.
—Tu ataque de furia en la sala de batalla hoy ha sido una insubordinación y no debe volver a repetirse.
Bean no podía creer lo estúpido que resultaba todo aquello. Después de lo que había pasado Ender, de lo que los profesores le habían hecho pasar, ¿tenían que seguir jugando con él este juego opresivo? ¿Para hacerle sentir completamente solo incluso en ese momento? Esos tipos eran implacables.
Ender respondió con otro átono: «Sí, señor.» Pero Bean estaba harto.
—Creo que es hora de que alguien le diga a los profesores cómo s sentimos por lo que han estado haciendo.
Anderson y Graff hicieron como si no hubieran oído. En cambio, Anderson le tendió a Ender una hoja de papel. No una tira de traslado. Un conjunto de órdenes completo. Ender iba a ser trasladado de la escuela.