Read La soledad del mánager Online

Authors: Manuel Vázquez Montalbán

La soledad del mánager (16 page)

BOOK: La soledad del mánager
12.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Vaya horas! ¿Un incendio?

—Un salmis de pato.

—¿Qué?

—He guisado un salmis de pato. El bicho no es muy grande, pero no me lo voy a comer solo.

—¡Si son las dos y media de la madrugada! —Un salmis de pato.

—¿Pato joven? —Un patito.

—¿De confianza?

—De absoluta confianza.

—Vete abriendo las botellas de vino que voy para allá.

O Carvalho regresó a su casa con excesiva lentitud o el gestor corrió empujado por el fresco húmedo y la resurrección del apetito, lo cierto es que, cuando se reunieron, Carvalho no había tenido tiempo de descorchar la botella de Montecillo. Dejó Fuster sobre la mesa de cocina un cestillo del que era portador, lleno de frutos secos de Villores, de miel sin refinar de Villores y unas extrañas pastas pertenecientes a la familia cultural de las pastas secas populares en cuya composición entra necesariamente el huevo y la almendra.

—Estas pastas las ha hecho mi cuñada. Son de Villores.

—Me lo temía.

—Después del pato, nada mejor que unas avellanas con miel y una pasta para acabar de empapar el guiso en el estómago.

Abre el gestor el horno y retira la fina nariz estremecida de placer mientras cierra los ojos.

—Te has superado a ti mismo.

Una ensalada de apio refresca las fauces de los dos hombres antes de lanzarse sobre el aromático salmis.

—Aquí hay una contribución fundamental de Villores. Le has puesto trufa.

—Sí.

—Eso no es ortodoxo. En el salmis no se pone trufa.

—Se pone lo que a uno le sale de los cojones del alma.

—Ah, bueno. Eso sí.

Dos vasitos de orujo frío trataron de abrir el muro de Berlín creado en el estómago de los comensales.

—Como este
trou normand
no surta efecto, esta noche va a dormir mi tía.

Se acaricia el gestor el estómago con ternura.

—Estás loco. Bueno. Estamos locos. Son las cuatro.

—Si quieres dormir bien, vomita. Lo importante es haber comido el plato. Digerirlo es completamente accesorio e inútil.

—Iré despacito a casa y si no me duermo en cinco minutos pensaré en la cocina de un restaurante de Londres donde hice de pinche cuando estudiaba y seguro que vomitaré. Casi me vienen ganas sólo con mencionarla. Gracias, Pepe. Has devuelto una noche a mi vida. La hubiera pasado tontamente durmiendo y la he llenado de vida.

Quan ve la nit i espandeix ses tenebres,

pocs animáls no cloen les palpebres

i los malalts creixen en llur dolor.

Mi paisano Ausias March no hubiera escrito estos versos de haber tenido un vecino como tú.

En soledad de nuevo, Carvalho nota como si los objetos se le acercaran, protegiéndole o asfixiándole.

—Biscuter. Ya sé que es una putada a estas horas, pero es importante. ¿No ha llamado?

—No ha llamado. No dormía, jefe. Para estar pendiente del teléfono me había puesto a leer un libro que usted tenía en el fondo de la estantería. Es muy triste pero lo paso bomba.

—¿Qué lees?


Corazón
. Oiga, he leído un cuento que se parece mucho al serial de la tele, «Marco». Se parece, pero no es lo mismo. He llorado, jefe. ¿No se me nota en la voz? Luego otro. La historia del tamborcillo sardo, ¿la recuerda? Qué cabronada, jefe. Debía de ser un niño como el tambor del Bruch. Oiga, ¿verdad que el tambor del Bruch no muere?

—Mientras toca el tambor, no. Pero después se murió con toda seguridad.

—Ahora estoy en cuando se muere la madre de Garrone. Otra putada. Es muy bonito el libro, pero aquí se muere hasta el apuntador.

30

En alguna época algún diseñador debió pensar que puesto que Catalunya trataba de reconstruir su razón de ser en los terrenos de la política y la cultura, no había ningún motivo para no hacerlo en el de la decoración, y urdió el plan de inventarse un supuesto estilo rural renacentista que reuniera la supuesta sobriedad del gusto de una raza y la ligereza práctica requerida por los muebles modernos. Surgió así un estilo de mobiliario renaixentista de una indudable gracia aunque con más traiciones genealógicas que un perrillo cuyo tatarabuelo fue cruce de avispa y perro lobo. Ya desde el recibidor, el piso de Alemany era una declaración de principios. Sobre una bandera catalana, las fotos enmarcadas de Maciá, Companys y Tarradellas, los tres presidentes de la Generalitat de Catalunya en el siglo XX. Muy cerca de la foto de Maciá, un marco convierte en reliquia y proclama una carta autógrafa de Companys dirigida al dueño de la casa:
«Estimat Alemany, em fa dir el nostre amic Rodoreda que vosté esta malalt…»

Una carta cariñosa que responde a la manía de protocolarios afectos de nuestros mayores. La carta cobra vigencia actual cuando la señora Alemany, veinte años más joven que su marido octogenario, le habla en voz queda y le dice que Alemany está enfermo, muy enfermo. Delgado hasta la piel y el hueso, de una exagerada pulcritud en la piel blanca y el cabello canoso bien peinado a pesar del roce de las altas almohadas, respirando por la boca y con los ojos aguileños examinantes de Carvalho, Alemany le invita a sentarse junto a la cama. Mira a su mujer una sola vez y ella se marcha diríase que con precipitación. Luego el anciano mira a Carvalho exigiéndole urgencia y el detective le explica el motivo de su visita. ¿Jaumá recurrió recientemente a él en relación con la Petnay? ¿Por qué? ¿Era algo importante? No responde el anciano. Le repite Carvalho que viene de parte de la viuda Jaumá y la mirada de aguilucho se dulcifica, cierra los ojos como para ablandarla aún más, traga saliva moviendo una nuez casi ruidosa y un leve temblor indica que se pone en tensión para hablar, como las bombas hidráulicas tiemblan suavemente segundos antes de que el agua empiece a salir por el grifo.

—El señor Jaumá, yo le llamo señor Jaumá desde que murió su padre, con el que me unía una gran amistad, era de Vidreras, un pueblo de Gerona cercano al mío. Yo soy de Santa Cristina de Aro. El señor Jaumá, digo, se asustó cuando vio que los números del balance que yo había hecho no cuadraban y en cambio el balance oficial de la empresa sí.

—¿Qué diferencia había?

—Doscientos millones. Sí, sí. No se asombre. Doscientos millones.

—¿Era la primera vez?

—No. Déjeme hablar. Eso iba a decirle. No era la primera vez. Desde 1974 los balances que yo hacía y los que hacía la Petnay no coincidían. Pero la diferencia no era tan grave: cinco, seis, millones. Cada vez el señor Jaumá informó a la central para que se abriera una investigación. Los dos primeros años le respondieron que todo se había aclarado. Pero este año la cantidad era terrible. Yo aconsejé al señor Jaumá que se asesorase por más contables porque yo mismo estaba asustado de la responsabilidad que contraía. Me hizo repasar cinco veces mis cálculos. Siempre salían esos doscientos millones.

—¿Qué dijo la Petnay?

—Yo sólo sé lo que me dijo el señor Jaumá. Me llamó por teléfono y me dijo: «Alemany, no se preocupe. Todo está aclarado.» Fue una semana antes de su muerte.

—¿Después de morir Jaumá no contó usted a nadie su descubrimiento?

—Era un secreto profesional y amistoso entre el señor Jaumá y yo.

—¿Tiene usted copia de su trabajo?

—Como si no la tuviera. Sólo la pondría en manos del hermano mayor del señor Jaumá y haciéndole jurar, entiéndalo bien, jurar, que nunca lo emplearía en contra de su hermano.

—Pero ese dinero no se lo quedaba Jaumá.

—Claro que no.

—¿No relacionó la muerte de Jaumá con la desaparición de ese dinero?

—Claro que lo pensé. Pero como en este país hay tanta basura, tanta basura acumulada bajo la dictadura de aquel…
brétol!…
de aquel
pòtol!

Los insultos en catalán habían surgido de sus labios como disparos de obús y le habían prestado la energía suficiente para despegar la cabeza de la almohada con la ayuda de unos músculos delgados, blancos, quebradizos, que pronto cedieron y dejaron caer la cabeza, pero no la ira del anciano.

—Dejé pasar unos días y vi que se daba una explicación. Bueno. Aquello sí que no era cosa mía. Si hubiera aparecido por en medio cuestión de dinero, de la administración de la empresa, entonces sí que habría ido allí Oriol Alemany y les hubiera dicho cuatro cosas. Luego me puse enfermo. Tengo ochenta y seis años y aún llevo cuatro contabilidades. Mire. Allí están los libros.

Sobre la mesilla
renaixença
cuatro enormes libros Debe y Haber, un cuaderno de contabilidad de gruesas tapas de cartón lila, una pluma estilográfica Waterman de diseño anterior a la guerra civil, una goma de borrar tinta, lápices con la punta recién hecha.

—Por la tarde, cuando se me despeja la cabeza, mi mujer me pone la tabla de encarar de la costura y aún trabajo un ratito hasta que se me cansa el pulso. Me moriré cuando no tenga nada que hacer. Hace un momento ha llamado el señor Robert para preguntarme cómo tengo las cuentas. Me llama cada día. No es que me meta prisa. Es que sabe que me anima. Ya había llevado la contabilidad de su padre, un auténtico industrial de los de antes de la guerra. Era de la Lliga, pero no de los que se marcharon a Burgos. Yo le avalé varias veces durante la guerra y cuando ya vi que un día u otro por mucho aval que yo le hiciera le irían a buscar y harían una barbaridad, fui a verle y le dije: «Señor Robert, puedo conseguir un coche y le llevo hasta Camprodón. Luego ya sé cómo hacerle pasar la montaña.» Siempre nos habíamos entendido a las mil maravillas porque los dos éramos catalanistas de verdad. Él de la Lliga y yo de la Unió Socialista de Comorera, pero catalanes los dos, catalanes de verdad. No se fió el señor Robert de que salieran bien las cosas y días después apareció muerto por ahí, en un descampado cerca de Horta. La viuda lo ha repetido siempre: ¡Ay, Alemanyl ¡Si le hubiera hecho caso! ¿Me entiende? No ha sido cliente mío todo el que ha querido, sino los que he querido yo, y más que clientes han sido amigos, porque un contable si es solamente un mercenario, malo.

Se baja las ropas de la cama y sobre el pecho del pijama aparece un escudo de oro del Barcelona F. C. Con un ojo mira a Carvalho, con el otro el escudo.

—Si no fuera por los
bandarres
que se apoderaron del club después de la guerra civil. Yo fui un dirigente del Barca durante la República, cuando el Barca sí era más que un club. Porque ahora esos
brétols
, esos
pótols…
venga a decir que es más que un club. Claro que es más que un club. Es un apéndice del Valle de los Caídos hasta que no se saquen de encima la basura de la Federación Española de Fútbol. Yo lo dije en Madrid en los años treinta, a Hernández Coronado, un periodista que luego fue directivo del Atlético de Madrid, porque Dios los cría y ellos se juntan. Le dije: «Si por mí fuera, el Barca se retiraría de la Liga española y jugaría en cualquiera otra, en la de Francia o en la de Australia, me da igual.» «Hombre, Alemany, no se ponga usted así.» No se ponga usted así. No se ponga usted así. ¿Cómo había que ponerse si nos robaban un partido tras otro? En el centro sólo saben robar a todos los demás y después de la guerra querían convertirnos en un pueblo de pastores y agricultores, como Churchill con Alemania. Aunque yo con Alemania sí lo habría hecho. Ya volverán a las andadas, ya. Antes de cinco años. Los
pótols
y los
brétols
siempre se juntan y el capital extranjero ¿qué ha hecho si no apuntalar la dictadura que ha hundido a Catalunya?

—Oriol, no parlis de política que t'exaltes.
4

—Veste-n a fer punyetes!
5
Que no hable de política, me dice. ¡Todo es política!

La mujer le tiende una bandejita sin otro bagaje que una pastilla y un vaso mediado de agua. Se concentra el anciano en una meticulosa deglución de la pastilla y luego con otra mirada expulsa a la mujer de la habitación.

—Que no hable de política. Todo es política. Ahora dicen que vamos hacia la democracia. ¿De la mano de quién? Pues de los mismos charnegos que hicieron el caldo gordo al franquismo. Primero la democracia y luego las autonomías;
la mare que'ls va parir¡

—Señor Alemany. Es posible que el asunto del dinero tenga importancia para la investigación que estoy haciendo. ¿Podría contar con su testimonio?

—Llegado el momento consultaría con el hermano mayor del señor Jaumá, él es ahora el cabeza de la rama Jaumá y él tiene la responsabilidad moral de la familia. Al menos yo así lo creo.

—Le deseo que se recupere, que el Barça gane la liga y que Catalunya tenga la autonomía.

—No viviré para verlo. ¿Usted es catalán?

—No lo sé. Yo más bien diría que soy charnego.

—En Catalunya los verdaderos charnegos son algunos catalanes. Como Samaranch, Porta y otros
botiflers
que han hecho el caldo gordo al franquismo. Ésos son los charnegos de primera.

Desde la puerta, Carvalho comprueba que el anciano medita con una cierta ira interna. En el recibidor la presunta viuda tiene lágrimas en los ojos.

—Se nos va.
Està molt malaltet
6
.

—Parece muy vigoroso.

El rostro de la mujer trata de imitar las expresiones de Alemany.

—¡Es el genio! ¡El nervio lo que le aguanta! Yo creo que ha vivido tantos años para conseguir que Franco se muriera antes que él.

4.
«Oriol, no hables de política que te exaltas.»

5.
«Vete a hacer puñetas.»

6.
«Está muy enfermito.»

31

El aviso de
Martillo de Oro
era urgente, pero el líder de macarrones se estaba comiendo una tapa de berberechos sin prisas pausas, regada la tapa con un zumo de tomate. Instó a Carvalho a que se sentara.

—No me gusta la cosa.

—Qué cosa.

—El asunto del que me habló. Desde hace cuarenta y ocho horas no paran de detener amigos míos y tratan de que se coman el consumao de Vich. Me han dicho que un idiota recién estrenado ha firmado una declaración jodida. No se hace responsable directo, pero afirma que en el ambiente se dice que a Jaumá se lo cargó uno de nosotros. El próximo paso será coger a un julai desgraciado y hacerle firmar la declaración de culpabilidad. Alguien está moviendo la cosa para que quede definitivamente cerrada, vista para sentencia. Alguien con el suficiente poder como para presionar por arriba: gobernador civil, el jefe superior de Policía y así bajando hasta el portero.

BOOK: La soledad del mánager
12.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Heinrich Himmler : A Life by Longerich, Peter
The House by the Sea by May Sarton
The Ghost and the Goth by Stacey Kade
Seduce Me by Cheryl Holt
The Catbyrd Seat by Emmanuel Sullivan
The Typhoon Lover by Sujata Massey


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024