Read La soledad del mánager Online
Authors: Manuel Vázquez Montalbán
Ahora llegaba la llamada de la pescadera. Carvalho convino en que Argemí tenía razón para reírse.
—¿Qué otros avales se ha buscado?
—Una explicación total de lo ocurrido depositada en manos de un hombre de confianza.
—Muy literario. Podría hacerme cosquillas. Decía que usted me iba a salir casi gratis. Falta el casi del almuerzo al que le invito, con mucho gusto. Quisiera además invitarle a algo realmente privilegiado.
Reclamó a su excesivo criado mediante una campanilla de oro.
—La compré en Viena. Es la campanilla que utilizaba Francisco José cuando quería tirarse a Sisí. Clin clin y ella acudía como una perrita. Por favor, tráigame la botella de que le he hablado.
—¿Y Rhomberg? ¿Cómo murió?
Argemí esperó a que el criado se retirara.
—Es inútil que hable usted delante de mis criados. Les pago tan bien que asesinarían si yo se lo ordenara. ¿Rhomberg? Ha muerto, claro. Es inútil que le busquen. Aprendimos en el caso Jaumá y hemos decidido no dejar ningún rastro. No sé los detalles de su muerte, pero me consta que las personas dedicadas a servicios especiales son muy salvajes. No se andan con miramientos. Yo no los conozco. Dispongo de una red de intermediarios. Por ejemplo, ese Raspall. Inútil que usted lo busque. Es el que ha comprado el bar de la suegra de
el Cuatrero
para montar una discoteca y conserva todos los papeles de Alemany para regalárselos a la biblioteca de
ESADE
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. Claro que ya no existen los que me comprometían. Pero todo lo demás cuadra.
El criado llevaba la bandeja de plata como si fuera una parte más de su brazo en perfecto ángulo recto. Sobre la bandeja una empolvada botella de vino y dos copas de cristal de boca ancha.
—Fíjese. Es un Nuit de Saint Georges del sesenta y seis. Traje diez cajas de Francia hace hoy un año justo y el cosechero me dijo: sobre todo déjele reposar un año antes de probar una botella. Usted y yo nos merecemos beber la primera.
La abrió el criado. Argemí cogió inmediatamente el tapón y lo olió profundamente con los ojos cerrados. Luego se lo tiró a Carvalho que lo cogió al vuelo.
—Huela. Huela. Es un vino insuperable.
Carvalho se arrepintió de olerlo cuando ya había entrado en el juego.
—Dígame algo: excelente, ¿no?
El vino ocupó el vientre transparente de las copas y en su remanso adquirió coloraciones de rojo esencial, como si fuera el rojo fundamental del mundo. El criado entregó una copa a Argemí y otra a Carvalho. Saludó con la cabeza y se fue por donde había venido.
—Beba, Carvalho. Es una auténtica primicia.
Una mirada sostenía a la otra. Sólo flotaba la sonrisa sardónica de Argemí, que se fue diluyendo a medida que Carvalho vertía su copa de vino sobre la alfombra. Luego el detective se levantó, no ocultó el dolor que aún acumulaban sus músculos. Dio la espalda a Argemí. Avanzó hacia la puerta. No se volvió cuando Argemí dijo con voz serena:
—Jaumá no se merecía el sacrificio que acaba de hacer. Mil novecientos sesenta y seis fue un gran año para el vino de Borgoña.
Carvalho subió al coche. Esperó a que pasara la motocicleta para ver una vez más aquel cuerpo rubio, joven, largo, que necesitaba leche, como todo el mundo. Arrancó, rebasó la verja abierta solícitamente por el guarda, condujo maquinalmente por el camino que desembocaba en la carretera. Tenía toda la geografía de su cerebro ocupada por la expresión
la soledad del manager
, y minutos después conducía de regreso a casa mientras canturreaba esas cuatro palabras con el soporte de una música que nunca había oído antes, que nunca nadie oirá jamás.