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Authors: Luis Spota

Tags: #Drama

La plaza (26 page)

BOOK: La plaza
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—Para que nadie piense que los que van a participar en ellas llegan a componendas ilícitas con el Gobierno. Conocen cómo las gastan los políticos y…

—… pero el propio CNH demuestra que no quiere arreglo, aunque haya diálogo, al añadir que, haya o no arreglo, habrá una manifestación contra el Gobierno el día 27… ¿No es evidente que no querían, porque no les convenía, que ese diálogo ocurriera; ese diálogo que pedían a gritos en todas partes? Espere, no me interrumpa… El lunes 26, el CNH dice que las pláticas con los representantes del Gobierno se efectuarán el martes 27… Ese martes el Consejo lleva su manifestación de 300 mil personas al Zócalo y ¿qué hace? Los líderes incitan a la masa de muchachos a injuriar al Presidente, a pintar leyendas ofensivas en los muros del Palacio Nacional… y anuncian que ya no quieren hablar con nadie que no sea el Presidente de la República, allí mismo en el Zócalo, el Primero de Septiembre, a las diez de la mañana, o sea: el día y a la hora en que por ley el Presidente debe rendir su informe anual al Congreso…

—¿Y cómo Contestó el Gobierno? Mandando a los tanques a desalojar el Zócalo.

—¿Cómo hubieran respondido ustedes a semejante majadería? ¿Llevándoles café y tortas y cigarros y colchones a los casi cuatro mil huevones inmaduros y mal educados que se quedaron ‘de guardia’? El CNH llamó al desalojo un ‘nuevo acto de represión’, y respondió al día siguiente secuestrando más camiones, tratando de romper o desordenar un mitin que los burócratas habían organizado para apoyar al Gobierno…

—Eran acarreados, O iban o los cesaban. Nos consta que fueron gritando: ‘Somos borregos, beee, somos borregos’.

—… para apoyar al Gobierno, les decía, y para, también, desagraviar la bandera nacional…

—La bandera no fue agraviada. Tampoco fue invadida la Catedral, como se quiso hacer creer. El cura de turno dejó subir a los estudiantes a las torres para que tocaran las campanas…

—Con ese dato, señores, se confirma la injerencia de extraños en el Movimiento. ¿Por qué tenía que intervenir la Iglesia en un asunto político?

—La Iglesia ha estado siempre al lado de las causas libertarias de México. ¿No fueron sacerdotes nuestros grandes libertadores?

—En México, lo saben igual que yo, la Iglesia está, políticamente, del lado que le conviene.

—Si el Movimiento era obra de comunistas, de rojos, de gente atea en fin, ¿por qué habría de apoyarlo la Iglesia? Lo reaccionario, en México, es el Gobierno. ¿No es lógico suponer que a la Iglesia le hubiera sido más fácil aliarse con un su igual que no con un su opuesto?

—Permítanme exponer: al declarar el vicario general del Arzobispado que el rebato de las campanas en Catedral hecho por los estudiantes no constituía una profanación del templo, estaba dando a entender que dicho acto estudiantil, que el Movimiento, tenía el beneplácito del clero. Efectivamente, había habido indicios y rumores de que el clero, o parte del clero, estuvo participando en todos los acontecimientos con la idea de poner en crisis al Gobierno, al tiempo que, por canales discretos, ofrecía a las autoridades ‘todo su apoyo’. De esta manera creaba la posibilidad de que un Gobierno debilitado se apoyara en la Iglesia a cambio, naturalmente, de ciertas concesiones.

—Puede ser. Pero, volviendo a lo del diálogo, éste no se produjo jamás.

—Porque los estudiantes no quisieron…

—Más bien, señor, porque el Gobierno pretendía imponer sus condiciones como siempre. ¿O aceptó que el diálogo fuera televisado?

—Pruebe usted lo contrario. Pero el diálogo no se produjo no porque no le conviniera al Gobierno, sino al contrario.

—¿Quiere decir que el diálogo lo favorecía?

—Naturalmente. Un diálogo así, público, hubiera permitido conocer el rostro que cubría la máscara; conocer a los verdaderos organizadores del problema…

—¿Quiénes, según usted, eran esos organizadores?

—Eran y son y seguirán siendo los que tienen interés en que México no termine de desatarse; esos a quienes la independencia de México, la independencia en todos los órdenes, afectaría… Cualquier pretexto es bueno para que entren en acción. Nosotros les ofrecimos, en el 68, uno maravilloso…

—¿Los Juegos Olímpicos?

—Exactamente.

—La Olimpiada iba a ser un despilfarro criminal. Miles de millones de pesos tirados al caño.

—El compromiso estaba concertado. Debíamos cumplirlo. Era la gran coyuntura que utilizaban esos encubiertos, solapados enemigos del país… Nos estaban diciendo con su actitud: ´Cede a nuestro chantaje o te arruinamos tu Olimpiada’.

—En la guerra todo se vale.

—Esto era algo más innoble que una guerra. Era una traición a la patria.

—No meta usted a esa puta, la Patria, en este asunto.

—Buscaban ponerle al Gobierno un pie en el cuello… Se dijo en el mensaje presidencial que existían evidentes y reiterados propósitos de crear un clima de intranquilidad social, propicio para disturbios callejeros o para acciones de mayor envergadura, de las más encontradas y enconadas tendencias políticas e ideológicas y de los más variados intereses, en curiosa coincidencia o despreocupado contubernio…

—Ah pa’ palabrita…

—Esas gentes estaban obligando al Gobierno a tomar medidas drásticas, impopulares, pero necesarias.

—Matar a mi hijo, ¿era necesario? ¿tirar su sangre por la ciudad, era necesario, señor?

—Se recomendó a los padres de familia tener controlados a sus hijos; si no lo hicieron, allá ellos… Nosotros no queríamos que se presentara en el extranjero la imagen de un México en el que se perpetran los peores hechos; no queríamos que se creyera que seguíamos siendo violentos, irascibles, empistolados…

—¿Qué somos? ¿No es la del revólver la única ley que reconoce el Gobierno? ¿No lo probaron así los pistoleros del guante blanco esa noche del cazador que fue la del 2 de octubre en Tlatelolco?

—Los jóvenes, señora, no reciben en su hogar la educación adecuada. Es ahí donde debe buscarse la raíz de muchos problemas, de muchos descontentos. Usted, ¿sabía lo que estaba haciendo su hijo? ¿Le consta que él, a su vez, no haya matado a alguien? Porque no sólo dispararon los soldados en Tlatelolco, ustedes lo saben.

—Dispararon los agentes del guante blanco.

—Hubo francotiradores, señores.

—Sí, pero mandados por el Gobierno. Hay que leer esa acta del Ministerio Público en la que un capitán cuenta cómo se le ordenó ir a Tlatelolco, vestido de paisano, con un guante blanco que lo identificara…

—Nos estamos apartando de los hechos. Encaucemos, otra vez, la plática. Hablemos de ese ‘Diálogo’ que, según los estudiantes, no se efectuó por culpa del Gobierno; según el Gobierno, yo estaba en él y lo sé, porque los estudiantes lo rehuyeron.

—Muy temeraria es tal afirmación.

—También lo es la del Consejo Nacional de Huelga… ese mismo Consejo que se atrevió a decir que en el informe presidencial no se daban las soluciones políticas que había venido exigiendo, cuando que es público y notorio, y los remito a su lectura, que en ese informe el Presidente contestaba uno a uno, políticamente, los Seis Puntos petitorios… Pero hay, señores, un hecho que ustedes olvidan; que creo que olvidan porque ninguno lo ha mencionado…

—¿Cuál?

—El Movimiento Estudiantil no fue un movimiento popular, no tuvo repercusión nacional.

—¿Cómo negar eso? ¿Cómo negar que no fue popular un Movimiento que logró reunir manifestaciones de cien mil, trescientas mil, seiscientas mil personas a las que nadie acarreó, amenazó o pagó para que asistieran?

—Emoción pura, irracionalidad, días de fiesta de los muchachos. Eso fueron las manifestaciones. Pero arraigo, lo que se llama arraigo, no lo tuvieron… El Movimiento fue exclusivamente estudiantil; se dio, prosperó sólo en el caldo de cultivo estudiantil. No interesó a la juventud campesina, ni a la juventud obrera. No recuerdo qué filósofo dijo algo así como que la juventud es metafísica, pues carece de experiencia, ignora la realidad física. No prevee, no puede preveer, por simple falta de experiencia, las consecuencias de sus actos. Para hablar en términos concretos: la juventud ignora lo que es ganarse la vida con el producto de su trabajo. Ese filósofo, claro, se refería a la juventud privilegiada, a la juventud mantenida. Ésa es la juventud metafísica que participó en el Movimiento; la que no sabía, la que ignoraba qué es la realidad, porque nunca ha tenido tratos con ella; la que desconocía qué consecuencias iban a tener sus actos.

—Usted, en gran parte, le hizo adquirir, y a qué precio, esa experiencia…

—Decía que la juventud campesina y la juventud obrera no se añadieron al Movimiento. ¿Por qué? Porque ellas sí saben lo que es la realidad; la conocen, la tratan a diario. ¿Por qué las escuelas particulares de la ciudad se limitaron a hacer paros de solidaridad de medio día o de un día a lo sumo? Porque a los papás les cuesta la colegiatura, y
reaccionarias
como son casi todas esas escuelas, sólo consintieron en esos paros por oportunismo político. ¿Por qué las escuelas de provincia, excepto dos o tres, no se añadieron al paro? Porque la provincia es relativamente pobre, y los muchachos, si no viven la experiencia del trabajo propio, sí viven, normalmente, las angustias de los padres más que aquí en la capital. ¿No es extraño, o digno de reflexión que el Movimiento Estudiantil haya surgido, haya florecido para emplear un término cursi, en la Universidad, en el Politécnico, en la Escuela Nacional de Agricultura, planteles sostenidos por el Gobierno, precisamente por ese Gobierno que emplea después a los profesionistas y técnicos que en ellas se preparan?

—Es obligación del Gobierno mantener Universidades y politécnicos y…

—… y es igualmente obligación de los estudiantes y de los padres de los estudiantes asumir actitudes consecuentes… Al tratar de sabotear la Olimpiada estaban saboteándose a sí mismos.

—Mentira. Los estudiantes no querían sabotear la Olimpiada.

—¿Qué era, entonces, lo que buscaban armando sus bullas delante de la prensa extranjera? Ellos, o quienes los manejaban, ¿no conseguían, así, que en el mundo se nos creyera un país bárbaro?

—Y ustedes, el Gobierno, con sus tanques en las calles, sus zafarranchos de granaderos, sus asaltos a la Universidad y al Politécnico, sus persecuciones a estudiantes, ¿no ayudaban a que fuera perfectamente confirmable la imagen que de nosotros se tiene?

—Aceptemos que hubo excesos, aunque no deliberadamente provocados por el Gobierno.

—¿Por quién, entonces?

—El Gobierno, créanme, no tenía interés en fabricarse él mismo los problemas… ¿Quién, si puede evitarlo, busca un pleito dentro de su casa? ¿En qué se beneficiaba el Gobierno, estando en vísperas de su Olimpiada, con provocar conflictos o asesinar muchachos? La Olimpiada costaba mucho; necesitábamos un clima de paz y que vinieran decenas de miles de visitantes cuyo dinero serviría para amortizar los gastos… ¿Si hay balazos en las calles, si hay intranquilidad, quién va a ir a ese país? Se queda en el suyo y ve por televisión los Juegos… Y a propósito de gastos, señores, ¿se han preguntado quién pagaba la publicidad que se hacía el Movimiento en los periódicos?

—La publicidad del Movimiento se hacía con volantes, con mensajes impresos en mimeógrafo, con ‘pintas’ en bardas y paredes, a gritos… Ésos eran los medios de propaganda del Movimiento Estudiantil 68.

—O es usted un ingenuo o está ciego… Coja un papel y un lápiz. Vaya a la Hemeroteca de la Universidad. Revise los periódicos del 23 de julio al15 de septiembre de 1968, apunte el número de desplegados que el Movimiento hizo insertar; acuda después a cada diario y pregunte el precio que se pagó por cada uno y verá que en sólo setenta y cinco días, los estudiantes, ¿serían en verdad los estudiantes? gastaron casi quinientos mil pesos, cuarenta mil dólares o quién sabe cuántos rublos… Y ningún periódico de México, reaccionario o no, regala su espacio a nadie y menos a los ‘rojillos agitadores’ como los llamaban… ¿Quién, tiene uno derecho a preguntarse, quién aportó ese dinero para financiar los primeros setenta y cinco días de publicidad? ¿No les lleva a sospechar que alguien, o varios
alguienes,
soltaban la plata así de generosamente para joder al país?

—Se hacían colectas. Las escuelas pagaban una cuota…

—Les propongo, otra vez, la lectura de los ‘testimonios’ sobre el Movimiento Estudiantil de 1968 que tan copiosamente están publicándose. Los líderes del CNH revelan que las colectas apenas daban para comprar la tinta para los mimeógrafos… Alguno se queja de que las escuelas comprometidas no pagaban cuotas… ¿Intentó el Gobierno alguna vez prohibir que se publicaran esos anuncios en los que se le acusaba de crímenes, secuestros, tormentos, inhumaciones e incineraciones clandestinas? Y otro detalle significativo, señores-del-jurado: el Movimiento Estudiantil realizó seis manifestaciones. Sólo en la primera interviene la policía cuando la atacan con piedras. Las otras cinco, de las que tres llegan al Zócalo, no son estorbadas. ¿Dónde estuvo la represión? ¿dónde la brutalidad?

—Y los de Tlatelolco, ¿murieron de pulmonía?

—Discutiremos eso, a su tiempo… Estamos hablando de antes de Tlatelolco… que fue la última gran provocación, y la más trágica, de los que ansiaban llevar a México a un estado de subversión.

—Sea claro, no ambiguo. Nombres, nombres…

—Podría hablar de la CIA, del clero, de los maoístas, del Partido Comunista, de los políticos locales resentidos, de los políticos ambiciosos. A todos les convenía la subversión…

—Para que lo entendamos nosotros, ¿qué entiende usted por subversión?…

—Entiendo por subversión los actos políticos
ocultos
que tienen por objeto subvertir un régimen mediante un acto súbito y sorpresivo, que se ha preparado en secreto y mediante la conspiración. En una dictadura la subversión tiene grandes posibilidades de éxito.

—¿No es México una dictadura, no es el Presidente un dictador que ejerce sus infinitas facultades omnímodamente a lo largo de los seis años de su mandato?

—El Presidente de la República en México no es, pese a sus ilimitadas facultades, más que un siervo de la nación… Si en México hubiera dictadura la subversión estudiantil del 68 hubiera prosperado. Fracasó porque los movimientos subversivos sólo triunfan cuando responden a una necesidad popularmente sentida; no cuando son creados por agentes extraños, por los organizadores de afuera, sino por las circunstancias reales en la vida del pueblo. En cambio, la subversión fracasa cuando sus actos no responden a la necesidad o a la expectativa públicas, aunque ocasionalmente logre efímeras
victorias
por sorpresa… La democracia no se presta, por su índole, a la subversión, ya que todos los ciudadanos tienen libertad de propagar sus ideas y sus doctrinas, como en el caso de México, y no hay necesidad de subversión. ¿Quiénes, entonces, acuden a ella dentro de una democracia? En primer lugar, aquellos teorizantes ingenuos o furiosamente idealistas que se muestran incapaces de persuadir a las mayorías con sus doctrinas y que, como añadida muestra de su ingenua ignorancia de las más elementales leyes sociológicas, deben recurrir a la subversión como al único método viable para la imposición de tales ideas.

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