El hijo mayor, abrupto:
—Si lo que esos señores quieren es dinero, que lo digan.
Le ofrece el micrófono a otra hija, a la que trae en brazos una criatura quizá todavía de pecho. Es una mujer robusta. Se le ve más entera, más recta que los otros miembros de la familia:
—Lo que ha pasado con papá es obra de los comunistas… y le da la razón —casi grita—. Sí, él tenía razón en el 68 cuando quiso librar a México de esos cochinos rojillos agitadores… Él tenía razón, y se está viendo… Ahora se vengan de él… Yo creo que es el Pres
Su grito es interrumpido por una «edición» del video en el que se grabó la charla. Eso es evidente porque la continuidad del programa pierde, un instante su fluidez. Prosigue, ahora, desde el estudio:
—Es comprensible, muy comprensible, el dolor de esa familia —remarca el locutor—. Ahora sólo queda esperar el devenir de los acontecimientos. Podemos, sin embargo, aventurar un juicio: en México no prosperarán los secuestros a políticos o diplomáticos como no han prosperado los asaltos a los bancos… No está en el carácter de los mexicanos recurrir a tales reprobables tácticas de lucha a las que son proclives los maoístas, los fidelistas, los guevaristas, los troskistas, los…
Interrumpo su enumeración. En otro canal se discute, también, el tema del día. El individuo al que una rueda de reporteros somete al suplicio de una entrevista, viste uniforme; por su cara, debe ser general. Su palabra, algo torpe, lo confirma. Lo embrollado de sus ideas, permite deducir que o no sabe de qué está hablando o que lo han obligado, con preguntas astutas, a que hable de lo que no sabe.
—¿Puede haber alguna relación entre lo ocurrido el jueves y la actividad de los tupamaros?
El general arruga la frente. Rumia antes de responder. Se le mira desamparado. Suelta:
—Puede que sí, puede que no. Eso está por verse.
—¿Qué medidas ha dispuesto que se tomen para…?
—Eso es asunto nuestro, ¿no? Lo que sí quiero que digan es esto: tumaritos o no, aquí no es Cuba… Aquí se amuelan. La Revolución nos enseñó a combatir a los enemigos usurpadores de la paz interior que tantos muertos y tantos años de sacrificio nos ha costado desde 1910… Y en lo que mí se refiere, quiero decirles también que, así como El Señor Presidente nos lo demuestra todos los días con su ejemplo, yo, nosotros…
Hago girar el selector y encuentro que en una mesa redonda, cuyas preguntas encauza un hombre inteligente e imparcial, se analiza El Secuestro Político como Táctica de Lucha. Ocupa la palabra alguien que se identifica a sí mismo como Militante-del-Movimiento-de-1968: profesor universitario, ex huésped temporal de la Penitenciaría, miembro, ahora, en un puesto muy bien remunerado, de la Administración:
—… el secuestro ha sido cometido. Eso es una realidad. Ahora yo quisiera exhortar a los secuestradores a que si son mexicanos, y seguramente deben serlo, piensen en su Patria, no empañen su prestigio de país pacífico… Reflexionen: México necesita del turismo y el turismo no visita los lugares donde la violencia se produce… Quiero igualmente pedirle a los secuestradores que no derramen la sangre de un hombre indefenso, que si puede ser acusado de algo, considerado culpable de algo, es de haber cumplido con su deber… Se lo pido yo, veterano de las gloriosas jornadas del 68… Por serlo me siento con autoridad moral para solicitar que se ponga en libertad a un personaje que la historia, con la serenidad que otorga el tiempo, y no nosotros, apasionados, humanos, falibles, debe juzgar…
El moderador permite un diálogo en el que participan al mismo tiempo, cuatro o cinco de los invitados a su programa. De entre el desbordamiento verbal aíslo algunos conceptos:
—Ahora que estamos en el Umbral del Desarrollo, no debemos permitir que los inversionistas extranjeros desconfíen de la estabilidad económica y social, así mismo política, de este país, el más avanzado, sin duda, de Latinoamérica…
—El presidente debe demostrar con hechos, no nada más con frases, que el principio de autoridad no está en entredicho; que gobierna para todos, no sólo para un grupo.
Un jovencito, que debe ser importante pues con frecuencia le otorgan close-ups mientras los otros hablan, ataja (y en sus palabras se advierte innegable madurez) al que ya larga un discurso torrencial:
—El Señor Presidente ha demostrado, con los hechos que usted pide, que las armas de su Gobierno, o sus Armas de Gobierno, si lo prefiere así, son: respeto a la Constitución, respeto a las leyes que de ella emanan, respeto al ejercicio de la crítica, forma superior de libertad…
Un sujeto gordo y feo, que pasa de los cuarenta y que desentona entre sus compañeros de política, jovencísimos y vestidos a la moda, arremete:
—Tenemos nuestros propios símbolos y no necesitamos que nos los traigan de afuera… ¿Para qué Camilo Torres si está el Cura Morelos? ¿Para qué el mentado Che Guevara, que ni cubano era, si está el señor Madero?
Se le concede la palabra, al fin, al individuo con cara de boxeador imbécil que ha estado, durante mucho tiempo, pidiéndola con el índice en alto:
—Eso mismo digo yo, ¿no? ¿Para qué necesitamos santos si con nuestra querida Virgencita-de-Guadalupe-Reina-de-los-Mexicanos nos basta y nos sobra, digo, no?
Me siento fatigado, con un dolor indefinido en todo el cuerpo. Mucho me molestaría caer enfermo, de gripe o de algo peor, en estos momentos. El sueño no acude a mí. Estoy mareado, pero no lo suficiente. Por más licor que trago no consigo poner a dormir mi borrachera. Creo que antes de olvidarlo totalmente alcanzo a sacar de la memoria lo que leí, escrito o copiado por Mina, en uno de sus cuadernos:
Puedes llamarle simplemente Tú. Porque eres la que resume todos los nombres, la que se representa con todos los rostros, la que viste todas las desnudeces que recuerdo. Tú, la que es y no existe; la que sólo puede ser en la soledad, en la nostalgia; la que me burla en el sueño de las palabras; la que busco en el laberinto de la imaginación.
¿Quién puede estar a la puerta de mi casa, llamando por el interfono, con semejante altanería, a las
7 y 20
de la mañana?
—Diga.
La voz de la compulsiva viuda Hoffer informa que ha traído con ella al hombre que va a encargarse de impermeabilizar la azotea en la sección que ocupo; asimismo, que el hombre ha traído con él a sus ayudantes y, éstos, los materiales que utilizarán.
—Habíamos quedado, Frau Emma, que ese trabajo iba a hacerse la semana próxima.
—Sí, pero recuerde cómo llovió anoche. ¿Podemos pasar?
Pincho la tecla que abre, por medio de un impulso eléctrico, la puerta que da a la calle. La viuda Hoffer es una mujer necia y calamitosa, sagaz en algunos aspectos y torpe en muchos más. Tiene cierta propensión a ser acarreadora de chismes. Por ella me entero, quiera o no, de lo que ocurre en otras familias a las que también sirve. Hubiera podido decirle que se fuera con la música de sus operarios a otra parte, pero no lo hago, no lo hice ya, porque tal negativa podría estimular su curiosidad hoy que los periódicos, como anoche la radio y la TV, estarán plagados de noticias referentes al secuestro. No sé exactamente por qué me siento atrapado por esta mujer insoportable, cuya inesperada presencia trastorna mis planes, o, si no, me obliga a posponerlos. Había prometido a Kurt ir a la Oficina: no podré hacerlo mientras la vieja y los obreros anden rondándome.
La viuda Hoffer se ocupa de guardar en la perrera a Hänsel y a Gretel. Les promete una tunda si no dejan de ladrarles a los hombres que se han quedado, encogidos y a distancia, esperando que se les permita acercarse a la dependencia cuyo techo habrán de proteger. Rehusó, fingiendo que no la he visto, la mano fuerte y callosa que la mujer me ofrece.
—Frau Emma: no apruebo que haya usted traído a estos trabajadores; que no haya consultado si podía traerlos… hoy, precisamente.
Ella alza también la voz. Es una mujer de carácter. El hombre al que enterró la definía así ante mi suegro: «Es una bestia, Guillermo; una mula terca y enojona». Para que los extraños no se enteren de qué discutimos, la viuda recurre a su idioma natal; por eso suena tan duro lo que me dice, lo que le digo, lo que nos decimos:
—Me paga usted un sueldo por ser su ama de llaves. Tengo, pues, derechos y también obligaciones.
—Nadie se los niega.
—Entre mis derechos está el que se me trate cortésmente…
—¿He dejado de hacerlo alguna vez?
—… y entre mis obligaciones se encuentra la de cuidar los intereses de quien me emplea… No me interrumpa, por favor, Herr ingeniero… Debido a las lluvias que están cayendo, el techo de esos cuartos se ha remojado y está de dar lástima…
—Exagera usted.
—¿Ha subido recientemente a la azotea?
—No.
—Pues suba y por usted mismo compruebe que ésa ya no es una azotea, sino una tina de baño… Hace siglos que Félix no barre y las hojas han tapado las bajadas de agua.
—Podría haber empezado el trabajo el lunes… Hoy señora Hoffer, voy a estar ocupadísimo…
—Nadie va a quitarle el tiempo… Yo cuidaré que el maestro y sus ayudantes no ensucien nada. Sólo entrarán un momento para ver las goteras…
—No hay ninguna…
—¿Está seguro? ¿Ha revisado los techos?
—Estaba haciéndolo cuando llegó usted. No hay goteras. No-hay-go-te-ras. Con eso, Frau Hoffer, estoy diciéndole que no-quiero-tener-a-nadie-allá-dentro. Y si los señores no pueden trabajar sin entrar, págueles lo que hubieran cobrado y que se larguen…
Lo agrio de mi voz la doma un poco. Se hacen más fríos sus helados ojos de trucha. Quizá se sienta ofendida:
—Se hará como usted diga, ingeniero. Usted es el que manda; pero, le advierto: si el agua se cuela de todos modos y daña sus equipos la culpa será de usted, no mía ni de ellos. . . ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Frau Emma va a reunirse con los tres hombres que en una carretilla de mano traen, además de las que supongo sus herramientas de trabajo (rastrillos, cinceles, botes, escobas, brochas de alambre) unos grandes trozos de materia negra que podrían ser confundidos con bloques de obsidiana, aunque han de ser del chapopote que utilizarán para la impermeabilización.
Los periódicos que recojo rebosan, ahora sí, de noticias. La «cabeza» de la noticia principal va, en uno y en otro, de la primera a la octava columnas:
SE INICIA EN MÉXICO LA ERA DE LOS SECUESTROS P0LITICOS
y
ESPECTACULAR SECUESTRO:
LOS TUPAMAROS LOCALES ENTRAN EN ACCION
Las informaciones, apoyadas profusamente en fotografías del personaje, amplían, en ciertos casos aclaran, hacen comprensible con la oportunidad de la relectura, lo que dijeron ya los jefes de las dependencias policíacas que hablaron por televisión anoche: se han bloqueado todas las rutas de salida/ entrada: se siguen pistas prometedoras en la ciudad y fuera de ella: se busca, para interrogarlos, a varios de los líderes del Movimiento Estudiantil del 68 que han desaparecido de sus domicilios; se efectúan cateos en locales que ocupan partidos extremistas de izquierda: se revisan los vehículos sospechosos.
Un reportero hace saber que la policía trata de localizar a ciertos «duros» de «derecha» que propusieron tomar acción directa contra el nuevo gobierno progresista que está mostrando tendencias a desviarse de la línea conservadora a que se apega el Régimen de la Revolución desde hace seis lustros. Otro columnista cita a un vocero del Procurador y le atribuye: «Ni en éste ni en ningún otro caso se ha pedido o se ha utilizado ayuda de policías extranjeros.» (En alguna de mis cintas he transcrito este diálogo. Los agentes que nos interrogaban: tres mexicanos, dos seguramente americanos, querían saber: «¿Son comunistas?», «¿Tienen visado de los Estados Unidos? ¿Qué relación tienen con las Panteras Negras, con los Musulmanes Negros?»), «Y no necesitamos ayuda extranjera porque nuestros investigadores son tan buenos como los mejores», añade el funcionario.
Félix hace repicar la campana. Ahora se iniciará entre él y la viuda Hofíer la cotidiana disputa. Félix protestará porque los obreros han encendido una fogata para derretir el chapopote y las llamas, sin control, están lastimando uno de sus árboles de… Frau Emma dirá que Félix pretende molestarla, ya que un poco de calor no afecta a las plantas, y argumentará que si el jardinero tiene alguna reclamación que vaya a exponérsela al
ingeniero,
que fue quien autorizó estos trabajos… y seguirán así, pulla va, pulla viene, hasta que los hombres que han estado pisoteando la azotea, envileciendo el aire con sus humaredas, subiendo/bajando del techo cada cinco minutos, se larguen a las tres de la tarde (es sábado: se trabaja media jornada) y prometan volver el lunes temprano a terminar lo que hoy dejan a medias…
Y Frau Emma se va con ellos, y a las cuatro se va también Félix, y la casa, otra vez, conoce calma y silencio; soledad, y la tensión que le comunico porque ahora sí debo apresurar la ceremonia del juicio; citar en los sitios donde los recogeré a los miembros del tribunal para traerlos aquí y proceder. Precaución que no considero superflua, atraíllo a Hänsel y a Gretel y salgo a dar una vuelta por la calle para descubrir si hay vehículos, personas sospechosas; algo que me haga suponer que la policía me vigila. Si las apariencias no engañan nada parece estar fuera de lugar: los coches de los vecinos, las sirvientas de costumbre, las parejas de muchachos fumando en el interior de sus automóviles; el pastor de la iglesia que riega, igual que toda las tardes, el pequeño jardín de su casa; los dos «salchichas» del laboratorio que les gruñen a mis Doberman.
Me arriesgo a llamar desde casa a los miembros del grupo. Tengo suerte. Los encuentro a todos, de todos obtengo el informe que me interesa y tranquiliza: los ojos del gobierno aún no los espían. A cada uno le fijo hora y lugar para que nuestro encuentro se efectúe. Aguardo a que termine de oscurecer. El motor de la camioneta ha sido puesto a punto. En la grabadora caen las súplicas:
—Dénme leche… o mis pastillas… o siquiera agua. Traigan un médico… Llévense esta suciedad… Estoy enfermo… Estoy muriéndome del dolor de estómago… Sean humanos conmigo.
Admito, mientras coloco una nueva cinta en la Telefunken, que el complejo dispositivo de discreciones y falsas identidades, que armé para garantizar mi seguridad personal y protegerme de la traición o de la indiscreción de algunos de los componentes del equipo, ha dejado de ser efectivo. Al señalar para cada uno el sitio exacto donde coincidiremos esta noche, he quedado expuesto a que por temor a las represalias, por codicia (la familia ofrece un cuantioso premio a quien aporte datos que le permitan recuperar al secuestrado) o por el simple deseo de perdonar y no comprometerse, alguno avise a la gente del gobierno. Aunque podría invitar únicamente a jueves, de cuya lealtad me sobran pruebas, y con su ayuda efectuar el juicio, resuelvo no cancelar el plan original, tomar el riesgo de que se me aprehenda y concurrir a las seis citas concertadas.