Por último, cuando mencioné a la señora Trapp, el director del banco llamó en mi nombre a Martin & Martin y abandonó su despacho mientras yo hablaba. La respuesta del bufete de abogados me tranquilizó: por supuesto que habían informado a la señora Trapp de la inminente llegada de la señorita Ramsey en septiembre y, dado que ocasionalmente la señorita Saxon le había proporcionado trabajo, la señora Trapp disponía de una llave o, mejor dicho, sabía dónde se guardaba. Asimismo, los abogados habían considerado que era la persona más apropiada para preparar la casa para mi llegada. Me preguntaron si todo iba bien y si estaba satisfecha con el estado en que lo había encontrado todo. Les aseguré que sí, les di las gracias, agradecí su colaboración al señor Thorpe y luego, basándome en el boyante estado de cuentas en el banco, entré en la ferretería contigua y compré, con una sensación de disparatado placer, el primer regalo para mi nuevo hogar: un par de paños de cocina y tres trapos amarillos.
Luego emprendí el regreso. Después de recorrer un par de kilómetros por la carretera principal, mi camino se bifurcaba por desoladas carreteras vecinales que serpenteaban a la sombra de hondos barrancos cubiertos de hiedra y coronados de árboles. Aquí y allá, a la vera del camino aparecían canteras abandonadas mucho tiempo atrás, de las que se habían extraído la grava para las carreteras. Ahora estaban pobladas de endrinas y zarzamoras y noté que el sol relumbraba en la fruta a punto de alcanzar la madurez. Me acordé de los tarros vacíos del cobertizo para herramientas, a punto para la jalea de zarzamoras que me proponía preparar…
La felicidad se compone de pequeñeces como ésta. Pedaleé rumbo a casa al son de las latas que tintineaban en la cesta y al cabo de un rato llegué a la verja de entrada a Thornyhold.
Al pasar junto a la casa del guarda vi a Agnes en el diminuto patio lateral, tendiendo varias toallas y un par de camisas a cuadros que sin duda pertenecían a Jessamy.
Agnes puso la bolsa de las pinzas en el tendedero, saludó con la mano y dio un paso hacia mí. Me detuve al ver que se acercaba sonriente.
—¿Ha ido a la ciudad?
—Sí. Lo he pasado muy bien. El viaje es una maravilla, ¿no le parece? Aunque hacía muchos años que no montaba en bici, reconozco que es cierto que jamás se olvida. Cuando llegué al final de la calzada de acceso me sentía segura y encontré muy poco tráfico en la carretera principal.
—Los días de mercado es pesado porque bajan todos los agricultores. El pueblo es muy bonito, ¿eh?
—Precioso. No estuve de exploración porque quería volver temprano, pero parece haber muchos sitios interesantes. La iglesia es una maravilla y semeja una catedral. ¿Tocan buena música?
—¿Música? —La señora Trapp parecía desconcertada—. No entiendo mucho de música. Además, nunca estuve en la iglesia. ¿Así que usted es de las que van a misa?
Eché a reír.
—Me educaron para asistir puntualmente.
Me miró de reojo.
—Más que a su tía.
—No era mi tía, sino mi prima. Sus palabras no me sorprenden. Por lo que recuerdo, no era precisamente muy creyente.
—Hmmm. —Asintió, como si yo acabara de confirmar algo. Volvió a mirarme con interés—. ¿Va todo bien en la casa? Da la sensación de que no ha dormido. ¿Le han molestado los pájaros del desván? Jessamy me habló de la paloma. Solían entrar a comer todo tipo de aves. Son sucias. Para mí sólo son bichos, pero ella les tenía afecto porque era una dama de tomo y lomo. ¿Le impidieron conciliar el sueño?
—No. En realidad, sólo había un pájaro y no lo oí.
—Debió decirle a Jessamy que lo trajera junto con la paloma muerta y tendría que haber cerrado la ventana.
—Lo pensaré. Le agradezco su interés, pero dormí a pierna suelta.
—Me alegro. La encuentro un poco pálida. Espero que mis preguntas no le parezcan impertinentes.
—De ninguna manera. —Como las preguntas eran excesivas tratándose de un interés circunstancial, decidí sondearla—. A decir verdad, tuve una pesadilla.
—Es muy desagradable, sobre todo si una está sola. ¿Qué clase de pesadilla tuvo?
Sin duda no se trataba de una pregunta casual.
—Lo he olvidado —repliqué indiferente—. No… tenía algo que ver con música. Ya sabe cómo son los sueños. Resultan muy vividos pero se desvanecen nada más despertar.
—Como era una pesadilla, pensé que había soñado conmigo. —Rió jovialmente y me miró de soslayo.
—Pues debe reconocer que creo que usted tuvo algo que ver… —comenté lentamente—. Acabo de decir algo descortés, ¿no? Ah, sí, hay algo que quería preguntarle. Por la noche ladra un perro… al parecer muy cerca de Thornyhold. ¿Sabe de quién es y dónde está? Ladra… bueno, me pareció que el animal no estaba muy bien.
—No tengo ni idea. En el campo uno se acostumbra a los ruidos. Jamás lo oí.
—Olvídelo. Tengo que volver a casa. Ah, señora Trapp…
—Agnes, llámeme Agnes.
—Agnes, ¿en qué momento las zarzamoras estarán a punto para preparar mermelada?
—Si sigue este sol, la semana próxima encontrará para dar y repartir. Crecen por aquí, a lo largo del camino que cogió.
—Lo sé. Las he visto.
—¿Preparará su propia mermelada?
—Sí, por supuesto, siempre y cuándo encuentre la receta. La señorita Saxon ha dejado una buena reserva de azúcar. Prefiero hacer jalea en lugar de mermelada, pero nunca recuerdo las cantidades y mis libros aún no han llegado. ¿Puede darme una buena receta?
—Podría, pero es mejor que busque la de la señorita Saxon. Tiene montones de libros y seguro que encontrará alguna receta. Siempre probaba cosas nuevas y, cuando salían bien, apuntaba personalmente las recetas. Sus mermeladas y confituras eran deliciosas, las mejores del mundo.
—¿De veras? En ese caso, procuraré encontrar la receta. ¿No se la pasó?
—Jamás transmitió sus recetas a nadie. Pero si logra encontrar el libro de la señorita Saxon y si a usted no le molesta, me encantaría verlo. Lo busqué en la cocina cuando bajé los libros para quitarles el polvo, pero no lo encontré. Supongo que está en el cuarto del sosiego, junto a las mezclas que preparaba. Hacía aguardientes y otros brebajes, a los que llamaba cordiales. Eran excelentes. Pero el último año no se tomó tantas molestias. ¿Alguna vez ha preparado aguardientes?
—No, pero me encantaría aprender. Buscaré las recetas y quizá podamos intentarlo.
—Con sumo gusto. ¿Prepara sus propias hornadas? —Echó un vistazo a la harina para pan que llevaba en la cesta—. ¿Ha resuelto sin dificultades lo de los cupones de racionamiento? Veo que consiguió un buen pollo. Se lo ha comprado a Bolter ¿verdad? Ha tenido suerte, el granjero le vendió dos huevos. Hoy valen como el oro, así que vaya con cuidado para que no se rompan si chocan con las latas. Si quiere le dejo una huevera.
—Gracias, pero no es necesario. Casi estoy en casa y voy con cuidado. Luego sólo tendré uno por semana, pero hoy me tocó recoger la ración de dos semanas.
—Bueno, cuando conozca mejor a la gente de aquí… —Dejó estar la frase y añadió significativamente—: Su tía nunca se privó de nada.
—Eso parece. Su alacena es todo un espectáculo. Adiós, Agnes. Hace un día perfecto para que la ropa se seque, ¿no le parece? He hecho la colada y supongo que ya estará seca para plancharla.
Cuando llegué a casa llevé directamente la bici al cobertizo y me sobresalté al ver que la puerta trasera estaba abierta. William apareció en el umbral.
—¡William! ¿Cómo entraste?
Estaba tan entusiasmado que hizo caso omiso de mi pregunta.
—Ay, señorita Geillis, ¿sabe que Hodge ha vuelto?
—Sí, regresó anoche. William, ¿cómo entraste en casa? Calma, no me molesta tratándose de ti, pero estaba convencida de haber cerrado con llave todas las puertas y sé que la trasera tenía puesto el pestillo. Salí por la puerta principal.
—Bueno, el pestillo de la ventana de la cocina trasera está roto. Hace siglos que no funciona y la señorita Geillis no se molestó en repararlo. Cuando llegué, vi a Hodge sentado en el antepecho, pensé que acababa de volver a casa y que estaba hambriento, así que entré y le serví leche. ¿De verdad que no le molesta?
—No, no me molesta.
—¡Usted aseguró que volvería! ¿Cómo lo encontró? ¿Dónde se había metido?
—Anoche a última hora regresó por su cuenta. Estaba muerto de hambre y daba la impresión de que se había llevado un buen susto. William, ¿sabes si la señorita Geillis criaba palomas?
—Tenía un palomar en el desván. Dejaba entrar a todo tipo de aves. Yo la ayudaba a darles de comer. Antes de que la ingresaran en el hospital, vino alguien con un gran cesto y se llevó las palomas. Permítame llevar sus cosas. Caray, cómo pesa. ¡Vaya, ha comprado dos latas de comida para gatos y Hodge ha olido el pescado! No hacía falta que le preguntara si Hodge había vuelto. Parece que es el único que va a comer.
Reí mientras lo seguía hacia el interior de la casa.
—Tengo un pollo y dos huevos, de modo que no me moriré de hambre a menos que Hodge también quiera probarlos.
—Es probable que lo intente. Le he traído huevos de parte de mi padre. Para eso he venido. Hay una docena de huevos rubios. Están sobre la mesa de la cocina.
—¡Qué maravilla! Muchísimas gracias. Agradéceselo a tu padre en mi nombre. William, ¿dónde vives?
—En dirección a Tidworth. La finca se llama Boscobel. Mejor dicho, antes se llamaba Granja Taggs, pero papá le cambió el nombre.
—Boscobel me gusta más. ¿Tu padre es granjero?
—¡Qué va! Ya no es una granja, sino una casa. Papá escribe.
—¿Y qué escribe?
—Libros. Nunca los leí, mejor dicho, no he leído ninguno de cabo a rabo. En una ocasión lo intenté, pero se me hizo cuesta arriba. Creo que es muy famoso, pero no firma con su nombre.
—¿Cómo firma?
—Peter Vaughan. ¿Ha leído alguno de sus libros?
—Creo que no, pero el nombre me suena. Ahora que te conozco, echaré un vistazo a sus obras. ¿En este momento está escribiendo?
—Sí. Por eso la mayor parte del tiempo está de un humor de perros. Es la razón por la que salgo —añadió William llanamente—. Cuando escribe no me soporta en casa.
Parecía el eco de un comentario muy frecuente. Sonreí.
—¿Y tu madre? ¿También se oculta de tu padre?
—Ha hecho algo mejor: nos ha dejado. —Su tono era realmente indiferente—. ¿Hodge ya ha comido?
—Sí. Le di de comer antes de irme. Si quieres, dale un poco de pescado mientras guardo las provisiones.
Cuando regresé a la cocina, vi a Hodge bajo la mesa, con el morro en un plato, y a William arrodillado a su lado. El crío tenía una expresión embelesada y tierna. Evoqué mi propia infancia, tan rica en cuidados prácticos, tan carente de las satisfacciones reales de una niña solitaria e imaginativa. Ya me había preguntado por qué motivo un chaval tan alegre estaba dispuesto a pasar tanto tiempo con mi prima —que tenía la edad suficiente para ser su abuela— y ahora conmigo. Muchas cosas habían quedado explicadas: el padre ensimismado, la madre ausente, las interminables vacaciones escolares. No tenía por qué remorderme la conciencia si dejaba que se quedase y me ayudara; probablemente su padre sabía dónde estaba. Pronto tendría que presentarme en Boscobel, darme a conocer y averiguar si necesitaban o no al niño en su casa.William alzó la vista.
—¿En qué está pensando? Parece apenada.
—No estoy apenada —respondí—. No pensaba en nada importante.
Lo primero era verdad y lo segundo mentira. Estaba pensando en tres cuestiones. La primera consistía en que Agnes Trapp había controlado el contenido de mi cesta y no le había parecido necesario comentar la presencia del par de latas de alimento para gatos y el paquete húmedo y maloliente de sobras de pescado que protegía los huevos. ¡Y eso que Agnes se fijaba en todo!
Por lo tanto, sabía que Hodge estaba en casa.
En segundo lugar, me había preguntado con interés si había pasado buena noche.
En tercer lugar, la noche anterior había existido un modo de entrar en casa si alguien sabía que el pestillo de la ventana de la cocina trasera estaba roto. Y si William podía colarse y abrir la puerta, Jessamy también.
Era un disparate, una pesadilla, pero cabía la posibilidad de que la noche anterior Agnes y su hijo Jessamy hubiesen estado en mi dormitorio y colocado la hierba y la hoja seca. ¿Era posible que en aquel instante de duermevela se hubiesen inclinado sobre mi cama y hubieran visto a Hodge… aunque sólo fuese una visión fugaz mientras el gato saltaba de la almohada y corría a ocultarse?
¿Por qué? William me había contado que Agnes puso todo patas arriba «mientras buscaba algo» y era evidente que me había presentado demasiado pronto para su gusto. Había rechazado su propuesta de ayuda para limpiar y desde entonces mantuve cerradas las puertas. Era un verdadero disparate. Si quería registrar la casa, sería mejor que esperase a que yo saliera, como hoy, en lugar de entrar por la noche y correr el riesgo de despertarme… A menos que me hubiera drogado. Eso era aún más inverosímil. ¿Cómo y cuándo? ¿Mientras estaba en el baño? ¿Con el sonido que había oído? Más fácil aún, ¿con el pastel de carne que me había dado para cenar? ¿Le puso una droga para que yo durmiera profundamente y la droga provocó esa pesadilla increíble de imaginación y fantasía? Olvídalo, Gilly, y no te creas que esa mujer es otra cosa que afable y servicial, o que este sitio tiene algo extraño y que su conducta está relacionada con la casa, porque Thornyhold es el paraíso y lo adoras.
—William —dije bruscamente—, ¿a qué hora viniste… a qué hora te presentaste en casa?
—Alrededor de las dos. Supongo que usted acababa de irse porque la señora Trapp apareció enseguida y comentó que la había visto cruzar la verja principal.
—¿Estuvo aquí?
Mi tono lo alertó y me miró.
—Sí.
—¿Para qué vino?
—No me lo dijo. Le llamó la atención que usted hubiese lavado las sábanas porque estaban limpias. Le dije que le había traído huevos y comentó que los guardaría en la alacena y entraría las sábanas porque estaban secas. Le respondí que no podría entrar porque las puertas estaban cerradas con llave y que usted se había llevado la de la puerta trasera. Yo pensaba limpiar el jardín y esperarla. —Guardé silencio y William añadió—: Verá, volví a cerrar la puerta. Le di leche a Hodge y salí a buscar los huevos porque no pude entrarlos cuando me colé por la ventana. La vi acercarse por el bosque, de modo que cerré la puerta y me guardé la llave en el bolsillo.