Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
Me detuve de nuevo, y necesité otro instante para recuperarme. Me froté la cara.
Ésta iba a ser la parte difícil.
—El consu tiene razón —dije—. Pero no sabe sobre mí lo que importa ahora mismo. Y es que estoy
cansada
de ser lo que soy. Estoy cansada de haber sido elegida. No quiero que os sacrifiquéis por mí, sólo porque soy la hija de quien soy o porque aceptéis que os pueda exigir cosas. No quiero eso de vosotros. Y no quiero que muráis por mí. Así que olvidadlo. Olvidad todo esto. Os libero de vuestra obligación hacia mí. De cualquier obligación hacia mí. Gracias por ofreceros voluntarios, pero no es justo que tengáis que luchar por mí. No tendría que habéroslo pedido. Ya habéis hecho mucho por mí. Me habéis traído aquí para que pudiera entregar un mensaje al general Gau. Él me ha hablado de los planes contra Roanoke. Debería ser suficiente para defendernos solos. No puedo pediros nada más. Desde luego, no puedo pediros que luchéis contra estos consu y muráis. Quiero que viváis. Se acabó ser
lo que
soy. A partir de ahora soy
quien
soy. Soy Zoë. Sólo Zoë. Alguien que no tiene ningún poder sobre vosotros. Que no requiere ni exige nada de vosotros. Y que desea que podáis tomar vuestras propias decisiones, no que las tomen por vosotros. Ni siquiera yo. Y eso es todo lo que tengo que decir.
Los obin permanecieron ante mí, en silencio, y después de un minuto me di cuenta de que no sabía realmente por qué esperaba una respuesta. Y entonces, durante un enloquecido instante, me pregunté si me comprendían. Hickory y Dickory hablaban mi idioma, y yo había dado por hecho que todos los demás obin lo hablaban también. Me di cuenta de que era una suposición bastante arrogante.
Así que asentí y me di la vuelta para irme, para regresar a la sala de operaciones, donde sólo Dios sabía lo que iba a decirle al consu.
Y entonces oí cantar.
De algún lugar en medio del montón de obin, se alzó una voz. Entonó las primeras palabras de «Delhi Morning». Y aunque ésa era la parte que yo cantaba siempre, no tuve ningún problema para reconocer la voz.
Era Dickory.
Me di la vuelta y miré a los obin justo cuando una segunda voz iniciaba el contrapunto, y luego se unió otra voz, y otra y otra, y pronto los cien obin estuvieron cantando, creando una versión de la canción que era tan distinta a las que había oído antes, tan magnífica, que todo lo que pude hacer fue quedarme allí y empaparme de ella, dejar que me envolviera, que me atravesara.
Fue uno de esos momentos que no se pueden describir. Así que no seguiré intentándolo.
Pero puedo decir que me quedé impresionada. Aquellos obin debían conocer «Delhi Morning» desde hacía sólo unas pocas semanas. Que se supieran no sólo la canción, sino que la cantaran sin tacha era poco menos que sorprendente.
Tenía que llevar a aquellos tipos al próximo recital en Roanoke.
Cuando terminaron, todo lo que pude hacer fue llevarme las manos a la cara y decir «gracias» a los obin. Y entonces Dickory salió de entre las filas para detenerse delante de mí.
—Hola —le dije.
—Zoë Boutin-Perry —dijo—. Soy Dickory.
Estuve a punto de decir lo sé, pero Dickory siguió hablando.
—Te conozco desde que eras una niña —dijo—. Te he visto crecer y aprender y experimentar la vida, y a través de ti yo he aprendido a experimentar mi propia vida. Siempre he sabido lo que eres. Te digo sinceramente que es
quién
eres lo que me ha importado, y lo que me importará siempre. Es por ti, Zoë Boutin-Perry, por quien me ofrezco para luchar, por tu familia y por Roanoke. Lo hago no porque lo hayas pedido o exigido, sino porque te quiero, y te he querido siempre. Me honrarías si aceptaras mi ayuda.
Dickory inclinó la cabeza, algo muy peculiar en un obin.
Era toda una ironía: nunca antes había oído hablar tanto a Dickory y no se me ocurrió qué contestarle.
Así que sólo dije:
—Gracias, Dickory. Acepto.
Dickory volvió a inclinar la cabeza, y regresó a las filas.
Otro obin dio un paso al frente y se plantó ante mí.
—Yo soy Golpe —dijo—. No nos conocemos de antes. Te he visto crecer gracias a todo lo que Hickory y Dickory han compartido con los obin. Yo también he sabido siempre lo que eres. Lo que he aprendido de ti, sin embargo, se debe a quién eres. Es un honor haberte conocido. Será un honor luchar por ti, por tu familia y por Roanoke. Te ofrezco mi ayuda, Zoë Boutin-Perry, libremente y sin reservas —Golpe inclinó la cabeza.
—Gracias, Golpe —dije—. Acepto.
Y entonces, por impulso, lo abracé. Golpe soltó un gritito de sorpresa. Cuando nos separamos, Golpe volvió a inclinar la cabeza y regresó a las filas mientras otro obin daba un paso al frente.
Y luego otro. Y otro.
Pasó un buen rato mientras oía a cada uno de ellos saludarme y ofrecerme su ayuda, y yo aceptaba cada ofrecimiento. Puedo decir sinceramente que nunca he invertido mejor el tiempo. Cuando se terminó, me planté de nuevo delante de los cien obin: esta vez, cada uno de ellos era un amigo. Incliné la cabeza ante ellos y les deseé lo mejor, y les dije que los vería más tarde.
Luego regresé a la sala de operaciones. El general Gau me esperaba al pie de las escaleras.
—Tengo un puesto para ti en mi Estado Mayor, Zoë, si alguna vez lo quieres —dijo.
Me eché a reír.
—Sólo quiero irme a casa, general. Gracias de todas formas.
—En otra ocasión, entonces —dijo Gau—. Ahora voy a presidir esta confrontación. Seré imparcial. Pero debes saber que por dentro estoy a favor de los obin. Y eso es algo que nunca pensé que llegaría a decir.
—Lo agradezco —dije, y empecé a subir las escaleras.
Hickory me recibió en la puerta.
—Hiciste lo que esperaba que hicieras —me dijo—. Lamento no haberme ofrecido voluntario.
—Yo no —dije, y lo abracé.
Dock me saludó inclinando la cabeza. Le devolví el saludo. Y entonces me acerqué al consu.
—Ya tiene mi respuesta —dije.
—Ya la tengo —contestó el consu—. Y me sorprende, humana.
—Bien —dije—. Y mi nombre es Zoë, Zoë Boutin-Perry.
—No me digas —repuso el consu. Parecía divertido por mi descaro—. Recordaré tu nombre. Y me encargaré de que otros lo recuerden también. Aunque si tus obin no ganan esta competición, imagino que no tendremos que recordar tu nombre mucho tiempo.
—Lo recordarán durante mucho tiempo —dije—. Porque mis amigos de ahí abajo están a punto de zurrarles la badana.
Y lo hicieron.
Ni siquiera hubo color.
Y así regresé a casa, cargando con el regalo de los consu.
John y Jane me saludaron cuando salté de la lanzadera obin, y acabamos todos fundidos en un abrazo, porque primero corrí hacia mamá a toda velocidad y luego arrastramos a papá con nosotras. Después les mostré mi nuevo juguete: el campo extractor, especialmente diseñado por los consu para darnos ventaja táctica cuando Nebros Eser y sus amigos vinieran de visita. Jane lo cogió de inmediato y empezó a toquetearlo: era su especialidad.
Hickory y Dickory y yo decidimos que en el fondo ni a John ni a Jane les hacía falta saber lo que nos había costado conseguirlo. Cuanto menos supieran, menos podría acusarlos la Unión Colonial en un juicio por traición. Aunque parecía que eso no iba a suceder: el Consejo de Roanoke había depuesto a John y Jane de sus cargos cuando revelaron adónde me habían enviado y a quién iba a ver, y había nombrado a Manfred, el padre de Gretchen, en su lugar. Pero les habían dado a mamá y papá diez días para tener noticias mías antes de informar a la Unión Colonial de lo que habían hecho. Regresé justo a tiempo y cuando vieron lo que traía, no sintieron ganas de entregar a mis padres a los tiernos afectos del sistema judicial de la Unión Colonial. Yo no iba a quejarme por eso.
Después de presentarles a papá y mamá el campo extractor, fui a dar un paseo y me encontré a Gretchen leyendo un libro en el porche de su casa.
—He vuelto —dije.
—Oh —dijo ella, pasando con indiferencia una página—. ¿Te habías ido?
Sonreí: ella me lanzó el libro y me dijo que si volvía a hacer una cosa así, me estrangularía, y que podría hacerlo porque era mejor que yo en nuestros cursos de defensa personal. Bueno, era verdad. Luego nos abrazamos y fuimos a buscar a Magdy, para darle la lata en estéreo.
Diez días más tarde, Roanoke fue atacada por Nebros Eser y unos cien soldados arrisianos, que son la raza de Eser. Marcharon directamente hasta Croatoan y exigieron hablar con sus líderes. Pero se encontraron con Savitri, la ayudante administrativa, en su lugar: ella les sugirió que volvieran a sus naves y fingieran que la invasión nunca había tenido lugar. Eser le ordenó a sus soldados que le dispararan a Savitri, y fue entonces cuando descubrieron cómo el campo extractor podía afectar a sus armas. Jane conectó el campo para que refrenara las balas pero no los proyectiles más lentos. Y por eso los rifles de los soldados arrisianos no funcionaban pero el lanzallamas de Jane sí. Igual que el arco de caza de papá. Y los cuchillos de Hickory y Dickory. Y el camión de Manfred Trujillo. Y todo lo demás.
Al final Nebros Eser perdió a todos los soldados con los que había desembarcado, y también se sorprendió al descubrir que la nave de combate que había dejado en órbita no estaba ya allí. Para ser justos, el campo extractor no se extendía al espacio: allí recibimos un poco de ayuda de un benefactor que prefirió permanecer en el anonimato. Pero se mire como se mire, la maniobra de Nebros Eser para conseguir el liderazgo del Cónclave tuvo un triste y embarazoso final.
¿Dónde estaba yo durante todo ese tiempo? Bueno, oculta a salvo en un refugio antibombas con Gretchen y Magdy y un puñado de jóvenes. A pesar de todos los acontecimientos del mes anterior, o tal vez a causa de ellos, se tomó la decisión ejecutiva de que ya había tenido suficientes emociones por el momento. No puedo decir que estuviera en desacuerdo con la decisión. Para ser sinceros, tenía ganas de volver a mi vida en Roanoke con mis amigos, sin nada de lo que preocuparme excepto los estudios y el próximo recital de canto. Eso era lo que me apetecía.
Pero entonces el general Gau vino de visita.
Vino a llevarse a Nebros Eser bajo arresto, cosa que hizo, para gran satisfacción personal. Pero también vino por otros dos motivos.
El primero era informar a los ciudadanos de Roanoke que había dado una orden tajante de que ningún miembro del Cónclave atacara jamás nuestra colonia, y que había dejado claro a las razas que no pertenecían al Cónclave de nuestra parte del espacio que si a alguna de ellas se le metía en la cabeza intentar apoderarse de nuestro pequeño planeta, se sentiría personalmente muy decepcionado. No llegó a detallar qué implicaba ese nivel de «decepción personal». Fue más efectivo de esa forma.
Los roanokeños se dividieron al respecto. Por un lado, Roanoke estaba ahora prácticamente a salvo de ataques. Por otro, la declaración del general Gau tan sólo dejó claro que la Unión Colonial no había hecho mucho por Roanoke, ni ahora ni nunca. El sentimiento general era que la Unión Colonial tenía mucho que explicar, y hasta que respondiera de esas cosas, los roanokeños se sentían plenamente en su derecho de no prestar demasiada atención a los dictados de la Unión. Como, por ejemplo, aquel que obligaba a Manfred Trujillo a arrestar a mis padres y encerrarlos acusados de traición. Al parecer a Trujillo le resultó muy difícil encontrar a John y Jane después de que llegara la orden. Bastante curioso, considerando la cantidad de veces que hablaban.
Pero esto desembocó en el otro motivo por el que Gau había venido a vernos.
—El general Gau nos ofrece protección —me dijo papá—. Sabe que nos acusarán de traición a tu madre y a mí... por varios cargos, probablemente, y no es del todo improbable que te acusen a ti también.
—Bueno, yo sí cometí traición —dije—. Con eso de conferenciar con el líder del Cónclave y todo lo demás.
Papá ignoró el comentario.
—El tema es que, aunque nadie tenga prisa por entregarnos, es sólo cuestión de tiempo que la UC envíe refuerzos para llevarnos por la fuerza. No podemos pedir a la gente que se meta en más problemas por nuestra culpa. Tenemos que irnos, Zoë.
—¿Cuándo? —pregunté.
—Mañana —dijo papá—. La nave de Gau está aquí ahora, pero no es probable que la UC vaya a ignorarlo durante mucho tiempo.
—Entonces vamos a convertirnos en ciudadanos del Cónclave —dije.
—No lo creo. Viviremos entre ellos algún tiempo, sí. Pero tengo un plan para ir a un sitio donde creo que serías feliz.
—¿Y qué sitio es? —pregunté.
—Bueno —dijo papá—. ¿Has oído hablar alguna vez de un pequeño lugar llamado la Tierra?
Papá y yo hablamos durante unos cuantos minutos más, y luego me acerqué a casa de Gretchen. Conseguí saludarla antes de romper en sollozos. Ella me dio un abrazo y me tranquilizó.
—Sabía que esto iba a pasar —me dijo—. No se hace lo que tú has hecho y luego se vuelve como si no hubiera pasado nada.
—Pensé que merecía la pena intentarlo —dijo.
—Eso es porque eres una idiota —dijo Gretchen. Yo me eché a reír—. Eres una idiota, y mi hermana, y te quiero, Zoë.
Nos volvimos a abrazar. Y entonces ella me acompañó a mi casa y nos ayudó a mi familia y a mí a empaquetar nuestras vidas para marcharnos rápidamente.
Se corrió la voz, como es normal en una colonia pequeña. Los amigos se acercaron a vernos, los míos y los de mis padres, solos y en grupos de dos o tres. Nos abrazamos y reímos y lloramos, y nos dijimos adiós y tratamos de despedirnos bien. Cuando el sol empezaba a ponerse llegó Magdy, y Gretchen y él y yo dimos un paseo hasta la casa de los Gugino, donde me arrodillé y besé la lápida de Enzo, y me despedí de él por última vez, aunque lo llevara todavía en el corazón. Volvimos a casa y entonces Magdy se despidió dándome un abrazo tan feroz que pensé que me iba a romper las costillas. E hizo algo que nunca había hecho antes: me dio un beso en la mejilla.
—Adiós, Zoë —dijo.
—Adiós, Magdy —contesté—. Cuida de Gretchen por mí. —Lo intentaré —dijo Magdy—. Pero ya sabes cómo es. Sonreí. Entonces él se acercó a Gretchen, le dio un abrazo y un beso, y se marchó.
Y entonces nos quedamos Gretchen y yo, haciendo las maletas y charlando y riéndonos durante el resto de la noche. Papá y mamá acabaron por irse a dormir, pero no pareció importarles que Gretchen y yo estuviéramos despiertas toda la noche hasta el amanecer.