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Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (36 page)

—No hay de qué.

—Ahora, naturalmente, me gustaría que se fueran —dijo Gau—. Pero tengo entendido que están aquí para asegurarse de que no hagamos ninguna tontería con nuestro invitado consu mientras está aquí. Las naves son automáticas, ni siquiera están tripuladas, pero hablamos de tecnología consu. Me imagino que si abrieran fuego contra nosotros no tendríamos muchas posibilidades. Así que de momento tenemos una paz «tensa». Como juega a mi favor, y no en mi contra, no debería quejarme.

—¿Ha descubierto algo más de Nebros Eser y sus planes? —pregunté. No me apetecía seguir pensando en el consu.

—Sí. Lernin ha sido bastante locuaz ahora que intenta evitar ser ejecutado por traición. Eso ha sido una motivación maravillosa. Dice que los planes de Eser son tomar Roanoke con un pequeño contingente de soldados. La idea es demostrar que con cien hombres puede tomar lo que yo fui incapaz de someter con cuatrocientos cruceros de batalla. Pero «tomar» no es la palabra adecuada, me temo. Eser planea destruir la colonia y a todos sus habitantes.

—Ése era también su plan —le recordé al general.

Él ladeó la cabeza en un gesto que supuse de reconocimiento.

—Espero que ahora ya sepas que habría preferido no tener que matar a los colonos —dijo—. Eser no pretende ofrecer esa opción.

Almacené ese dato en mi cabeza.

—¿Cuándo atacará? —pregunté.

—Pronto, creo. Lernin opina que probablemente Eser no ha podido movilizar todavía a sus tropas, pero este intento fallido de asesinato va a obligarlo a actuar más pronto que tarde.

—Magnífico —dije.

—Aún hay tiempo. No renuncies a la esperanza, Zoë.

—No lo he hecho. Pero sigo teniendo un montón de cosas en la cabeza.

—¿Habéis encontrado suficientes voluntarios?

—Sí —contesté, y mi rostro se tensó al decirlo.

—¿Qué ocurre? —dijo Gau.

—Uno de los voluntarios —dije, y vacilé. Continué—: Uno de los voluntarios es un obin llamado Dickory. Mi amigo y guardaespaldas. Cuando se ofreció voluntario le dije que no. Le exigí que retirara su ofrecimiento. Pero se negó.

—Que se ofreciera voluntario pudo ser un reclamo poderoso —dijo Gau—. Probablemente animó a otros a hacerlo.

Asentí.

—Pero Dickory sigue siendo mi amigo —dije—. Es de mi familia. Tal vez no debería suponer una diferencia, pero así es.

—Pues claro que hay una diferencia —dijo Gau—. El motivo por el que estás aquí es impedir que la gente que amas resulte herida.

—Le estoy pidiendo a gente que no conozco que se sacrifique por gente que sí conozco.

—Por eso les pides que se ofrezcan voluntarios —dijo Gau—. Pero me parece que el motivo por el que se ofrecen eres tú.

Asentí y contemplé la bodega, e imaginé la lucha que iba a tener lugar.

* * *

—Tengo una propuesta que hacerte —me dijo el consu.

Los dos estábamos sentados en la sala de operaciones de la bodega de carga, a diez metros sobre el suelo de la planta. Abajo había dos grupos de seres. En el primer grupo estaban los cien obin que se habían ofrecido voluntarios para luchar por mí. En el otro grupo estaban los cien criminales consu, que serían obligados a combatir contra los obin para tener una oportunidad de recuperar su honor. Los consu, comparados con los obin, parecían grandes y aterradores. Se habían creado algunas reglas para la contienda: se permitiría a los obin usar un cuchillo de combate, mientras que los consu, con sus brazos golpeadores, lucharían a manos desnudas, si es que se podía llamar a dos miembros afilados como agujas sujetos a tu cuerpo «manos desnudas».

Yo me estaba poniendo nerviosa por las posibilidades de los obin.

—Una propuesta —repitió el consu.

Miré al consu, que casi ocupaba toda la sala de operaciones. Estaba ya allí cuando yo llegué; no estaba segura del todo de cómo había entrado por la puerta. Nos acompañaban Hickory y Dock y el general Gau, que había accedido a actuar como árbitro oficial del enfrentamiento.

Dickory estaba abajo. Preparándose para combatir.

—¿Te interesa oírla? —preguntó el consu.

—Estamos a punto de empezar —contesté.

—Es sobre la competición —dijo el consu—. Tengo un modo de que puedas conseguir lo que quieres sin tener que competir.

Cerré los ojos.

—Dímelo.

—Ayudaré a salvar a tu colonia proporcionándote una pieza de nuestra tecnología —dijo el consu—. Una máquina que produce un campo de energía que roba su impulso a los proyectiles. Un campo extractor. Hace que las balas caigan en el aire y neutraliza la potencia de los misiles antes de que alcancen sus objetivos. Si eres lista, tu colonia puede usarla para derrotar a los que la ataquen. Esto es lo que se me permite y estoy preparado para darte.

—¿Y qué quieres a cambio? —pregunté.

—Una sencilla demostración —dijo el consu. Se desplegó y señaló hacia los obin de abajo—. Que tú lo exigieras fue suficiente para que cientos de obin se sacrificaran voluntariamente tan sólo para llamar mi atención. Este poder tuyo me interesa. Quiero verlo. Di a esos cien obin que se sacrifiquen aquí y ahora, y te daré lo que necesitas para salvar tu colonia.

—No puedo hacer eso.

—No es cuestión de que puedas o no —dijo el consu. Se inclinó hacia adelante y se dirigió a Dock—. ¿Se matarían los obin aquí presentes si esta humana lo pidiera?

—Sin duda —respondió Dock.

—¿No vacilarían? —dijo el consu.

—No.

El consu se volvió hacia mí.

—Entonces sólo tienes que dar la orden.

—No —dije
yo.

—No seas estúpida, humana. Tienes mi confirmación de que te ayudaré. Este obin te ha asegurado que tus mascotas se sacrificarán alegremente por ti, sin reticencias ni quejas. Tienes la seguridad de que se te ayudará para que tu familia y amigos sobrevivan a un ataque inminente. Y lo has hecho antes. No tuviste ningún reparo al enviar a cientos a la muerte para hablar conmigo. No debería ser una decisión difícil ahora.

Señaló de nuevo hacia la bodega.

—Sé sincera, humana: mira a tus mascotas y luego mira a los consu. ¿Crees que tus mascotas serán las que queden en pie al final del combate? ¿Quieres arriesgar la seguridad de tus amigos y familiares por ellos? Te ofrezco una alternativa, que no implica ningún riesgo. Sólo tienes que aceptar. Tus mascotas no pondrán ninguna pega. Serán felices de hacer esto por ti. Di simplemente que eso es lo que deseas. Que se lo exiges. Y si te hace sentirte mejor, puedes decirles que desconecten sus conciencias antes de matarse. Entonces no temerán su sacrificio. Simplemente, lo harán. Lo harán por ti. Lo harán por lo que eres para ellos.

Consideré lo que el consu había dicho.

Me volví hacia Dock.

—¿No tienes ninguna duda de que esos obin harían esto por mí? —dije.

—No hay ninguna duda —contestó Dock—. Están aquí para luchar por petición tuya, Zoë. Saben que pueden morir. Ya han aceptado esa posibilidad, igual que los obin que se sacrificaron para traerte a este consu sabían lo que se exigía de ellos.

—¿Y tú? —le dije a Hickory—. Tu amigo y compañero está ahí abajo, Hickory. Desde hace diez años, al menos, te has pasado la vida con Dickory. ¿Qué dices?

El temblor de Hickory fue tan liviano que casi dudé de haberlo visto.

—Dickory hará lo que tú pidas, Zoë —dijo—. Deberías saberlo ya.

Después de decir eso, se dio la vuelta.

Miré al general Gau.

—No tengo ningún consejo que darte —dijo él—. Pero me interesa mucho descubrir qué decides.

Cerré los ojos y pensé en mi familia. En John y Jane. En Savitri, que viajó a un nuevo mundo con nosotros. Pensé en Gretchen y en Magdy y el futuro que podrían tener juntos. Pensé en Enzo y su familia y en todo lo que les habían arrebatado. Pensé en Roanoke, mi hogar.

Y supe lo que tenía que hacer.

Abrí los ojos.

—La elección es obvia —dijo el consu.

Miré al consu y asentí.

—Creo que tienes razón —dije—. Y creo que tengo que bajar a decírselo.

Me encaminé hacia la puerta de la sala de operaciones. Cuando lo hacía, el general Gau me cogió suavemente del brazo.

—Piensa en lo que vas a hacer, Zoë —dijo—. Tu decisión cuenta.

Miré al general.

—Lo sé —dije—. Y soy yo quien tiene que decidir.

El general me soltó el brazo.

—Haz lo que tengas que hacer.

—Gracias —respondí.

Salí de la sala y durante el siguiente minuto traté con todas mis fuerzas de no caerme por las escaleras mientras las bajaba. Me alegra decir que tuve éxito. Pero estuve a punto de no conseguirlo.

Caminé hacia el grupo de obin, que se movían de un lado a otro, algunos ejercitándose, otros charlando en voz baja en pequeños grupos. Mientras me acercaba, traté de localizar a Dickory y no pude hacerlo. Había demasiados obin, y no era fácil identificar a Dickory entre ellos.

Al cabo de un momento los obin advirtieron que me dirigía hacia ellos. Se callaron y formaron filas en silencio.

Permanecí plantada ante los cien obin durante unos cuantos segundos, tratando de ver a cada uno de ellos individualmente. Abrí la boca para hablar. No pude decir nada. Tenía la boca tan seca que no podía formar palabras. La cerré, tragué saliva un par de veces, y lo intenté de nuevo.

—Sabéis quién soy —dije—. Estoy segura de eso. Sólo conozco personalmente a uno de vosotros, y lamento no haberos conocido a cada uno antes de que se os pidiera... antes de que yo os pidiera...

Me detuve. Estaba diciendo tonterías. No era lo que quería hacer. No ahora.

—Mirad —dije—. Voy a deciros algunas cosas, y no puedo prometeros que tengan sentido. Pero necesito decíroslas antes... —señalé la bodega de carga—. Antes de todo esto.

Los obin me miraron. No sé si amablemente o con paciencia.

—Sabéis por qué estáis aquí —dije—. Estáis aquí para luchar contra esos consu de allí porque quiero intentar proteger a mi familia y amigos de Roanoke. Se os dijo que si podíais derrotar a los consu, yo recibiría la ayuda que necesito. Pero algo ha cambiado.

Señalé la sala de operaciones.

—Hay un consu allá arriba que me ha dicho que me dará lo que necesito para salvar Roanoke sin que tengáis que pelear y arriesgaros a perder. Todo lo que tengo que hacer es deciros que cojáis esos cuchillos que ibais a utilizar contra los consu y usarlos contra vosotros mismos. Todo lo que tengo que hacer es deciros que os suicidéis. Todo el mundo me dice que lo haréis, por lo que significo para vosotros. Y tienen razón, estoy segura de ello. Estoy segura de que si os pidiera que os suicidarais, todos lo haríais. Porque soy vuestra Zoë. Porque me habéis visto toda la vida en las grabaciones que Hickory y Dickory han hecho. Porque estoy aquí delante de todos vosotros, pidiéndoos que lo hagáis. Sé que lo haríais por mí. Lo sé.

Me detuve un instante, tratando de concentrarme.

Y entonces me enfrenté a algo que había pasado mucho tiempo evitando.

Mi propio pasado.

Alcé de nuevo la cabeza y miré directamente a los obin.

—Cuando tenía cinco años, vivía en una estación espacial. En Covell. Vivía allí con mi padre. Un día, mientras él estaba fuera de la estación por asuntos de trabajo, nos atacaron. Primero los raey. Atacaron, y luego irrumpieron y reunieron a toda la gente que vivía en la estación, y empezaron a matarnos. Recuerdo...

Cerré de nuevo los ojos.

—Recuerdo que separaron a los maridos de sus esposas para fusilarlos en los pasillos, donde todo el mundo podía oírlo —dije—. Recuerdo a los padres suplicando a los raey que salvaran a sus hijos. Recuerdo que me empujaron detrás de un desconocido cuando se llevaron a la mujer que me cuidaba, la madre de una amiga. Ella intentó empujar también a su hija, pero mi amiga se agarró a su madre y se las llevaron a las dos. Si el ataque de los raey hubiera durado un poco más, me habrían encontrado y me habrían matado también.

Abrí los ojos.

—Pero entonces los obin atacaron la estación, para arrebatársela a los raey, que no estaban preparados para otro combate. Y cuando despejaron la estación de raey, cogieron a los humanos que quedábamos y nos llevaron a la zona común. Recuerdo estar allí, sin nadie que me cuidara. Mi padre no estaba. Mi amiga y su madre habían muerto. Yo estaba sola. La estación espacial era también una estación científica, así que los obin revisaron los laboratorios y encontraron el trabajo de mi padre. Su trabajo sobre la conciencia. Y quisieron que trabajara para ellos. Por eso volvieron a por nosotros en la zona común y dijeron el nombre de mi padre. Pero él no estaba en la estación. Dijeron de nuevo su nombre y yo respondí. Dije que era su hija y que él vendría pronto a por mí. Recuerdo a los obin hablando entre sí, y diciéndome luego que fuera con ellos. Y recuerdo haber dicho que no, porque no quería dejar a los otros humanos. Y recuerdo que uno de los obin me dijo entonces: «Debes venir con nosotros. Has sido elegida, y estarás a salvo.» Y recordé todo lo que acababa de suceder. Y creo que incluso a los cinco años de edad una parte de mí supo lo que le sucedería al resto de la gente en Covell. Y allí estaba el obin, diciéndome que estaría a salvo. Porque había sido elegida. Y recuerdo haber cogido la mano del obin, y que me llevaban, y haber mirado a los humanos que se quedaban. Y luego desaparecieron. Nunca más volví a verlos. Pero
yo
viví —dije—. No por quién era: era sólo una niña pequeña. Sino por lo que era. La hija del hombre que podía daros conciencia. Fue la primera vez que lo que era importó más que quién era. Pero no fue la última.

Alcé la mirada hacia la sala de operaciones, intentando ver si los que estaban allí me escuchaban también, y me pregunté qué estarían pensando. Me pregunté qué estaría pensando Hickory. Y el general Gau. Me volví hacia los obin.

—Lo que soy sigue importando más que quién soy —dije—. En este momento, por ejemplo, es lo que más importa. Por lo que soy, cientos de vosotros murieron sólo para que un consu viniera a verme. Por lo que soy, si os pido que cojáis esos cuchillos y os los clavéis... lo haréis. Por lo que soy. Por lo que he sido para vosotros.

Miré a los obin a la cara.

—No conozco a ninguno de vosotros, excepto a uno —dije—. No recordaré el aspecto de ninguno dentro de unos cuantos días, no importa lo que suceda aquí. Por otro lado, puedo ver a toda la gente que quiero y me importa con sólo cerrar los ojos. Sus rostros son tan claros para mí... como si estuvieran aquí conmigo. Porque lo están. Los llevo dentro de mí. Como vosotros lleváis a aquellos a quienes queréis. El consu tiene razón al decir que sería fácil pediros que os sacrificarais por mí para salvar a mi familia y mis amigos. Tiene razón, porque sé que lo haríais sin pensároslo dos veces. Seríais felices haciéndolo porque eso me haría feliz a mí... porque lo que soy os importa. El consu sabe que eso me hará sentirme menos culpable por pedíroslo. Y vuelve a tener razón. No se equivoca conmigo. Lo admito. Y lo siento.

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