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Authors: Patrick Graham

La hija del Apocalipsis (17 page)

Un crujido de rama seca a lo lejos. Neera se agarrota y retiene a Eko, que intenta incorporarse.


¡Eko! Arkan kiel anlat siom
!


Kielo Neera, Eko kan.


¡Nak kielo! Eko nak kan
!

Neera está furiosa. Tiene miedo. Eko fija la mirada en los ojos de la joven y comprende que ella debe regresar al interior de sí misma para tratar de averiguar qué quieren los lobos. En ese instante, cuando su mente se desplaza y su cuerpo se queda solo y vacío, es cuando una Aikan es más vulnerable; su corazón no debe pararse, pues de ser así su mente vagaría eternamente en la frontera de los mundos.

Neera apoya la cabeza en el hombro de Eko, que le habla con dulzura acariciándole el cabello. La joven, tiritando, toca la lágrima de ámbar que pende de su cuello. Sus ojos se quedan sin vida y se vuelven de un negro profundo. Su cuerpo se desploma entre los brazos del cazador.

49

Neera ha entrado de nuevo en el cuerpo del lobo; su pelaje tiembla de impaciencia. La manada está ahora peligrosamente cerca. Ensanchando las fosas nasales del animal, la joven identifica con facilidad el perfume de su propia carne acurrucada contra Eko. El olor de su amante inunda su boca de baba mientras las mandíbulas del gran lobo entrechocan en el vacío. Neera explora la mente de la fiera y no le sorprende descubrir en ella fragmentos de pensamiento y destellos de inteligencia. Penetra en lo más profundo de la memoria instintiva de la bestia. El lobo ha empezado a recordar, a seleccionar imágenes y a conservarlas. Ya se ha puesto un nombre. Se llama Kra, un sonido gutural que designa el fuego en el lenguaje de los lobos. Para afianzar mejor su autoridad, también ha elegido nombres de olores, de carne y de ruidos para los miembros de su manada: Grom, Gral, Rumelk, Raan y Rak.

Rak es una hembra, la preferida del jefe. Ella y Kra han intercambiado numerosos gruñidos y esbozos de razonamiento. Piensan, se ponen de acuerdo. Rak quiere con locura a Kra. Lleva su progenie. Está preñada, pero todavía no se le nota. Es, con mucha diferencia, la más cruel de la manada. Neera siente que se acerca y olfatea el pelaje de Kra. La hembra gruñe y mordisquea el lomo del jefe, que la aparta empujándola con la mandíbula. Ha detectado la presencia de Neera. No solo es astuta, sino que se ha vuelto inteligente. El miedo se apodera de la joven. Sabe que no debe esperar piedad alguna de semejante mezcla de maldad y astucia. La hembra, para no disgustar a Kra, se aleja. Él le ha prometido el primer bocado, la primera carne. Rak ha elegido la estela de fragancia azul que desprenden la orina clara y la sangre de la reproducción: el olor de Neera. La loba ha comprendido que, mordiendo el cuerpo tendido que exhala ese olor, liberará a Kra de la cosa que ha entrado en él. Ahora camina a unos centímetros del jefe. Aguarda, está preparada.

La mente de Neera se sumerge cada vez más profundamente en la de la fiera. Cruza la masa compacta de las emociones primitivas, de la cólera y del miedo. Mucho más abajo, percibe los recuerdos antiguos del animal. Imágenes que datan de la época en la que todavía era un simple lobo. Hace dos días de eso. Desde entonces, se ha convertido en otra cosa. Neera se concentra. Para tener la posibilidad de combatir contra lo que se acerca, necesita conocer su naturaleza exacta. Selecciona con el pensamiento las imágenes que se agolpan en la memoria primitiva de la fiera. Se queda inmóvil.

50

La memoria del lobo está llena de imágenes grises y borrosas. No son sus recuerdos. Las cavernas de Neg. Neera ve a los niños de la tribu, sus cuerpecitos rotos bajo las pieles empapadas de sangre. Ve también hombres degollados, con la cara destrozada a mazazos. Las mujeres gritan y se debaten por todas partes. Neera gime de dolor. Acaba de reconocer a su hermana trilliza Ekla, una Aikan como ella. La adolescente lucha con toda su alma contra un ser mucho más fuerte que la aplasta y la asfixia. Los ojos del salvaje exploran los de Ekla mientras le clava una cuchilla en la carne y la destripa. Neera nota que un intenso olor a sangre y tripas invade sus fosas nasales. Intenta apartarse de ese recuerdo. No lo consigue.

El salvaje se aparta del cuerpo de Ekla y alza los ojos. En la cueva de los de la Luna, las antorchas iluminan a otros atacantes tendidos sobre los cuerpos de sus víctimas. El sonido de un cuerno resuena en la profunda gruta. Los asaltantes acaban de darse cuenta de que una Aikan y su guardia están huyendo por los pasadizos. El jefe de los salvajes se levanta y corre hacia ellos, gritando y agitando su maza en el aire. Tiene miedo.

Otra imagen se perfila en la mente del lobo. Los hombres salvajes han salido al aire libre, cerca del Gran Río. Su jefe husmea las corrientes de aire. Sus fosas nasales dilatadas captan el perfume de una mujer y el olor almizclado de varios hombres adultos. Aísla el olor de la hembra que, rodeada por sus guardaespaldas, corre. La estela que deja tras de sí huele a sudor, a piel y a sexo femenino. El salvaje tiene el corazón desbocado. Levanta la maza y señala la dirección que han seguido los fugitivos.

Neera se agarra a la memoria del lobo. Hace horas que los salvajes intentan dar alcance a los fugitivos. Saben que han perdido. El jefe, furioso y aterrado, está olfateando un puñado de hierba cuando suenan los graznidos de una bandada de cuervos. El asesino de Ekla levanta los ojos hacia el cielo algodonoso. Un dolor insoportable le taladra el cerebro. De su boca y su nariz brota sangre mientras cae de rodillas en la hierba húmeda. Alrededor de él, los cazadores de su clan se desploman uno tras otro.

Neera ve cómo se aleja el suelo. Nota que unas excrecencias cartilaginosas crecen en las extremidades de su conciencia y se cubren de plumas. Sus labios se endurecen, se alargan y se curvan antes de entreabrirse y emitir un largo graznido. El viento le acaricia el plumaje. Huele a carroña y a excrementos. Por todas partes, el roce de las alas y el grito de los pájaros hacen vibrar el aire.

A través de los ojos del jefe de los cuervos, Neera ve a lo lejos los cuerpos de los hombres salvajes tendidos en la llanura. Su instinto le ordena que se abalance sobre esas presas fáciles, pero algo que ha entrado en su mente la obliga a desviarse hacia el norte. El pájaro emite otro graznido al que responde un diluvio de gritos roncos. Vira lentamente, dirigiendo la maniobra de su ejército, que gira con él en la dirección correcta. A una gran distancia por delante de ellos, unas formas grises galopan por la llanura. Más allá todavía, el cuervo ve la muralla viva del gran bosque que los humanos llaman. La cosa que ha tomado posesión de su mente le ordena que alcance a las formas antes de que estas lleguen a los árboles. El cuervo no sabe por qué. Su cerebro primario ya ha empezado a sangrar. No acierta a comprender las imágenes que se agolpan en su mente. Los cuervos son animales demasiado simples. La cosa que se ha apoderado de él lo sabe, pero no ha tenido otra opción: no puede vagar sin abrigo a la luz de Padre.

Un chasquido húmedo en las meninges del cuervo. Unos coágulos de sangre escapan de su pico. Con los músculos de las alas a punto de romperse a causa de la tensión, pierde altitud. La cosa está furiosa. Se ha dispersado por la mente de los demás pájaros para aumentar las posibilidades de supervivencia, pero los menos resistentes ya empiezan a caer. Una manada de lobos que acaba de salir de una hilera de cavernas se cruza en el camino de las aves. El cuervo agonizante vira sobre el ala indicando a la bandada un último movimiento en su dirección. Después, la cosa abandona su mente mientras los cuervos caen del cielo y rebotan como piedras en el suelo.

51

Neera ha llegado al final de las imágenes. Los recuerdos más recientes son tan nuevos que todavía no están completos en la mente del lobo. No tienen más de unas horas. Algunos son de hace unos minutos. Otros apenas llevan allí unos segundos. Se construyen poco a poco, con dificultad, como si al lobo, o más bien a la cosa que controla al lobo, le costara comprender qué pasa. Pero las imágenes se están completando, es innegable. Neera debe darse prisa antes de que, al pasar revista a estos últimos recuerdos, la cosa se dé cuenta de que el lobo y ella ya no están solos.

Neera se sobresalta. Acaba de detectar a la cosa al fondo de la mente del animal. Palpita y crece. Parece una esfera anaranjada atrapada en las meninges de la fiera. Es ardiente, oscura y luminosa como una bola de lava. Neera se queda paralizada al sentir que el mal absoluto escapa de la esfera. Ahora sabe que es el Enemigo el que se acerca al campamento y que no debe combatir a los lobos como un lobo, sino como el portador de esa fuerza que los anima y los mata poco a poco.

El viejo jefe se detiene. Husmea el aire inmóvil. La loba se acerca y clava los ojos en los de Kra. Lo olfatea y le lame el hocico. Un gruñido se abre paso por su garganta. Neera capta ese sonido, cuyas vibraciones pasan a través de la esfera y se transforman en palabras rudimentarias en la mente del lobo.

—¿Por qué Kra se detiene?

Kra gime de dolor. Cada palabra provoca nuevas hemorragias en el interior de su cráneo. Su boca se entreabre para proferir un gruñido de cólera.

—¡Paz, Rak!
Melkgrom
! ¡Palabras malas!

La esfera proyecta un gran charco de luz en la mente del lobo. La quemazón se vuelve insoportable. La fiera siente tal dolor que ha hablado como un lobo en medio de las palabras-sonidos. La loba inclina la cabeza y mira a Kra con sus grandes ojos amarillos.


Melkgrom, Kra
?

Las nuevas vibraciones se extienden por el cerebro del animal. El viejo jefe intenta responder, pero no lo consigue. Sangra. Se está muriendo. Neera envía mentalmente un mensaje a la loba. Le dice que los humanos están armados y que es preciso retroceder antes de que sea demasiado tarde. La loba olfatea el pelaje de Kra. Su pelo se eriza. Un gruñido sordo escapa de su garganta.

—¿Quién está en Kra?

La cosa, que controla al lobo, está inquieta. No comprende por qué no logra comunicarse de forma directa con su mente. Analiza los olores que la loba acaba de captar de nuevo en la superficie del pelaje del jefe: un olor humano, de mujer. El hocico de la loba se retrae con brusquedad, pero las poderosas mandíbulas del lobo ya se han cerrado sobre su cuello. Los colmillos de la fiera se clavan en los cartílagos y los tendones. Un hilo de sangre caliente corre por su hocico. El resto de la manada se reagrupa. Hay que darse prisa. Mientras Neera da al macho la orden de rematar a su hembra, capta fugazmente la pena que este siente al degollar a la amada. Burbujas de recuerdos escapan de sus meninges. Olores a hierba mojada, a carne humeante y a amaneceres que iluminan las grandes llanuras. Olores a madriguera, a orina y a excrementos. Sus propios olores mezclándose mientras se unían. Recuerdos de lobo.

La hembra gime. Suplica a Kra que no mate a los lobeznos que lleva en su seno. Con los ojos bañados en lágrimas entre los brazos de Eko, Neera siente cómo se juntan los colmillos del viejo macho a través de la carne de la loba agonizante, que se desploma sobre un lecho de hojas secas.

52

El resto de los lobos se han congregado y olfatean uno tras otro el cadáver de la loba. Rumelk, el más joven y el más fuerte, alza unos ojos brillantes de odio hacia el jefe, que tiembla de agotamiento.

—¡Rumelk matar Kra,
melk grom shek tah
!

Shek tah
. El mayor insulto en la lengua de los lobos. Las palabras-sonidos que designan a los lobos comedores de lobos. El crimen absoluto. La vieja fiera busca una respuesta en el repertorio de su instinto. Se niega a utilizar las palabras que la cosa intenta hacerle pronunciar. Se esfuerza en encontrar los sonidos que hagan comprender a Rumelk que él no quería eso. Pobres sonidos que evocan olores a lágrimas, a hielo y a arrepentimiento hacen vibrar su garganta. No quiere seguir luchando, quiere morir.

Neera se concentra para enviar una orden mental poderosa y definitiva a la mente de Rumelk. El joven lobo, que se disponía a saltar, retrocede gruñendo como si le hubieran dado un golpe en el hocico.

Neera mantiene su empuje introduciendo en su mente mensajes de amenazas y de estrés. Reconstruye sus recuerdos, borra la imagen de Kra degollando a la loba y la sustituye por otra en la que el viejo lobo defiende a su hembra contra los tres últimos animales de la manada. Rumelk profiere un formidable aullido de cólera y se abalanza sobre ellos. Sorprendido, el animal adulto ni siquiera tiene tiempo de ver cómo llega el ataque; antes de que haya podido reaccionar, las mandíbulas de Rumelk se han cerrado sobre su nuca y la han partido en el acto.

El viejo jefe se tumba en el suelo. Con el pelaje mojado de sangre, Rumelk acaba de degollar al último lobo. Aúlla a la muerte mientras salta entre la maleza. Neera oye cómo se aleja hacia el corazón del bosque. El animal no ha resistido la presión. Medio loco, totalmente desorientado, se meterá en un agujero y se dejará morir de hambre y de sed.

El viejo lobo ha entregado el alma. La esfera ya no es más que una bola de cenizas. Un filamento se desprende de ella y se eleva en el aire húmedo. Neera no interviene. Sabe que no puede matar a la cosa y que esta no tardará en encontrar otro portador en ese bosque lleno de vida. La mente de Neera abandona la del lobo. Su sustancia repta entre los olorosos helechos y las ramas bajas hasta su cuerpo, al que ve, a lo lejos, entre los brazos de Eko.

Los demás cazadores que componen su guardia se han despertado con los aullidos de los lobos. Formando un círculo con sus lanzas, han reavivado el fuego, que salpica los árboles con su resplandor.

Neera vuelve a tomar posesión de su envoltura. Abre los ojos. Eko la mira. Sonríe.


Lekek mork, Eko.


Hak say, Neera. Lekek mork.

Eko pasa una mano por la frente de la joven. Esta suelta el colgante, que cae sobre su piel.


Neera melk horm. Neera lek nor.

Eko tiene razón. Neera está agotada. Tranquilizada por los brazos musculosos del cazador, la joven cierra los ojos y se sume inmediatamente en un profundo sueño.

53

El crepitar del fuego deja de oírse. El perfume de los grandes árboles y de los helechos se evapora. Walls emerge poco a poco del estado de trance. Desde el interior del monolito, la momia lo contempla con sus ojos cubiertos de escarcha. En lo más profundo de él ha empezado a extenderse una tristeza aún más intensa que la que sintió a los trece años cuando su madre murió ante sus ojos a consecuencia de un cáncer. Un sentimiento de tristeza tan viejo como el mundo, como si todo el sufrimiento pasado de la humanidad se propagara por sus venas. Luego, de repente, sin que intente reprimirlas, unas gruesas lágrimas cargadas de sal y de añoranza brotan de sus ojos. Sus labios tiemblan. El corazón de Eko galopa en su pecho. Sus uñas arañan el hielo mientras una voz grave y melodiosa se abre paso en su garganta y se mezcla con su voz.

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