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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (31 page)

BOOK: La esquina del infierno
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Chapman se apoyó contra una ventana y se lo quedó mirando.

—Solo de ver cómo le das vueltas al asunto me duele la cabeza.

—Vamos. Necesito echar un vistazo al tablón de anuncios de la Universidad de Georgetown.

—¿Ahora te relacionas con los estudiantes universitarios?

—No. Mi objetivo es un poco mayor.

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—¿Hay algo interesante? —‌preguntó Chapman mientras observaba a Stone consultando el tablón de anuncios.

Se fijó en un trozo de papel situado a unos cinco centímetros de donde había colocado el suyo la noche anterior. Lo leyó y tradujo rápidamente la respuesta en código.

—Sí. Vamos.

El viaje fue corto y enseguida llegaron al apartamento situado encima de la tintorería. Adelphia respondió a la llamada y les hizo una seña para que entraran. Se sentaron. Stone miró lentamente a su alrededor.

—No sabía que habías vuelto aquí.

—No he vuelto —‌dijo Adelphia. Llevaba una falda larga, una túnica blanca y un collar de cuentas verdes. Se había recogido el pelo entrecano en un moño bajo‌—. Es temporal. —‌Hizo una pausa‌—. Me sorprendió ver tu nota.

—Me alegra ver que el código que inventamos sigue resultando eficaz.

—¿En qué puedo ayudarte? —‌instó ella.

—¿Qué tal está Fuat Turkekul?

—¿Para eso has venido, para conseguir información sobre él?

—¿Y eso es un problema?

—Ya sé que alguien le sigue. Podría resultar muy peligroso para Fuat.

—Los disparos del parque procedían de un edificio de oficinas del gobierno. ¿No te parece peligroso?

Adelphia se recostó con expresión inescrutable para una desconocida como Chapman, pero Stone veía que estaba intrigada y preocupada a partes iguales.

—¿Eso está confirmado?

—Por mi parte, sí.

—¿Y por qué me lo dices? No colaboro en la investigación. Mi misión está relacionada con Fuat, nada más.

—¿Y si una cosa está relacionada con la otra?

—No lo creo probable.

Chapman, que había estado sentada en silencio, intervino:

—Pero ¿lo puedes descartar así como así? Tienes que plantearte esa posibilidad. De lo contrario, no estás haciendo el trabajo que te toca.

Adelphia ni siquiera se molestó en mirarla.

—No me esperaba que te asociaras con una persona tan impulsiva, Oliver.

—¿Descartas esa posibilidad? —‌preguntó él‌—. ¿Hasta tal punto que no te preparas para la misma?

Adelphia se encorvó hacia delante.

—Fuat está preparado para cualquier cosa.

—Come, da clases, lee. Supongo que en algún momento se dedica a buscar a Bin Laden, aunque esté a diez mil kilómetros de distancia.

—Como te dijeron, los planes están en una fase preliminar.

—Muy preliminar. Desde que mi colega le sigue, apenas se ha preparado.

—No siempre resulta tan obvio.

—Para un ojo experto es bastante obvio, Adelphia.

—¿Qué insinúas exactamente?

—Que lo que se me dijo sobre Fuat quizá no sea cierto.

—¿En qué sentido?

—Que no va a por Osama bin Laden. —‌Adelphia se recostó. Stone se fijó en que los dedos de la mano izquierda le temblaban un poco‌—. Es lógico, ¿no? —‌continuó‌—. Para deshacerte de mí me dices que Fuat va a por el terrorista más buscado desde Hitler. Probablemente creías que el nombre bastaría para no tener que dar más explicaciones.

—¿Te refieres a que no va a por Bin Laden?

Stone siguió mirando fijamente a Adelphia.

—¿Y bien?

Se levantó, se acercó a la ventana y miró al exterior.

—Ahí fuera no hay nadie —‌dijo él‌—. Por lo menos nadie relacionado conmigo, pero quizá no sea eso lo que te preocupa.

Se giró hacia él.

—En este tema mejor que no te metas, Oliver. De verdad que no. Te lo digo como vieja amiga.

—Ya estoy metido. —‌Stone se levantó‌—. Me gustaría hacerte otra pregunta.

—No prometo que vaya a responder.

—Turkekul no estaba en el parque para reunirse contigo esa noche. ¿Con quién había quedado en realidad?

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Se marcharon del apartamento de Adelphia sin respuesta a la pregunta.

—¿Cómo llegaste a la conclusión de que no iban a por Bin Laden y de que Fuat Turkekul había quedado con otra persona aquella noche? —‌preguntó Chapman.

—Sospechaba que ambas cosas eran ciertas. Adelphia me acaba de confirmar los dos supuestos.

—Pero si no ha dicho nada.

—Eso es lo que lo ha confirmado.

—Pero ¿por qué empezaste a sospechar? —‌insistió Chapman.

—No se encomienda a un hombre que vaya a por Osama bin Laden y luego lo dejas de profesor en una universidad occidental, a no ser que creas que Bin Laden se oculta en algún lugar de la Costa Este. No tiene sentido. Por eso le dije a Harry que lo siguiera. No para protegerlo, sino para ver a qué se dedica. O, mejor dicho, a qué no se dedica.

—¿Y el hecho de que Adelphia no fuera al parque a reunirse con él?

—No se concierta una cita como esa para luego no presentarse. Se comunicaban mediante mensajes en el tablón de anuncios. La reunión iba a ser por la noche. Desde Georgetown se tardan diez minutos en taxi hasta el parque. Turkekul podía haber consultado el tablón justo antes de marcharse. Si Adelphia no podía asistir a la cita, podía haberle dejado un mensaje unos minutos antes de que saliera hacia el punto de encuentro. Respondió rápido a mi mensaje, lo cual me hace pensar que lo inspecciona con frecuencia. Turkekul no tenía por qué vagar por el parque mientras la esperaba. Es ineficiente y estúpido, aparte de potencialmente letal.

—Pero, si no era ella, ¿quién, entonces? ¿Llegó Turkekul a encontrarse con alguien?

—Que yo viera, no.

—¿Cómo interpretas eso?

—Que el encuentro tuvo lugar en otro momento y que sus superiores no estaban al corriente —‌añadió.

—Si fuera el caso, ¿por qué protegerlo?

—Si Turkekul es valioso, lo protegerían después del suceso. Incluso aunque la reunión se celebrara en otro momento, eso no significa que no tuviera que ver con la misión y, por tanto, es posible que fuera importante para sus superiores.

—¿Entonces es posible que le tendieran una trampa?

—No lo mataron. Podían haberlo matado fácilmente disparando unos minutos antes. No, no era el objetivo.

Chapman se palpó las sienes.

—Las infinitas posibilidades están dando vueltas en mi pobre cabeza y, por desgracia, ninguna de ellas tiene sentido.

Regresaron al parque. Stone lo recorrió de norte a sur y de este a oeste mientras Chapman le seguía diligentemente con expresión curiosa unas veces y aburrida otras.

—¿Crees que si recorres la escena del crimen te llegará la inspiración? —‌preguntó Chapman finalmente.

—No busco inspiración, sino respuestas. —‌Volvió a mirar el edificio desde donde se suponía que se habían producido los disparos‌—. Disparos. Todo el mundo echa a correr. Padilla salta al agujero del árbol. La bomba explota.

—La bomba explotó antes de tiempo. Tenemos que averiguar quién era el objetivo. Seguimos sin saberlo. Esa bomba tenía que estallar cuando el parque estuviera repleto de autoridades. Si somos capaces de determinar el objetivo, entonces podremos identificar a los artífices del complot. O eso espero.

Stone negó con la cabeza.

—Seguimos perdiéndonos algo. La imagen todavía está desenfocada. Mucho. —‌Hizo una pausa‌—. Bueno, cambiemos de dirección durante unos instantes y sigamos un proceso sencillo de eliminación.

—¿Cómo? —‌preguntó ella.

—Si Turkekul no había quedado con Adelphia, ¿a quién pensaba ver? —‌Stone miró alrededor‌—. No a vuestro hombre de seguridad. Ni a Alfredo Padilla ni tampoco a mí.

—Un momento. —‌Chapman emitió un grito ahogado‌—. ¿Te refieres a la mujer?

Stone asintió.

—Marisa Friedman.

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—¿Por qué Friedman? —‌preguntó Chapman mientras caminaban por la calle H.

—Estaba en el parque. Como he dicho, se trata de un simple proceso de eliminación.

—Pero ella ya explicó qué hacía allí. De hecho, se presentó voluntariamente ante las autoridades.

—Yo también lo haría si fuera culpable de algo. Su rostro aparecía en la grabación de vídeo. Resultaría muy sospechoso si no se presentaba. Así apaciguó la sospecha y dio la impresión de ser una ciudadana honrada y respetuosa de la ley.

—Una ciudadana honrada y adúltera, pero tiene un despacho justo ahí. —‌Chapman señaló la línea de casas adosadas en Jackson Place‌—. Era de lo más lógico que estuviera en el parque.

—Por favor, baja la mano por si está mirando. Han permitido que los propietarios regresen.

Chapman bajó la mano y adoptó una expresión disgustada por la indiscreción de su gesto.

—Perdón.

—Dijo pertenecer a un grupo de presión y quizá sea cierto, pero a lo mejor esa no es toda la verdad.

—¿O sea que podría haber quedado con Turkekul?

—Si Turkekul había planificado un encuentro, Friedman era la única persona del parque con quien podría tener una cita —‌dijo Stone.

—Pero se lo habría contado a sir James y a los demás.

—Entonces quizá también la estén encubriendo.

—¿Porque forma parte de su misión, sea la que sea?

Stone asintió.

—Entonces, ¿estaba en el parque por Turkekul?

—Si mi teoría es cierta, sí —‌repuso Stone.

—¿Pero se reunieron?

—Se marcharon a la misma hora. No vi ningún tipo de interacción entre ellos mientras estaban en el parque. Ella habló por teléfono, pero él no.

—Quizá fueran a reunirse, pero …

—Pero entonces se produjeron los disparos y explotó la bomba.

—¿Cuál podría ser el objetivo de su cita?

—No tengo ni idea, pero dudo mucho que fuera sobre cómo encontrar a Bin Laden.

—¿Cómo abordamos la investigación desde esta nueva perspectiva?

—Si intentamos ir a por Friedman y resulta que la encubren los peces gordos, a lo mejor nos pelan.

—¿O sea que no podemos tocarla?

—Oficialmente no, pero quizás haya otro método.

—¿Cuál?

Stone hizo una llamada con el móvil.

—¿Annabelle? Tengo otro encargo para ti. Si te apetece.

Al día siguiente Annabelle y Caleb entraron en la oficina de Marisa Friedman. Habían concertado una cita y Friedman les esperaba. El aspecto de Annabelle había sufrido un cambio considerable. Llevaba el pelo rubio y corto, iba maquillada, vestía al estilo europeo y tenía un acento que era una mezcla de alemán y holandés. Caleb iba totalmente vestido de negro con el pelo ralo alisado hacia atrás. Llevaba unas gafas cuadradas, una barba incipiente y un cigarrillo apagado. Le explicó a Friedman que era lo único que le funcionaba para intentar dejar de fumar.

Ella se arremangó y le enseñó un parche de Nicorette en el brazo.

—Pues yo estoy en una situación parecida.

Friedman les condujo a su amplio despacho de la última planta con vistas a Lafayette Park. Estaba decorado de forma que indicaba que Friedman había viajado mucho, tenía buen gusto y el dinero necesario para ejercitar tal sensibilidad.

—Acabamos de volver al despacho —‌dijo ella.

—¿Y eso? —‌preguntó Annabelle.

—Una bomba estalló en el parque. Y hubo disparos.

—¡Dios mío! —‌exclamó Caleb.

—¿No se han enterado? —‌preguntó Friedman con expresión sorprendida.

—Como habrá deducido por mi acento, no soy de este país —‌declaró Annabelle.

—Y yo soy expatriado —‌añadió Caleb desenfadadamente.

—Pero a los americanos les gustan las pistolas y las bombas —‌dijo Annabelle‌—. Por lo menos es lo que cuentan por ahí. —‌Se encogió de hombros‌—. O sea que es normal, ¿no?

—No, no es normal, gracias a Dios. —‌Friedman se inclinó hacia delante‌—. Debo reconocer que su llamada de teléfono me ha dejado intrigada. ¿Quieren importar trabajos ecologistas desde Europa? ¿Puedo preguntar por qué, dado que lo ecologista ya ha despegado en Europa?

Annabelle hizo una mueca.

—Es la burocracia. Lo que ustedes llaman «papeleo». Nos está matando. Nuestros negocios abarcan muchos límites geográficos distintos. La Unión Europea hace pasar por el aro a todas las empresas y a menudo es imposible y totalmente ridículo. Nuestro modelo de negocio es bueno. Nuestra tecnología competitiva. Pero ¿y si no podemos ponerla en práctica? —‌Volvió a encogerse de hombros.

—Yo tengo experiencia aquí aunque haya estado fuera mucho tiempo —‌añadió Caleb‌—. Mis amigos me dicen que América es el lugar idóneo, que queréis trabajos ecologistas, que la burocracia no es tan exagerada, que se pueden hacer las cosas con rapidez y que también hay incentivos gubernamentales para hacerlas.

—Eso es cierto. ¿En qué país se instaló? —‌preguntó de repente.

—En Francia.

Ella le hizo una larga pregunta en francés. Caleb respondió de inmediato y al final incluso le soltó un chiste que la hizo reír.

Annabelle dijo algo en alemán y Caleb respondió en alemán.

—Me temo que mi alemán es muy malo —‌dijo Friedman.

—Discúlpenos —‌dijo Annabelle‌—. No ha sido muy educado por nuestra parte.

—Los europeos hablan un montón de idiomas, lo cual hace que los estadounidenses nos sintamos torpes.

—Su país es grande, los nuestros son pequeños —‌dijo Annabelle‌—. Hablar idiomas es una necesidad, pero habla usted muy bien francés.

—¿En qué puedo ayudarles?

—Necesitamos una presencia, una zona de cobertura, creo que la llaman así, aquí en Washington. Queremos construir una fábrica que produzca nuestros artículos en Estados Unidos. También tenemos una patente IP y temas de licencia que habría que abordar a nivel político. —‌Annabelle hizo una pausa‌—. ¿Es así como se dice? ¿Abordaje político?

—Grupo de presión, creo —‌comentó Caleb‌—. Y amigos en las altas esferas.

—Por supuesto que puedo encargarme de esos asuntos —‌dijo Friedman‌—. Tengo muchos contactos en el Gobierno, y la energía es una de mis especialidades. ¿Puedo preguntarles cómo me han encontrado?

Caleb se mostró incómodo.

—Me temo que no tiene nada que ver con su reputación, por estelar que sea.

—Nos hemos basado en la proximidad —‌añadió Annabelle‌—. Señaló hacia la ventana.

Friedman siguió el movimiento.

—¿La Casa Blanca? —‌Sonrió‌—. Interesante auditoría. Pero supongo que es uno de los motivos por los que me instalé en este lugar.

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