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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (45 page)

BOOK: La esquina del infierno
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El director del FBI se dirigió a Ashburn.

—Tenemos que encontrar a Friedman. Inmediatamente.

—Sí, señor. —‌Ashburn cogió su teléfono y salió de la sala.

Weaver negó con la cabeza y miró al director del FBI.

—No podemos limitarnos a aceptar lo que diga este hombre. Friedman es una de las mejores agentes de campo con las que jamás he trabajado.

—Creo que en realidad es la mejor —‌añadió Stone‌—. El único problema es que ya no trabaja para nosotros.

—Bueno, si tienes razón, probablemente ya esté muy lejos —‌prosiguió Weaver‌—. Seguro que tenía preparado hasta el último detalle de su estrategia para huir.

Stone se dirigió a él.

—Seguro, excepto por una pequeña cosa.

Weaver le miró con desprecio.

—¿Ah, sí? ¿Y qué cosa es?

—Los presidentes siguen vivos. Lo que significa que ha fracasado. Dudo que su patrón esté muy contento, pero eso también nos da una oportunidad para llegar hasta ella.

88

Varias horas después tenían una pista sobre Friedman. Seguían todos en la Oficina de Campo cuando Ashburn regresó a la sala de reuniones agitando un papel.

—Identificación visual de Friedman subiendo a un tren dirección Miami desde Union Station en Washington. Hemos comprobado la lista de pasajeros. Viaja con otro nombre. Ningún Friedman en la lista. Supongo que eso confirma su complicidad.

Todos miraron a Weaver, sentado en un rincón de la sala con expresión huraña.

—Asumo que no le ha llamado, ¿no es así, señor? —‌preguntó Ashburn.

Weaver ni siquiera se molestó en contestar.

—Miami tiene sentido. Se supone que trabaja para un cártel mexicano. Llega a Miami y salta a un avión privado en dirección al oeste de México. Y lo de tomar un tren es una decisión acertada. Probablemente pensaba que esperaríamos que utilizase una aeronave para huir con rapidez —‌añadió Ashburn.

Stone miró a Ashburn.

—¿Identificación visual? ¿Pero alguien la ha visto?

—Tenemos cámaras de vigilancia en todas las estaciones y aeropuertos. Hemos programado sus rasgos en el circuito y hemos dado en el blanco en Union Station.

—¿Has visto el vídeo? —‌preguntó‌—. ¿Para comprobar con certeza que era ella?

—Sí. No era una imagen clara y obviamente se había disfrazado, pero el ordenador puede captar factores que el ojo humano no puede. Y han enviado la descripción. Vamos a retener el tren en la próxima estación, revisaremos pasajero por pasajero y la detendremos.

Todos se apresuraron a salir de la sala. Weaver fue el último en salir.

Se volvió hacia Stone.

—Supongo que te debo una disculpa.

—No me debes nada. Es complicado. He estado casi tanto tiempo como los demás sin tener idea de lo que pasaba.

—Has salvado la vida del presidente. Creo que el futuro te augura para siempre el viento y el mar a tu favor —‌añadió.

Stone no dijo nada. Se limitó a mirar cómo Weaver se daba la vuelta y se marchaba.

Chapman le observaba de cerca.

—¿De qué iba todo eso?

—Historia antigua.

—No paras de decir lo mismo.

—No paro de decirlo porque es verdad.

—Vale, no te tragas la teoría del tren, ¿no?

Stone recordó las cosas que Marisa Friedman le había dicho. Todo eran mentiras, por supuesto, pero así era como sobrevivían los espías.

—Dijo que quería ir a una isla desierta —‌declaró con calma.

Chapman se animó.

—¿De verdad? ¿Cuándo lo dijo?

—Cuando fui a su despacho a decirle que sentía haber destruido su carrera —‌añadió‌—. Dijo que quería que me fuese con ella. Que nos parecíamos mucho.

Chapman le puso una mano en el hombro.

—Por si te sirve de algo, creo que no podéis ser más distintos. Ella es una zorra cruel y desalmada a la que solo le interesa el dinero. Y tú, bueno, obviamente no eres así. —‌Desvió la mirada, quizás avergonzada por sus palabras.

—Una isla desierta —‌repitió.

—Exacto, ahí es adonde realmente quería ir.

—Es una espía. Mentir es su forma de ganarse la vida.

Chapman lo miró con interés renovado.

—Entonces, ¿de una isla desierta nada?

—Sotfware de reconocimiento facial —‌dijo Stone de repente.

—He oído que es muy exacto.

—Es una máquina, así que es tan bueno como lo que le introduces. Lo que me hace plantearme una cosa.

—¿Qué?

—Qué base de datos han utilizado para compararla con la fotografía.

—¿Quieres decir que alguien tan inteligente como Friedman ya habría pensado en ello? ¿Ya sabría que utilizarían esas medidas para compararla con ella?

—Y si entró en la base de datos adecuada e introdujo unos parámetros ligeramente diferentes, daría una descripción de otra persona que ella se aseguraría que estuviese en la estación de ferrocarril camino de Miami.

—Y la policía detiene el tren y lo registra, pero no encuentra a Friedman, así que a esa persona ni siquiera la interroga. A salvo y sin problemas.

—A salvo y sin problemas —‌repitió Stone.

—Entonces, ¿dónde está Friedman?

—¿Qué es lo contrario de una isla desierta?

—¿Lo contrario? —‌Chapman reflexionó un momento‌—. Un lugar con mucha gente. ¿Una gran ciudad?

—Sí. Y no se ha ido hacia el sur. No iría a México.

—¿Por qué?

—Porque ha fracasado. ¿Por qué iba a irse corriendo con tipos como Carlos Montoya si no ha conseguido hacer el trabajo? Le metería una bala en la cabeza.

Chapman se recostó en la silla.

—Es verdad. Seguro que eso es lo que haría.

—Así que su «doble» se dirige hacia el sur para guiarnos en una persecución infructuosa.

—Lo contrario del sur es el norte. ¿Pero para qué irse a una gran ciudad?

—Es el mejor lugar para esconderse. De acuerdo, hay mucha policía y muchas cámaras, pero ella es demasiado lista para meter la pata con eso. Se perderá entre millones de personas. Esperará para ver qué sucede. Una vez que sepa cómo va todo, sus opciones aumentarán.

—¿Y cómo la vamos a pillar? No podemos irnos corriendo a cada gran ciudad al norte de aquí para buscarla. Quizá ya haya salido del país. Puede que esté en Canadá.

—No lo creo. Si corre demasiado rápido cometerá un error aunque tenga una estrategia de huida preparada. Y recuerda, su plan de escapada estaba preparado partiendo de la base de que la misión había sido un éxito. No, ahora se tomará su tiempo.

—¿Y si está en el tren de Miami y los agentes del FBI la detienen?

—Pues me alegro por ellos, pero no creo que eso vaya a suceder.

—Bien, ¿pero por dónde empezamos a buscar?

—Necesitamos información.

—¿Qué tipo de información?

Stone pensó en lo que Friedman le había dicho. Sobre que la CIA se quedaba con todos los beneficios de su lucrativo trabajo en los grupos de presión. Que se podía haber retirado a lo grande si el negocio hubiese sido suyo realmente.

—No hizo esto gratis. Lo que significa que tenemos que seguir el dinero —‌añadió de forma un tanto críptica‌—. Y a los matones.

—¿Los matones?

—Si tiene a alguien como Carlos Montoya detrás de ella, necesitará un muro de profesionales a su alrededor. Como protección. Así que para llegar hasta ella tendremos que hacerlo a través de ellos.

Chapman sonrió.

—Esto ya me gusta más.

89

Annabelle se sentó frente a Stone en su casa.

—Me han dejado verle —‌dijo con un hilo de voz, poco más que un susurro.

—¿A Alex?

Ella asintió con la cabeza y se señaló la frente con uno de los dedos.

—Un trozo de granito le golpeó más o menos aquí. Tres centímetros más hacia la izquierda y no le hubiese tocado y ahora no estaría en coma en una cama de hospital.

—¿Sigue igual?

—Un poco peor, la verdad. —‌Contuvo un sollozo‌—. Sus constantes vitales hoy no son tan buenas.

Stone alargó la mano por encima del escritorio y cogió la de ella.

—Lo único que podemos hacer es no perder la esperanza y rezar, Annabelle. Eso es todo.

—Es tan buena persona, Oliver … Un hombre íntegro. Siempre estaba dispuesto a ayudar incluso cuando me comportaba como una imbécil con él.

—Todos tenemos de qué arrepentirnos, probablemente yo más que nadie, con respecto a Alex. —‌Retiró la mano y se recostó en la silla.

—Tenemos que atraparla, Oliver —‌dijo Annabelle. Sus ojos ya no estaban húmedos. Miraba seriamente a su amigo.

—Lo sé. Y lo haremos.

Sacó varios papeles de su bolso.

—Después de que me llamases para preguntarme sobre el rastro del dinero, hablé con mi contacto en las Bermudas.

—¿Te ha podido ayudar?

—¿Sabes la cantidad de dinero ilegal que canalizan los bancos caribeños a diario? Literalmente cientos de miles de millones.

—Una aguja en un pajar, entonces —‌comentó Stone dubitativo.

—Lo sería si no fuese por una cosa. —‌Miró uno de los papeles‌—. Quinientos millones de dólares transferidos a una cuenta de un banco de las islas Caimán hace un mes. Los dejaron bloqueados. Hace poco más de una semana los desbloquearon. Una hora después, transfirieron quinientos millones más a la misma cuenta. Quedaron bloqueados la semana entera. Después, los desbloquearon, pero no pasaron a otra cuenta. Retrocedieron.

—¿Fueron devueltos al ordenante?

—Exactamente. La cuenta fue cancelada.

—¿Qué día exactamente?

—El día en que Alex estuvo a punto de morir.

—¿Cuando se enteraron de que Friedman había fracasado?

—Exacto.

—Así es que recibió la mitad del dinero cuando se alcanzaron ciertos objetivos. Probablemente la explosión en Lafayette, la muerte de Tom Gross y acabar con algunos cabos sueltos como Sykes, Donahue y los hispanos.

—¿Y Turkekul? —‌preguntó Annabelle.

—Él es un caso especial. Al principio pensé que Friedman había aprovechado una oportunidad que se había presentado sola, pero ahora no estoy tan seguro.

—No entiendo lo que quieres decir.

—Yo tampoco estoy muy seguro de entenderlo. Tendremos que ver cómo termina todo esto. ¿Hay forma de ver a dónde ha ido a parar el dinero?

Negó con la cabeza.

—La policía ha presionado a los bancos suizos para que sean más transparentes y han accedido. Eso ha hecho que muchas transacciones fraudulentas se trasladen al Caribe. Y los isleños no han sido tan receptivos como los suizos. Necesitaremos más pericia para conseguir esas respuestas.

—Creo que quizá tenga la forma de encontrarla —‌repuso Stone.

—Pero Friedman tiene quinientos millones de dólares a su disposición. Con eso se financia un excelente plan de huida.

—Sí, es cierto, aunque tiene algunos problemas.

—¿El que la ha contratado?

—Intentar huir ahora supone enviar señales que ellos pueden interceptar. Puede que piense que, si espera el momento oportuno, perderán interés en ella y se dedicarán a otros asuntos.

—Pero ella puede delatar a uno de los cárteles o a más de uno por los intentos de asesinato —‌repuso Annabelle‌—. No van a dejar que eso se quede así en el aire. Ahora ella se ha convertido en un testigo potencial contra ellos.

—Es una mujer muy inteligente y no me cabe duda de que ha pensado exactamente lo mismo. Razón de más para tomárselo con calma, pero ahí no acaba la historia.

—Quieres decir que por otro lado la poli la está buscando.

—Sí. Y estoy seguro de que Friedman ya sabe que vamos tras ella.

—Si Alex no sale de esta, ¿cómo vamos a seguir sin él, Oliver? —‌preguntó Annabelle mientras recogía sus cosas preparándose para marcharse.

Parecía que iba a empezar a llorar otra vez. Stone la rodeó con sus brazos y la abrazó con fuerza. Dejó que Annabelle Conroy, probablemente la estafadora con más talento de su generación, pero una mujer de gran corazón y con un inquebrantable sentido de la lealtad, sollozase quedamente en su hombro.

—Nunca podremos seguir sin él, Annabelle. Lo único que podemos hacer es sobrevivir día a día. Creo que tú y yo sabemos mejor que la mayoría lo que es eso —‌declaró Stone cuando ella dejó de sollozar.

Asintió en silencio y después se marchó. Stone contempló cómo se alejaba en el coche y entró de nuevo en casa.

Llamó por teléfono a alguien a quien conocía desde hacía poco tiempo, pero con quien había formado una alianza permanente.

Joe Knox contestó el teléfono.

—Joe, soy Oliver Stone.

Contestó con una típica respuesta de Joe Knox.

—Me preguntaba cuánto tardarías en llamarme. En una hora estoy en tu casa.

90

Joe Knox era un hombre fornido que con cincuenta años todavía conservaba la corpulencia del linebacker que había sido en la universidad. Stone y él habían pasado un tiempo juntos en una prisión de máxima seguridad sin haber gozado de la posibilidad de juicio y mucho menos de un veredicto. A Knox, un jefe de la CIA que al final resultó ser un granuja le había encargado atrapar a Stone. Pero después de haber sobrevivido al calvario de la cárcel, en gran medida gracias a la confianza mutua que se profesaban, Knox y Stone habían entablado una sólida amistad.

—Lo he seguido todo —‌explicó Knox cuando estaban sentados uno frente al otro en la casita de Stone‌—. Por los periódicos o por los rumores, oficiales o no tanto, en la Agencia. —‌Alex Ford había ayudado a la hija de Knox a encontrar a su padre cuando este fue secuestrado y encerrado en esa prisión, y él nunca lo había olvidado. La expresión de su rostro revelaba claramente su deseo de atrapar a quienes habían puesto a Alex al borde de la muerte.

—Entonces no perdamos tiempo —‌repuso Stone‌—. ¿Qué cártel mexicano ha movido grandes cantidades de dinero recientemente en los bancos del Caribe y después ha cancelado un pago de quinientos millones de dólares?

—No son buenas noticias, Oliver.

—¿Carlos Montoya?

Knox asintió con la cabeza.

—Cuando los rusos llegaron se cargaron a su madre, a su mujer y a tres hijos y los dejaron en una zanja. Así que mucho no se quieren. Tiene la base en las afueras de Ciudad de México. Y a pesar de que sus negocios han disminuido aproximadamente un noventa por ciento, todavía tiene poder y conexiones por todo el mundo.

—En realidad eso es bueno para nuestros propósitos. Friedman va a tener que ser muy prudente. Y eso ralentizará su huida.

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