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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (35 page)

BOOK: La esquina del infierno
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El sonido del disparo se oyó con claridad por encima de los ruidos habituales de la ciudad. La gente empezó a gritar y a correr por la calle para protegerse.

El tráfico se detuvo y los cláxones comenzaron a sonar.

Stone y Chapman se apearon del coche y corrieron hacia delante.

Oyeron que una sirena se acercaba.

Corrieron de coche en coche, asomándose al interior.

La sirena ganó fuerza. Se oyó otra a continuación.

Chapman miró detrás de ella. Dos coches de policía atajaban por entre el tráfico en dirección a ellos. Stone también los vio y aceleró el paso. Sacó el arma del interior de su chaqueta. Chapman aceleró al otro lado de la hilera de coches parados e imitó sus movimientos. Al final llegaron al obstáculo de la carretera, dos coches que habían chocado, aunque Stone intuía que eso no era todo. Un hombre mayor estaba apoyado en el coche de delante con aspecto consternado y asustado. Stone bajó la mirada y vio que el hombre había vomitado en la calle.

Stone se le acercó y le mostró la placa.

—Señor, ¿qué ocurre? —‌preguntó.

El señor mayor señaló hacia el coche que tenía detrás, donde los dos guardabarros habían chocado. Stone observó la matrícula del coche. Era gubernamental. Se le cayó el alma a los pies. Echó un vistazo al interior del coche.

—Maldita sea.

Chapman estaba mirando desde la ventanilla del pasajero.

—Cielo santo.

Los dos coches de policía frenaron de golpe y unos hombres vestidos de azul saltaron del interior. Vieron a Stone y a Chapman empuñando las armas y sacaron las suyas.

—¡Policía! —‌gritaron apuntándoles con las pistolas.

Stone y Chapman alzaron bien las placas para que los policías las vieran.

—Agentes federales. Ha habido un homicidio —‌gritó Stone‌—. El FBI acaba de publicar una orden de búsqueda para este hombre, pero alguien se les ha adelantado.

Los policías avanzaron lentamente, comprobaron las credenciales de Stone y miraron en el coche.

Sykes estaba recostado en el asiento del conductor. El parabrisas estaba rajado. El disparo le había dejado un orificio en la frente. Había sangre y sesos desparramos por el interior del coche.

No era de extrañar que el otro conductor hubiera vomitado después de ver aquello, pensó Stone.

Chapman vio el móvil en el asiento delantero. Ayudándose de un pañuelo, lo cogió como pudo y consultó el registro de llamadas.

—Ha recibido una llamada hace diez minutos. De un número privado. Quizá los técnicos puedan identificarlo.

Stone asintió y miró a su alrededor.

—Cierto. Bueno, recibió la llamada y salió a toda prisa.

—Le tendieron una trampa —‌añadió Chapman‌—. Sabían que tomaría esta ruta. Alinearon el tiro.

En esos momentos Stone estaba mirando hacia delante en línea recta para intentar averiguar la procedencia del disparo.

—¿Qué necesitáis que hagamos? —‌preguntó uno de los policías.

Stone siguió mirando mientras hablaba.

—Pedid refuerzos y acordonad la escena del crimen.

Sacó el teléfono y llamó a Ashburn para informarla.

Ashburn soltó una buena ristra de tacos por el teléfono. Cuando se hubo desahogado, añadió:

—Voy a mandar refuerzos ahora mismo. Nos coordinaremos con la policía metropolitana.

Stone colgó.

—Se acerca la caballería.

—¿Cómo quieres repartir la búsqueda? —‌preguntó Chapman.

Una mujer que había estado en la acera se les acercó corriendo. Tenía unos veinte años, llevaba vaqueros con la zona de las rodillas agujereada y sujetaba un iPhone con la mano derecha y una bolsa de la compra con la izquierda.

—¿Señor? ¿Señora? —‌Se volvieron hacia ella. Señaló un edificio que estaba calle abajo‌—. Estaba mirando ese edificio mientras caminaba y he visto un destello. Luego he oído el choque de coches. Creo que de ahí … que ha venido de ahí.

—¿Recuerdas de qué planta? —‌preguntó Stone rápidamente.

La mujer miró el edificio y contó para sus adentros.

—La sexta. Por lo menos.

Oyeron otras sirenas a medida que los refuerzos llegaban a toda prisa. Stone gritó a los dos policías que habían llegado primero a la escena que les siguieran a él y a Chapman. Mientras corrían hacia el edificio, sacó el teléfono e informó a Ashburn de la situación. Le dio la dirección del lugar.

Stone se guardó la pistola y corrió lo más rápido posible sin apartar la mirada de la sexta planta, a la espera de que apareciera otro destello.

70

—¿No pensarás que el tirador sigue en el edificio, no? —‌dijo Chapman cuando llegaron a la entrada y abrieron las puertas. Stone había ordenado a un policía que vigilase la parte delantera del edificio y a otro la trasera.

Stone no respondió. Mostró la placa al guarda de seguridad que los abordó.

—Es posible que haya un francotirador en este edificio. ¿Has visto entrar a alguien hoy con aspecto sospechoso o que llevara una maleta con una forma rara?

El guarda negó con la cabeza.

—No, pero acabo de terminar la ronda y alguien podría haber entrado sin ser visto.

—El FBI está de camino —‌anunció Stone‌—. ¿Qué otras salidas hay aparte del vestíbulo?

—Por aquí. —‌Les condujo a una puerta que daba al vestíbulo‌—. Por ese pasillo y a la derecha. Se llega al muelle de carga de la parte posterior.

—¿Queréis que os acompañe? —‌propuso el hombre en cuanto se dispusieron a tomar ese camino.

—No, quédate aquí. Hay un agente de policía apostado en la parte delantera. Si pasa algo, ve a su encuentro.

—De acuerdo, buena suerte.

Stone y Chapman salieron disparados por la puerta y pasillo abajo. No habían recorrido más de seis metros cuando Chapman lo sujetó por el brazo.

—¿Qué? —‌dijo Stone.

—¿El guarda de seguridad?

—¿Qué le pasa?

—¿Suelen llevar guantes?

Stone se estremeció, dio media vuelta y corrió por donde habían venido.

La puerta estaba cerrada con llave. Chapman disparó a la manija y la abrió de una patada. Entraron corriendo en el vestíbulo. No había ni rastro del guarda.

El policía de fuera les dijo que el hombre había salido y se había internado en el callejón.

—Me ha dicho que le habíais ordenado que fuera a proteger la parte trasera del edificio y …

Chapman y Stone salieron corriendo antes de que acabara la frase.

Encontraron el uniforme del guarda de seguridad junto a un contenedor. Stone y Chapman miraron a su alrededor.

—No nos lleva más que unos segundos de ventaja —‌susurró ella.

—Gracias a ti —‌dijo Stone‌—, si no te hubieras dado cuenta …

Chapman le golpeó con fuerza y lo derribó antes de que la bala impactara en el lateral del contenedor en el preciso lugar en que había estado la cabeza de Stone. Chapman rodó, apuntó y abrió fuego. Los disparos desportillaron el cemento del lateral del edificio, pero el tirador ya se había ido.

Stone se había colocado boca abajo y apuntaba con la pistola al mismo sitio.

—¿Ves algo? —‌susurró él.

Ella negó con la cabeza.

—Se ha ido.

El policía de la parte delantera, que había oído los disparos, apareció corriendo.

—¡Mantente agachado! —‌exclamó Chapman.

El policía se puso de rodillas y correteó hacia delante hasta situarse también detrás del contenedor.

—Han llegado los refuerzos —‌dijo‌—. ¿Estáis bien, chicos?

Stone se incorporó y miró a Chapman.

—Estoy bien gracias a ella.

Chapman se encogió de hombros.

—La verdad es que ha sido más cuestión de suerte que de habilidad.

—Bienvenida sea. Esa bala iba directa a mi cabeza.

Los tres recorrieron el callejón con cautela. Aceleraron el paso al oír el coche que se marchaba a toda velocidad. Para cuando llegaron a la siguiente intersección, no había ni rastro del vehículo ni del tirador. Stone y Chapman corrieron por el callejón y luego aminoraron un poco el paso.

Los dos se pararon al llegar a la altura del policía.

Estaba agachado junto a su compañero, que yacía degollado detrás de unos cubos de basura, con los ojos inertes mirando hacia arriba.

—Debía de haber más de un tipo —‌dijo Chapman cuando se arrodillaron junto al cadáver‌—. No habría tenido tiempo de dispararnos a nosotros y matar a este policía.

—Tenía sus propios refuerzos —‌dijo Stone con voz queda mientras el policía se sentaba en cuclillas y se secaba las lágrimas que derramaba por la muerte de su compañero.

—Estos tíos están superbien organizados —‌dijo Chapman‌—. A ver … ¿quién coño son?

Stone le puso una mano en el hombro al policía.

—Lo siento.

El agente alzó la vista y asintió y volvió a bajar la mirada hacia su compañero muerto.

Stone se enderezó, se giró y regresó por el callejón mientras el aullido de las sirenas alcanzaba su apogeo.

George Sykes, un agente de la policía local y un guarda de seguridad estaban muertos. Habían encontrado al guarda de seguridad verdadero en un trastero del vestíbulo con una única herida de bala en la frente.

El francotirador había desaparecido.

Stone le había facilitado la descripción a Ashburn y habían emitido una orden de búsqueda, pero ninguno de los dos albergaba grandes esperanzas. Lo más probable era que el asesino se ocultara en algún lugar o estuviera a bordo de un avión privado con destino al extranjero.

En aquellos momentos, Stone y Chapman se hallaban sentados en un coche en el exterior de la modesta residencia de George Sykes, situada en Silver Spring, Maryland. Estaba en medio de un barrio normal y corriente con niños que iban en bici, mamás que charlaban en los patios delanteros y papás que cortaban el césped. O lo habría sido si el FBI no hubiera evacuado y acordonado la calle.

La agente Ashburn se encontraba en el asiento del copiloto mientras que otro iba al volante.

—¿Qué sabemos sobre Sykes? —‌preguntó Stone.

—Su mujer murió hace tres años. Los hijos ya son mayores y no viven con él. Ha trabajado toda su vida para el Servicio Nacional de Parques. Nunca ha dado problemas.

—Y seis nietos —‌dijo Stone. Bajó la mirada hacia el archivo del hombre‌—. No es mucho mayor que yo. Debió de empezar pronto.

—¿Tenía problemas económicos? —‌preguntó Chapman.

Ashburn asintió.

—Fue lo primero que comprobamos. No encontramos nada, pero investigamos un poco más y encontramos una cuenta vinculada a Sykes. Había un depósito reciente de cien mil pavos.

—O sea que alguien le pagó para que se aviniera a hacer lo que hizo.

—¿Para qué le pagaron exactamente? —‌preguntó Stone.

—Había una bomba en el cepellón. ¿Y si alguien empezaba a fisgonear? Él lo evitaría. Se aseguraría de que mientras la bomba estuviera en la tierra nadie se acercase.

—¿O sea que traicionó a su país por cien mil dólares? —‌dijo Stone‌—. ¿Un hombre con seis nietos?

—Tal vez no fuera más que el primer pago —‌añadió Chapman.

—Cierto —‌dijo Ashburn‌—, pero se aseguraron de que fuera el único. El modus operandi resulta coherente. Están eliminando a su equipo, cerrando el túnel. Así no nos dejan pistas.

—El francotirador asumió un gran riesgo al hacerse pasar por guarda —‌observó Stone‌—. Le vimos la cara.

—Pero ya se ha esfumado y dentro de seis meses tendrá una cara nueva.

—Detrás de esto hay mucho dinero en juego —‌dijo Chapman‌—. Eso está claro.

Ashburn enarcó las cejas.

—¿Como la tesorería de un país?

—Rusia —‌dijo Chapman.

—Es la teoría que más oigo una y otra vez —‌reconoció Ashburn‌—. El cártel y el gobierno quizás estén trabajando codo con codo. Menuda competencia.

Stone asintió hacia la casa de Sykes.

—¿Y a qué esperamos? No necesitamos ninguna orden judicial. Le han disparado. Podemos entrar en su casa a investigar. Era trabajador federal.

—Es cierto, pero teniendo en cuenta que estos tipos usan bombas, he solicitado la ayuda de un perro detector de explosivos antes de entrar. Por eso también hemos evacuado el vecindario.

La unidad canina apareció y Stone observó al perro peinando el patio y luego entrando en la casa por una puerta trasera que le abrió un agente del FBI. Al cabo de diez minutos la búsqueda había concluido y les dieron el visto bueno para que entraran.

No tardaron en registrar la casa, pero no encontraron gran cosa.

—Mandaremos a un equipo de la policía científica para que investiguen a fondo —‌dijo Ashburn mientras regresaban al coche‌—, pero dudo que obtengan algo.

—De todos modos hay que hacerlo —‌dijo Stone.

—Sí, hay que hacerlo —‌convino Ashburn.

—¿Han informado a la familia? —‌preguntó Chapman.

—Estamos en ello. Tal vez averigüemos algo por esa vía.

—Quizá se le escapara algo hablando con un familiar, ¿te refieres a eso? —‌dijo Chapman.

—Si estamos de suerte …

—No veo que la suerte nos sonría mucho —‌dijo Stone.

Ashburn los dejó en su coche y se marcharon. Chapman conducía mientras Stone parecía ensimismado.

—¿En qué piensas?

—En hasta cuándo va a continuar la matanza para que pesquen a Fuat Turkekul y le hagan hablar.

—¿Crees entonces que es culpable?

—No tengo información suficiente para hacer esa aseveración, pero el statu quo no nos favorece.

—¿Qué alternativa nos queda?

—Todavía no se me ha ocurrido.

—¿Y quién podría ser el siguiente objetivo de la lista?

—¿Si Turkekul está implicado? —‌Stone la miró.

—Estaba pensando lo mismo. Sé que es amiga tuya —‌dijo Chapman‌—, pero y …

—Adelphia no está metida en esto.

—¿Estás completamente seguro? Hacía mucho tiempo que no la veías.

Stone se la quedó mirando y luego le puso una mano en el hombro.

—¿Qué te parece si infringimos unas cuantas leyes?

—Antes de conocerte no era muy partidaria, pero ahora creo que empieza a dárseme bien. Entonces, ¿vamos a por Turkekul?

—No —‌dijo Stone.

—¿A por quién?

—Noto que el otro bando vuelve a manipularnos. Esperan que vayamos a la izquierda. Pues esta vez iremos a la derecha.

71

Stone hizo una parada para conseguir cierta información que necesitaba mientras Chapman esperaba en el coche. Cuando volvió a entrar le indicó el camino a seguir.

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