—Y a los hispanos los mataron porque quizá vieron algo o porque tal vez formaran parte del complot.
—Sí. Seguimos sin saber quién era el objetivo real de la bomba. Barajamos distintas posibilidades, pero ninguna definitiva.
Chapman se paró y lo miró.
—Bueno, esa es la lista. La hemos repasado un par de veces.
—Nos hemos dejado algo. Fuat Turkekul.
—Pero su presencia ha quedado clara.
—¿Tú crees?
—Sir James la aclaró. Sé que confías en él, a pesar de lo que has dicho antes.
—No, he dicho que confiaba en ti.
Chapman se sonrojó ligeramente. Stone la miró durante unos instantes y luego apartó la vista. Comprobó la hora.
—¿Tienes otra cita? —preguntó ella intentando esbozar una sonrisa.
—No. Me preguntaba cuánto vas a tardar en contármelo.
—¿Contarte qué?
—Lo que sea que me ocultas.
Chapman se giró y dio unos cuantos pasos vacilantes para alejarse de Stone. Cuando se volvió, Stone no se había movido. Seguía mirándola.
Se acercó de nuevo a él.
—¿Qué quieres de mí?
—La verdad.
—Pensaba que habías dicho que confiabas en mí.
—Toda confianza tiene límites y hay que ganársela constantemente.
—Eso no me lo has dicho.
—No creía que hiciera falta.
—Me estás poniendo en un brete.
—Lo sé.
—Necesito una copa.
Stone enarcó las cejas al oír eso.
—Vale, pero estaría bien que te mantuvieras sobria.
—Tenías que haberme visto haciendo la ronda de pubs en mi época universitaria. Tengo mucho aguante.
Se giró y se puso a caminar.
—¿Agente Chapman?
Se giró hacia él.
—¡Qué! —espetó.
Stone señaló detrás de él.
—Hay un bar justo ahí.
Ella miró donde señalaba.
—Vale. Bien hecho. —Le tomó la delantera y entró en el bar.
Al cabo de cinco minutos se había tomado dos vodkas con tónica mientras Stone daba sorbos a una botella de ginger-ale y la miraba de hito en hito.
—¿Estás segura de que podrás volver a casa conduciendo?
—Conducir aquí está chupado comparado con Londres.
—No si estás borracha. ¿Una agente británica arrestada por conducir bajo los efectos del alcohol?
—¡No estoy borracha!
—Vale, entonces vamos. —Se la quedó mirando, expectante.
—No puedo contártelo todo. Espero que lo entiendas —dijo ella.
—No lo entiendo.
—Pues peor para ti, así son las cosas.
Stone se levantó.
—Que te vaya bien.
Ella alzó la vista sorprendida.
—¿Así, sin más?
—Así, sin más.
—¡Stone!
Se giró y se marchó.
Recorrió manzana tras manzana, comiéndose la acera a grandes bocados con sus largas piernas mientras la adrenalina le inundaba el organismo. Pensaba que Chapman era distinta. Se había equivocado.
«La misma mierda de siempre —pensó—. La misma mierda de siempre.»
Pasó junto al Capitolio y siguió caminando hasta que reconoció la zona en la que se encontraba. No estaba seguro de si sus pasos le habían conducido allí expresamente, pero casi siempre se dejaba guiar por el instinto. Pasó junto a montones de jóvenes que estaban en la calle. Al percatarse de que varios mostraban excesivo interés en él, se colocó la placa en el cinturón y les dejó ver la pistola. Se apartaron de inmediato.
—Mola —dijo uno.
—Oye, abuelete —dijo otro con una amplia sonrisa—, ¿has matado a alguien con esa pistola?
—No —mintió Stone. Levantó un dedo—. Pero sí con esto.
Los jóvenes se mostraron escépticos.
—¿Has matado a alguien solo con el meñique? —dijo uno—. Ya.
Volvió a enseñarles el dedo.
—Con el meñique, no. Este es el índice. Hace mucha mejor palanca contra la carótida y es más fácil aplastarla.
Los jóvenes se marcharon arrastrando los pies.
Stone siguió caminando.
Llegó a la puerta y llamó.
Oyó ruidos metálicos mientras la mujer se acercaba a la puerta. Se abrió y Carmen Escalante lo miró con ojos grandes y tristes.
—¿Sí? —preguntó.
—Ya he estado aquí —le dijo al tiempo que le enseñaba la placa.
—Sí, me acuerdo. ¿Qué quiere?
—Saber cómo estás.
—Eso mismo —dijo una voz.
Stone se giró y vio a Chapman de pie a escasos metros detrás de él. Se le acercó. Jadeaba un poco y llevaba los tacones en la mano izquierda.
—Queríamos asegurarnos de que estás bien —dijo controlando la respiración y poniéndose los zapatos.
—¿Podemos pasar? —preguntó Stone sin dejar de mirar fijamente a Chapman.
—Sí, claro.
Siguieron a Carmen por el pasillo. Se percataron de que la casa estaba limpia y de que el olor a podredumbre se había desvanecido. Cuando entraron en el pequeño salón, vieron muebles y un gran televisor de pantalla plana que no estaban allí la vez anterior.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Chapman mirando a su alrededor.
Carmen sonrió entristecida.
—Cuando la gente vio en la tele lo que le había pasado a tío Freddy, vinieron a ayudar. Limpiaron la casa, me compraron cosas. Son muy amables.
—¿Qué gente? —preguntó Stone.
—La gente de la cadena de televisión.
—¿La cadena de televisión? —preguntó Stone.
—Bueno, dijeron que la gente donó dinero. La gente de la calle. Y me han dado muchas cosas. —Señaló el televisor—. Como esto. A tío Freddy le habría gustado mucho esa tele. Le gustaba ver el fútbol, pero no el americano.
—Yo también prefiero el fútbol de verdad —dijo Chapman.
—Sí, ese. Y me limpian la casa y vienen todos los días a ver cómo estoy. —Dio un golpecito con las muletas en el suelo—. Dicen que también me ayudarán con las facturas médicas y que me comprarán unas nuevas.
—Qué bien, Carmen —dijo Chapman.
—¿Les apetece tomar algo? —preguntó—. Ahora tengo muchas bebidas —añadió orgullosa.
Declinaron la invitación.
—¿Entonces te quedas aquí? —preguntó Stone.
Carmen se sentó y ellos hicieron otro tanto.
—No lo sé. Me lo pensaré. Hay un funeral por tío Freddy. Tengo que asistir. Vuestro presidente también estará. Y el mío. De México. Aunque no me gusta demasiado. Pero iré de todos modos. Luego decidiré qué hacer. —Contempló sus nuevas posesiones—. Este sitio me gusta mucho. Y mis cosas nuevas. Mucho.
—¿O sea que a lo mejor te quedas? —preguntó Stone.
—Es posible, sí. —Se quedó callada unos instantes—. Puedo volver a estudiar. En México trabajaba en la consulta de un médico. Sé informática. Hablo bien inglés. Sé escribir a máquina y archivar. Puedo conseguir trabajo. Puedo tener amigos.
—Claro que puedes —dijo Stone alentándola.
—Mi familia cree que debería volver a casa. Dicen que no vivo en una zona bonita.
—Pero tienes que pensar en lo que tú quieres, eres tú quien debe decidir sobre tu vida —dijo Chapman—. Y siempre puedes mudarte a otro lugar.
No parecía muy convencida.
—¿Y me puedo llevar las cosas nuevas?
—Por supuesto —dijo Stone—. Te ayudaría gustoso.
—¿Lo haría por mí? —preguntó mientras lo miraba asombrada.
—Sí.
—Para ser del Gobierno son raros.
Chapman lanzó una mirada a Stone.
—Sí, supongo que sí —reconoció ella.
Se marcharon no sin antes prometerle que volverían para ver cómo estaba.
—¿Por dónde has venido? —preguntó Stone mientras caminaban por la calle.
—Te he seguido. Mira que es difícil con tacones, joder. Caminas muy rápido.
—¿Por qué me has seguido?
—Porque tenías razón y quería decírtelo.
—¿O sea que ahora me contarás la verdad?
Chapman introdujo las manos en los bolsillos.
—Riley Weaver y sir James trabajan juntos. —Respiró hondo y añadió—: Cielos, no me puedo creer que te esté contando esto. He infringido prácticamente todas las normas profesionales del MI6.
—No pasa nada. La mayoría de las agencias tienen demasiadas normas.
—Para ti es muy fácil decirlo —repuso enfadada.
—¿Por qué trabajan juntos? ¿Con qué fin?
—No fue idea de sir James, a eso llego.
—¿Le convencieron?
—Como dijo sir James, tu presidente y nuestro primer ministro se llevan bastante bien. Estados Unidos es una superpotencia y todo el mundo sigue sus pasos.
—¿Y por qué me lo ocultaste?
—Weaver te tiene miedo. Me queda claro por lo que he visto y oído.
«Si sabe lo que le hice a su predecesor, yo también me tendría miedo», pensó Stone.
—¿Cuál es exactamente tu papel en todo esto?
—Se me ha encomendado que investigue y resuelva este crimen.
—¿Aunque está claro que el primer ministro no era el objetivo? ¿Acaso al MI6 le sobra tanto tiempo como para permitir que una de sus mejores agentes se quede aquí y colabore en las investigaciones? —Chapman no dijo nada. Se limitó a observar la acera. Stone se dio la vuelta—. No te molestes en seguirme esta vez.
Ella le agarró del brazo.
—Vale, vale. —Stone se giró y la miró expectante—. También me han encomendado que te vigile.
—¿El gobierno americano encarga al MI6 que me vigile? —preguntó escéptico.
—El mundo es cada vez más complejo, Oliver. Los activos ya no son lo que eran, ni siquiera para vosotros, los estadounidenses. La cooperación global, eso es lo que se lleva. Les hacemos favores a los yanquis y ellos nos corresponden. No es del dominio público, por supuesto, todo se hace bajo cuerda.
Inclinó la cabeza.
—¿Vigilarme? ¿Por qué? ¿Creen que estoy implicado en lo sucedido?
—No, pero Weaver tiene otros planes en mente.
—¿Los ha compartido con McElroy?
—Creo que no, o por lo menos no del todo, pero sir James tiene las manos atadas. —Lo miró pensativa—. ¿Qué hay en tu pasado que provoca tanta atención?
—Tengo respuestas para tres décadas y muy poco tiempo para explicarlas incluso aunque estuviera predispuesto a ello, que no es el caso.
—Si me cuentas lo que pasa a lo mejor puedo ayudar.
—¿Tú? ¿La persona encargada de espiarme?
—Pensaba que éramos compañeros.
—Lo somos, pero solo en este caso, en nada más.
—¿Quién oculta información ahora? —espetó ella.
—Tú me ocultabas cosas relacionadas con el aquí y el ahora. Nunca te he preguntado por misiones pasadas y espero la misma cortesía por tu parte.
—Entonces, ¿cómo quedan las cosas entre nosotros? —preguntó Chapman con voz queda.
—Pues como estaban al comienzo —respondió Stone con sequedad—. Y dejémoslo así.
Tomaron un taxi para regresar al coche de Chapman, que estaba en el aparcamiento.
—Puedo dejarte en tu casa —dijo ella.
—Me apetece caminar un poco más —repuso.
—Mira, siento no haberte dicho lo de Weaver, pero yo también tengo que obedecer órdenes.
Stone se acercó más a Chapman.
—Si así es como quieres hacer las cosas, adelante.
—¿Y cómo haces tú las cosas exactamente en ese sentido?
—No oculto información a las personas con quienes trabajo. Ahí reside mi lealtad. Por eso te conté lo de Fuat Turkekul aunque tu jefe no quería que te lo dijera.
Chapman se sonrojó.
—Vale, vale, entiendo. Y lo siento.
—Hasta mañana. —Se paró—. ¿Seguro que estás en condiciones de conducir?
—Ahora estoy bien despierta. Un buen azote verbal hace milagros.
Tras un paseo muy largo, Stone llegó al campus de Georgetown, en silencio a aquella hora. Encontró el tablón de anuncios de la comunidad, sacó un trozo de papel y un boli, escribió una nota y la clavó en el corcho con unas chinchetas. Camino de su casa, llamó a Harry Finn con el móvil.
—Me alegro de que Reuben esté bien —fueron las primeras palabras que pronunció.
—Yo también —dijo Stone—. Quiere salir del hospital, pero allí estará más seguro.
—¿Crees que intentarán cargárselo de nuevo?
—Aunque nos contó lo que sabe, igual que Annabelle, mejor ir con cuidado. Ahora dime lo que sepas sobre Fuat.
Stone se paró y se apoyó en un árbol mientras hablaba.
—Si es cierto que va tras Bin Laden, se lo toma con filosofía. Se levanta, come, da clase. Almuerza. Da unas clases más. Tiene horas de tutoría. Pasea. Cena, va a su apartamento, lee y se acuesta.
—¿Nada de comunicaciones secretas ni reuniones clandestinas?
—Yo no he visto nada de eso. Me habría enterado.
—Lo sé, Harry.
—Quizá le han ordenado que se comporte con discreción porque saben que lo vigilamos.
—También lo había pensado, pero es difícil saber qué hacer al respecto. Mira, ve a casa a descansar.
—¿Y Turkekul?
—Probaré otra fórmula. Te mantendré informado.
Stone continuó caminando en dirección a su casita. Al llegar a la siguiente manzana su antena interior empezó a vibrar. Las seis en punto y las nueve en punto. Los notaba antes incluso de verlos. Un hombre detrás. Una mujer a su izquierda. Parecían inocuos, desinteresados en él. Es decir, para el observador profano. Hacía más de cuarenta años que Stone había dejado de ser un observador profano. Se llevó la mano a la pistolera. Aceleró un poco el paso porque quería llegar a la siguiente intersección unos segundos más rápido. Había ideado un plan basado en lo mucho que conocía esa zona.
En cuanto llegó a la intersección, giró bruscamente a la derecha. En la acera había un contenedor de escombros porque en la casa de enfrente estaban haciendo reformas. Adoptó una postura defensiva detrás del mismo, sacó la pistola y apuntó a la mujer.
—¿Agente Stone? —llamó la mujer.
Stone la mantuvo en el punto de mira y no dijo nada.
—Al director Weaver le gustaría hablar con usted.
—No me extraña.
—Nos han encomendado que le llevemos ante él.
—Prefiero que venga a verme él.
El hombre se colocó junto a la mujer.
—Señor, el director es un hombre muy ocupado.
—Yo también.
Pasó un coche y la mujer mayor del interior observó al hombre y a la mujer antes de seguir adelante. Había otras personas por la calle, no lo bastante cerca para oír la conversación, pero pronto lo estarían.